Buenas noticias para los ancianos: Mientras el cuerpo se va deteriorando, el alma inmortal se renueva cada día.

Por tanto, no desmayamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el hombre interior no obstante se renueva de día en día.
2. Corintios 4, 16

La etapa natural de la vejez o el ocaso de la vida, como la han llamado algunos poetas, ha sido revestida y manchada por el sistema capitalista predominante con nuevas características negativas y discriminatorias, porque ahora la vejez se asocia directamente a la enfermedad, la incapacidad y la inutilidad de los ancianos para la producción eficiente de bienes y servicios. Cuando se valora a un ser humano únicamente por su capacidad de trabajo y de alto rendimiento, las personas mayores resultan ser poco apreciadas y aisladas en asilos de ancianos, dejando de ser reconocidos por la sociedad como seres humanos valiosos, dignos y ejemplares, que es lo que son en realidad.

La sociedad moderna con su absurda antipatía hacia la vejez, ha llegado al extremo de considerarla como un tabú, es decir, algo vergonzoso de lo que no se debe hablar o mencionar. Decirle a alguien viejo está tan mal visto, que muchos lo consideran casi un insulto en la actualidad.
Este asunto es evidentemente una moda reciente, y como todo lo que está de moda, algun día pasará y dejará de ser así, por lo tanto, no se le debe dar ninguna importancia.

Lo realmente importante para nosotros los ancianos y pensionados, es nuestra actitud cristiana ante la vida y la clara conciencia de lo que somos como hijos de Dios y como personas dignas, que en la vida hemos acumulado un valioso caudal de experiencia, amor, fe y sabiduría, lo cual nos hace dignos del cariño, respeto y consideración de nuestros seres queridos.

Al alcanzar el período de la vejez, iniciamos una nueva fase en la que una serie de nuevos factores o condiciones surgen en nuestra vida cotidiana, las cuales nos llevan de forma paulatina a tomar cada vez más conciencia de nosotros mismos y de la muerte que se avecina. Esos factores son: la jubilación, el duelo por la muerte de la pareja, la soledad, menos independencia, menos actividad social y una mayor disponibilidad de tiempo que antes.
En consecuencia, disponemos mucho más tiempo y oportunidades para reflexionar sobre si mismos, sobre el sentido de esta vida terrenal y sobre la futura vida eterna en el Reino de los Cielos. Podemos traer a la memoria las innumerables bendiciones recibidas de Dios Padre durante tantos años, así como también, dedicarle más tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, que es el alimento espiritual por excelencia.

La vejez y la certeza de la muerte son magníficas maestras espirituales para los creyentes cristianos, puesto que sirven para impulsar nuestra vida interior espiritual y fortalecer nuestra esperanza en el Señor Jesucristo. Además, nos enseñan a prepararnos espiritualmente para el momento crucial de la muerte y a morir sin angustia y con esa paz interior, que solo Dios puede dar.

Las molestias y enfermedades habituales de la vejez nos alientan de manera imperceptible a identificarnos más con nuestra alma inmortal, que con nuestro cuerpo dolorido y débil que se va deteriorando inevitablemente.

En la vejez también somos capaces de sentir nuevos anhelos y de tener visiones del Reino eterno que nos espera, de las moradas que el mismo Señor Jesucristo prometió tenerlas preparadas para sus fieles seguidores.

A continuación, podrán leer un excelente testimonio que escribió el gran escritor francés Victor Hugo (1802–1885) después de cumplir 80 años de vida, en el que expresa su fe y su esperanza con sublimes afirmaciones:

Puedo sentir la vida futura en mí. El mundo terrenal me enseñó una gran cantidad de sabidurías, pero el cielo me iluminó con sus mundos desconocidos. A pesar de que ya he llegado a una edad avanzada, tengo pensamientos y sentimientos jóvenes y eternos en mi mente y mi corazón. Cuanto más se acerca el final de mi vida, más claro puedo escuchar la sinfonía inmortal de mundos que me invitan. Esto es sorprendente, pero simple.
Creo firmemente en ese mundo mejor. Él es para mí un bien mucho más realista que esta miserable quimera que devoramos y llamamos vida. Él  está constantemente ante mis ojos, por lo tanto creo en él con una convicción sólida como una roca y después de tantas batallas, tantos estudios y tantas pruebas; él es la suprema certidumbre de mi razón, así como es el supremo consuelo de mi alma

El Evangelio de Jesucristo nos enseña a los creyentes cristianos a vivir y a morir con metas eternas.  Dios concede y reparte su Gracia entre los creyentes de manera soberana en diferentes épocas de sus vidas, algunos pocos aprenden a apoderarse de la promesa de vida eterna temprano en la juventud, otros en la edad madura y muchos en la vejez, porque es el momento de nuestra partida física de este mundo terrenal y de poner nuestra alma o espíritu en sus manos.

Las adversidades se perciben como penas terribles, cuando apartamos los ojos de la gran meta futura de vida eterna.

puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12, 2

En varias de sus cartas a las comunidades cristianas, el apóstol Pablo comparó esta vida terrenal llena de cargas, sudor y esfuerzo con una carrera de competición. Al hacer Pablo esa semejanza entre la vida y una competencia, resaltó la importancia de la recompensa o premio que reciben los ganadores al llegar a la meta o marca final de la prueba deportiva.
El premio es el motivo más efectivo para animar a las personas a participar en una competición, puesto que es una recompensa satisfactoria por el afán y el tiempo que se ha invertido en la preparación física para la carrera. Para el corredor, el premio entonces se convierte automáticamente en un anhelo, que lo impulsa a hacer todo lo posible por obtenerlo.

En la vida es igualmente necesario y muy importante, ponerse metas para alcanzar en el tiempo futuro, porque las metas le proporcionan sentido y propósito a nuestras vidas, en especial, en los tiempos de adversidades, sufrimientos y penas.

Algunos de ustedes se habrán enterado por la prensa del extraordinario caso de naufragio, que sufrieron dos pescadores en el año 2012 en el sur de México, quienes estuvieron a la deriva durante meses en una pequeña barca sin techo, sin agua ni comida, en el océano pacífico. El náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga describió a los periodistas, que había sido su gran anhelo por ver de nuevo a su única hija, lo que le salvó la vida ya que le dió la suficiente fuerza de voluntad para lograr soportar 14 meses perdido en la inmensidad y la soledad del mar. Su compañero de pesca Ezequiel Córdoba de 16 años, después de 4 meses a la deriva perdió la esperanza de sobrevivir y decidió de forma consciente dejar de comer y beber, para finalmente morir.

Por supuesto, este caso fue una situación muy extrema y excepcional, pero sirve perfectamente para ilustrar cómo una meta determinada, puede llenar de esperanza, vigor y fortaleza a una persona, aún en medio de las circunstancias más adversas.

Durante el transcurso de la vida, el destino nos presentará oportunidades de poner diversas metas temporales, las cuales para nosotros son imposible de prever con anticipación.

La única carrera de nuestra vida, que sabemos con seguridad en la que tendremos que participar en el futuro, es la muerte.
Para esta carrera, los creyentes cristianos hemos recibido el gran privilegio, por la Gracia de Dios y por la obra Redentora del Señor Jesucristo, de tener como meta y premio supremos: la vida eterna con Dios en el Reino de los Cielos.

Estimado lector, procura poner tus ojos en esta meta suprema, que Dios nos concede por su Gracia e inconmensurable Misericordia, así como mantener la mirada en ella, sobre todo cuando estés atravezando adversidades y aflicciones en tu vida cotidiana.

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, mas sólo uno se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. 2. Timoteo 2, 5

Aférrate a Jesucristo y a su promesa de vida eterna, en vez de aferrarte a lo que es imposible para nosotros.

Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Jesús, mirándolos, les dijo: «Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible.» Mateo 19, 25 y 26

Los creyentes cristianos sabemos muy bien que para Dios todo es posible, mientras que para los seres humanos no es así, porque fuimos creados con un cuerpo limitado, frágil y mortal. Sabemos también que el Señor Jesucristo, por ser el Hijo de Dios, resucitó a su amigo Lázaro en Betania y además, hizo muchas curaciones milagrosas, todas ellas con el propósito principal de demostrarle a todas las personas presentes, que Jesús era Dios hecho hombre y el Salvador, que el Pueblo judío esperaba.
Por medio de esos milagros, aquellos espectadores que lo rodeaban, pudieron ver y atestiguar que Jesús de Nazaret poseía el poder de Dios, pues lograba hacer lo que para ellos era totalmente imposible.

En la actualidad, en que la ciencia y la tecnología han avanzado tanto, la mayoría en nuestra sociedad moderna cree que, para el hombre ya no existe nada imposible y que todo problema tiene una solución. Pues, están muy equivocados! ¿Y saben por qué? Porque aceptan todo lo que propagan los medios de comunicación y la publicidad, pues creen ingenuamente que es la pura verdad, lo que ven en las pantallas y leen en las revistas. Eso es un gran error, lamentablemente.

La publicidad y los medios de comunicación son todos empresas comerciales, que como negocios están interesados solamente en ganar la mayor cantidad de dinero posible, y NO en decir la verdad sobre los temas que difunden. Hoy en día, ningún empresario puede ganar dinero diciendo la verdad. Ni siquiera los médicos, cuando desean curar a algún paciente, no siempre dicen la verdad, puesto que muchos de ellos están más interesados en sus propios beneficios económicos, que en el beneficio y la curación definitiva del paciente.

Todas las mujeres conocen seguramente las cremas y tratamientos faciales llamadas “anti-envejecimiento”. Esta palabra es un nuevo adjetivo creado por las agencias publicitarias, pero también es una gran mentira novedosa, puesto que es imposible detener el envejecimiento de la piel, por ser un proceso biológico natural que no se puede evitar.
En eso consiste precísamente el negocio de las agencias de publicidad: exagerar o inflar las cualidades de un producto, engañando al público, para aumentar las ventas de las empresas. Si las mujeres compran y usan esas cremas, es porque han creído en esos engaños, o dicho en otras palabras, se han aferrado a lo imposible. Y  después esas mismas mujeres, se darán cuenta de que con el transcurso del tiempo les seguirán apareciendo las arrugas en su cara y se pondrán más viejas.

En estos tiempos y en esta sociedad de consumo con tantos nuevos productos y tecnologías, que nos permiten disfrutar de un estilo de vida pleno de comodidades y facilidades materiales, la vida humana con toda la gama de sus experiencias y características naturales, sigue siendo exactamente la misma que vivieron los hombres y mujeres de la Antigüedad.
Entre las características naturales están: nacer, crecer, desarrollarse, envejecer y morir.
Y entre las experiencias naturales están las siguientes: placeres, sufrimientos, frustraciones, enfermedades, fracasos, éxitos, amor, odio, traición, rencor, paz, intranquilidad, desesperación, esperanza, fe, conflictos, guerras, hambre, abundancia, pobreza, riqueza, buena suerte, mala suerte, escasez, catástrofes naturales, amistad, enemistad, cansancio, preocupaciones, aflicción, fatiga, alegría, trabajo, descanso, soledad, depresión, algarabía, miedos, angustias, etc.

Como ustedes pueden ver, la vida interior espiritual con sus sentimientos, estados anímicos y vivencias ha sido, es y seguirá siendo la misma a través de los siglos.

La vida en este mundo ha sido comparada por grandes profetas y hombres de Dios de la Biblia, con la vida en el destierro o en el exilio, por lo dura, difícil, penosa, insuficiente y fatigosa que es la vida terrenal para todo ser humano, incluso ahora que vivimos con mucho más comodidades y tecnologías que antes.

La vida eterna en el Reino de los Cielos es la vida nueva, mejor y abundante que el Señor Jesucristo le ha prometido a toda persona que en ÉL cree y espera, al dejar este mundo. En vista de que muchos consideran que esa promesa divina es algo imposible, no la creen por esa razón. Pero ellos se olvidan de dos asuntos muy importantes: el primero: es que Dios es el creador de la Verdad y por eso NUNCA miente. El segundo: es que para Dios, el creador del Universo, TODO es posible.

Les aconsejo encarecidamente, que no crean en lo que difunden los medios de comunicación y su publicidad sobre los productos, ni tampoco en esa falsa ilusión de que el dinero abundante y la compra de productos y servicios que ofrecen, van a convertirlos a ustedes en personas “felices”.
Para los seres humanos, es imposible en este mundo ser felices de modo permanente. Podemos sí, tener momentos en que estamos contentos, satisfechos y alegres. Y nada más.

La anhelada felicidad plena y abundante es concedida únicamente por Dios y será en el Reino de los Cielos, cuando la recibiremos y podremos gozarla eternamente.   

Aférrate a Jesucristo, el Hijo de Dios que entregó su vida en Santo Sacrificio por toda la humanidad, para redimir los pecados y para salvar de pura Gracia las almas de todos aquellos, que confían y esperan en Él en espíritu y verdad.

Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.  Juan 11, 25

El amor al dinero corrompe y endurece el corazón humano.

Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores. 1 Timoteo 6,10

Existe todavía en el imaginario de algunos pueblos, la creencia de que el dinero en abundancia y una buena educación, como lo han tenido las familias ricas y poderosas, convierte casi como por arte de magia, a los miembros de esas familias en mejores personas, más honorables, más dignas y más decentes. En épocas antiguas esa creencia fue impuesta por la misma clase gobernante aristócratica, y de ese mito se originaron las costumbres y las estrictas normas sociales, que reguló el trato sumiso y obediente en las relaciones personales entre la clase alta y la clase baja de las naciones.
Hoy en estos tiempos modernos, sabemos que esa creencia es falsa, puesto que en realidad, el amor al dinero pervierte al ser humano y lo induce a violar principios cristianos, la moral y las leyes.

La historia de la humanidad está llena de innumerables ejemplos y casos terribles, de cómo el amor a las riquezas convierte a aquellos seres humanos que se entregan en alma y cuerpo al dinero, en personas sin bondad, sin misericordia y sin compasión; es decir, en personas con un corazón de piedra!

Entre esos ejemplos están los siguientes:

  • Los reyes y monarcas, es decir, las personas mejor educadas, más honorables, más dignas y más decentes, quienes con inimaginables riquezas y lujos, no solo reinaron abusando de su poder a sus propios pueblos, sino que sobre todo mantuvieron a sus vasallos viviendo en la mayor miseria, durante siglos.
  • Durante y después de la conquista por parte de las monarquías europeas de muchos territorios de África y de todo el continente Americano, los reyes de esa época no vacilaron ni les tembló el pulso, cuando autorizaron el brutal y despiadado comercio de esclavos africanos, quienes fueron cazados como animales, atrapados y transportados en cadenas hacia las tierras del nuevo mundo americano, con el único propósito de ganar muchísimo dinero con mano de obra gratuita!
  • Un caso más reciente pero aun más aterrador, fue el exterminio de 6 millones de judíos ejecutado en campos de concentración de prisioneros, por el régimen Nazi dirigido por Adolf Hitler en Alemania durante la segunda guerra mundial entre 1939 y 1945. Una causa importante pero que se menciona poco, del por qué los Nazis tomaron la decisión de exterminar el pueblo de raza judía en Europa, fue la expropiación sistemática de los ahorros, activos y propiedades de todos los judíos deportados a los campos de concentración, los cuales se estiman en cientos de miles de millones de Marcos alemanes, que le sirvieron a los dirigentes nazis para financiar los gastos de la guerra y hacerse ricos.

Está más que comprobado que el amor al dinero, puede transformar al ser humano en una persona cruel e insensible, y hacerlo capaz de cualquier maldad e inmoralidad para lograr ganar mucho dinero. Esa es la razón, por la cual en la Palabra de Dios se encuentran tantas advertencias referentes al amor al dinero y a las riquezas, con el propósito de que los creyentes no nos dejemos seducir por la ambición de acumular tesoros.

En las iglesias cristianas se conocen muchos casos de pastores y predicadores, que lamentablemente se han convertido en adoradores del dinero y de la riqueza, los cuales con sus perversas intenciones, hipocresías y engaños, le están haciendo un daño enorme a sus ingenuos fieles principalmente y a la fe cristiana como religión. Es oportuno decir, que algunos de esos predicadores o “lobos vestidos de corderos” utilizan torcidos argumentos para justificar su amor al dinero, afirmando por ejemplo, que ser rico y próspero no es pecado. Pero resulta, que mucha gente rica y próspera acostumbra a cometer pecados graves, tratando de acumular aún más dinero. Así como éllos mismos lo hacen con su hipocresía y sus falsedades.

En esta sociedad de consumo en que vivimos y en estos tiempos en que todo gira alrededor de ganar y acumular dinero, es conveniente adquirir una actitud de prudencia en relación con el dinero, la cual consiste en considerar al dinero más bien como un mal necesario, y no como algo maravilloso e inofensivo que debemos adquirir sin falta y a toda costa. Esa actitud prudente en lo personal, me ha ayudado mucho a no extraviarme en la ambición y en el afán de ganar mucho más dinero del que necesito, y así poder llevar una vida modesta y sin lujos.

El gran Apóstol Pablo con la ayuda de la inspiración recibida por el Espíritu Santo y su gran sabiduría de la Palabra de Dios, logró describir magistralmente las negativas consecuencias del amor al dinero, al llamarlo: la raíz de todos los males.
Con esas 6 palabras, Pablo lo dijo todo y claramente sobre las desventajas del amor al dinero.

Y a mi no me queda más que decir: “El que tenga ojos, que vea”!

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Juan 6, 63

Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente.
Génesis 2, 7

Esas frases que hacen de título de esta reflexión, las dijo el Señor Jesucristo y fueron recopiladas por su discípulo Juan, quién lo acompañó y estuvo siempre a su lado. Como todo lo que dijo y enseño Jesús, esas frases tienen mucha médula y un gran significado relacionado con la vida eterna, prometida a todos los creyentes que creen en Él en espíritu y en verdad.

Según mi entendimiento, ese versículo contiene dos importantísimos mensajes para toda la humanidad, uno relacionado con la naturaleza del ser humano, y el otro con la Palabra de Dios como alimento espiritual, con el propósito de instruir a los pueblos sobre la existencia de las realidades espirituales, la cuales, hasta la venida de Jesucristo, eran solamente narraciones fantasiosas e imaginarias sobre un hipotético mundo sobrenatural, tal como lo imaginaron las civilizaciones antíguas en varios continentes, como por ejemplo: las mitologías griega y romana, o bien los egipcios con su culto del más allá.
Jesucristo con su venida al mundo, dió a conocer al Dios Todopoderoso y a su Reino espiritual de los Cielos, como una realidad auténtica y verdadera.

LA NATURALEZA HUMANA:
En la historia de la Creación del mundo según la Biblia, Dios al formar al hombre del barro, le insufló su espíritu creando así un ser viviente, constituido por un cuerpo de carne y un espíritu o alma. El ser humano fue entonces el único ser vivo sobre la tierra compuesto de una dimensión biológica (cuerpo) y una dimensión espiritual (alma).
El alma por ser espiritual es inmortal, y en consecuencia, puede vivir eternamente y es además, la que da vida. Por el contrario, el cuerpo de carne es mortal: nace, crece, se desarrolla, se deteriora y muere. Ese es el ciclo natural y de duración limitada del cuerpo del hombre y de los animales.

Jesús en ese versículo afirma, que la carne para nada aprovecha, debido a que nuestro cuerpo de carne lo que hace es servir de recipiente de nuestro espíritu inmortal, que es el que da vida y está destinado a vivir eternamente. Lo más valioso y lo que cuenta para Dios, es lo que llevamos dentro: nuestra alma inmortal.

LA PALABRA DE DIOS COMO ALIMENTO ESPIRITUAL:
Jesús nos enseña que sus palabras con las que nos ha hablado, son espíritu y son vida, pero no para nuestro cuerpo, sino para nuestra alma espiritual, la cual también necesita ese alimento espiritual, que se encuentra en las Sagradas Escrituras, indispensable para su fortalecimiento y desarrollo.
Así como nos alimentamos para suplir y nutrir al cuerpo con los alimentos de cada día, Jesucristo nos enseña e invita siempre, a alimentar nuestra alma con sus propias palabras, la cuales son el Pan de Vida Eterna.

Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo”. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.”   Juan 6, 33-35

Oh Señor de los ejércitos, ¡cuán bienaventurado es el hombre que en ti confía! (Salmo 84, 12)

Con esta reflexión deseo contribuir a aclarar la confusión, que ha sido creada en relación al uso de la palabra “felicidad” en los medios de comunicación y especialmente en la literatura cristiana.
El anhelo de ser feliz forma parte de nuestra propia naturaleza. Todos los seres humanos deseamos ser felices en la vida, pero pesar de que siempre estamos buscando la felicidad, no logramos encontrarla.
El conocido psiquiatra austríaco Victor Frankl tratando de explicar la dificultad de encontrar la felicidad, escribió lo siguiente: “La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro.”

Pareciera que a los comerciantes y los medios de comunicación al leer esta explicación del Dr. Frankl, como que les gustó mucho y la adoptaron, puesto que ellos no hacen nada más que ofrecernos en venta miles de productos, viajes, cursos, servicios, etc, todos los días, con el único fin de atraer nuestra atención para que compremos algo, y sin embargo, la anhelada felicidad no se posa en ninguno de nuestros hombros.

La razón principal del fracaso de esa estrategia, es que la felicidad, al igual que el amor verdadero, no se puede comprar ni vender, porque es una vivencia espiritual que brota del alma y se goza interiormente. Solamente si volvemos nuestra atencion y nuestro amor hacia Dios, podremos esperar alcanzar la felicidad algún día. Así lo afirman y lo confirman las Sagradas Escrituras tanto en el Antiguo Testamento como en el Evangelio del Señor Jesucristo, al utilizar las palabras: bienaventurado y bienaventuranzas.
La palabra ventura viene del latín y significa: la suerte o la fortuna que han de venir; y  Bienaventurado quiere decir en el sentido bíbico: Aquel que gozará de Dios en el cielo.

La palabra “felicidad” como se conoce hoy en día no existió en la Antigüedad, porque fue creada hace apenas unos 200 años en las sociedades europeas influenciadas por la filosofía de Epicuro o Hedonismo, la cual defiende el disfrute máximo de la vida y de sus placeres, mientras que en el Nuevo Testamento, la felicidad siempre ha estado relacionada con la fe en Dios y  la promesa de Jesús sobre la vida eterna en el Reino de los Cielos.

El término moderno “felicidad” tiene las siguientes definiciones (diccionario Larousse):
1. Estado de ánimo de quien recibe de la vida lo que espera o desea.
2. Sentimiento de satisfacción y alegría experimentado ante la consecución de un bien o un deseo.
3. Falta de sucesos desagradables en una acción, buena suerte.

Si analizamos bien estas definiciones, se nota que lo que describen son satisfacciones o alegrías momentáneas que aparecen y desaparecen de vez en cuando, y que apenas duran unos instantes.
Por el contrario, la verdadera felicidad es un estado del alma duradero o una actitud hacia la vida, caracterizada por amor, paz y tranquilidad interior que llenan de regocijo al corazón.

Alguien que no posea paz, amor y calma en su corazón, no puede ser una persona feliz.
Pregunto al lector: ¿Cómo puede alguien ser feliz si siente: rencores, envidias, angustias, preocupaciones, remordimientos, desesperación, conflictos, pesadumbres, inquietudes, etc?
Supongo que ustedes estarán de acuerdo conmigo, en que alguien así y que no crea en Dios,  es sencillamente imposible que pueda ser feliz.

Por eso, únicamente Dios con su inconmensurable amor y misericordia es capaz de concedernos la  paz, el amor y la calma en el alma, que todos necesitamos para sentir la verdadera felicidad, aunque sea por algunos períodos de la vida.

No debemos olvidar que Dios por su Gracia ha dispuesto desde la Creación del universo, que los seres humanos exclusivamente durante el corto período de la infancia, podamos experimentar ese maravilloso estado espiritual de felicidad, que caracteriza a todos los niños del mundo.

Con el transcurso del tiempo al dejar de ser niños y convertirnos en personas adultas, en nuestra conciencia y vida espiritual se van despertando nuevas pasiones y estados de ánimo, que terminan por debilitar la paz y la tranquilidad interior de antes, y así se da inicio a nuestra agitada y alterada edad adulta.

TODO en nuestra vida depende de Dios nuestro Creador y Señor, porque Él nos ha creado y nos ha insuflado su espíritu en nuestro cuerpo de carne y huesos, es por eso que nuestra alma está hecha a imagen y semejanza suya. Por medio del Espíritu Santo, Dios y el Señor Jesucristo obran directamente sobre el alma humana y de esa manera pueden intervenir en nuestras vidas.

La sociedad materialista actual, debido a la gran influencia del afán por disfrutar al máximo todo lo que las empresas le ofrecen, se ha entregado al consumo y a los placeres, para alcanzar la felicidad, cuando en realidad lo que hacen es perseguir el viento, como dijo Salomón en Eclesiastés, ya que así nunca la encontrarán.
De ese modo, la mayoría de la gente ha dejado de creer en Dios, para creer en esa falsa ilusión de la felicidad, que los medios de comunicación les ha metido en sus cabezas, a través del apabullante machaqueo de la publicidad.

Los cristianos seguimos creyendo y esperando en nuestro Señor Jesucristo, apoyados firmemente en nuestra fe y esperanza de que la promesa de vida eterna en el Reino de los cielos, se hará realidad cuando llegue el Tiempo de Salvación, escogido por Dios Padre.

San Agustín, hablando sobre la felicidad escribió: «La vida que es digna de ser llamada así, no es más que una vida feliz. Y no será feliz, si no es eterna.»

Jesús dijo, «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10, 10

Esa vida en abundancia que nos promete Jesucristo, solamente puede ser la vida eterna en el Reino de los Cielos.
Y de eso, yo en lo personal, no tengo la menor duda.

Crees que esta vida mortal llena de angustias, fatigas y enfermedades, es lo único que nuestro eterno Dios de Misericordia y Amor nos puede ofrecer?

Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima. 1. Corintios 15, 19

Verdaderamente crees, que Dios nos ha creado solamente para vivir, procrear y morir en este mundo cruel y finito, así como ha creado con ese destino a todos los animales que habitan en la tierra? Como creyente cristiano que soy, yo no lo creo.
Por el contrario, creo firmemente en Dios, en nuestro Señor Jesucristo y en su grandiosa promesa de vida eterna para todo aquel que crea en él. Jesús nos enseñó y nos otorgó el privilegio de considerarnos dignos de ser hijos de Dios, porque Dios nos ha creado con un cuerpo y con un alma inmortal, y por lo tanto, los seres humanos nacemos en este mundo para que después de vivir esta vida terrenal, pasemos a vivir la vida nueva y eterna, como grandioso destino definitivo.

Para Dios lo más valioso e importante del ser humano es su espíritu o alma inmortal y no el cuerpo mortal, el cual se va deteriorando con el transcurso del tiempo y finalmente muere. Un cuerpo sin vida, es decir un cadáver, no le interesa a nadie y mucho menos a Dios.

El alma viviente e inmortal que llevamos dentro del cuerpo es lo que más cuenta para Dios, y así mismo debería ser tambien para nosotros, pues el alma espiritual es nuestra propia existencia y nuestro ser. Al cuerpo humano lo podríamos comparar con un envase de carne y huesos que contiene el alma espiritual, así como un envase de vidrio contiene un perfume caro.
¿Qué tiene más valor para nosotros: el perfume o el envase de vidrio? Es evidente que el perfume es lo más valioso.

El cuerpo humano hace el papel de envase y el alma eterna es su contenido espiritual. Dios sabe muy bien que los seres humanos estamos constituídos de un cuerpo de carne y un espíritu eterno.
Sin embargo, la mayoría de los cristianos de hoy, no hemos querido creer y aceptar que somos en realidad un alma espiritual que habita en un cuerpo de carne y huesos, así como lo enseñaba San Agustín de Hipona en su tratado sobre la morfología humana.

El apostol Pablo creyó y aceptó la existencia del espíritu humano inmortal, a quien él llamó el “hombre interior” para diferenciarlo del hombre exterior o el cuerpo humano que vemos y tocamos.
Como consecuencia de su gran fe en el Señor, Pablo se apoderó de la promesa de la vida eterna en el Reino de los cielos, y albergó en su corazón con mucho fervor, esa gran esperanza de vivir eternamente junto a Jesucristo en los Cielos. Es por eso que Pablo en su primera carta a los Corintios les dice, que si esperan en Cristo Jesús solamente para esta vida terrenal, son las personas más dignas de lástima, por desaprovechar la vida eterna que el Señor Jesucristo nos está ofreciendo.

Jesucristo desde su venida al mundo hace ya más de 2000 años, cuando abrió las puertas del Reino de los Cielos para toda la humanidad, le promete la vida eterna a cada creyente cristiano por su gran Gracia y su gran amor eterno.

Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?…  Juan 11, 25-26

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

“Ustedes, pues, oren de esta manera: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” Mateo 6, 9-10

Sin duda alguna, rezar el Padre Nuestro es un gran privilegio de los creyentes cristianos, porque además de ser la oración perfecta que nos dejó nuestro Señor Jesucristo, está también llena de amor y de divinidad. Es corta y al mismo tiempo es muy completa, pues en ella nos referimos a las necesidades materiales y espirituales más primordiales, que cualquier ser humano requiere para vivir, como son el alimento de cada día y las virtudes básicas para todo creyente: la fe, el amor, el perdón y la esperanza.

Llamar a Dios nuestro Padre es una forma de expresarle nuestro afecto de hijo y de reconocerlo como Padre Celestial por la Obra y la Gracia de Cristo Jesús.

Únicamente el Señor Jesucristo, por ser el Hijo de Dios que descendió de los Cielos y se hizo hombre, pudo haber dicho esta grandiosa afirmación para toda la humanidad: Que estás en los cielos.
Antes de la venida de Jesús como el Mesías o el Cristo anunciado en el viejo Testamento, durante siglos el pueblo de Israel solamente pudo creer e imaginarse que Dios estaba en los cielos, puesto que es Jesucristo quien confirma esa gran verdad, por primera vez en la historia de la humanidad.

Dios está en el cielo, esa es su morada. La Casa del Padre es por tanto nuestra patria celestial en la que Jesús nos prometió recibirnos, cuando seamos llamados a vivir eternamente junto a Él.
Cuando el creyente ora diciendo Padre nuestro que estás en los cielos, manifiesta su fe, su anhelo y su esperanza de que después de morir, irá a esa “morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos”, así como lo dice el apostol Pablo en 2 Corintios 5, 1.

En las peticiones y las súplicas nos invita el texto a anteponer lo espiritual a lo material, las cosas del cielo a las cosas materiales de la tierra. Así lo enseña el mismo Jesús cuando dice: “buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”(Mateo 6, 33).

En la oración del Señor, la humildad se muestra en el reconocimiento de nuestras propias faltas ante Dios al rezar Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y en nuestro sometimiento a Dios y a perdonar a los demás, admitimos que con nuestros propios esfuerzos nada podemos alcanzar, sino con el poder y la ayuda de Dios.

El Padre Nuestro por ser la oración más perfecta, completa y divina que un cristiano puede rezar, hagamos todo lo posible de hacerlo tomando conciencia de cada una de sus frases y de su significado, recordando siempre, que es un precioso legado personal de nuestro Señor Jesucristo para cada uno de nosotros.

El amor a Dios y el amor a sí mismo son los motivos más excelentes para perdonar y pedir perdón.

Antes sed los unos con los otros benignos, misericordiosos, perdónandoos los unos a los otros, como también Dios os perdonó en Cristo. Efesios 4, 32

Perdonar a los que nos lastiman y maltratan con palabras o con hechos es también un arte que es necesario aprender en la vida. Es cierto, que es un arte muy complejo y difícil, debido a que pertenece al mundo interior de nuestras pasiones, pensamientos y emociones que desconocemos totalmente. Y en virtud de que en la escuela no nos enseñan nada sobre ese mundo emocional, es entonces a través de nuestros conflictos personales y malas experiencias en el trato con los demás, como aprendemos a reconocer los errores cometidos y las reacciones negativas que hemos tenido hacia ellos.

La vanidad, el orgullo, el rencor, el odio, la envidia y los prejuicios son algunas de esas pasiones negativas del ser humano, que como obstáculos se interponen en nuestro camino hacia la paz interior y la felicidad duradera, que todos anhelamos alcanzar algún día, si deseamos vivir una vida plena y con sentido.

Jesucristo, en su célebre consejo en relación a que no deberíamos de juzgar a los demás, se refiere claramente a los grandes obstáculos interiores que tenemos y que no nos permiten ni razonar ni ver adecuadamente:
«No juzguen para que no sean juzgados. Porque con el juicio con que ustedes juzguen, serán juzgados; y con la medida con que midan, se les medirá. «¿Por qué miras la pelusa que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? Mateo 7, 1-3

Todos conocemos ese famoso refrán que dice: « Errar es humano », es decir, todos sin excepción cometemos errores, pero en realidad más humano todavía, es echarle la culpa a los demás.

De esas pasiones, el rencor y el odio que sentimos hacia alguien que nos ha lastimado y a quién no hemos perdonado, se convierten con el tiempo en una pesada carga o una hiriente espina que se arraiga en nuestro corazón, causándonos en secreto inquietud y pesadumbre.

El significado original de perdonar en latín es regalar a un deudor la deuda que tendría que pagar al acreedor, por lo tanto, el perdón es un regalo que se hace.

Ahora bien, como creyentes cristianos que somos, y quienes hemos recibido por Gracia y Misericordia de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, su amor eterno y el perdón de nuestros pecados (o deudas) sin haberlo merecido, todos nosotros le debemos a Dios amor, obediencia y reverencia.

Así como dijo San Juan de la Cruz « El amor sólo con amor se paga », nuestro amor a Dios debería ser el primer gran motivo para perdonar a cualquiera que nos ofenda.
El segundo gran motivo para perdonar consiste en hacerlo por amor a uno mismo, porque al perdonar nos liberamos de la desagradable carga del resentimiento y del odio que nos agobia, y en consecuencia, el perdón viene a ser también un regalo que nos hacemos a nosotros mismos.

Es por esto entonces, que al perdonar y al pedir perdón, ese magnífico acto se convierte en una gran bendición, por ser un regalo múltiple: regalo para Dios, para uno mismo y para el ofensor.

El apóstol Pablo demostró con su vida ejemplar y fecunda, que el sufrimiento es una bendición disfrazada de Dios.

« Pero el Señor le dijo: Ve, porque él me es un instrumento escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre.» Hechos 9, 15-16

Los creyentes cristianos sabemos por experiencia, que también nosotros tenemos que cargar ciertas cruces en esta vida llena de penas y aflicciones. Ahora bien, lo importante es tener presente, que algunas de esas cruces provenientes de la mano soberana de Dios, son en realidad bendiciones disfrazadas, es decir, problemas o enfermedades las cuales parecen ser desgracias, que pueden traernos beneficios inesperados.

La vida del apóstol Pablo fue realmente excepcional y admirable, en primer lugar, por el cambio radical de su forma de ser y de pensar que experimentó, después de su encuentro personal con el Señor Jesucristo resucitado en el camino a Damasco.
Pablo, quien por ser un judío muy ortodoxo, cambió de ser un enemigo y perseguidor  de cristianos, a ser el más grande y fecundo predicador del Evangelio de Cristo Jesús en la antigüedad.
Ese cambio en su personalidad y en su nuevo comportamiento ahora a favor de los cristianos, le trajo como consecuencia el odio y el rechazo por parte de sus antiguos conocidos, amigos y colegas judíos, quienes trataban de apresarlo y matar por considerarlo un traidor a la fe hebrea del pueblo de Israel.
Esa fue su primera cruz de aflicción: vivir en permanente peligro y persecución.

En segundo lugar por sus problemas de salud, puesto que Pablo sufría de alguna enfermedad que le causaba mucho sufrimiento, y que en su segunda carta a los Corintios, el mismo Pablo la llamó « un aguijón en mi carne »:
Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;
2 Corintios 12, 7
Esa enfermedad fue su segunda cruz de aflicción, que Pablo tuvo que cargar hasta el día de su muerte.

Y a pesar de sus grandes aflicciones, el apóstol realizó una enorme y trascendental obra de evangelización, logrando predicar el mensaje de Jesucristo en la mayoría de las naciones mediterraneas e interpretar magistralmente las sagradas escrituras, de modo que la gente sencilla y analfabeta la pudieran comprender.

Si nos fijamos en la siguiente frase del versículo arriba mencionado de Hechos 9, 15-16: porque yo le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre, dicha por el Señor Jesucristo a Ananías, notamos claramente que los  agobiantes sufrimientos padecidos por Pablo como predicador, fueron percibidos y aceptados por el apóstol como beneficiosos y útiles en su tarea de gran misionero evangelista, dado que el mismo Pablo lo afirma años después en su carta a los Corintios: para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente.

Estos episodios de la vida de Pablo nos demuestran una vez más, que Dios aplica a los creyentes determinadas pruebas o cruces que nos dan la impresión de ser unas desgracias, pero que en el fondo son más bien beneficiosas para nuestra alma inmortal y nuestra salvación eterna.

En nuestra relación íntima con Dios, recordemos que el sufrimiento corporal tiene un efecto ESPIRITUAL beneficioso para el alma humana. Si Dios nos disciplina por medio de diversas pruebas en la vida terrenal, es con el propósito final de conducir nuestra alma hacia la vida eterna en el Reino de los Cielos, es decir, para salvación eterna.