Primero besamos con el alma y después con los labios

El amor verdadero en los seres humanos es una facultad espiritual que nace y crece en el alma. El amor es el don divino más maravilloso que Dios como su creador le ha otorgado al hombre y a la mujer.
Debido a su naturaleza espiritual, el amor es invisible, es libre y por lo tanto, no lo podemos dominar a voluntad. Por esa razón, el amor ha sido siempre un misterio para la humanidad en todos los tiempos. Se aparece en nuestros cuerpos de repente y de modo imperceptible, y así mismo se desvanece cuando el Espíritu Santo lo estime justo y conveniente.

Al sentimiento de amor lo prodríamos imaginar como un manantial de energía amorosa que surge de la profundidad del alma, la cual se extiende por todas partes del cuerpo y se apropia de la conducción de la mente y la voluntad del individuo en el trato con esa persona determinada, que le ha despertado e inspirado su amor.

Según San Agustín, el alma posee al cuerpo, usa de él y lo gobierna. Agustín describió la relación alma-cuerpo con la siguiente frase: «El alma es cierta substancia dotada de razón que está allí para dominar y regir al cuerpo».

La palabra congeniar proviene del latin y esta formada por el prefijo con- que expresa la idea de encuentro, y la palabra genius con la que llamaban los antíguos romanos a un espíritu protector. En consecuencia, congeniar significa en latín: encuentro de espíritus.

San Pablo en su carta a los Gálatas escribe sobre la obra del Espíritu Santo:
Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Gálatas 5, 22

El Espíritu Santo en su divina acción sobre el alma humana, igualmente interviene para que la personas se encuentren, se unan y establezcan relaciones duraderas.

El proceso espiritual del amor entre dos personas, se inicia con el encuentro de las almas en el que se despiertan los sentimientos amorosos, los cuales conducen a su vez, al surgimiento de la simpatía mutua entre ellas. Es por eso, que cuando hacemos algo por amor a alguien, es el alma quien gobierna al cuerpo.
Si es un beso que le damos a una persona por amor, primero le besamos con el alma y después lo hacemos con los labios.

El amor de Dios es el pegamento espiritual universal, que une a los seres humanos en diferentes formas de relaciones y grados de intensidad.

Una buena vida se logra con afectuosas y sinceras relaciones personales

Si alguna persona te dijera, que para lograr vivir una buena vida es muy importante tener relaciones personales afectuosas y sinceras, seguramente tú te reirías de esa ocurrencia y no le harías caso alguno a ese consejo.¿no es verdad? Igual reaccionaría hoy la gran mayoría de la gente, puesto que eso de tener buenas relaciones personales, es algo tan natural y ordinario, que nadie le da mucha importancia al trato con la gente, porque es considerado como una actividad demasiado común y banal, y además es cosa sabida por todos.

Pero si esa información te la dijera un profesor de la Universidad de Harvard, seguramente sí se lo creerías y estarías dispuesto a leer todos los detalles al respecto. Pues sí, y aunque a muchos les costará creerlo, a esa sorprendente conclusión llegó un estudio de larga duración realizado por esa prestigiosa Universidad, sobre lo que de verdad nos hace mantenernos felices y sanos a lo largo de la vida.

Después de hacerle un seguimiento minucioso a las actividades de la vida privada de 900 personas durante más de 75 años, constataron los investigadores que el factor que más contribuyó a la felicidad y la salud de los participantes, fue la calidad y la intensidad de sus relaciones personales. En realidad, nadie del equipo responsable del estudio esperaba ese resultado.

Pero así como sucede con las cosas más que sabidas y que damos por descontadas, porque las hacemos sin recapacitar y sin ponerles mucha atención, en el caso concreto de nuestras relaciones, no tomamos plena conciencia del beneficio que nos brindan, y muchas veces ni nos percatamos de las satisfacciones o el placer que esos momentos nos generan.  Por lo general, estamos más pendientes e interesados en aquellas actividades y metas de la vida, que en la sociedad tienen mayor prestigio como son acumular dinero, destacarse en la sociedad, trabajar duro y vivir cómodamente, a las cuales les dedicamos mucho más tiempo, atención y energía.

Ese estudio no hace más que confirmar una vez más, que la felicidad del alma es la felicidad del ser humano, y que esos lazos invisibles de amor que se crean y se desarrollan en nuestras relaciones sentimentales, familiares y de amistad con nuestros seres queridos, son los que más contribuyen a nuestra propia felicidad y salud corporal.

No hay duda de que el amor espiritual es la capacidad divina más poderosa, bella y sublime que Dios nos ha otorgado como un don a los hombres y las mujeres, para lograr vivir una buena vida con sentido y propósito.

De lejos Yavé se le apareció: «Con amor eterno te he amado, por eso prolongaré mi cariño hacia ti. » Jeremías 31,3

(ver video sobre dicho estudio https://www.youtube.com/watch?v=8KkKuTCFvzI

Es tan triste el amor a las cosas, porque las cosas no saben que uno existe

De acuerdo a San Agustín de Hipona, conocido también como el gran filósofo del amor, existen dos clases fundamentales de amor Cháritas y Cupiditas, según sea el beneficiario u objeto a quien está dirigido nuestro amor. Con el término Cháritas se refiere Agustín al amor a Dios, al amor a los demás y al amor a sí mismo, el cual como es espiritual lo podemos sentir y expresar sólo en una relación con seres de naturaleza espiritual. Con la palabra Cupiditas se refiere al amor que sentimos y dirigimos hacia los objetos del mundo material, es decir, las cosas y bienes materiales.

En su concepto de amor San Agustín estableció también un orden o una jerarquía del amor, definiendo como superior al amor espiritual (Caridad) y como inferior al amor por las cosas del mundo. El amor espiritual que se siente por alguien, lo concibió Agustín como un movimiento particular del alma que suscita la persona amada, y cuando ese amor es correspondido de igual forma, se establece entonces una relación recíproca con fuertes lazos espirituales de amor firme y duradero.

De allí se desprende ese importante consejo de Agustín para nosotros, de que debemos procurar escoger bien los destinatarios u objetos de nuestro amor, ya que de eso va a depender en gran medida nuestra felicidad o infelicidad en la vida. Supongo que ustedes estarán de acuerdo conmigo, en que no es lo mismo amar a la madre o a un hijo, que amar un vestido, un anillo de diamantes o el dinero.

El estilo de vida moderno en el que vivimos en nuestra sociedad de consumo, nos persuade constantemente a creer que en el consumo y acumulación de cosas y bienes materiales encontraremos la felicidad. Eso es una falsa ilusión, y sin embargo, demasiada gente tiende a darle su preferencia a tomarle cariño a las cosas en lugar de amar más a las personas.

La frase del poeta español Rafael Cansinos que hace de título «Es tan triste el amor a las cosas, porque las cosas no saben que uno existe» la he escogido, porque ella expresa de forma clara y acertada la gran desventaja del amor a las cosas: su imposibilidad de responder con el mismo cariño, puesto que los objetos materiales ni siquiera saben que uno existe. El amor a las cosas es inferior, triste e insuficiente, y en consecuencia, solamente puede generar desdicha y el temor de su pérdida a sus dueños.

Por poseer nosotros seres humanos un espíritu de origen divino y superior, si deseamos disfrutar de una felicidad más plena y duradera en esta vida terrenal, debemos seguir el maravilloso consejo de Jesucristo al escoger los destinatarios de nuestro amor:

Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». Marcos 12, 29-31

Amar a los demás es lo que te hace digno de ser amado

Te has preguntado alguna vez en tu vida: ¿si te mereces que alguien te ame, o dicho de otro modo ¿si te has hecho digno de ser amado por alguien?

Supongo que muy pocas personas se habrán hecho esa pregunta, debido a que todos creemos o nos imaginamos que poseemos buenas cualidades que gustan o atraen a los demás.  Esa supuesta atracción la aceptamos como una realidad en nuestras vidas y en consecuencia, nos dedicamos a adquirir más atributos (cuerpo y aspecto atractivos, profesión académica, alto ingreso mensual, conocimientos) que nos distingan para hacernos aún más atractivos.

Sin embargo, nos olvidamos que el hecho de hacernos atractivos no es en absoluto suficiente para ser amados por alguien. Una cosa es ser una persona atractiva y otra muy diferente es ser una persona digna de ser amada. Primero, debemos ser capacez de amar a los demás, para llegar a merecernos ser amados por alguien.

San Agustín después de haber meditado profundamente sobre la caridad, logró llegar a la conclusión de que el amor es la cualidad espiritual por excelencia que le transmite la belleza al alma humana, y así lo manifestó a sus oyentes en uno de sus sermones, con la siguiente sentencia:
“La belleza crece en ti en la misma proporción en que crece tu amor, puesto que el amor mismo es la belleza del alma.”

Agustín define al amor como el ingrediente indispensable que hace crecer o aumentar la belleza, la hermosura o el encanto en un ser humano de manera efectiva y duradera. Entre más capaz sea una persona de amar al prójimo como así mismo, más merecedora será esa persona de ser amada por los demás.

El amor es un arte que hay que aprenderlo amando. Es necesario amar a alguien para aprender el arte de amar.

Y ahora, un par de preguntas más para meditar:
¿Cuanto tiempo ocupas diariamente en amar a los demás?
¿Has amado tanto a alguien como para que merezcas ser amado de igual forma?

San Juan de la Cruz en su obra Cántico espiritual, describió con la siguiente frase lo que se puede llamar la ley del amor cristiano: “sólo con amor el amor se paga”

Toda persona que ama incondicionalmente a otros, recibe amor en gratificación y recompensa.

La renunciación por amor es una forma de amar incondicionalmente

En el viejo testamento hay un episodio en la vida de Salomón descrito en el Libro de Reyes capítulo 1, 23-27, que se hizo famoso por su exhibición de sabiduría y que se conoce como la decisión salomónica, el cual también revela de manera ejemplar que el sacrificio forma parte del amor profundo:

La disputa era entre dos mujeres, el hijo de una de las cuales había muerto; pero ambas decían ser la madre del niño vivo.
Y dijo Salomón—Traedme una espada.
Y trajeron al rey una espada. En seguida el rey dijo:
—Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra.
Entonces la mujer de quien era el hijo vivo habló al rey, y le dijo:
—¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis.

En ésta historia, la verdadera madre para evitar que mataran a su hijo, renuncia por amor a su justo derecho y prefiere dárselo a la otra mujer.

Éste incidente muestra igualmente, con qué facilidad el amor incondicional se transforma en renunciamiento. En consecuencia, se puede afirmar que la renuncia es una manifestación de amor asi como también una forma de amar. El sacrificio y el amor verdadero son inseparables, que no existe amor sin sacrificio y viceversa, convirtiéndose uno en el otro, de ese modo tan natural como se transforma el día en la noche.

El amor es la fuente del espíritu de sacrificio, que nos persuade y predispone a dar el paso sin vacilar para abstenernos, puesto que es el amor mismo lo que hace desarrollar en la persona la disposición necesaria y genera esa fuerza de voluntad que nos hace capaces de renunciar a algo que consideramos muy importante. Nos faculta para desprendernos de algún objeto valioso e incluso para despojarnos de actitudes egoístas y otros hábitos negativos que hemos adquirido. Sin sentir ese amor, simplemente no tendríamos la capacidad para sacrificarnos por alguien.

El renunciamiento es un acto espiritual. Es la disposición del alma impulsada por la clara intención de manifestar su amor a la persona amada. La renuncia por amor, es quizás el ejercicio espiritual más efectivo para liberarse de las cadenas del egoísmo, puesto que permite olvidarse de sí mismo para complacer al otro.

Uno de sus frutos más notable es el demostrar y declarar una vez más, el amor que le profesa quien se sacrifica a la persona amada. Esa demostración a su vez alimenta y hace crecer el amor en la persona amada por su pareja.

Entre personas que se aman de verdad, las renuncias y sacrificios forman parte integrante de su relación. Y entre más profundo sea el amor que se tengan, más grandes serán los sacrificios que estén dispuestos hacer el uno por el otro.

San Agustín de Hipona lo expresó en su grandiosa cita sobre el amor: «Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos».