La fe cristiana en tiempos de los medios audiovisuales y de las apariencias omnipresentes, que falsean la realidad constantemente.

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos (acciones) los conoceréis. Mateo 7, 15

Hoy más que nunca vivimos atrapados en las apariencias, debido a la omnipresencia de los medios audiovisuales que nos acosan y atraen nuestra atención, y por estas razones, lo que vemos en las pantallas parece ser la realidad, pero NO lo es, lamentablemente.

Es posible que muchos de ustedes aún no sepan, que desde hace por lo menos 15 años, se pueden manipular y alterar fácilmente videos y audios originales, por medio de computadores especiales. Por lo tanto, ni siquiera se puede confiar en los videos y películas que son colocados en internet.

Los medios audiovisuales llaman fuertemente la atención porque producen en el público una gran excitación visual y auditiva, causados por los incesantes sonidos y imágenes, los cuales penetran directamente por los ojos y oidos, aunque no siempre los deseamos recibir, como por ejemplo la propaganda comercial.
La propaganda, videos y películas son diseñados y elaborados por empresas comerciales, solamente para atraer la atención y para crear nuevos deseos y necesidades en los televidentes. De esa forma astuta y engañosa nos motivan a comprar algún producto, y nos inducen a creer que es verdad lo que ellos nos muestran con escenas fingidas y diálogos estudiados y además, que esos videos forman parte de la realidad. La gran mayoría del contenido de lo que nos muestran los medios de comunicación y las redes sociales es ficticio.

En las sociedades de consumo y altamente dominadas por las apariencias, todo lo esencial del ser humano que no podemos percibir con los ojos, como son los sentimientos, pensamientos, intenciones, anhelos, emociones, temores, preocupaciones, tristezas, aflicciones, etc; es decir, su vida espiritual interior, nos importan poco o nada, puesto que estamos ya acostumbrados a rendirle culto a las apariencias. Esto es debido a que desde hace 50 años, nuestra sociedad de consumo está más orientada al TENER que al SER, y sin darnos cuenta, hemos adoptado la siguiente manera de pensar: yo soy lo que tengo y el que nada tiene, no es nadie.

Todo lo relacionado con la fe en Dios, el amor espiritual y la esperanza cristiana forman parte de nuestro SER interior o alma que es inmortal y eterna, mientras que todo lo material que poseemos, forman parte de las apariencias, que como muy bien sabemos: engañan y cesan con el tiempo.

De esta situación se nota claramente, que entre las actitudes de TENER y de SER existe una interacción natural antagónica, es decir, de rivalidad: cuando una actitud es fortalecida, la otra es debilitada. Esta es solamente una de las muy diversas explicaciones de la falta de interés por la religión y de la drástica reducción en la membresía activa de feligreses en las iglesias cristianas tradicionales, que se observa en las sociedades de consumo de los países industrializados.

El Señor Jesucristo nos lo dijo con su célebre advertencia: «Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas”. (Mateo 6, 24)

En consecuencia, los creyentes cristianos debemos elegir de manera muy consciente y voluntaria, entre esas dos actitudes de vida: TENER o SER.

Este aspecto de la influencia de los medios sobre nosotros, es muy necesario tomarlo en cuenta de forma consciente, pues sería una verdadera lástima permitir por pura distracción e ingenuidad, que nos desvien la atención de nuestra relación personal con Dios y de nuestras auténticas necesidades espirituales.

Desde que los teléfonos inteligentes aparecieron en el mercado, la influencia de los medios sobre nosotros se ha intensificado aún más, y estamos sujetos a una distracción casi permanente de nuestras necesidades espirituales y de nuestra propia alma.
La verdadera felicidad habita en el alma humana y no fuera de nosotros, y sin embargo, es allí en lo exterior donde todos la hemos estado buscando sin éxito.

San Agustín de Hipona también estuvo buscando la felicidad fuera de sí y fue tras ella; pero en un momento de lucidez, se dio cuenta que la tenía dentro, muy dentro de su propia alma, hasta llegar a exclamar lo siguiente:

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por Ti.
Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo.
Me retenían lejos de Ti todas las cosas, aunque, si no estuviesen en Ti, nada serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste y pusiste en fuga mi ceguera.
Exhalaste tu perfume y respiré y suspiro por Ti.
Gusté de Ti y siento hambre y sed.
Me tocaste y me abraso en tu paz.

Para concluir deseo recordarles, que lo que ustedes sienten en su corazón, es la verdadera realidad de su alma, lo cual es lo más valioso y trascendente. Los pensamientos son inestables, o pueden cambiar e incluso ser cambiados fácilmente por la influencia de los medios y de las modas.
Nuestra intuición es la capacidad natural, que nos puede ayudar a identificar y a distinguir entre las verdades espirituales de las apariencias engañosas.  

Tanto la simpatía como la discordia entre las personas, son también fenómenos espirituales dirigidos por Dios.

Pero Dios envió un espíritu de discordia entre Abimelec y los habitantes de Siquem, y éstos traicionaron a Abimelec. Jueces 9, 23

Esto dice Yahvé: “Ese día, te vendrán ideas al espíritu y tendrás en la cabeza malas intenciones”. Ezequiel 38, 10

Dios hizo que él se ganara el afecto y la simpatía del jefe de los eunucos. Daniel 1, 9

En las Sagradas Escrituras está escrito en muchos pasajes y versículos, que Dios influye sobre la conducta y el comportamiento de los seres humanos, sin darnos cuenta porque su influencia es imperceptible.
Les hago a mis estimados lectores esta pregunta: Si nos dejamos influenciar de manera fácil y consciente de otras personas o de los medios de comunicación en lo que hacemos a diario, ¿el Dios amoroso y nuestro creador, no creen ustedes que también lo hace para la salvación de nuestra alma? Pues, claro que sí!

El filósofo francés Félix Le Dantes, en su famosa cita lo dice de forma clara: “El ser humano es una marioneta consciente que tiene la ilusión de la libertad”.
Actualmente en la sociedades de consumo en que vivimos, podemos fácilmente comprobar esa realidad de la enorme influencia que poseeen la publicidad, los medios de comunicación, las estadísticas y las modas sobre nuestras vidas:
1) casi todos nos vestimos de la misma manera con los trajes y vestidos que imponen las modas.

2) hablamos sobre los mismos temas que los medios han escogido como informaciones de actualidad y de las películas o documentales.

3) A través de estadísticas y noticias manipuladas, los medios crean e inducen el miedo en la sociedad, para persuadir al público a comportarse de una manera que los políticos desean y les conviene.

La gran diferencia entre la influencia que ejercen los otros individuos sobre nosotros y la influencia que ejerce Dios, es que el Padre celestial lo hace por amor a nosotros y por la salvación eterna de nuestra alma, mientras que los demás lo hacen por simple interés económico o político.

En el primer versículo de arriba, está escrito que Dios envió un “espíritu de discordia entre Abimelec y los habitantes de Siquem«. Esto explica y confirma sin duda alguna, que Dios interviene directamente de modo invisible y sin percatarnos en nuestra dimensión espiritual, compuesta por los pensamientos, la conciencia y la voluntad, para que obremos en la manera determinada previamente por Él.

El fenómeno de la discordia o altercado se presenta también a veces entre parejas casadas, los enamorados, los amigos, etc; es decir, personas que se aman y se entienden muy bien. La experiencia de la discordia es desagradable y enojosa porque nos hace pasar malos ratos, además nos altera y nos quita la serenidad acostumbrada, puesto que es imprevisible e involuntaria. No se sabe cuándo va a suceder ni dónde, tampoco se sabe la causa exacta que la desencadena ni cómo controlarla. Es algo inexplicable, pero es igualmente la soberana voluntad de Dios.

El otro fenómeno espiritual es el de simpatizar o congeniar con alguien. Lo misterioso del congeniar es que simpatizamos más con determinadas personas que con otras, así como también existen relaciones que funcionan bien y otras que no prosperan y se acaban poco tiempo después.

La palabra congeniar proviene del latín y está formada por el prefijo con-, que expresa la idea de encuentro o de reunión, y la palabra genius con la que llamaban los antiguos romanos a un tipo de espíritu. En consecuencia, congeniar significa en latín: encuentro de espíritus.

Por lo tanto, el Espíritu Santo de Dios, en su divina acción sobre el alma humana, igualmente interviene para que las personas se unan, se encuentren y establezcan relaciones de amor y de fraternidad.

En estos tiempos modernos en que el materialismo y la negación de la existencia de Dios predominan en las universidades y centros de investigaciónes científicas, los profesionales universitarios intentan con mucha mediocridad, explicar la inclinación afectiva y amistosa entre personas con absurdos argumentos de biología y de química, en vez de aceptar y reconocer que la simpatía y la discordia son efectívamente fenómenos espirituales.

Es por esa razón, que en los últimos años se ha puesto muy de moda la siguiente expresión popular para describir “científicamente” la simpatía con la palabra: química.

En la Web se encuentran los consejos y opiniones de supuestos “expertos” en psicología sobre ese tema, que les harán reír por la cantidad de disparates y absurdos inventos que publican allí.
Como ejemplo les adelanto estas dos muestras: ¿Cómo tener química con alguién? y  ¿cómo mejorar la química entre las parejas?.

En lo que respecta a mi, confío de manera plena y absoluta en las Sagradas Escrituras, escritas hace miles de años por hombres escogidos e inspirados por Dios, en las cuales está revelada la verdad divina para la humanidad. El contenido de la Biblia continúa estando vigente y actual para nuestros tiempos, porque la Palabra de Dios es eterna y no pasará de moda nunca.

En Internet cualquier individuo desconocido, puede colocar y subir libremente el material de informaciones y los documentos que le de la gana, sin níngún tipo de verificación ni control sobre su autenticidad ni tampoco sobre si es verdad o mentira. Ni siquiera se puede confiar en la plataforma de Wikipedia para escribir tesis de grado o de investigación, porque es también libre y cualquiera podría colocar textos allí que no necesariamente se ajustan a la verdad.

El Reino de Dios en los cielos, ¿será el Reino del amor espiritual?

Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo el que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él. 1. Juan 4, 7-9

¿Se pueden ustedes imaginar vivir eternamente en un universo espiritual, donde nuestra alma sienta siempre la experiencia maravillosa y única de estar enamorado?
Para el creyente cristiano es bueno y conveniente pensar en las futuras alegrías del Reino de los cielos, prometido por el Señor Jesucristo, porque eso nos ayuda a reafirmar y fortalecer nuestra propia esperanza.
Aún cuando el Reino de los Cielos es un misterio divino que los seres humanos nunca podremos descifrar, sí podemos hacer sobre ese lugar unos ejercicios con nuestra imaginación.

El origen y la fuente del amor espiritual es Dios, porque Dios es amor, tal como lo afirma San Juan en su primera carta. Entonces, si Dios es amor, es lógico suponer que en el Reino de Dios, todo está inspirado y conducido por el amor.

Todos los que hemos vivido la experiencia del enamoramiento alguna vez, sabemos que es un sentimiento excelente, bello y muy agradable, el cual ha sido descrito incluso con la expresión: estar en el séptimo cielo. Esta expresión, por cierto, tiene su origen en las teorías del astrónomo greco-egipcio Tolomeo, que pensaba que el universo se dividía en varios cielos, el séptimo era el último al que el hombre podía llegar tras alcanzar la perfección.

El amor espiritual por ser de origen divino, es perfecto en sí mismo. Esta extraordinaria cualidad del amor verdadero, le sirvió a San Agustín de fundamento e inspiración para escribir su célebre recomendación a la humanidad: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; que en el fondo de tu corazón está la raíz del amor, pues de esta raíz lo único que puede salir son cosas buenas.”

Dejemos inspirarnos por el amor en nuestra búsqueda de la felicidad mientras vivamos aquí en este mundo cruel, y también, para ejercitar nuestra imaginación sobre la vida eterna.

El ser humano fue creado por Dios para la felicidad eterna.

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16, 33

La esperanza es una de las virtudes o facultades humanas más importantes para la vida. Y sin embargo, la mayoría de la gente no está tan consciente de lo esencial que es para nuestra vida diaria. Esperanza significa: el acto de esperar algo que NO se ve, porque es un acontecimiento en el futuro.
La gran relevancia de la esperanza consiste en que es el estímulo espiritual que nos da el aliento, la fortaleza y el vigor necesarios, para alcanzar una meta o un objetivo que nos hemos propuesto.

Las acciones humanas dependen de tener fe y esperanza, cuando decidimos emprender cualquier actividad afanosa y compleja que implica riesgos. ¿Quién va a navegar en alta mar o a casarse o a engendrar hijos, o a lanzar semillas sobre la tierra para la siembra y no está confiando y esperando siempre que todo le va a salir bien?
Por consiguiente, son la esperanza y esa fe que confía en el futuro las que sustentan y amparan la vida en cualquier situación de desenlace dudoso.

Si la vida en este mundo es el mejor ejemplo de un largo y penoso proceso de etapas laboriosas, duras y complejas, ¿no es mucho mejor confiar y esperar en Dios que en lo demás?
El Señor Jesucristo, siempre con la verdad en sus Palabras y sus actos, enseñó y advirtió a sus discípulos y al pueblo que lo escuchaba, en relación con la dura vida en este mundo, diciéndoles: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”.

La vida en sí misma, consiste en una lucha por satisfacer necesidades y aspiraciones: unas necesidades materiales en el mundo visible exterior y otras necesidades espirituales en nuestra alma. Es decir, que cada uno de nosotros está luchando en dos arenas o frentes simultáneamente, y como si eso no fuera suficiente, la lucha es, además, constante. De esta situación resulta, entonces, la dureza que caracteriza la vida.

Precísamente, porque la vida en este mundo es una lucha constante, Jesucristo nos reveló la promesa de vida eterna en el Reino de los cielos, para que por medio de la fe, naciera la gran esperanza en los creyentes cristianos, la cual nos proveerá el aliento, el vigor y la fortaleza que necesitamos para vencer en todas las luchas que nos depare el destino, esperando confiados en la felicidad eterna prometida, después de entregarle nuestro espíritu a Dios, al morir.

Si la vida terrenal es comparada con una lucha, la esperanza cristiana se podría comparar con un barco que nos transporta y nos conduce a nuestra meta final. Basándome en esa visión, escribí la siguiente alegoría náutica:

El amor de Dios, cual viento espiritual inagotable, está soplando siempre. Por eso, para aprovecharlo sólo tenemos que izar las velas de nuestra fe, para que con la viva esperanza como navío, seamos capaces de navegar sin temor alguno en el tempestuoso mar de la vida, rumbo a las playas eternas de nuestra patria celestial.

En las manos de Dios están nuestra vida y nuestro destino.

Mas yo en ti confio, oh Yahveh, me digo: “Tú eres mi Dios!”, en tu mano están mis tiempos; líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores. Salmo 31, 14-15

Si existe una fuente vigorosa de paz y de calma para el alma de un creyente, es aprender a confiar siempre en Dios Padre Todopoderoso y amoroso, porque Él cuida de cada uno de sus hijos en Cristo Jesús. Ahora bien, sabemos que para ser capaz de confiar firmemente en Dios, primero tenemos que creer de manera absoluta en las Sagradas Escrituras, y no tratar primero de razonar lo que leemos en la Biblia, debido a ciertas dudas que nos asaltan de repente, por estar acostumbrados en estos tiempos modernos a comprenderlo todo y a creerlo posible. Pero resulta, que para los seres humanos es y seguirá siendo imposible, comprender los propósitos y planes de Dios.

David, autor de los salmos y héroe admirable de la fe, nos enseña a confiar en Dios plenamente, cuando en sus ruegos a Dios, dejó para la posteridad frases como: Tú eres mi Dios, en tu mano están mis tiempos.

Igual que la mayoría de los creyentes, también yo he aprendido poco a poco a confiar en Dios.
Al mirar hacia atrás en el transcurso de mi vida, noto claramente que Dios me ha guiado y acompañado durante todos mis tiempos, incluso durante los muchos años en que me aparté y me olvidé de Él; y ahora con gusto puedo testimoniar, que a pesar de mi rebeldía temporal, el Espíritu Santo estuvo cuidando de mi y de los míos, tanto en los malos tiempos como en los buenos.

Nuestra propia historia de vida, al contemplar en su conjunto el tiempo vivido, nos puede ayudar a reafirmar y consolidar nuestra fe, al comprobar que Dios efectivamente ha gobernado e intervenido en nuestras vidas.

A continuación voy a insertar un par de textos selectos de un sermón, que el predicador inglés Charles H. Spurgeon predicó sobre este mismo tema en su Iglesia en Londres en 1891 y que tiene como título “En tus manos están mis tiempos”. Considero a Spurgeon el más brillante y prolífico predicador europeo del siglo 19:

La gran verdad es esta: todo lo que concierne al creyente está en las manos del Dios Todopoderoso. “Mis tiempos,” estos cambian y mutan; pero sólo cambian de acuerdo con el amor inmutable, y se mudan sólo de acuerdo al propósito de Uno en el que no hay mudanza, ni sombra de variación. “Mis tiempos,” es decir, mis altibajos, mi salud y mi enfermedad, mi pobreza y mi riqueza; todas estas cosas están en la mano del Señor, que arregla y asigna, de conformidad a Su santa voluntad, la prolongación de mis días, y la oscuridad de mis noches. Las tormentas y las calmas hacen variar las estaciones según el señalamiento divino. Si los tiempos son alentadores o tristes, a Él corresponde decidirlo, que es Señor tanto del tiempo como de la eternidad; y nos alegra que así sea.

Todas las cosas son ordenadas por Dios, y son establecidas por Él, de conformidad a Su sabia y santa predestinación. Cualquier cosa que ocurra aquí, no ocurre por azar, sino de acuerdo al consejo del Altísimo. Los actos y las acciones de los hombres aquí abajo, aunque son dejados enteramente a sus propias voluntades, son la contraparte de lo que está escrito en el propósito del cielo.

¡Quédate tranquilo, oh hijo, a los pies de tu grandioso Padre, y deja que haga lo que le parezca bien! Cuando no puedas comprenderlo, debes recordar que un bebé no puede entender la sabiduría de su progenitor. Tu Padre comprende todas las cosas, aunque tú no puedas: que Su sabiduría te baste. Podemos dejarlo todo allí sin ansiedades, puesto que está en la mano de Dios; y está donde será realizado hasta una conclusión exitosa. Las cosas que están en Su mano prosperan. “En tu mano están mis tiempos,” es una garantía que nadie puede perturbarlos, o pervertirlos o envenenarlos. En esa mano descansamos tan seguramente como descansa un bebé sobre el pecho de su madre.

“El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.” Juan 6, 63

Esta es una enseñanza clara e incuestionableque el Señor Jesucristo dejó como testimonio a los cristianos y a toda la humanidad, en primer lugar, de que nuestra naturaleza como seres humanos, está compuesta de un espíritu o alma inmortal y un cuerpo de carne; y en segundo lugar, que el espíritu humano es el que le da vida a nuestro ser, y que en consecuencia, es nuestra alma espiritual lo más valioso e importante de nuestra existencia terrenal, por haber sido creada por Dios para vivir eternamente. La carne del cuerpo humano, por el contrario, no está hecha para la vida eterna, ya que inevitablemente se enferma, envejece y al morir se pudre.

La doctrina materialista, la cual niega la existencia del alma espiritual y su inmortalidad, ha tomado tanto auge entre los académicos, intelectuales, científicos y filósofos desde hace 150 años, que actualmente se encuentra muy arraigada en los programas de estudio de las universidades, centros de formación profesional y escuelas de bachillerato en el mundo occidental.

Es difícil de creer y penoso de aceptar el hecho, de que también las facultades de teología y los seminarios de las iglesias católicas y protestantes, lamentablemente se han dejado influenciar demasiado por esa filosofía materialista, lo cual se conoce en la literatura académica como el proceso de secularización, el cual consiste en la transformación que ha vivido la iglesia como institución religiosa, que ha pasado de dedicarse a su misión esencialmente espiritual a ocuparse en campos de actividades mundanas o materiales. La secularización en las iglesias ha traído graves consecuencias a sus teólogos y al personal de sacerdotes, entre las cuales están: dudas en su vocación religiosa, la razón ha sustituido en gran parte a la fe en Dios, declinación en la creencia de la Palabra de Dios y debilitamiento del compromiso con el verdadero Evangelio.
Tan seria es la situación, que existen ya teólogos modernos que son ateos!

Desde hace muchísimo tiempo en las iglesias tradicionales no se habla ni se escribe de manera entusiasta y abierta en los sermones y en las publicaciones periódicas, sobre la promesa de vida eterna y el Reino de los Cielos, sobre la maravillosa esperanza viva cristiana, sobre el Espíritu Santo que vive y obra siempre entre nosotros, sobre la existencia del alma espiritual y su inmortalidad y ni mucho menos, sobre nuestra propia espiritualidad como hijos de Dios que también somos. Esta realidad es muy lamentable, pero es así.

Estas son precísamente algunas de las causas de la enorme crisis por la que están atravezando las iglesias tradicionales, que ha provocado el éxodo de millones de sus creyentes hacia las iglesias evangélicas y otras denominaciones cristianas.

Yo en lo personal, que fui criado y educado como católico en mi familia, que estudié el bachillerato en colegios jesuítas y maristas, y que trabajé como catequista durante mis estudios, estoy decepcionado completamente de la iglesia católica por estas y muchas otras razones.

Es por eso que hoy más que nunca, una tarea indispensable del creyente cristiano es la de leer la palabra de Dios, tal cual como está escrita en la Biblia, y no conformarse con las interpretaciones, comentarios y explicaciones de su significado, que la mayoría de los teólogos, pastores y sacerdotes modernos tanto católicos como protestantes han estado difundiendo desde el siglo pasado.

Y algo aún más importante, es tener siempre presente que el Señor Jesucristo desea estar en nuestros corazones y mantener una relación personal con nosotros, porque como Hijo unigénito de Dios es nuestro único mediador ante Dios Padre, por lo tanto, no necesitamos para nada ningún intermediario humano, ni ser miembros formales de una iglesia.

La fe es creer lo que no vemos, y la recompensa de esta fe es ver lo que creemos.

Frase de San Agustín de Hipona

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hebreos 11, 1

En esta oportunidad y con la ayuda de un ejemplo concreto, voy ilustrar una de las numerosas maneras, de cómo la fe en Dios obra en la vida de los seres humanos y los hace capaces de vencer el efecto paralizador de las dudas y del miedo, el cual nos impide encontrar soluciones a los problemas, seguir adelante y, a la larga, disfrutar de la vida como nos gustaría.

Poco se conoce sobre la señal o el indicio, en que se inspiró Cristobal Colón para concebir la idea de su extraordinaria expedición, que culminó con el descubrimiento del continente americano, el cual era totalmente desconocido para el resto del mundo de aquella época. Lo cierto es que el almirante Colón se inspiró en algunos textos de la Biblia, tanto del viejo como del nuevo Testamento.
En una carta privada enviada por Colón a los Reyes de España al regresar de su segundo viaje al “nuevo mundo” a fines del año 1500, escribe: «Del nuevo cielo y tierra, que decía nuestro Señor por San Juan, en el Apocalipsis, después de dicho por boca de Isaías, me hizo de ello mensajero, y me mostró en cual parte. Ya he dicho que para la ejecución de la empresa de las Indias, no me aprovechó razón, ni matemática, ni mapamundi. Llanamente se cumplió lo que dijo Isaías, y esto es lo que deseo escribir aquí».

En realidad, Colón fue una persona muy creyente y conocía bien las Sagradas Escrituras, puesto que él descendía de una familia judía sefardita que se había convertido al cristianismo dos o tres generaciones antes de su nacimiento, en 1451.

Las grandes proezas o hazañas realizadas en la historia universal, por la iniciativa de una sola persona, como la de Cristobal Colón, no es posible llevarlas a cabo sin tener una gran fe que llene al individuo de entusiasmo, voluntad, coraje, valentía y perseverancia, cualidades indispensables estas de esos héroes, que emprendieron en su tiempo algo considerado como imposible.

Antes del viaje precursor de Colón, imperaba un miedo generalizado entre los navegadores europeos más experimentados de emprender la travesía del océano atlantico, debido a muchas dudas, riesgos de fracaso y peligros de muerte que implicaba la aventura de atravezar el inmenso mar:
– Miedo a las enormes olas, a las tormentas, a la falta total de viento, a perder el rumbo.
– Miedo de los tripulantes a perderse en la inmensidad, a las enfermedades a bordo, a la carencia de agua y de comida, a los monstruos marinos, etc.
– Miedo a la embarcación, de que no fuera suficientemente robusta y no soportara el embate de las olas y del viento.

Por muchos temores, nadie se atrevía a navegar desde Europa hacia el oeste en el océano atlántico, por el miedo de morir en el intento y por considerarlo un viaje sin regreso.
Lo extraordinario e increíble de ese viaje en particular, es que fue un proyecto original de Colón, quién en primer lugar se lo propuso al rey de Portugal, pero a este no le interesó. Después acudió a los reyes de España Fernando e Isabel de Castilla, quienes finalmente aceptaron financiar y proveer las embarcaciones al Almirante.

La lectura de la Palabra de Dios plasmada en la Biblia es el alimento espiritual por excelencia, que le proporciona al creyente cristiano todas las enseñanzas, consejos, recomendaciones prácticas y orientaciones necesarias, para guiar con fe, verdad y sabiduría nuestra vida a través de todas las dificultades, aflicciones, problemas, tormentos, sufrimientos y percances que se nos puedan presentar.

El que habita al amparo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al SEÑOR: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío. Porque Él te libra del lazo del cazador y de la pestilencia mortal, con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio; escudo y baluarte es su fidelidad. Salmo 91

La vida secreta que llevamos es nuestra verdadera realidad, y no esa que aparentamos ante los demás.

En Dios solamente espera en silencio mi alma; de él viene mi salvación.
Salmo 62, 1

Cada uno de nosotros lleva dos vidas: una vida espiritual secreta y la vida pública vista y conocida por los demás, llena de franqueza relativa y relativa falsedad. Esta es una característica natural de los seres humanos, la cual se explica por nuestra morfología única, por estar el humano compuesto de un alma y un cuerpo.
Todo lo precioso, verdadero y secreto de nosotros que guardamos en el fondo de nuestra alma, está oculto a los ojos de la gente. En cambio, todo aquello que forma parte del trato convencional de cortesía, en el que están incluídas las apariencias, fingimientos y mentiras, eso lo hacemos delante de todo el mundo.

Todos sin exepción, se comportan de esa misma manera y cada persona vive su verdadera vida en secreto, en consecuencia, no deberíamos tampoco creer en lo que vemos de la gente.

Sin embargo, nunca olvidemos que Dios es el único que conoce nuestra cámara más secreta del alma, puesto que Él y el Espíritu Santo pueden ver directamente nuestra alma, como si nuestros cuerpos fueran de vidrio. Por esa razón, a Dios no lo podemos engañar, ni tampoco le podemos ocultar nuestra verdadera realidad, representada fielmente por la vida secreta que llevamos.

El gran escritor francés Victor Hugo escribió la siguiente cita: “El cuerpo humano es sólo apariencia y esconde la verdadera realidad. La realidad de lo que somos es el alma”; la cual es una acertada afirmación que nos puede servir para recapacitar, sobre la persistente costumbre de dejarnos guiar solamente por las apariencias de la gente y de aceptarlas como su verdadera e indiscutible realidad, sin antes conocerlas bien.

Ahora bien, si ni siquiera podemos confiar plenamente en las apariencias que vemos de las personas que tratamos a diario, me pregunto: ¿cómo es posible que lleguemos a creer y a considerar como la realidad, esas fantasías y las actuaciones teatrales de las películas que miramos en el cine y la televisión?

Sabemos que en las películas y la televisión es puro teatro y que todo es fabricado por la imaginación, desde el texto de los diálogos hasta las escenas y las actuaciones, y sin embargo, muchos salen de los cines creyendo que lo que han visto es realidad, cuando todo es ilusión y entretenimiento.

El apostol Pablo en su carta a los Corintios nos recomienda a los creyentes cristianos, poner toda nuestra confianza en Dios y en su Hijo Jesucristo a quienes no podemos ver con los ojos:

al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2. Corintios 4, 18

porque por fe andamos, no por vista.” 2. Corintios 5, 7

La Biblia nos enseña que existen realidades espirituales que son eternas e invisibles, como por ejemplo:
Dios Todopoderoso, el Señor Jesucristo, el Espíritu Santo, el alma humana y el Reino de los Cielos; verdades espirituales éstas, que somos capaces de percibir íntimamente por medio de la fe, como si las estuviéramos viendo.

Aferrémonos con fe hoy más que nunca a la Palabra de Dios escrita en la Biblia, alimento espiritual y verdad por excelencia, para que nos siga sirviendo de brújula y de guía en nuestro caminar, en este mundo cada vez más lleno de apariencias, falsedad y mentiras.

¿Has pensado en lo inmensos que son el amor, la misericordia y la justicia de Dios, otorgados a cada uno de nosotros?

Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. Efesios 2, 4-5

Con esta reflexión deseo animarte a que dirijas tus pensamientos a Dios, y medites unos momentos sobre el sentido que esta dura vida terrenal tiene para tí, pero sobre todo, para que mantengas siempre presente en tu memoria: el amor, la misericordia y la justicia de Dios hacia la humanidad. 

Cada vez que vemos en los periódicos o en los noticieros las imágenes que nos muestran la magnitud y la continuidad del sufrimiento humano en el mundo, todos nos preguntamos una y otra vez, ¿por qué Dios permite que sucedan tantas guerras, catástrofes naturales, enfermedades, crímenes, hambrunas, violaciones, abusos, injusticias, etc.?

Sobre el sufrimiento humano se puede afirmar que es un factor que nos acompaña día y noche, puesto que nos puede afectar tanto en el cuerpo como en el alma y que forma parte integrante de la vida. Por eso se dice, que en la vida se vive y se sufre.  
La gente lleva haciéndose esa pregunta desde hace miles de años, y si el ser humano lleva tanto tiempo haciéndose la misma pregunta, eso es una prueba evidente de que no puede evitarlo.

Desde la venida del Señor Jesucristo a este mundo hace más de 2000 años, los cristianos sabemos, que todos los seres humanos venimos a habitar esta tierra durante un determinado tiempo como transeúntes que están de paso, y después al morir, dejamos este mundo para vivir eternamente. Esta realidad la anunció Jesús a la humanidad de forma clara y directa, por medio de su promesa de Vida Eterna en el Reino de los Cielos.
Yo me pregunto: ¿Puede nuestra corta existencia en este mundo de muerte, sufrimiento, fatiga e injusticia, llamarse vida realmente?
Según el diccionario, la palabra vida es definida desde el punto de vista biológico como: el tiempo de duración de la existencia de un ser vivo (humano, animal o vegetal) desde su nacimiento hasta su muerte.
Esto significa, que tanto un ser humano como una lombriz, tienen una vida durante su existencia.

Ahora bien, lo que más nos diferencia a los humanos de los animales es el espíritu o alma inmortal, que Dios nos insufló y que constituye precísamente la esencia de origen DIVINO de nuestra existencia como seres humanos. Nosotros somos capaces percibir algunas manifestaciones del alma espiritual que llevamos dentro del cuerpo, y lo más importante es, que el alma constituye la semilla de eternidad, que Dios nos ha concedido únicamente a los humanos como privilegio. En consecuencia, los animales, los vegetales y demás seres vivos tienen una sola vida, y nosotros después de morir, esa misma muerte que tanto tememos, será la puerta de entrada a la vida eterna, esa vida nueva y abundante que Jesús nos ha prometido.

Dios conoce muy bien, y seguramente hasta mejor que nosotros, las duras circunstancias y condiciones de la vida humana en este mundo, es por eso, que llegado el momento histórico justo en la antigüedad, envió al mundo a su Hijo Jesucristo, para el anuncio de la Buena Nueva de la vida eterna.
Cuando Jesús les habló a sus discípulos y seguidores, siempre se refirió al tiempo futuro en sus enseñazas y en sus parábolas, es decir, a la vida eterna y al Reino de los Cielos.

Así como lo escribió y afirmó el apostol Pablo a los efesios, “Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo”, somos nosotros como creyentes cristianos, a los que nos corresponde hoy en día pensar en la misericordia y el amor de Dios, precísamente cuando nos asalten de nuevo las preguntas: ¿Por qué existe el mal y el sufrimiento en este mundo?, o ¿porqué es dura y transitoria esta vida?. Dudas que los seres humanos no podremos jamás responder, y que por lo tanto, tendremos que aceptar sometiéndonos con humildad a la soberana voluntad divina.

Esas preguntas tan importantes sobre nuestra existencia deberían de conducirnos a recordar, que efectivamente Dios en su eterna bondad nos ha prometido la vida eterna, como grandiosa recompensa y compensación para la maldad y el sufrimiento de este mundo.

No existe una fuente de esperanza y de consuelo más poderosa para un ser humano, que la promesa de Vida Eterna en el Reino de los Cielos hecha por nuestro Señor Jesucristo, concedida por amor y de pura Gracia por Dios Padre, para toda aquella persona que crea en Jesús como su redentor y salvador.

Apreciado lector, de modo que nos toca a tí y a mi creer con fervor en el amor, la misericordia y justicia de Dios, para aceptar su gran verdad sobre la existencia del Reino de los Cielos y del espíritu inmortal humano, el cual está destinado a vivir eternamente una vida nueva y abundante.

Recuerda cristiano, la vida abundante y eterna no está en tu cuerpo, sino en tu espíritu o alma inmortal.

El espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado, son espíritu y son vida. Juan 6, 63

Para ser capaz de comprender bien y de captar el verdadero significado del mensaje del Nuevo Testamento en la Biblia, es necesario tener en mente nuestro espíritu o alma inmortal, que habita en nuestro cuerpo y que nos da la vida que es manifestada por el cuerpo, y del cual, el alma se sirve como instrumento para obrar. En la Biblia, el Señor Jesucristo se dirige directamente a nuestra alma inmortal y no a nuestro cuerpo mortal y transitorio. Por eso Jesús en sus enseñanzas, siempre se refería a lo eterno y a la eternidad; y anunció la Buena Nueva del Reino de los Cielos, es decir, la promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos:

  • Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Mateo 5, 3
  • Venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Mateo 6, 10
  • No amontoneis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbe que corroen. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbe que corroan. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. Mateo 6, 19-20
  • Pues ya sabe vuestro Padre Celestial que teneis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Mateo 6, 32
  • Pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. Juan 4, 14

Por ejemplo, en esta última enseñanza, Jesús al decirle a la mujer samaritana que no tendrá sed jamás si bebe del agua que él le dará, es evidente y lógico que no se refiere al cuerpo de la mujer, sino a su alma espiritual. Por esa razón, al leer el Evangelio es indispensable que nos identifiquemos más con nuestra alma inmortal, que con nuestro cuerpo. Recuerda, Jesús le habla a nuestra alma viva, que es lo que somos en realidad, porque nuestro cuerpo de carne es solamente el recipiente o el cascarón en el cual habita el alma.

El cuerpo frágil, delicado, enfermizo y mortal, es precísamente lo que no nos permite tener vida en abundancia en este mundo, porque apenas una insignificante circunstancia del ambiente natural en que vivimos nos puede afectar, enfermar o entristecer, como por ejemplo: calor, frío, zancudos, virus, lluvia, ruido, ofensas, fracasos, traiciones, engaños, desamores, etc. En consecuencia, es sencillamente imposible que un ser humano pueda tener abundancia de vida en este mundo terrenal.  
Por eso la frase que dijo Jesucristo “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10, 10); se refiere igualmente a la vida eterna en el cielo y NO a poseer abundancia de dinero, propiedades y lujos, como algunos cristianos se lo imaginan de manera muy equivocada.  
Todas las Bienaventuranzas que anunció Jesús en el sermón del monte, están referidas a la vida eterna en el Reino de los Cielos, después de la muerte invitable del cuerpo. La palabra Bienaventurado significa en realidad: aquel que goza de Dios en el Cielo.

Cuando leas o escuches la Palabra de Dios, piensa en tu alma que llevas dentro de tí, imagina el ser espiritual que eres y que vive en ese cuerpo tuyo, esa alma con la que te diriges a Dios y le hablas en secreto durante tus oraciones.

San Agustín de Hipona movido por su gran fe y esperanza, afirmaba: “Por mi alma misma subiré a Dios.”

Desde el punto de vista de la religión y de la fe, nuestra dimensión espiritual o el alma, es la que adquiere la preferencia y se antepone al cuerpo, porque fue creada por Dios a su imagen y semejanza, para vivir eternamente, mientras que el cuerpo de carne y huesos fue creado para vivir un tiempo determinado y finalmente morir.