Es increíble pero cierto: vivimos de espaldas a nuestra propia alma. El amor con que uno se ama a sí mismo es el amor de Dios.

Si no quieres que me muera, ¡Ay, ámame!” Así dice la estrofa de una canción romántica del compositor cubano Miguel Matamoros, donde le ruega con hambre de amor, el enamorado a su amada. Sin embargo, dándole rienda suelta a la imaginación y pensando en las tristezas de nuestra propia interioridad, podría también ser el ruego silencioso de un alma sedienta de amor, atención y reconocimento, que le hace al ser humano que la lleva dentro sí, quién por estar tan ocupado con los estímulos del mundo exterior, se haya estando olvidando de ella.

Aunque parece increíble que seamos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, los estudiosos del alma y la mente humana han comprobado esa falta de conciencia de si mismo y de amor propio en los países occidentales. Y tambien lo confirmo yo por mi propia experiencia, puesto que durante mis primeros 60 años de vida, estuve dándole la espalda a mi alma, por la sencilla razón, que mis padres no me dijeron que poseemos un alma inmortal creada por Dios, así como tampoco me lo enseñaron en los colegios religiosos, donde recibí lecciones de catecismo. Si ese fue mi caso personal, qué se puede esperar de todas las personas que tuvieron una educación laica en escuelas públicas?

Debido a esa incomprensible omisión, he comenzado ha redactar una introducción a la espiritualidad cristiana para niños, para darles a conocer ese imprescindible fundamento de la fe cristiana.

Estamos tan pendientes de lo que sucede fuera de nosotros, y ponemos tanta atención a las cosas o personas que nos rodean, que descuidamos nuestro propio yo.

Vivir de espaldas a su propio ser y a su propia conciencia, es tan frecuente en el ser humano, que ya San Agustín, uno de los sabios más lúcidos y preclaros que ha existido, escribía hace más de 1500 años sobre el tema de nuestra interioridad lo siguiente:

No hay que tener miedo a entrar en el interior, lo problemático será no entrar porque nos convertimos en huéspedes en la propia casa, viviendo como desterrados en la patria; entrar en el interior es intentar reintegrarse desde dentro, porque es ahí donde se vive y se tienen los grandes ideales: «¿Por qué miras alrededor de ti y no vuelves los ojos adentro de ti? Mírate bien por dentro, no salgas fuera de ti mismo.

Recapacita; sé juez para ti en tu corazón. Procura que en lo secreto de tu aposento, en el fondo más íntimo de tu corazón, donde estás tú solo y Aquel que también ve, te desagrade allí la iniquidad para que agrades a Dios.”

En su obra Confesiones, San Agustín en medio de su fervorosa búsqueda de Dios, le confesaba su situación interior con ésta insólita expresión: “Tú estabas dentro de mí y yo fuera”

Pasamos tan poco tiempo con nosotros mismos en soledad, que algunos hemos aprendido a sentirnos como extraños en nuestro propio interior.

El conocernos a nosotros mismos nos resulta demasiado obvio, a pesar de que no tenemos la más mínima idea de quién somos y no sabemos con seguridad lo que desea nuestro propio corazón.

Nos hemos acostumbrado a responder automáticamente a los golpes del destino, sin preguntarnos sinceramente qué propósito tenemos en la vida, y qué es lo más importante para nosotros, interrogantes estas que nos llevarían necesariamente a sumergirnos en las profundas aguas de nuestro mundo interior, pero como no estamos interesados en ello, preferimos nadar en la superficie del mar de la vida, quedarnos en lo superfluo e intrascendente, donde sus permanentes olas y vaivenes nos hacen perder el rumbo, y nos van dirigiendo, sin darnos cuenta, a donde no queremos.

De allí que nos contentamos con conocer y saber más de lo demás, que de nosotros mismos.

Es necesario estar y vivir en armonía con tu propia conciencia, con tu ser íntimo, es decir, estar centrado en si mismo. Para lograrlo disponemos de la facultad de meditar, como cuando rezamos fervorosamente, para salir mentalmente del mundo que nos rodea y entrar en el fondo de nuestra interioridad, en la cámara secreta de nuestra alma.

San Agustín, el gran erudito del amor, nos aconseja en una forma sencilla y magistral sobre qué deberíamos de preferir, en el momento de elegir lo que para nosotros es digno de amar:

„Es verdad que también en esta vida la virtud no es otra cosa que amar aquello que se debe amar. Elegirlo es prudencia; no separarse de ello a pesar de las molestias es fortaleza; a pesar de los incentivos es templanza; a pesar de la soberbia es justicia. ¿Y qué hemos de elegir para amarlo con predilección, sino lo mejor que hallemos? Eso es Dios. Si en nuestro amor le anteponemos algo o lo igualamos con él, no sabemos amarnos a nosotros mismos, porque tanto mejor nos ha de ir cuanto más nos acerquemos a aquel que es el mejor de todos. Y vamos hacia él no con los pies, sino con el amor.”

Y son los buenos y malos amores los que hacen buenas o malas las costumbres”.

San Agustin comentando el mandamiento Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-40), èl dice:

Así Dios nos dio a entender que el amor con que uno se ama a sí mismo es el amor de Dios. Hay que decir que se odia quien se ama de otra manera, pues se hace inicuo cuando se priva de la luz de la justicia, y se aparta del bien superior y mejor cuando se vuelve hacia los bienes míseros e inferiores, aunque sea hacia sí mismo. Entonces se realiza en él lo que fue escrito con verdad: “Quien ama la iniquidad odia su propia alma”.

Nadie, pues, se ama a sí mismo sino amando a Dios; por eso no era menester, al dar el precepto de amar a Dios, mandar al hombre que se amase a sí mismo, pues con amar a Dios se ama a sí mismo.

Como complemento de lo escrito sobre la obra de San Agustin, deseo agregar algunas frases del místico español Juan de la Cruz:, relacionadas con el alma en su poema Cántico Espiritual:

  • ¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma?
  • El alma, hecha a imagen y semejanza de Dios, es la mejor huella que Dios dejó de sí en la creación.
  • Esta introspección o conocimiento de sí, es lo primero que tiene que hacer el alma para ir al conocimiento de Dios.
  • El alma no puede amarse ni amar a Dios sin conocerse a sí misma, sin constatar su origen divino.

Nuestra mesa está bien puesta y tiene opulencia de deliciosas comidas y abundantes manjares; y sin embargo, nuestras almas están hambrientas y sedientas de amor.

Es bueno y justo, estar atento al llamado de la voz interior del alma.

Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Lucas 23, 42-43

Estos versículos narran el breve diálogo que tuvo Jesucristo, con el malhechor crucificado que estaba a su lado, antes de morir en la cruz. Este testimonio del Evangelio de San Lucas, es una clara evidencia que nos permite comprender mejor, la divina obra de la Gracia y la Misericordia de Dios en la salvación eterna del alma de un pecador, debido al grandioso mérito que obtuvo Cristo Jesús al sacrificarse voluntariamente por amor a la humanidad, para lograr expiar y  perdonar nuestros pecados.

Expiar significa borrar las culpas por medio de un sacrificio. Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre y llevó nuestros pecados en su propio cuerpo hasta su muerte en la cruz del Calvario. Hemos visto el castigo que se le impuso para que nosotros también podamos ser perdonados, tener paz y estar reconciliados con Él. Debido a que Jesucristo, verdaderamente santo y puro en su vida libre de pecado alguno, se encargó de cumplir la ley divina recibiendo el castigo que merecíamos, y precísamente por su sacrificio es que Dios puede perdonar nuestros pecados. Eso es lo que se conoce en el nuevo Testamento, como las doctrinas de la gracia y de la reconciliación.

En relación con estas doctrinas fundamentales de la fe cristiana, el predicador inglés Charles H. Spurgeon en su autobiografía hace la siguiente afirmación esclarecedora:
Cuando estuve en las manos del Espíritu Santo, convencido de mi pecado, supe cuál era la justicia de Dios. Cualquiera que sea el significado del pecado para otras personas, para mí se convirtió en una carga insoportable. No tanto porque yo temiera al infierno, sino porque temía al pecado. Constantemente sentí una profunda preocupación por la gloria del nombre de Dios y la pureza de Su dominio espiritual. Sentí que buscar el perdón de manera injusta no apaciguaría mi conciencia. Y entonces me vino la pregunta: “¿Cómo puede Dios ser justo y justificarme a mí que soy culpable?”. La pregunta me preocupó. No pude encontrar la respuesta a eso. Y ciertamente nunca podría haber inventado una respuesta que hubiera tranquilizado mi conciencia.

Para mí, la doctrina de la expiación es una de las pruebas más seguras de la inspiración divina de las Sagradas Escrituras. ¿Quién hubiera pensado que el Principe justo muera por el rebelde injusto? Esta no es una doctrina de mitología humana, ni un sueño de imaginación poética. Esta forma de expiación es conocida por los hombres, sólo porque fue un hecho realizado por el Señor Jesucristo; nadie podría haberlo inventado. Dios mismo lo creó.

Así como el malhechor habló personalmente con Jesús, así mismo podemos nosotros hablar directamente con Él, cuando arrepentidos de nuestros pecados, oramos en espíritu y en verdad. No hace falta en realidad ningún intermediario humano entre Jesucristo y nosotros, ya que para esa función y muchas más, Jesús envió al Espíritu Santo o “El Consolador” a este mundo terrenal, como una especie de compensación por Su ausencia física, para realizar las funciones que Él hubiera hecho, si hubiera permanecido entre nosotros.
Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Juan 16, 13-14

Entre esas funciones está la de revelar la verdad de Dios. La presencia del Espíritu dentro de nosotros, nos permite comprender mejor la Palabra de Dios. Él es el guía fundamental, que va al lado de nosotros, mostrando el camino, abriendo el entendimiento y conduciendo nuestra vida espiritual. Él nos revela las realidades espirituales más importantes: la existencia de Dios, de nuestra alma y del Reino de los Cielos. Sin tal guía, estaríamos expuestos a dejarnos extraviar del camino que nos señaló el Senor Jesucristo. Una parte decisiva de la Verdad que Él revela, es lo que el mismo Jesús afirmo ser: Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mi.(Juan 14, 6)

De todos los dones dados por Dios a la humanidad, no hay uno más grande que la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu tiene muchas funciones y actividades. Primero, Él obra en el alma de todos nosotros, de manera directa e imperceptible. Jesús le dijo a Sus discípulos que Él enviaría al Espíritu de Dios al mundo para “convencer al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio” (Juan 16, 8).

Otra función importante del Espiritu Santo es la de conceder los dones espirituales, que describe el apóstol Pablo en 1. Corintios 12, otorgados a los creyentes, para que podamos funcionar como el cuerpo de Cristo en el mundo.

El Espíritu Santo al obrar sobre los creyentes también produce frutos espirituales en nuestras vidas, como son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estas no son las obras de la carne, la cual es incapaz de producir tales frutos espirituales, sino que es el producto de la presencia del Espíritu de Dios en nuestras almas.

El conocimiento de que el Espíritu Santo obra en nuestras vidas, de que Él ejerce todas estas funciones divinas, de que Él mora con nosotros para siempre y que nunca nos desamparará, es causa de gran gozo y consuelo para cualquier creyente cristiano.

Conocer y creer la obra del Espíritu Santo, es de suprema importancia precisamente en estos tiempos modernos, cuando las iglesias tradicionales están atravesando una grave crisis de fe y de espiritualidad, por no cumplir estrictamente las enseñanzas del Evangelio de Jesús y por dejarse influenciar del materialismo y del escepticismo religioso, que reinan en la sociedad de consumo occidental.

Cada conciencia humana es un imperio secreto e inaccesible para el resto del mundo. La libertad interior es la única libertad plena que podemos tener.

El proverbio latino Imperium in imperio (un reino pequeño dentro de un reino grande), lo utilizaban los antiguos romanos, para  referirse a un grupo de personas que debiendo fidelidad a su maestro, subordinan los intereses de la colectividad más grande en la que viven, a la autoridad de ese maestro.

En todas las civilizaciones y en toda la historia de la humanidad se han formado espontáneamente ese tipo de grupos de personas o clanes,  quienes atraídos por la filosofía y la ideas de un personaje determinado, deciden adoptarlas y lo aceptan a él como su guía y su autoridad. 

Sin embargo, en la antigüedad cuando los pueblos eran regidos con mano dura y gran despotismo por emperadores, reyes, príncipes y demás tiranos, esas congregaciones tenían que existir secretamente y operaban en la clandestinidad, para protegerse de las autoridades locales y no ser descubiertos, procurando siempre no llamar la atención de los gobernantes con sus actividades y de esa manera inadvertida asegurar su permanencia.

En el mundo de hoy, en el que se han alcanzado muchas libertades civiles y que ha sido decretada la declaración universal de los derechos humanos por parte de la organización de las Naciones Unidas, el funcionamiento de ese tipo de  agrupaciones es legal y está muy generalizado. En la actualidad existe una infinidad de ejemplos de diversas asociaciones que tienen sus propios fines, estatutos y dirigentes.

Entre los más conocidos están las diferentes religiones, comunidades espirituales, las hermandades humanitarias como la masonería, gremios profesionales, sindicatos de trabajadores  y pueblos tribales originarios, los cuales se caracterizan en que los integrantes reconocen la autoridad de su jefe o su maestro y le brindan su lealtad, anteponiendo siempre sus intereses a los intereses del resto de la sociedad.

Con el transcurso del tiempo muchas de estas organizaciones han estado creciendo en tamaño y en dominio,  y aunque sus actividades las realizan de manera muy discreta y confidencial, se han transformado en grandes centros de poder y de influencia política, convirtiéndose algunos en grupos poderosos e intocables capaces de imponer pautas a los gobernantes de potencias mundiales, como por ejemplo en los Estados Unidos de America: los grupos financieros de Wall Street en Nueva York, que son una muestra evidente de un imperio dentro de un imperio.

Ahora bien, si enfocamos nuestra atención en las personas que conforman esos grupos, es importante que recordemos que cada persona, cada uno de nosotros como ser humano, está dotado de una conciencia y una personalidad única e irrepetible, de un espíritu con existencia propia y de un conjunto de cualidades que constituyen el sujeto inteligente que es, y que lo distinguen de cualquier otro individuo.

Y si pasamos a un nivel de observación aún más profundo y nos pudiéramos introducir en las entrañas de la persona, constataríamos que la conciencia humana es esa interioridad del hombre donde reside el alma, que corrige y guía la razón y el deseo, donde están la fuente de los juicios normativos sobre el bien y el mal, así como también esa cámara secreta e inaccesible, en la cual el hombre se encuentra con si mismo y con su Dios.

Después de esta breve descripción de la interioridad de la persona, podemos afirmar con toda propiedad, que cada ser humano en su interior dispone de las facultades indispensables y cumple con todos los requisitos necesarios para también obrar y conducirse como un imperio dentro de un imperio.

En realidad poseemos el imperio más valioso, más impenetrable e indestructible que pueda existir: la unión íntima y vital del alma humana y Dios, en la que Dios Todopoderoso se revela y se encuentra con su creatura amada.

Aunque ese imperio sea invisible y secreto, y a pesar de que nosotros mismos incluso no estemos tan conscientes de él, se trata sin embargo del imperio más importante y más verdadero que existe, porque es un imperio sagrado constituido por los dos seres, que al final de todo, más cuentan en el mundo: tu alma y el Señor Jesucristo.

La experiencia personal del encuentro de Dios y su consciencia, la resumió el cardenal británico John H. Newman (1811 – 1891) de la siguiente manera: “descansar en el pensamiento de dos y sólo dos seres absoluta y luminosamente autoevidentes: yo y mi Creador.

Desde mi niñez yo había entendido con especial claridad que mi Creador y yo, su criatura, éramos los dos seres cuya existencia se impone arrolladoramente, como la luz. Es por completo un cara a cara, entre el hombre y su Dios.”

El Cardenal Newman nos dejó también una sencilla reflexión acerca de la existencia humana y sobre la necesidad de buscar a Dios y de unirnos a él para poder disfrutar de su amparo y fortaleza:

“La vida pasa, las riquezas se van, la popularidad es inconstante, los sentidos decaen, el mundo cambia, los amigos mueren. Sólo Uno es constante; sólo Uno es veraz con nosotros; sólo Uno puede ser verdadero; sólo Uno puede ser todas las cosas para nosotros; sólo Uno puede formarnos y poseernos.¿Estamos dispuestos a ponernos bajo Su guía? Esta es ciertamente la única pregunta“.

La soberanía y la jurisdicción de nuestra alma, de nuestro “castillo interior” la tiene de manera exclusiva nuestro Dios Padre, el Creador y Señor del Universo.  

Sobre nuestro cuerpo material de carne, huesos y nervios podemos disponer nosotros, o bien según las circunstancias, alguien más o algo externo, pero sobre nuestro espíritu y conciencia sólo Dios tiene el absoluto dominio.

Jesús en su advertencia a los discípulos sobre la persecución que podían sufrir a causa de Él, les dijo:

“No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno”. San Mateo 10, 28

El escritor y filósofo español Francisco de Quevedo (1580-1645) en un escrito que redactó sobre los argumentos de la inmortalidad del alma, se refirió de la siguiente manera a la imposibilidad de que el mundo creado pueda eliminar, castigar o tener acceso alguno al espíritu humano:

En el mundo no hay verdugos, ni tormentos para el pecado sino para los pecadores. Quién peca es la voluntad, y ésta es potencia espiritual del alma: ella está fuera de la jurisdicción del cuchillo, de la soga y del fuego. Si no hay otra vida y tampoco alma inmortal y Dios, el pecado se queda sin pena y sin juez. Los tribunales de la tierra ajustician al homicida, al ladrón y al adúltero, sólo para conseguir los efectos del escarmiento.”

Según el gran pensador francés René Descartes, el universo material está sometido a una serie de leyes naturales, y debido a ese orden preestablecido, las sustancias corpóreas (la tierra, los animales, cuerpo humano, las plantas, etc), responden a esas leyes y modos de ser de la materia, mientras que el alma humana por ser de naturaleza espiritual no está sometida a ese orden y es por lo tanto la única excepción.

Además, los pueblos y civilizaciones que habitan el mundo material, han creado por su lado también una gran cantidad de normas y leyes, para estructurar y organizar el funcionamiento de sus sociedades, y asi poder garantizar su supervivencia y la buena convivencia de sus habitantes.

En este mundo natural finito en que vivimos nuestra existencia terrenal, tienen algunos pocos más libertades y muchos otros menos libertades. Todos los seres vivientes tenemos nuestras dependencias innatas del medio natural e igualmente muchas interdependencias entre los mismos organismos vivos. El simple hecho de que existimos en un cuerpo material que está absolutamente sometido a las leyes naturales y que depende de recursos externos que le ofrece el medio ambiente para subsistir, nos limita y nos restringe.
Nuestro cuerpo material está inevitablemente sujeto a que le sean adjudicadas por la Providencia ciertas libertades desde su nacimiento hasta su muerte.

Descartes tenía como normas de ética algunas máximas entre las cuales estan las siguientes:

  • “intentar siempre vencerme a mi mismo antes que al destino y modificar mis deseos antes que el orden del mundo.“
  • “Aparte de nuestro pensamiento no hay nada que esté totalmente en nuestro poder.”
  • El error que más generalmente se comete es, que no distinguimos bastante las cosas que dependen enteramente de nosotros de las que no dependen en absoluto.”

El escritor italiano Arturo Graf (1848-1913) escribió sabiamente una vez: „Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener? “. También él estaba convencido, de que es exclusivamente en la dimensión espiritual del ser humano, en su alma pensante, donde somos verdaderamente libres.

LA LIBERTAD INTERIOR

Si la libertad no es una autonomía absoluta, ni algo que depende de las circunstancias exteriores en que nos encontramos, ni tampoco un creciente dominio sobre la realidad que nos rodea: ¿qué es entonces?
Es nuestra libertad interior, la libertad de nuestra alma.

En su conocido libro “La libertad interior”, Jacques Philippe la describe como esa libertad soberana de toda persona, que le permite bajo cualquier circunstancia de restricción en la vida y por influencia del Espírtu Santo, tener la capacidad de pensar, creer, esperar y amar sin límite alguno y sin que nada ni nadie se lo pueda impedir jamás.

La libertad interior la encontramos en la medida en que nos damos cuenta de nuestra total dependencia de Dios y la aceptamos de todo corazón. Entre más creamos y confiemos en Dios tanto más libres interiormente seremos, porque Dios Padre y su amor eterno a la creatura, manifestado en la vida y muerte del Señor Jesucristo, son el fundamento de nuestra libertad. La dependencia amorosa y filial de Dios es la libertad del ser humano.

Recordemos aquí lo dicho antes, sobre el imperio inaccesible y divino que se forma en nuestra interioridad, cuando unimos por medio de la fe nuestra alma al Dios Todopoderoso, como en una relación padre-hijo o madre-hijo.

Y así lo afirma Jesús en el Evangelio de Juan:

«Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres». San Juan 8, 32

Dios es la verdad absoluta y nos la ha revelado por medio de su Hijo Jesucristo. Quien logra creer en Jesucristo y aprende a vivir según ésta verdad alcanza la libertad en su espíritu y será libre.
El crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad es la única via de acceso a la libertad.

Por eso el señor Philippe dice que la libertad interior tiene mucho que ver con las circunstancias que consideramos como negativas y con todas aquellas contrariedades que entorpecen nuestros planes, porque son esos momentos de dificultades, en los que podemos ejercitar nuestro libre arbitrio interior de varias maneras. Existen principalmente tres actitudes típicas que tomamos como reacción cuando experimentamos situaciones difíciles en la vida: la rebelión, la resignación y la aceptación.

Por naturaleza no nos gusta padecer acontecimientos contrarios a nuestros planes. Por eso cuando algún problema que nos causa un sufrimiento llega a nuestra vida, por lo general respondemos espontáneamente con rebelión. Este comportamiento puede ser justificado en algunas ocasiones, pero en realidad no nos ayuda ni nos soluciona nada. Es peor, porque nos añade aún más peso y más ratos desgradables. Porque en vez de sufrir solamente a causa de las circunstacias externas desfavorables, tenemos que cargar con el sufrimiento adicional causado por nuestras pasiones y arrastralo durante el tiempo que duren nuestra pesadumbre y el descontento.

La resignación no es tampoco una actitud positiva, porque frente a los acontecimientos nos declaramos impotentes y quedamos sin esperanza y con la desagradable sensación de no haber cumplido con nuestra misión.

La actitud que debemos de buscar en cada circunstancia dificil es la de aceptación. Es la que nos capacita para no dejarnos afectar interiormente por sentimientos y pasiones negativas desencadenadas por sucesos exteriores adversos. Tiene como fundamento la confianza firme en Dios y el amor filial que nos asegura que lo que padecemos es para nuestro bien, a pesar de que no lo comprendamos.

Recordando que su amor paternal hacia nosotros es más poderoso que el mal que nos pueda afectar y que de alguna manera nos ayudará a sacar un bien ulterior para nuestra alma.

La elección entre la rebelión, la resignación y la aceptación está solamente en nuestro corazón. Esa actitud con la que afrontamos la realidad exterior depende totalmente de nosotros. Ninguna circunstancia exterior nos puede obligar a tomar una actitud si no se lo permitimos. No existe nada que nos pueda quitar la libertad interior, a menos que nosotros renunciemos voluntariamente a élla.

El tema de la libertad interior como la actitud de la aceptación, es el tema central del libro del padre Phillippe. “La libertad no es solamente elegir, sino aceptar lo que no hemos elegido”. Esa afirmación parece dar la impresión de ser una tesis de tipo quietista que invita a ser pasivo frente a las dificultades. Pero nada más equivocado, porque la aceptación es una actitud muy activa que requiere mucho dominio de sí mismo. Saber aceptar una contariedad, algo que no hemos elegido muestra que realmente somos libres, evidencia que las circunstancias exteriores no son capaces de hacernos esclavos de nuestras emociones negativas.

Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad.”  2. Corintios 3, 17.

San Pablo afirma que esa libertad interior, la del alma, es posible vivirla cuando la persona le pide a Dios que el Espíritu Santo guíe su vida. Pablo mismo, llegó a estar preso, y muchas otras veces fue perseguido por quienes quisieron matarlo. Pero nunca fue desbordado por esas situaciones adversas. Jamás fue marioneta de las circunstancias. No sufrió la pesada carga del temor, la congoja y la desesperación. Por el contrario, dentro de sí, reinaba la paz de Dios.

En el Apostol San Pablo tenemos un modelo por excelencia, de cómo una persona puede comportarse y actuar como un imperio dentro de un imperio y cómo puede hacer uso de la libertad interior.

Cada conciencia es un imperio secreto e inaccesible para el resto del mundo, en el cual sólo el Espíritu de Dios puede entrar e intervenir, siempre y cuando lo busquemos y se lo pidamos con alma de niño, es decir, amante, sincero, confiado y humilde.

Águilas que viven como si fueran gallinas. La deshumanización del hombre y de la mujer.

Un indio encontró un huevo de águila en el tope de una montaña, y lo puso junto con los huevos que iban a ser empollados por una gallina. Cuando el tiempo llegó, los pollitos salieron del cascarón y el aguilucho también. Después de un tiempo, aprendió a cacarear al escarbar la tierra, a buscar lombrices y a subir a las ramas más bajas de los árboles, exactamente como todas las gallinas. Y su vida transcurrió con la consciencia de que era una gallina.
Un día el águila, ya viejo, estaba mirando hacia arriba y tuvo una visión magnífica al observar algo. Un pájaro majestuoso volaba en el cielo abierto como si no necesitase hacer el más mínimo esfuerzo. Impresionado, se volvió hacia la gallina más próxima y le preguntó:
-¿Que pájaro es ese que vuela tan alto?
La gallina miró hacia arriba y respondió:
-¡Ah! Es el águila dorado, rey de los cielos. Pero no pienses en él: tú y yo somos de aquí abajo.
El águila no miró hacia arriba nunca más y murió consciente de que era una gallina, pues así había sido tratada siempre.

Con ésta fábula deseo invitarlos a reflexionar sobre una comparación, que hago entre la enseñaza de este cuento y la situación en que nos encontramos muchos de nosotros hoy en día, quienes en vez de vivir la vida plena que nos corresponde y a la altura de nuestros anhelos más profundos como seres espirituales que somos, hemos aprendido más bien a vivir un estilo de vida ajeno a nuestra propia naturaleza.

En el caso del águila por haber sido criado en ese ambiente ajeno, su conciencia fue transformada hasta tal punto, que se hizo contradictoria con lo que debería de esperarse de su condición de ave de rapiña.
Ese fenómeno, el cual es muy real y que se conoce en psicología como alienación, puede darse igualmente en una colectividad entera.

Aunque nos parezca increíble o exagerado, así mismo estamos viviendo ahora muchos de nosotros.

El estilo de vida moderno ¿Cómo funciona?

El desarrollo de los medios audiovisuales, particularmente el cine y la televisión, le han permitido al hombre moderno representar y mostrar a las grandes masas, su vana ilusión e imaginación en una forma tan refinada, que transmite la apariencia de ser algo real, pero que en realidad es una astuta farsa, un engaño. Refinadas técnicas de manipulación del comportamiento y una avalancha contínua de mensajes seductores son utilizados para estimular nuestras pasiones e instintos naturales como: el ansia de riquezas, el anhelo de la belleza, la envidia, el egoísmo, las ansias de prestigio y de fama, el apetito sexual, el hambre, la sed, etc.

El uso intensivo de la publicidad en los medios de comunicación, ha creado de manera artificial una infinidad de necesidades y de valores superfluos en la sociedad, logrando así persuadir a la gente a adquirir nuevos estilos de vida, los cuales por el efecto de demostración, es decir, esa tendencia natural a imitar nuevas modas, actitudes y aspiraciones, se han estado imponiendo paulatinamente sobre los viejos hábitos tradicionales que eran más adecuados a nuestras condiciones naturales.

En vista del dominio absoluto que tiene la industria sobre los medios de comunicación a travéz del financiamiento de la publicidad y por ser éllos mismos empresas comerciales,  su actividad se concentra única y exclusivamente en el conjunto de cosas, objetos y servicios que se pueden comprar y vender, es decir todo género vendible que les genere directa o indirectamente un beneficio económico.

Es por eso, que la realidad que aparece en los medios y los temas de interés a los que siempre se refieren, representan sólo una fracción del universo existente, ignorando con deliberada intención la realidad de lo que somos nosotros mismos, quienes además del cuerpo poseemos un alma invisible de origen divino, creada y destinada por Dios, para vivir eternamente después de la muerte corporal.

Así como la bóveda celeste del universo está apoyada sobre unas columnas invisibles que la sustentan, la vida humana está sostenida igualmente por tres grandes pilares espirituales que son igualmente invisibles: el amor, la fe y la esperanza.

Y como esas realidades espirituales invisibles no se pueden comprar ni vender, los medios de comunicación las han degradado sustituyéndolas por simples mercancías: al amor por el sexo, a la fe por el dinero y a la esperanza por la suerte en el juego.

Después de esa adulteración, los medios audiovisuales no pueden más que mostrarnos una caricatura de lo que es en realidad una vida humana plena, nos presentan apenas una versión mutilada de lo que es el ser humano completo y de su existencia potencial. Nos incitan a contentarnos con el bagazo amorfo, que queda después del filtrado de una creación divina, como es el hombre creyente con un alma eterna.

Tratando de reparar ese empobrecimiento de la naturaleza humana, nos adulan insistentemente para hacernos creer que con su oferta de productos y servicios sólo desean complacernos, y para hacernos sentir como si fueramos reyes. Pero todo ese esfuerzo es solamente interés y trampa, ya que su objetivo real y su verdadera intención es sacarnos el dinero del monedero sin ningún tipo de consideración, con la finalidad de hacerse ellos cada vez más ricos y más poderosos a expensas nuestras.

Es por eso que exageran el valor de todo objeto vendible e inflan la belleza de ésta insuficiente y corta vida transitoria nuestra.

Ahora bien, si nosotros para el comercio y los negocios somos únicamente un medio para enriquecerse, si nos halagan para su propio beneficio y si se interesan sólo por nuestro dinero y nuestros servicios como trabajadores, para qué brindarle la confianza y la fe a éllos, si no se lo merecen en absoluto. El alma humana vale por todo el universo, por ser el alma la imagen de Dios en el hombre. Y por esa misma razón, los seres humanos somos para Dios un fin y no un medio. Nuestro espíritu inmortal y con él nuestra consciencia son el objeto de amor por parte de Dios.

Fue por amor y por la salvación de nuestras almas que Dios envió a su Hijo Jesucristo a vivir entre nosotros, para revelarnos su inagotable amor y sus verdades eternas.
Dios, su Hijo Jesucristo y nuestra alma inmortal son las realidades que con razón y justicia merecen todo nuestro amor, nuestra fe y nuestra confianza.

¿Cómo nos afecta?

En la sociedad moderna de consumo a la que nos ha conducido el desarrollo industrial, hay valores humanos y actividades que han sufrido un proceso de degeneración en lo que se refiere a su finalidad y a su razón de ser, es decir, para lo que fueron concebidas, y que hoy en día se han convertido en lucrativos mercados, donde el insensible criterio mercantilista impuesto por el poder de la industria y sus comisarios en la política, fue sustituyendo el concepto humanista respetuoso de la dignidad de las personas, convirtiéndose así la ganancia económica la finalidad más importante.

El materialismo de la sociedad de consumo va suave y lentamente aniquilando el amor verdadero, reduciendo al ser humano al mero placer carnal y al disfrute de lo material, los cuales son algo fugaz y transitorio.

Por eso observamos por doquier a un individuo de la actualidad en su apariencia muy bien vestido y bien alimentado, pero por dentro venido a menos en su dignidad, degradado como ser espiritual, sin estar centrado en sí mismo y más bien orientado a la exterioridad, un individuo que idolatra su ego y se deja llevar por el deseo.

Estamos presenciando en los países más industrializados y con mayor adelanto científico, lo que bien se podría llamar la gran contradicción del desarrollo económico capitalista: la deshumanización del ser humano.

Éste sistema socio-económico en que vivimos, basado solamente en el racionalismo tecnológico en menoscabo de nuestra dimensión espiritual por no ser vendible, cosifica al hombre y a la mujer en favor del beneficio económico y la acumulación de riquezas.

Dos pruebas convincentes de la deshumanización del ser humano:

Promiscuidad y pornografía

Se podría decir sin temor a exagerar, que en el mundo occidental estamos viviendo en una sociedad obsesionada por el sexo y el apetito carnal.
Con la promoción cada vez más frecuente del sexo en el cine y en la televisión desde hace décadas, y ahora con la asombrosa propagación a través de Internet, de la pornografía más denigrante y perversa que uno se pueda imaginar, no se puede esperar una situación diferente.

La prostitución hetero- y homosexual, las violaciones, la pornografía infantil, los abusadores de niños, la infidelidad en el matrimonio y demás transgresiones sexuales, se han incrementado en una proporción impresionante.

Recordando la fábula del inicio, en lo que se refiere al comportamiento natural de apareamiento en las aves, es oportuno mencionar, que las aves gallináceas tienen efectivamente como rasgo característico: la promiscuidad; a diferencia de las aves de rapiña como el águila, que forman parejas monógamas.

Obesidad

Los medios de comunicación nos distraen y nos seducen a consumir frenéticamente. La vida humana moderna ha sido reducida a dos actividades principales: trabajar y consumir. Por eso, la vida en las grandes ciudades se asemeja mucho a una finca de pollos de engorde: miles de individuos hacinados en establecimientos consumiendo día y noche. Ya no comemos sólo tres veces al día como era la costumbre milenaria, ahora se come a cualquier hora y en cualquier lugar.

Cómo si fuéramos gallinas, picoteamos y comemos todo lo que vemos, tal como han aprendido bien hacer los norteamericanos, iniciadores y promotores mundiales de tan absurda y mala costumbre, quienes creyendo ingenuamente que la industria de alimentos les estaba haciendo un gran favor y dejándose llevar por la publicidad y por sus deseos, se han convertido en obesos desfigurados, incapaces tan siquiera de caminar largas distancias y de moverse con soltura.

Imaginémonos un águila gordinflón de 20 kilos, que ya no es capaz ni de alzarse del suelo, ni mucho menos de volar.

La oración diaria o meditación espiritual

El alma está muy ciertamente en nuestro interior, pero si nosotros no nos volvemos hacia adentro y le prestamos atención, entonces, para nosotros, es como si élla no existiera. Pero, en realidad, está siempre dentro de nosotros, y el fracaso en reconocer su existencia, es realmente debido a nuestra incapacidad de apartar nuestra atención de la interminable cantidad de asuntos y estímulos, que contínuamente nos atraen desde afuera.

Es por esto que es tan necesaria la oración mental o meditación, que no es más que volver la atención hacia adentro. La conciencia que se vuelve hacia adentro, que se aparta de la actividad de nuestros cinco sentidos corporales para contemplarse, siente primero la presencia y después toma consciencia de la mente divina que está detrás de esa presencia.

Por tanto, la práctica de la oración diaria, o la meditación espiritual, es esencial en ésta búsqueda. De ésta manera, seremos capaces de introducir un nuevo ritmo en nuestra vida, lo cual a su tiempo nos ayudará de todos los modos imaginables.

La oración hará posible el mejoramiento de nuestro carácter, de nuestra ética y nuestra consciencia, de nuestro entendimiento, y sobre todo, de nuestra paz interior. La meditación, más que conveniente, es necesaria para el progreso de la vida espiritual.

Nuestra relación con Dios se establece por el ejercicio de las virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Son éllas las que deben establecer esa divina comunicación «con quien sabemos que nos ama«.

Deja que Cristo medite en ti y contigo. Préstale tu mente y tu corazón para que todo suba al Padre por Él, con Él y en Él. “tener un trato personal y sencillo con Él.

Concluyo con un mensaje de uno de mis favoritos autores, el predicador inglés Charles Spurgeon, que aparecen en un libro de reflexiones para cada día llamado “Manantiales en el desierto”:

Levántate creyente, de tu baja condición. Arroja tu pereza, tu letargo, tu frialdad o cualquier otra cosa que pueda interferir con tu amor casto y puro a Jesucristo.
Haz le a Él la fuente, el centro y la circunferencia de los deleites de tu alma.
No permanezcas por un momento más satisfecho con lo poco que has alcanzado.
Aspira a una vida más noble, más elevada y más completa. Hacia el cielo!”

El hombre es el único ser vivo que puede lograr o malograr su existencia. Conciencia de ser dignos de la vida eterna.

Así será de cierta esta afirmación que escogí como título, que sólamente tenemos que pensar y tomar en cuenta la siguiente característica natural que tienen todos los animales y vegetales sin excepción:

Todos los seres vivos inferiores cumplen correctamente con las funciones y los propósitos, que según su naturaleza les han sido asignados, y además, las contribuciones específicas de cada género al ecosistema natural, las hacen como debe ser y las hacen siempre bien. Éllos logran su existencia siempre. De esa diferencia tan extraordinaria y evidente entre los animales y nosotros los seres humanos, nunca había estado yo tan consciente como lo estoy en este momento de mi vida. Y supongo que algo similar les habrá sucedido a ustedes y a la gran mayoría de las personas que como yo, viven en el ambiente artificial de las grandes ciudades.

Estamos tan acostumbrados a leer y a escuchar permanentemente sobre la supremacía de los humanos en relación al resto de seres vivos: inteligencia, raciocinio, creatividad, dominio de la naturaleza, intelecto, ciencia, conocimientos, etc; que de tanta superioridad y engreimiento, nos hemos olvidado de recordar de vez en cuando, algunas de las ventajas, que los otros seres del reino natural tienen sobre nosotros los humanos.

Las dos metas más anheladas por los seres humanos son el vivir una existencia feliz y sin sufrimientos.
Esas son las pautas o los ideales hacia donde orientamos nuestras acciones y actividades, como si fueran dictadas por un instinto natural. Pero a pesar de que Dios también nos dotó con la inteligencia, la conciencia y la libre voluntad justamente para poder analizar esa situación y tomar decisiones más sensatas y conscientes, la gran mayoria de las personas se empecinan en perseguir esas dos metas ilusorias y alejadas de la realidad. Justamente por eso y muy temprano en la adolescencia, se inicia la discordancia entre los anhelos y la realidad; y eso es lo que trae consigo el descontento y la frustración, que conocemos bien y que sentimos una y otra vez en el transcurso de la vida.

Una existencia feliz y sin sufrimientos, no son más que ilusiones y anhelos seductores que nosotros mismos nos creamos en la mente, anhelos que pueden ser legítimos y atractivos, pero imposibles de realizar en la cruel realidad de la vida en éste mundo.

Creer, desear, imaginar e intuir son cualidades espirituales universales con las que nace todo ser humano, y además, son algunas de las muy pocas actividades que podemos hacer con absoluta libertad y que no dependen de ningún otro factor o condición, sino sólo de nuestra voluntad.

Esto significa que cada persona en su mundo interior es totalmente libre de creer, desear, imaginar e intuir cualquier cosa y sin límite alguno, si así su propia voluntad lo decide, sin embargo, en el mundo exterior que nos rodea y en la realidad que existe fuera de nuestra interioridad y que por cierto, es siempre una sola, es diferente y dispone de infinidad de límites y condiciones.

Desear y creer son capacidades que hay que aprender a emplear y a administrar bien con la ayuda de la conciencia, la razón y la fe, según sea la situación en que nos encontremos y dependiendo de a quién le brindemos nuestra confianza en el momento de creer.

Cada persona es libre de creer lo que quiera, pero también cada uno de nosotros es absolutamente responsable de sus decisiones y de las consecuencias que traen consigo sus creencias.

Hay una escena en el libro de los hechos en la Biblia, que indica de forma muy instructiva, el estado de conciencia de las personas y su disposición a poner la confianza en Dios en las grandes decisiones de la vida:

Casi toda la ciudad se reunió el sábado siguiente para escuchar la Palabra de Dios. Al ver esa multitud, los judíos se llenaron de envidia y con injurias contradecían las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé, con gran firmeza, dijeron: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos.” Hechos, 13, 44

Fijémonos con detenimiento en lo que Pablo les dice a sus queridos hermanos de raza judía, quienes sabían muy bien y esperaban la venida del Mesías (Cristo en griego): “pero ya que que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos”

Si a tí te hicieran hoy la pregunta: ¿te consideras digno de vivir eternamente?
O dicho de otra manera: ¿Consideras tú que mereces vivir eternamente?
¿Que responderías?

Independientemente de cómo uno responda a esa pregunta, es cierto e incuestionable, que Dios sí considera que nosotros todos merecemos vivir eternamente, y por eso Jesucristo, su hijo amado vivió entre nosotros, murió crucificado y resucitó para demostrar al pueblo de Israel y a la humanidad toda, la verdad de esa Buena Nueva.

Y lo más importante que Dios nos pide es:

  • creer de corazón en Él y en su divino amor hacia la humanidad, demostrado magistralmente por Jesús su Hijo, con su vida, su Evangelio y su sacrificio.  
  • Hacer nuestra la Promesa de Vida eterna en el Reino de los Cielos y esperar confiada y pacientemente en su cumplimiento.
  • Aferrarnos a Jesucristo y a su Palabra en el Evangelio y seguirla fielmente.

Creer en Dios como cree un niño con humildad y con confianza absoluta, es el primer paso que tenemos que dar.

La fe es el don divino maravilloso con que Dios a dotado a su criatura amada. La fe es la grandiosa facultad espiritual del alma humana que nos permite pensar que existe Dios y creer en él, en virtud de que somos creación suya, y que nuestra meta final es vivir eternamente junto a Él.

San Agustín lo describió magistralmente en su Confesiones: nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti.

Sin Dios, somos como seres perdidos en el universo, que desconocen su origen, ignoran su camino y carecen de meta. Sin Dios, el ser humano no es nada y anda errante por la vida sin rumbo ni destino y privado de auténtica felicidad.
Dios es el principio y la meta de nuestro existir. Y nuestra vida en éste mundo no es más que el puente que nos conduce a la vida eterna con Dios.

Otra sabia y esclarecedora explicación de San Agustín fue la que escribió sobre la felicidad en el ser humano:

La felicidad del hombre es la felicidad del alma.
Debemos, pues, buscar qué es lo que hay mejor para el hombre. Ahora bien, el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, y, desde luego, la perfección del hombre no puede residir en este último. La razón es fácil: el alma es muy superior a todos los elementos del cuerpo, luego el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su placer, ni su belleza, ni su agilidad. Todo ello depende del alma, hasta su misma vida. Por tanto, si encontrásemos algo superior al alma y que la perfeccionara, eso seria el bien hasta del mismo cuerpo. Luego lo que perfeccione al alma será la felicidad del hombre. La felicidad del hombre es la felicidad del alma y la felicidad del alma es Dios.

Si leemos con atención éste argumento de San Agustin y lo analizamos bien, nos daremos cuenta que su afirmaciones son muy lógicas y tienen sentido. Agustín dice: “.el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su placer, ni su belleza, ni su agilidad…”

Sólo tenemos que pensar y tener en cuenta que a partir del preciso instante del parto y del nacimiento de un ser humano, ya se inician las molestias, las irritaciones, las incomodidades y los dolores en el frágil cuerpo del recien nacido. Desde que llegamos al mundo y si nacemos absolutamente sanos, se alternan sin cesar: enfermedades, hambre, sed, cansancio, frío, calor, plagas, dolores, golpes, molestias, sufrimientos, etc.
Pensemos en todos aquellos que nacen con alguna enfermedad congénita o defecto, con impedimentos físicos o mentales y en las personas sanas que sufren accidentes o se enferman gravemente en el transcurso de su vida. Recordemos el deterioro inevitable del cuerpo y de su belleza natural por el envejecimiento que se da con el paso del tiempo, debilidades que se empiezan a notar a los 40 años de edad, y después en la vejéz, aparecen cada vez con más frecuencia lo achaques y quebrantos de salud típicos de la edad más avanzada.

Por todas éstas razones, es que no debemos hacer depender nuestra felicidad de los placeres del cuerpo, de su belleza, salud y agilidad.

Hoy en día nuestra existencia y nuestra felicidad la identificamos casi exclusivamente con nuestro cuerpo frágil, vulnerable y doliente. Ignoramos completamente que tenemos tambien un alma eterna.

La fuente inagotable de nuestra felicidad está en el alma inmortal y divina, en ese tesoro invisible que llevamos dentro del cuerpo, que somos, sentimos y con la que dialogamos en nuestra conciencia.

La felicidad se logra alcanzar, pero es transitando a través de los placeres, las limitaciones  y los sufrimientos del cuerpo. Tenemos que aprender a identificar nuestra felicidad con los estados del alma: el amor, la complacencia, el afecto, la satisfacción, el regocijo, la paz interior, etc; estados éstos del alma que nosotros mismos podemos generar con plena libertad interior, e independientemente del mundo exterior y del estado de nuestro cuerpo.

Dios creó a los animales con un cuerpo y con unos instintos que los gobiernan y les señalan todo lo que tiene que hacer para lograr su existencia y su propósito en el mundo natural.

Al hombre y a la mujer los creó Dios con un cuerpo y con un espíritu o un alma inmortal, a su imagen y semejanza, para que cumplieran un propósito determinado en el mundo y después de su muerte, al separarse el alma del cuerpo, el alma regresa a Dios en el Reino de los Cielos, para vivir espiritualmente una existencia eterna.

Únicamente tú tienes la elección de vivir tu vida feliz o infeliz, y por consiguiente, de lograr o malograr tu existencia.

Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados con muchos dolores. 1. Tim. 6, 10

La moneda o el dinero fue originalmente concebido y creado hace miles de años como un instrumento o un medio práctico para la compra y venta de mercancías  y productos agropecuarios en la antigüedad, con el fin de sustituir el trueque de productos, que era la forma de intercambio comercial anterior desde el inicio de la agricultura primitiva.
La utilización del dinero como un simple medio para facilitar el comercio, empezó cambiar a partir de la publicación del libro titulado “La riqueza de las naciones” escrito por el economista británico Adam Smith en 1776, en que el término economía que originalmente significaba administración del hogar, fue sustituido por la palabra economía política, con la cual se recomendaba a los países lograr la mayor acumulación de riqueza posible. Dicha recomendación generó un cambio radical en el punto de vista desde el que se miraba el dinero, de un medio monetario de intercambio comercial, se convirtió en la principal meta para alcanzar.

Y con el transcurso de los siglos hasta hoy en día, el dinero ha sido transformado en el “rey del mundo” por cientos de millones de personas en el mundo, quienes con su idolatría le rinden homenaje en los diversos templos de adoración como: las bolsas de valores, los casinos, los innumerables bancos e instituciones financieras. La idolatría al dinero se ha estado propagando en el mundo en forma similar a un virus muy contagioso, por el conocido efecto de demostración en la sociedad, que consiste en la imitación por un individuo del consumo de los otros, especialmente si éstos son personas de prestigio o adineradas, la cual estimula su propio consumo. Este fenómeno social explica el contagio y la sorprendente propagación de la idolatría del dinero, que ha tenido lugar en el mundo occidental principalmente.

El dinero o las riquezas en sí mismo no es el problema para los creyentes cristianos, siempre y cuando no pongamos nuestro corazón y nuestra esperanza en ellas, sino considerar al dinero como lo que es, es decir un medio práctico para satisfacer nuestras necesidades materiales temporales, y no como una meta que deseamos ardientemente alcanzar, cueste lo que cueste.

El apostol Pablo en el capítulo 6 de su carta a Timoteo, hizo en realidad una advertencia profética en relación con el amor al dinero y sus tristes consecuencias, el cual se ha generalizado tanto hoy en día, como nunca antes en la historia de la humanidad, cuando escribió lo siguiente:

pero gran ganacia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición.

1. Timoteo 6, 6-9

Existen infinidad de individuos quienes movidos por la codicia y por el afán de acumular dinero en poco tiempo, han terminado cometiendo graves delitos e incluso asesinatos, dedicándose a negocios ilícitos o a la corrupción administrativa, y como consecuencia directa de sus actos, han tenido ellos y sus familiares que sufrir muchas penas, aflicciones, cárcel, pérdida de reputación, etc.

El dinero es un instrumento que sirve para comprar bienes de consumo y servicios. Por lo tanto, el individuo que ama el dinero es aquel que pone sus esperanzas y su confianza en los recursos que el mundo le puede ofrecer, y se olvida de Dios.
De manera que, el amor al dinero es prácticamente lo mismo que poner la fe en el dinero, es decir, abrigar la esperanza de que el dinero satisfacerá todas nuestras necesidades y nos hará felices.

El amor al dinero representa lamentablemente para muchos creyentes, un dilema atractivo y tentador a la fe en Dios y en su Gracia, quienes terminan extraviándose y alejándose de Dios.

El señor Jesucristo dijo en Mateo 6:24: Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro; no podéis servir a Dios y a las riquezas.

No podemos confiar en Dios y en el dinero al mismo tiempo.

Es oportuno mencionar aquí, que este importante tema sobre el amor al dinero, no se trata o se trata demasiado poco en las iglesias, para advertir a los asistentes sobre el gran riesgo de caer en la tentación de adorar al dinero como un ídolo.

Por eso es tan necesario leer y escudriñar regularmente la Palabra de Dios, para conocer de primera mano el gran tesoro de la verdad divina, la cual está contenida en las enseñanzas y consejos maravillosos, que Dios nos ha dejado como legado eterno para nuestra instrucción.

Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Juan 8, 31-32

Cuando no tengas respuestas para tus interrogantes. Revelaciones de la Biblia como complemento de la Psicología.

Unos, se han preguntado alguna vez: ¿Por qué me he metido en este lío?
Otros, habrán dicho para sus adentros: ¿Quién gobierna en el reino de mis pensamientos y mis emociones?

Esas y otra innumerable cantidad de preguntas similares sobre los enigmas de la mente humana, se han quedado sin respuestas hasta hoy. La mente y la conducta humana es y seguirá siendo una caja negra, es decir, un misterio inescrutable. Así lo han reconocido públicamente la ciencia moderna y la psicología conductista, ya que es imposible saber cómo funciona la psique o el alma, debido a que en su estudio no se puede aplicar el método científico, por no ser observables ni medibles sus procesos internos. 

Lo único que puede hacer la psicología y sus más destacados representantes es tratar de adivinar sobre el funcionamiento de la mente humana y eso es justamente lo que han hecho hasta ahora. En lo que se refiere a la conducta humana, los psicólogos y psiquiatras andan a tientas como en un cuarto oscuro e insisten en buscar entre tinieblas, las explicaciones de unas realidades espirituales, que éllos mismos desde hace mucho tiempo se niegan a aceptar: la existencia de Dios y del espíritu humano.
Esa es la sencilla razón de su ceguera.

Lo que los psicólogos conductistas llamaron como la caja negra, se ha convertido en la última frontera del avance del  conocimiento científico, porque de allí en adelante, es la dimensión espiritual  de nuestra alma la que entra en escena, y a partir de ahí, es Dios quien asume el dominio exclusivo de lo que sucede en nosotros, y también de lo que debe suceder en el futuro. Las respuestas que no pueden dar la psiquiatría ni la psicología moderna, las posee Dios y su Providencia.

De nuestra mente se saben apenas algunas cosas, y los profesionales de la psicología estarán todavía muy lejos de saber algo más, mientras no escudriñen en la Palabra de Dios las innumerables revelaciones, que sobre el corazón humano estan allí escritas.

Se sabe por ejemplo, que las pasiones del alma humana influyen en nuestras decisiones y en nuestros actos. Para describirlo hemos creado varias palabras como: ofuscación, revelación, fantasía e ilusión; pero no se sabe exactamente y en detalle el por qué y cómo funcionan esos mecanismos mentales.

En la Biblia encontramos muchas revelaciones sobre esos fenómenos del alma humana, para los que la ciencia moderna no nos puede dar explicación alguna.

San Pablo en su carta a los Romanos dice lo siguiente:

«Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí.»  Romanos 7, 15 – 20

Una manera de visualizar el efecto de las pasiones en nuestra mente, es recurriendo al verbo ofuscar, que significa oscurecer la razón o turbar la vista.
Si nos guiamos por la vista como órgano sensorial para captar la realidad que nos rodea, imaginemos ese estado ideal o perfecto del ser humano en que su mente está absolutamente libre de interferencias causadas por pasiones, prejuicios, recelos, sospechas, dudas u opiniones sesgadas; y que por lo tanto, puede ver claramente la realidad verdadera tal como es, como si la miráramos a través de unos anteojos con lentes incoloros y prístinos.

Tan pronto como surge una pasión en nosotros, o bien creamos algún recelo o prejuicio, se colorean los lentes de los anteojos con nuestro propio pigmento y tonalidad que le hemos añadido, y entonces vemos la misma realidad pero ahora adulterada o distorsionada, porque la hemos personalizado según nuestro capricho.

En el evangelio de San Mateo, Jesús les revela a sus discípulos, cómo Dios interviene en nuestras mentes, de tal modo que unas personas puedan percibir ciertas ideas o cosas, y otros individuos no perciban lo mismo.
«Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis.

Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos; Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos,  Y con el corazón entiendan,  Y se conviertan,  Y yo los sane.
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.» Mateo 13, 10-16

No obstante, hoy más que nunca el ser humano moderno inflado de orgullo y vanidad por el progreso y los avances tecnológicos, se cree y se siente que es autónomo y señor absoluto de sus pensamientos, decisiones, acciones, voluntad; y por consiguiente, se deleita en la fantasía de que él únicamente es capaz de gobernar su vida en el presente y su destino en el futuro.

Pero como siempre sucede, ese hombre dominado por su propio engreímiento y soberbia, se olvida de su misma naturaleza imperfecta y débil que lo hace cometer errores y equivocaciones una y otra vez. En su delirio de grandeza y de rebeldía contra Dios, las personas orgullosas viven un tiempo como ovejas extraviadas y desorientadas, hasta que el Espíritu Santo por su Gracia y amor eternos, las hace recapacitar y volver al redil.
Ésta situación de crisis de fe en la sociedad de consumo, es justamente la voluntad de Dios, pero como muchos no lo creen, no se dan cuenta de su propio ensueño.

Hasta hace poco la expresión popular en los países de lengua española « Si Dios quiere », era el reflejo de que la Providencia de Dios había sido reconocida y aceptada por las poblaciones, de que Dios efectivamente interviene y gobierna la marcha del mundo en que vivimos.

El uso de la expresión Si Dios quiere, tiene su origen en el siguiente versículo de la Epístola de Santiago :

Ahora bien, vosotros los que decís: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos»; vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana… ¡Sois vapor que aparece un momento y después desaparece! En lugar de decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello». Pero ahora os jactáis en vuestra fanfarronería. Toda jactancia de este tipo es mala. Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.  Santiago 4, 13-17

San Pablo nos exhorta a que a pesar de todo lo duro que pueda ser la vida, de los problemas, las enfermedades, los sufrimientos, traiciones, dudas e interrogantes que tengamos que enfrentar, pongamos toda nuestra fe en Jesús, fortalezcamos nuestros corazones con la esperanza de la Vida eterna y tengamos paciencia:

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.  Romanos 8, 28

La vanidad y el orgullo son las raíces del ateísmo. Lo peor es ignorar la propia ignorancia.

Los ojos altivos, el corazón orgulloso y el pensamiento de los malvados, todo es pecado. Proverbios 21:4

La frase: “disculpen mi falta de ignorancia “; es una genial creación del gran cómico mexicano Mario Moreno, quién personificó en sus películas al famoso Cantinflas, un personaje que se caracterizaba por una forma de hablar tan bien elaborada y tan embrollada que las personas quedaban bien impresionandas de él, pero sin comprender efectivamente lo que les habia dicho.

Todos sabemos, que la ignorancia se define como la falta de conocimiento o el desconocimiento acerca de una materia dada.

Pues bien, en el universo conocido hasta ahora, del cual nosotros los humanos también formamos parte, existe una infinidad de materias tan numerosa, que una persona por más inteligente y capaz que sea, y por más que se dedique en forma exclusiva al estudio y a adquirir conocimientos sin cesar, su reducido tiempo de vida terrenal, solamente le permitirá conocer apenas una minúscula fracción del total de materias, y su conocimiento será todavía en el mejor de los casos, muy superficial. Así será de inmenso el campo universal de los conocimientos hoy en día.

Cuando Sócrates llegó a decir su famoso adagio „ Yo sólo sé, que no sé nada“, en un diálogo de Platón, no se refería a que él fuese ignorante sino que imaginándose todo lo que desconocía, o mejor dicho, aceptando que su ignorancia era muy grande, él daba a entender así que no sabía nada, reconociendo humildemente sus propias limitaciones como ser humano. Ese pequeño gran detalle es una evidencia poco conocida, de la grandeza de su genio como gran pensador y filósofo que fue en la Antigua Grecia.

Es un hecho sumamente curioso y al mismo tiempo muy instructivo, que me ha llamado la atención desde hace muchos años, el que un gran número de las llamadas grandes y prominentes personalidades de la historia moderna hayan afirmado no creer en la existencia de Dios, y que por lo tanto, se consideraron ateos.

Entre esos ateos célebres se encuentran: Sigmund Freud, Carlos Marx, Simone de Beauvoir, Ernest Hemmingway (premio nobel de literatura), John Lennon, José Samarago (premio nobel de literatura), Friederich Nietzsche, George Bernard Shaw, Bertrand Russell, Michel Foucault, Albert Camus (premio Nobel de literatura), Woody Allen, Fidel Castro, Stephen Hawking y muchos otros más.

Según mi opinión, cualquier ser humano que afirme y crea que Dios como ser espiritual y creador del Universo no existe, no es sino una victima más de la conocida tragedia humana: el exceso de vanidad, orgullo y soberbia.

Y contra esa debilidad humana no es nadie inmune, y mucho menos aquellas personas prominentes que se han destacado en algo, y que por lo tanto, han logrado sobresalir en la historia de la humanidad.

Si el orgullo y la vanidad son defectos tan humanos, que se dan de forma natural en todos los hombres y mujeres sin distinción de clase social o grado de educación, es entonces lógico y normal esperar, que justamente las personalidades famosas, se sientan más abrumados aún por el orgullo y la vanagloria,  y además, con mayor intensidad y persistencia que una persona común.

No hace falta tener un título de profesor de psicología, para saber que los grandes y famosos durante su vida colmada de honores y reconocimientos, sintieron con más fuerza y tenacidad la tentación de sentirse orgullosos, que cualquier otro individuo corriente, y que en consecuencia, debieron enfrentar una lucha interior muy dura contra el orgullo y la vanidad, para no dejarse dominar por éllos.

Y me temo que muchos de esos personajes, no lograron mantener a raya su vanagloria, dejándose influenciar en su entendimiento y en su conciencia por la soberbia, para terminar considerándose seres superiores dotados de un talento sobrenatural y creerse finalmente semidioses.
Éste fenómeno humano es tan común, que se conoce como: endiosamiento.

Entre los médicos y cirujanos modernos ese fenómeno es tan frecuente, que en algunos países se refieren a ese gremio en tono burlesco, como los “semidioses vestidos de blanco”.

Por esa razón a mi ya no me extraña más el hecho, de que algunos célebres y famosos se consideren ateos y no crean en Dios, ni en las realidades  espirituales.

No creyeron antes, ni creen ahora todos aquellos seres humanos carcomidos interiormente por el exceso de orgullo y vanidad, estado del alma ése, que les impide acercarse a Dios Todopoderoso y les imposibilita  conocer y experimentar el mundo espiritual que nos rodea y la maravillosa esperanza viva del Reino de los Cielos.

De acuerdo a la definición de la ignorancia, todas aquellas personas que tengan una falta total de conocimientos acerca de una materia dada, son por lo tanto, unos ignorantes en esa materia.

Los ateos, que por propia voluntad, se han abstenido de creer y de desear conocer a Dios y a su Santa Palabra, son desde el punto de vista de los conocimientos, unos grandes ignorantes, y desde el punto de vista de no querer aceptar y reconocer ni sus propias debilidades innatas, ni tampoco sus limitaciones naturales como seres humanos mortales, son también unos estúpidos.

El gran cientifico alemán Albert Einstein, sabiendo aceptar y reconocer, sus propias debilidades y limitaciones como ser humano, escribió el siguiente adagio: “Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. De la primera no estoy tan seguro.”

Si la estupidez en el ser humano, es una más de las tantas debilidades naturales que TODOS sin excepción poseemos, no nos debe sorprender en absoluto, que todos los ateos célebres y famosos de la historia de la humanidad, como seres humanos que eran, y haciéndole honor a su condición, hayan sido también unos grandes ignorantes y estúpidos.

Yo por mi cuenta les recomendaría, en el caso de que alguno de ustedes  se encontrara con una persona atea en una próxima ocasión, y les reprochara su fe y el ser ingenuos, crédulos, humildes, sumisos y amorosos con Dios nuestro Padre Celestial, le digan como respuesta: ¡disculpa mi falta de ignorancia!

Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. Lucas 14, 11

Creer o no creer, de eso depende todo en la vida

Todos conocemos la famosa frase en la obra Hamlet de Shakespeare, que dice: “Ser o no ser. Esa es la cuestión!”, la cual se usa como referencia a los grandes dilemas que tenemos que enfrentar y las difíciles alternativas entre las que tenemos que elegir en el transcurso de nuestras vidas.
En éste conocido fragmento de Hamlet surgen unas de las preguntas más comunes y más importantes que se ha hecho cada ser humano:
– ¿que hay después de la muerte?
– ¿cuál es el sentido y el propósito de vivir soportando penas y sufrimientos?
– ¿Acaso la vida es esto que vivimos?

Es por eso que antes de llegar a pensar en nuestro destino final y hacernos esa pregunta, es muy conveniente atender con anticipación el aspecto espiritual y abocarnos al tema de la fe en Dios, para evitar tener que vivir con esa incómoda sombra de temor, angustia e incertidumbre que genera lo desconocido y que nos persigue insistentemente en nuestras vidas.

Si Hamlet hubiera creído firmemente en Dios y hubiera confiado en la esperanza cristiana de la vida eterna después de la muerte, no habría llegado al estado de desesperación en que se encontraba, cuando exclamó esa célebre expresión, al preguntarse si valía la pena seguir viviendo o si era mejor suicidarse.

En relación a la fe en Dios, el filósofo francés Blaise Pascal mencionó en una cita la diferencia radical entre la razón y la fe, asi como también la ventaja de ésta última:

la fe es una guía más firme que la razón, la razón tiene límites, la fe no.”

El primer problema existencial que tenemos que resolver es por lo tanto, el de creer o no creer en la existencia de Dios, creador del universo; y si consideramos la Biblia como la Palabra de Dios.

La Sagrada Escritura nos dice que existe una realidad espiritual que es invisible. Nos relata también que en el momento de la creación del mundo natural y todas las criaturas que conocemos, al ser humano Dios le infundió su espíritu, de allí que nuestra propia dimension espiritual (el alma) que llevamos dentro de nuestro cuerpo carnal, forma parte de ese mundo espiritual que existe y es real aunque no lo podamos ver, ni tocar. Hablando en forma figurativa, el ser humano es más bien un espíritu que habita en un cuerpo de carne y huesos, ya que todas las cualidades de la persona única o sujeto inteligente que nos caracteriza como individuos, son facultades espirituales.

EL CREYENTE ES UNA PERSONA ESPERANZADA

La fe es la fuerza vital de las acciones y actividades de los seres humanos. Cuando el ser humano vive, es seguro que él en algo cree. Si no creemos con anterioridad en lo que vamos a hacer y porqué y para qué lo hacemos, no lo haríamos. Sin primero creer en lo que estamos por hacer, la actividad humana no sería posible. Donde hay vida humana, también allí, desde el origen de la humanidad, hay fe y confianza.

El gran teólogo cristiano de la antigüedad Orígenes de Alejandría (185-254), redactó un interesante comentario sobre la importancia de la fe en la vida humana:

“Si al fin y al cabo dependen de la fe todas las actuaciones humanas, no es mucho mejor creer en Dios que en lo demás? Después de todo, ¿quién va a navegar en alta mar o a casarse o a engendrar hijos, o a lanzar semillas sobre la tierra para la siembra y no esta confiando siempre que todo le va a resultar bien, cuando incluso un resultado contrario es siempre posible y también ocurre a veces?

Y sin embargo, parece que la fe obra de tal manera que todo estará bien y saldrá tal como se desea, que toda persona se atreve a ir hacia lo incierto e inseguro sin abrigar la menor duda.

Por consiguiente, son la esperanza y esa fe que confia en el futuro, las que sustentan y amparan la vida en cualquier situación de desenlace dudoso, entonces a esta fe debe serle reconocido con toda razón, que ella confie en algo más superior que los mares transitados,  que la tierra sembrada, que la esposa y que el resto de las cosas humanas, es decir, en Dios encarnado en Jesucristo que ha creado todo esto, y el que con amor sobreabundante y con divina bondad, se atrevió a proclamar su Evangelio a todas las personas en el mundo, a pesar de haber vivido bajo condiciones de grandes peligros y de tener que morir con una muerte, considerada como muy deshonrosa y humillante.”

El tema de las creencias y expectativas ha sido siempre objeto de investigaciones en psicología. En años recientes los científicos han estudiado cómo las expectativas modelan nuestra experiencia directa del mundo determinando lo que percibimos y cómo lo percibimos. Los investigadores pudieron claramente observar y constatar el poder que tienen las expectativas.

León Tolstoi el famoso escritor ruso autor de de las obras clásicas “La guerra y la paz” y “Ana Carina”, quién cayó en una crisis existencial tan fuerte, que también llegó a  pensar en suicidarse, escribió lo siguiente en su autobiografía titulada “Mis confesiones”:
La fe es lo único que le da respuesta a la incógnita de la vida del ser humano, y por consiguiente le confiere justificación y la posibilidad de vivir.
La fe le da a la existencia finita del hombre el sentido de lo infinito, ese significado que no es aniquilado por el sufrimiento, las privaciones y la muerte. Por eso, sólo en la fe puede uno encontrar el sentido y la posibilidad de la vida.
Si la persona no ve lo absurdo de lo finito y no entiende, cree en lo finito, y si ve lo absurdo de lo finito, debe por lo tanto creer en el infinito. Lo necesario y lo valioso es, poder solucionar la contradicción entre lo finito y lo infinito, y la cuestión del significado de su propia vida, de manera que uno pueda ser capaz de vivirla.

Esta solución está en la fe. Y es la única solución que nos encontramos siempre y en todas partes, en todas las épocas y en todos los pueblos, la solución que viene de un momento en el cual la vida humana para nosotros se pierde, una solución tan complicada, que nosotros no somos capaces de crear algo similar. Esa solución que justamente descartamos de manera imprudente, para plantearnos esa pregunta después otra vez  y para la que no tenemos respuesta.

La fe en Dios, por su parte, abre las puertas a la realidad espiritual que está fuera de nosotros mismos que nos rodea y a la realidad eterna, que está más allá de las dimensiones del tiempo y del espacio conocidos.
La eternidad es tan real como lo es la muerte, pero como no pensamos, ni deseamos nuestra propia muerte, tampoco pensamos en la eternidad. Por eso es que nos cuesta tanto imaginarnos y aceptar la dimensión de la eternidad. Pero el hecho de que no pensemos en ellas, no significa que algún día no vayan a ser realidad en nuestras vidas.

El mensaje central de Dios para toda la humanidad, que fue anunciado y prometido por primera vez por su Hijo, el Ungido, nuestro Señor Jesucristo hace más de 2000 años es el siguiente:
La revelación de la existencia del Reino de Dios en los cielos y de la promesa de salvación por obra de su Gracia y su amor divinos, de que los seres humanos nacemos y existimos para vivir la vida eterna en ese Reino, el cual se nos hará realidad después de nuestra muerte.

Como verdad espiritual que es, esa promesa ni la podemos ver con los ojos, ni percibir con los demás sentidos del cuerpo. Solamente nuestro espíritu puede a travez del acto de fe en Dios, aceptarla como verdad y esperar con anhelo su cumplimiento.

Resumiendo: vivir es esperar con fe en algo que no ves y que todavía no tienes.

La vida humana es, por consiguiente un esperar contínuo, que se va renovando constantemente, porque creemos en alguien o en algo.
La vida del creyente cristiano es esperar en la gran Esperanza Cristiana, hasta nuestro último aliento, el bien supremo: la vida eterna con Dios, nuestro padre celestial.

Acerquémonos a Dios entonces con confianza y humildad, para rogarle que por su Gracia nos aparte de los quehaceres de nuestra agitada vida diaria, y que despierte en nuestro espíritu el interés por las realidades espirituales y para así esforzarnos más en buscar su verdad divina y no descansar hasta apoderarnos de élla por medio de la fe.

Nuestro Señor Jesucristo nos da amorosamente esa maravillosa promesa que fue escuchada, atesorada y después propagada por San Juan por medio de las sagradas escrituras para toda la humanidad y todos los tiempos:

“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy».

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Juan 14: 1-6

Brillo de amor es la energía espiritual del amor, que todos los seres humanos poseemos.

Si pensamos en algo tan común como es una bombilla de luz, tenemos que reconocer como una gran genialidad, que algo tan simple como es un pequeño globo de cristal con un delgadísimo filamento incandesente adentro, sea capaz de brillar con su propia luz.

Los seres humanos también somos capaces de brillar con luz propia, pero no con una luz deslumbrante, sino con un resplandor espiritual inherente del alma humana, con ese brillo de amor que se ve y se siente solamente con el corazón. Es esa una irradiación personal que emana desde el interior del cuerpo hacia afuera, y no tiene en absoluto nada que ver, con la anatomía ni con los rasgos físicos de la persona, ya que el cuerpo humano hace el papel de instrumento del alma, así como lo hace la flauta al sonar, cuando se sopla aire en élla.

A esa misteriosa energía espiritual, tratando de describirla se le ha dado varios nombres: gracia, donaire, encanto, atractivo, simpatía, espíritu, fascinación, dulzura, etc. Y muchos otros por facilidad, la llaman popularmente: un no sé qué.

Es también el brillo de amor, el responsable anónimo de ese refrán que se refiere a ese hecho tan cierto y evidente, el cual la sabiduría popular supo captar de forma intuitiva y expresar magistralmente en la frase: “la suerte de las feas, las bonitas la desean”.

Lo importante aquí es recordar, que sí podemos resplandecer espiritualmente, que somos capaces de manifestar nuestras cualidades y virtudes, de amar, de lucir lo que somos y lo que tenemos de único e inimitable: el espíritu, el carácter, el modo de ser, es decir, nuestra personalidad; y que también, los que nos rodean son capaces de notarlo.

Refiriéndose a la gran influencia masificadora y estandarizante, que como bien sabemos, ejercen la crianza, las convenciones sociales  y los medios de comunicación sobre las personas, el filósofo alemán Max Stirner (1806-1856) hizo la siguiente afirmación:

Todo ser humano nace como original, pero la mayoría muere como copia”.

A primera vista, todos tenderíamos a estar de acuerdo con esa observación de Stirner, porque se trata de un hecho notorio, que las actuaciones y el aspecto exterior de un grupo social determinado, sean tan semejantes y se parezcan tanto unos y otros, que dan la impresión de ser copias.

Sin embargo, es muy importante aclarar, que esa afirmación se refiere exclusivamente a las manifestaciones exteriores de la vida de la gente, como: el vestuario, los estilos y modas, la educación elemental y formación profesional, las normas y códigos sociales, las costumbres, etc; y por lo tanto, resulta ser una deducción incompleta, porque sencillamente en esa observación, falta la otra mitad del ser humano, su dimensión espiritual, su alma; a la que bien se podría llamar la ilustre desconocida, ya que siempre es injustamente menospreciada e ignorada, así como sucede con el lado oculto de la luna, el cual nunca se deja ver desde la tierra, pero que está siempre allí.
Cada individuo es un ser original, tanto al nacer como al morir. Incluso los gemelos univitelinos, que son tan idénticos en su aspecto físico y que parecen ser verdaderas copias, son únicos e irrepetibles.

Desde su nacimiento cada individuo tiene su carácter y personalidad propia, la cual se va desarrollando y moldeando en el transcurso de la vida según sus intimas vivencias y experiencias personales en su hogar, en el trabajo y en la sociedad.

Sin exepción alguna, todos seguramente anhelamos ser originales y no copias, por eso siempre tratamos de destacarnos de los demás, por no querer ser uno más del montón. Pero el gran impedimento para lograr ese ideal, está en el hecho de que la originalidad la buscamos fuera de nosotros, la buscamos donde no está, la buscamos en el mundo exterior, donde la gran mayoría de la gente busca y espera en vano, poder también encontrarla.

Mientras sigamos buscando en las fuentes externas (ropas, joyas, maquillajes, conocimientos, deportes, pasatiempos, culturas, cirugía estética, etc.) el brillo que nos haga perfilarnos como originales, más nos pareceremos a los demás, más daremos la impresión de ser copias.

Como lo dije antes, la fuente de nuestra originalidad, del amor puro, del contentamiento duradero, de la paz interior y de una vida plena; está dentro de tí en tu alma de niño. Para percibir nuestra alma, lo único que hace falta es la voluntad de conocernos interiormente, querer hallarse a sí mismo, desear escuchar la voz de tu alma de niño y tomarla más en cuenta.

Y para eso no hay recetas, porque cada individuo tiene su propio mundo interior, su propia conciencia, sus propias vivencias, y por lo tanto tiene que hacerlo él o élla misma.

Sin embargo, existe un solo Ser que nos puede ayudar en la tarea: nuestro Dios Todopoderoso.

Eso lo hizo el Rey David en sus clamores a Dios, los cuales quedaron plasmados eternamente en los Salmos para la historia y para los creyentes:

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. Salmo 139, 23 y 24

Muchos siglos después de David, nuestro señor Jesucristo dejó como legado eterno en sus enseñanzas y su Palabra, un maravilloso hilo conductor que tenemos que seguir para poder encontrarnos y encontrarlo a él: el amor verdadero.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.“  Mateo 22, 37-39

En mi caso particular, yo creo firmemente en Dios y en su amor hacia nosotros, ya que él es el creador y la fuente universal del amor espiritual. Por eso, estoy convencido de que el amor espiritual o amor puro es la clave.

Como en todo amor incondicional bien entendido, en su principio y en su fin, se busca uno mismo, es decir, al amar sin condiciones a alguien te hallas a ti mismo, ya que hallas el ser amante en tí, ése que es capaz de amar espiritualmente y sin esperar nada a cambio, que no es otro que tu alma de niño: la portentosa fuente de tu brillo de amor.