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La eternidad es tan cierta y segura como lo será nuestra muerte algún día.

« No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. » Juan 14, 1-2

Según la Biblia, sabemos que Dios envió a su Hijo Jesucristo para anunciar y para demostrar con su vida ejemplar y su muerte en la Cruz, que los seres humanos después de nuestra muerte, también iniciamos una nueva vida eterna y abundante.
Esa fue la obra más importante que el Señor Jesucristo hizo en su breve paso por este mundo, y fue también la que tuvo que hacer Él mismo en persona como Hijo de Dios encarnado, para poder mostrar a la humanidad, el gran amor y la misericordia de Dios hacia nosotros, mediante su sacrificio en la cruz, y al mismo tiempo, poder dar la evidencia de la resurrección, la cual ocurrió al tercer día de su muerte.

Para vivir eternamente es necesario morir primero.
En primer lugar, porque en el preciso momento de la muerte, es cuando nuestra alma inmortal se separa del cuerpo inerte, y en segundo lugar, porque la vida eterna es una vida espiritual nueva. Dicho de otra manera: tenemos que morir en este mundo, para que después nuestra alma inmortal viva en la eternidad.

El gran Apostol San Pablo lo explica claramente en su carta a los filipenses en el capítulo 1, 21-23: «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.»

Si creemos firmemente que Jesús es el camino, la verdad y la vida eterna, podremos aprender así como San Pablo a vivir con tal esperanza, de que al morir también nosotros, seamos capaces de desear estar con Cristo en la eternidad.

Jesús dijo, que Él había venido para que tengamos vida y la tengamos en ABUNDANCIA, es decir, una vida plena y mucho mejor que esta pobre vida llena de enfermedades, adversidades, sufrimientos, injusticias y angustias.

Pregunto: ¿Quién como adulto mayor en su sano juicio y siendo sincero consigo mismo, puede considerar su vida terrenal como una vida abundante y hermosa? La respuesta la conocemos todos muy bien: ¡Nadie!

En la tierra no existe ningún Paraíso. Nunca ha habido paz ni justicia entre los hombres en este mundo, ni la habrá en el futuro. La educación y la ciencia jamás superarán las debilidades naturales y defectos del ser humano. La maldad y las guerras seguirán plagando de sufrimiento y de muerte a la humanidad.

Si el mismo Jesucristo siendo Hijo de Dios, vivió una vida terrenal durísima: primero, fue injustamente rechazado por sus propios hermanos de raza judía; después, fue insultado, perseguido y humillado por los sacerdotes de Israel; y finalmente, a pesar de ser absolutamente inocente, fue condenado a morir crucificado, la cual era la muerte más humillante y más dolorosa en esos tiempos.
Imagínense ustedes entonces, ¿qué podemos esperar nosotros como mortales pecadores de esta vida cruel?

Jesús descendió de los Cielos y vivió como un ser humano común, para enseñarnos a vivir y a morir con la esperanza de la vida eterna, y para que nos aferráramos a ella como un ancla firme y segura en nuestros corazones.

Los creyentes cristianos debemos considerarnos más que privilegiados, por tener la magnífica oportunidad de apoderarnos de la promesa de vida eterna, que por pura Gracia y por amor, nos ofrece Jesucristo una y otra vez, a aquellos que creen en Él de todo corazón.

La esperanza cristiana de vida eterna en el Reino de los Cielos, nos da fuerzas y nos sostiene durante la dura e injusta vida en este mundo, y después de la muerte, ella conducirá nuestra alma hasta las eternas moradas, que Jesús prometió preparar para nosotros.

La verdad de la Biblia es como agua fresca de beber en este desierto de mentiras en que vivimos.

El que practica el engaño no morará en mi casa; el que habla mentiras no permanecerá en mi presencia. Salmo 101, 7

«La Verdad recorría por entonces el mundo para enseñar a los hombres las vías de la justicia y del bien, aunque la mayor parte de las veces era muy mal recibida. La Mentira, por el contrario, que distribuía incontablemente falsas esperanzas y sus ilusiones, era acogida en todas partes como una princesa. Por tal motivo, ella iba siempre muy cuidada y con buen aspecto, orgulloso el porte y esplendorosa de salud, mientras que Verdad iba vestida de andrajos, delgada, pálida y con un aspecto lamentable. Cuando vio a su enemiga de toda la vida tan próspera y feliz, Verdad no pudo evitar lamentarse por su propia suerte:
¿por qué te aman los hombres más que a mí? Es injusto. Tu palabra no vale nada, mientras que la mía es inalterable.
Mentira se echó a reír, y dijo:
Es que no lo sabes hacer, Verdad. Tu voz es muy cortante, tus palabras demasiado crudas. Te falta tacto y diplomacia. Eres un espejo sin concesiones. Yo suavizo las aristas, embellezco los rostros ingratos, rejuvenezco a los viejos, llevo a los hombres el sueño y el placer. Y ellos me aman en la medidad de la felicidad que les doy.
(Verdad) Pero tal felicidad es artificial. Se funda en el engaño y en la ilusión.
(Mentira) ¿Y qué? Vale más una felicidad falsa que un sufrimiento auténtico.»

Lo anterior es un extracto del cuento la Verdad y la Mentira hacen juntas el camino del escritor francés Edouard Brasey, el cual ilustra muy bien el por qué algunas personas prefieren escuchar y leer mentiras que verdades.
Hay individuos que se dejan hechizar por la atractividad de las mentiras, y además algunos son hasta capacez de vivir a gusto en el engaño o en su propio mundillo ilusorio. Sin ir muy lejos, los adictos a las drogas son un ejemplo extremo de ese tipo de gente, quienes siempre están tratando de escapar de la dura realidad de la vida.

La mística italiana Catalina de Siena (1347-1380) dijo: «El hombre no vive de flores, sino de frutos», afirmación ésta que es muy cierta, puesto que de flores no nos podemos alimentar, mientras que de los frutos sí. Las mentiras por tener características similares a las flores como: muy atractivas, bellos colores y fragancias agradables; por eso abundan en este mundo como la arena en el desierto. Por el contrario la verdad es muy escasa, así como es el agua en el desierto, pero ella es indispensable para poder sobrevivir y ser feliz en esas condiciones del mundo de mentiras en que vivimos.

La búsqueda de la verdad y del amor verdadero son necesidades básicas del alma humana, y esa búsqueda por la verdad no es sino la búsqueda de Dios, porque Dios es la fuente original del amor y de la verdad.
Según San Agustín de Hipona, a la verdad eterna e inmutable se llega por medio del amor, y por esa misma razón, para poder disfrutar de la felicidad auténtica se requiere que esté fundamentada sobre el amor y la verdad.

Para nosotros los creyentes cristianos, la Biblia es la Palabra de Dios y en consecuencia, en ella está escrita la verdad divina y eterna.

Algunos podrán decir: ¿Cómo sabemos que la Biblia es verdad? Yo, desde hace unos años no tengo que hacer esa pregunta, porque un buen día la verdad de Dios me fue confirmada en mi corazón por el Espíritu Santo.
Les propongo lo siguiente: hagan la prueba ustedes mismos y lean la Biblia con confianza y con el deseo de encontrar la verdad. Inicien su lectura en el Evangelio del Señor Jesucristo o Nuevo Testamento. Mediten lo leído y descubrirán que el Señor es bueno y amoroso. Confiar en Él es realmente una decisión afortunada. Esa es la mejor manera de confirmar la verdad de la Biblia.

Concluyo con un extracto del texto de una leyenda africana:
“Mentira, tú florecerás sin dar jamás fruto. Gustarás a los hombres aunque nunca les harás bien. En cambio tú, Verdad, serás amarga, dura y a veces harás sentir mal pero siempre acabarás haciendo felices a los seres humanos”.

Hacer el sexo sin amor, es más frustración que satisfacción.

“Ama y haz lo que quieras. Si callas, hazlo por amor; si gritas, hazlo por amor; si corriges, corrige por amor; si te abstienes, abstente por amor. Si tienes el amor arraigado en tí, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.
San Agustín de Hipona

Antes de entrar en este tema tan interesante, es imprescindible dejar bien claro que el sexo y el amor humano son dos inclinaciones humanas muy diferentes y no tienen nada que ver una con la otra. El apetito sexual y hacer el sexo son simples necesidades biológicas para la reproducción natural de la especie, así como lo es para los animales. Muy por el contrario, el amor por ser de naturaleza espiritual , es un sentimiento sublime y una necesidad espiritual del alma humana.
Las evidencias de esta realidad son las manifestaciones de amor más comunes que vivimos y observamos todos los días, como por ejemplo: el amor de madre y padre a sus hijos, el amor entre amigos, el amor entre hermanos, el amor entre compañeros de trabajo o de estudios, el amor de los abuelos a los nietos, etc; en los cuales no interviene para nada la atracción sexual. Ese cariño y afecto profundos que sentimos todos los días por nuestros seres queridos, ese es el amor espiritual  verdadero.

Lamentablemente existe un gran confusión en la opinión pública, desde que fue creada y masificada la expresión en inglés « make love » por los medios para referirse al acto sexual. En 1960 fue lanzada al mercado mundial la película de Hollywood titulada « Let’s make love » y poco después, durante la guerra de Vietnam se puso de moda en los Estados Unidos la frase « Make love, not war » por los movimientos pacifistas norteamericanos, la cual se popularizó en todo el mundo. Esa desdichada igualdad entre el sexo y el amor ha creado la muy equivocada creencia de son la misma cosa.

Eso que llaman con ligereza « amor » y que propagan los medios, no es el amor universal de todos los tiempos. El amor verdadero es espiritual, es un don divino concedido por Dios a los seres humanos. Y como facultad espiritual humana que es no se puede ver, sólo se puede sentir. Por esa razón, los dueños de los medios y de las agencias de publicidad, decidieron sustituir la palabra sexo con la de amor, creando así una infinidad de falsas expectativas y frustraciones en mucha gente joven, quienes creyendo que el sexo y el amor eran lo mismo, no han sabido encontrar el amor verdadero, lo cual era en el fondo lo que esperaban y buscaban, y por eso mucha gente frustrada se han tenido que resignar con calmar sus ardientes necesidades sexuales, así como se calman las ganas de comer.

En aquella pareja en la que hayan nacido los sentimientos y lazos de amor verdadero, hacer el sexo se convierte en una experiencia doblemente agradable y gratificante, puesto que se genera una doble satisfacción: la que se siente en el cuerpo en el momento y la que perdura en el alma.

Sin amor, el acto sexual es sólo una vivencia fisiológica necesaria y breve que sacia al cuerpo y desaparece, tal como lo hacen también el comer y beber cuando se tiene hambre y sed.
Así como comer no nos hace más felices, tampoco el sexo y recibir besos apasionados sin amor no nos harán más dichosos. Solamente calman por momentos la necesidad sexual y la pasión que la acompaña. Si el sexo sin amor hiciera feliz al ser humano, aunque fuese un poquito solamente, las prostitutas serían los seres más felices del mundo. Y sabemos muy bien que no es así, que lamentablemente es todo lo contrario.

Concluyo con esta bella frase de San Agustín llena de sabiduría y verdad:
« Si tienes el amor arraigado en tí, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos »

Si tuvieses que elegir entre una casa grande o una familia amorosa y feliz, qué escogerías?

Y Él le dijo: amarás al señor tu dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a tí mismo.… Mateo 22, 37-39

Siempre estamos expuestos a comparar y elegir entre dos opciones. En la gran mayoría de las ocasiones, se trata de elegir entre diversos objetos y productos similares que deseamos comprar o actividades que queremos hacer. Sin embargo, existen algunos momentos en que tenemos que tomar una importante decisión para elegir entre objetos y personas, es decir, dos opciones muy distintas e incluso contrarias, la cual puede traer consigo serias consecuencias y dificultades para las personas afectadas por esa decisión.

Como ejemplo voy a describir una situación conocida que es real y bastante común:
Un trabajador, su esposa y dos hijos pequeños viven en un apartamento alquilado desde hace 10 años. Para poder comprarse una casa grande, el padre de familia decide buscar un trabajo con mejor sueldo en una empresa de perforación de pozos petroleros, pero tiene que trasladarse a vivir solo en un campo petrolero muy lejano.
En éste ejemplo, el señor prefiere sacrificar la convivencia diaria con su esposa e hijos por un largo tiempo, por el interés de ser propietario de una casa grande,  asumiendo con su decisión todos los riesgos y repercusiones negativas, que una prolongada separación podría provocar en la relación familiar.

Debido a que no podemos poseer TODO lo que deseamos, se hace pues necesario establecer prioridades, esto es, definir lo que para nosotros es más valioso y lo que es menos valioso en la vida.
La vida familiar con los lazos de cariño e intercambios de caricias que allí se crean y se dan diariamente, es el alma de una vivienda. Una casa no es más que un techo y unas paredes de materiales inertes y fríos, que encierran dentro de sí a una familia que vive allí. Básicamente, una vivienda cumple la función de un cofre, que resguarda y protege a los que habitan en ella.
Así como un cofre jamás es más valioso que el tesoro que guarda, así mismo la familia debería ser siempre para nosotros ese gran tesoro que le da amor y sentido a nuestra existencia y le otorga vida a la vivienda.

San Agustín de Hipona, uno de los más grandes doctores del Cristianismo escribió la obra titulada: la primacía del amor. Según San Agustín, cuando el ser humano ama de verdad a alguien, se identifica y se une espiritualmente al alma del ser amado.
Por los animales y objetos materiales lo más que podemos sentir es un apego o un simple afecto, el cual es siempre vano y dura muy poco.

El Señor Jesucristo nos enseñó que el mandamiento más importante es: amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo. El amor verdadero es espiritual y eterno, y en consecuencia, solamente puede surgir y desarrollarse entre seres de naturaleza espiritual. El amor espiritual que sentimos por nuestros seres queridos nos une también con Dios, y de esta manera, nos hace partícipes de la eternidad de Dios.

Ninguna casa grande ni ningún palacio son capaces de inyectarle amor a las personas que habitan en ellas y tampoco de hacerlas felices. Esa construcciones solamente pueden hacerles sentir orgullo, vanagloria, notoriedad, soberbia y engreimiento. Y nada más.

Únicamente los lazos invisibles de amor que nacen, se desarrollan y se nutren mutuamente entre los miembros de la familia en su convivencia diaria, son capaces de llenar de amor, felicidad y armonía el seno familiar.

« Desgraciado quien no haya amado más que cuerpos, formas y apariencias. La muerte le arrebatará todo. Procurad amar las almas y un día las volveréis a encontrar. » Victor Hugo, escritor francés

No sigas confiando en engaños, busca más bien la verdad que por amor te ofrece Dios en su Palabra.

« No haréis injusticia en los juicios, ni en las medidas de peso ni de capacidad. Tendréis balanzas justas, pesas justas, » Levítico 19, 35-36

¿Quién no ha sido decepcionado una y otra vez, al comprar algún producto o servicio, del que la publicidad o el mismo vendedor se han excedido en elogios sobre su excelente calidad y sus buenas propiedades? Seguramente muchos de ustedes habrán perdido ya la cuenta de las frustraciones que han vivido por la mala calidad y el mal servicio al adquirir algo. Esas experiencias desagradables se deben a una perjudicial y antigua costumbre de los productores y comerciantes en todo el mundo: sacarle dinero al comprador con engaño y cobrarle más de lo justo.

La ambición de ganar la máxima cantidad de dinero posible, es lo que motiva siempre a los fabricantes y comerciantes a actuar intencionalmente de esa manera engañosa con sus clientes. Eso se llama amor al dinero y a nada más. No sienten aprecio por los compradores. Aquél que siente afecto sincero por alguien, no lo engaña ni perjudica adrede.
La industria y el comercio financian a las agencias publicitarias, quienes en nombre de las empresas patrocinantes, hacen el trabajo sucio de la publicidad engañosa para aumentar sus ventas y sus ganancias.

Frente a esta realidad generalizada, la actitud que deberíamos de adoptar nosotros los creyentes cristianos, es la que Jesús le recomendó a sus discípulos:
Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes y sencillos como las palomas. Pero cuidaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas;… Mateo 10, 16-17
Esta es una de las tantas advertencias que el Señor Jesucristo le dió a sus seguidores en aquellos tiempos, y nos las da ahora también a todos nosotros.

Dios por su amor puro y eterno hacia nosotros, nos enseña y nos advierte en su Palabra, siempre con la verdad y con el único propósito, de guiarnos en este mundo terrenal por el camino de la salvación de nuestras almas, que nos mostró su Hijo Jesucristo.

El que ama de verdad y profundamente, desea sólo lo mejor para la persona amada.
Así como una madre y un padre por amor a sus hijos, les cuidan, les enseñan, les advierten y les guían para que alcancen un futuro mejor.

Nosotros por padecer de debilidades naturales como: el miedo, la vanidad, el orgullo, la ambición, el egoísmo, la envidia, etc; asiduamente mentimos y engañamos con innata facilidad.
Por el contrario, Dios nunca miente.

Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta: Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? Números 23, 19

Apreciado lector, si estás cansado de tantos engaños y falsedades en este mundo regido por hombres rendidos al poder y al dinero, y si estás buscando una fuente segura e infalible de la verdad en la que puedas depositar tu confianza y esperanza, te aconsejo que acudas a la Palabra de Dios, escrita en la Biblia.

Palabra fiel y digna de ser recibida por todos; que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
1 Timoteo 1,15

Dios pone nuestro bienestar en las manos de los que nos aman y nuestro fortalecimiento espiritual en el sufrimiento inevitable.

Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza. Romanos 5, 3-4

En este versículo San Pablo nos revela y explica cómo las penas, angustias o tormentos que sufrimos, van produciendo en el alma diversas virtudes como paciencia, humildad y esperanza. El sufrimiento se podría describir como el tratamiento desagradable pero necesario, que Dios por amor nos aplica para refinar nuestra alma. El sufrimiento tiene un propósito para nuestra vida espiritual interior, puesto que ejerce una gran influencia en el fortalecimiento del espíritu.
Lo que hace incomprensible y absurdo el sufrimiento para nosotros, es el hecho de que sus frutos se dan exclusivamente en el alma, y en consecuencia son imperceptibles  y por esa razón no los notamos en el momento de las aflicciones.
En el cuerpo sentimos los dolores, el malestar, la incomodidad y el cansancio, los cuales representan lo desagradable y negativo, pero lo importante es tener presente que esa no es la finalidad del sufrimiento que Dios permite.
Pensemos en aquellos tratamientos como:

  • El doloroso parto para dar a luz un niño.
  • La poda de las ramas que se le hace a las plantas para que produzcan mayores y mejores frutos.
  • El rudo y fuerte adiestramiento militar de un soldado para hacerlo hábil y capaz en el combate.
  • Los cortes y pulituras que se le hacen a los diamantes en bruto para aumentar su belleza, brillo y valor.

La existencia humana es en buena parte una escuela del sufrimiento, en la que aprendemos a soportar o sufrir callada y secretamente por una serie de penas y dolores físicos, a los que todos sin excepción somos propensos en este mundo.

Dios Padre en su gran amor y misericordia hacia su criatura sabe muy bien, que necesitamos sobre todo: cariño, ternura, afecto, consuelo, comprensión, caricias, simpatía, curación, cordialidad, bondad, benevolencia, amabilidad, etc; manifestaciones de amor éstas que recibimos de nuestros seres queridos, amigos y conocidos, los cuales nos conducen de nuevo a ese estado de bienestar, satisfacción y felicidad al que estamos acostumbrados.
Ese estado normal de bienestar  no sólo compensa los momentos desagradables vividos recientemente, sino que además nos hace olvidar las peores tribulaciones y sufrimientos pasados, de los cuales poco tiempo después, ni siquiera nos acordamos.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Romanos 8, 35

Si crees que algún objeto es más valioso que tú, eso refleja que tienes una crisis de identidad.

Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5, 8

Vivimos en una sociedad de consumo regida por el criterio de la oferta y la demanda y por el principio mercantil de la escasez, donde reinan además del rey Dinero, igualmente la « princesa » Apariencia y el « príncipe » El qué dirán.
Como pueden ver, las palabras princesa y príncipe las he escrito entre comillas, porque tanto la apariencia como el que dirán, son falsas creencias sobre un supuesto « prestigio » de productos, que han sido inculcadas en nuestras mentes por la publicidad. Recordemos que la palabra apariencia quiere decir: cosa que parece y no es; y el qué dirán es una creencia aún más absurda, porque uno deja de ser y de hacer lo que desea su propio corazón, por complacer a los demás.

Durante décadas, los medios de comunicación con sus machacantes campañas de publicidad, nos han adoctrinado muy bien sobre la manera de pensar y de comportarnos . Y lamentablemente han logrado lo que éllos y las empresas fabricantes deseaban: hacer de nosotros unos consumidores tan convencidos, que hasta llegamos a creer, que los productos en venta son más valiosos e importantes que nuestra propia existencia.
Sin darnos cuenta, nos han creado una grave crisis de identidad, de la cual tenemos que librarnos, porque no es correcto ni justo que seres humanos creadores de las cosas, se consideren y se sientan menos valiosos que las obras materiales de sus manos. Nos han hecho olvidar también, que somos hijos de Dios y que nuestro Padre Celestial nos insufló un espíritu inmortal destinado a vivir eternamente, después de la muerte del cuerpo. Justamente por esto, somos sumamente valiosos para Él y es tanto lo que nos ama, que envió a Jesucristo por nuestra salvación eterna.

Querido lector si esto te sucede a tí, lo primero que debes hacer es, reconocer concientemente que has adoptado una creencia muy equivocada y que esa actitud es totalmente contraria y opuesta a la razón y a tu propia dignidad. Lo segundo es, recordar que eres creatura divina y que posees un espíritu hecho a imagen y semejanza de Dios, y que por lo tanto eres también un ser de naturaleza espiritual. No fuiste creado solamente de carne y huesos, ni tampoco desciendes de los monos, como enseñan en las escuelas sin ningún tipo de pruebas.
Lo tercero es, tener siempre presente que eres un ser único e irrepetible con maravillosas facultades creativas e intelectuales, con una serie de virtudes espirituales como la fe, el amor, la esperanza, la misericordia, la bondad, la mansedumbre, la prudencia, la templanza y muchas más; las cuales te hacen digno de la vida eterna prometida por Jesucristo, para los que creen en Él. Y lo cuarto es, creer que Dios el Creador del Universo te ama como a un hijo, por su Gracia y por la obra redentora del Señor Jesucristo hecha en la cruz para toda la humanidad.

Te recomiendo encarecidamente que te identifiques primero contigo mismo, con tu alma espiritual e inmortal que esconde tu cuerpo; y en segundo lugar con Jesucristo, el Hijo de Dios quién murió por puro amor hacia todos nosotros.

En realidad no necesitamos en absoluto identificarnos con nadie más, ni mucho menos con cosas y máquinas que apenas nos dan un servicio como esclavos modernos que son, pero que nunca jamás nos podrán transferir ni un gramo de valor porque no lo tienen, ni tampoco podrán amarnos con pasión. ¿Acaso un poco de barro o de hierro pueden darle más valor y belleza a un rayo de luz?

El tesoro más valioso y admirable que existe en este mundo terrenal es el alma inmortal que todos los seres humanos poseemos, pero como es un tesoro espiritual, invisible y abundante no lo apreciamos como se merece, por falta de fe en Dios y porque siempre estamos buscando otras cosas fuera de nosotros.

Es necesario creer que hemos sido creados por Dios no solamente con un propósito para nuestra corta vida aquí en este mundo terrenal, sino también para una nueva vida espiritual y eterna en el Reino de Dios como destino final, tal como lo prometió nuestro Señor Jesucristo.

Si llegas a identificarte otra vez con un automóvil Mercedez Benz, con una blusa Benetton, con una cartera Louis Vuitton, con unos zapatos Nike o con un bolígrafo Mont Blanc, y crees que su imaginado prestigio te va a transformar en otra persona mejor y te va a hacer más valioso realmente; me temo que todavía padeces de una crisis de identidad.

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para que seamos llamados hijos de Dios, pues los somos! 1 Juan 3, 1

¡La esperanza cristiana de vida eterna, sí que es bella de verdad!

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Juan 10, 10

Muchos de ustedes habrán visto seguramente la conocida película italiana « la vida es bella » con el actor cómico Roberto Benigni. Esa obra cinematográfica es una verdadera joya del género de tragicomedias, en la cual, la espantosa realidad del terror, sufrimiento y crueldad que experimentaron millones de judíos en los campos de exterminio nazis durante la segunda guerra mundial, pudo ser convertida en una placentera comedia. Esa increíble inversión de la realidad fue posible, únicamente por medio del efecto ilusorio del cine. Tal alteración de la realidad, sólo es factible en el mundo artificial de la ilusión, que es creado por el arte cinematográfico para entretener con fantasías al ojo humano.

En lo personal a esa película yo le pondría más bien como título « la ilusión es bella », porque los filmes, incluso aquellos basados en historias verdaderas, son todos una cinta de imágenes artificiales que crean en el espectador la sensación de que está viendo un hecho real, en ese instante. Sin embargo al salir del cine, regresamos de nuevo a la dura realidad de nuestra vida diaria, que quizás no sea tan bella como la fantasía cinematográfica, pero es la única que tenemos por ahora en este mundo terrenal.

La vida está constituida por tiempos de placeres y sufrimientos, alegrías y tristezas, salud y enfermedad, trabajo y descanso. Los buenos tiempos se alternan con los malos, su duración varía constantemente, y muchas veces, los tiempos que nos causan sufrimientos predominan sobre los demás. La vida es imprevisible y no la podemos controlar ni dirigir a nuestro gusto, puesto que esa facultad sólo la poseen Dios y su Hijo Jesucristo en su soberana Providencia.

Jesús dijo que él había venido a este mundo para que sus amadas criaturas tengamos vida y la tengamos en abundancia.
Para poder comprender el alcance y el significado de esa maravillosa enseñaza de Jesús, debemos tener presente el hecho de que nuestra existencia está constituida de un alma y un cuerpo, es decir, poseemos una dimensión espiritual y una dimensión física. Por esa razón, lo que llamamos vida tiene también dos dimensiones: la vida espiritual interior que es secreta y la vida física exterior que mostramos al mundo, las cuales se dan al mismo tiempo, pero no siempre coinciden. Por ejemplo: podemos estar interiormente tristes, y con una radiante sonrisa en el rostro, fingirle a la gente que nos sentimos contentos.

En sus mensajes y enseñazas Jesús se refiere, casi siempre, a nuestra vida espiritual interior, a nuestra alma; es decir, a la conciencia, a la voluntad, a la memoria, a la fe, al amor y a la esperanza; todas éstas facultades espirituales humanas.
Esta vida espiritual interior es la misma vida que continuará después de la muerte del cuerpo, porque es inmortal y será perfeccionada en el Cielo.

Dentro del cuerpo está la mismísima vida espiritual que gozará de plenitud de gozo en la presencia de Dios. La vida celestial está en tu interior y Jesús vino para otorgarnos esa vida y para que la tengamos en abundancia.

Nuestro Señor Jesucristo ha venido para que, en el sentido espiritual, tengamos mayor vigor, para que tengamos una vida espiritual vigorosa y firme.
Acaso cuando comparamos a las personas, no notamos claramente la gran diferencia que hay entre unos creyentes cristianos y otros? Todos tenemos grandes capacidades espirituales, pero muchos no las ejercitan por falta de intensidad de propósito.
Una demostración práctica de una vida espiritual vigorosa la hacen los niños cuando están bien de salud y bien alimentados.  En los niños pequeños podemos percibir el gran vigor espiritual que manifiestan cuando juegan, corren, se divierten o hacen sus travesuras. Vemos como éllos creen, aman, se aceptan con sus limitaciones, esperan siempre lo mejor, perdonan, gozan, disfrutan y se ríen con toda su alma.

Acudamos a Jesucristo con fe, humildad y arrepentidos sinceramente de nuestros pecados, para que entre en nuestro corazón y guíe nuestras vidas.
Él nos puede dar esa vida espiritual interior vigorosa y abundante, que es capaz de soportar y superar las circunstancias adversas que el destino nos pueda deparar. Una vida tan abundante que en la pobreza nos hace sentir espiritualmente amparados, que en la enfermedad tengamos fortaleza espiritual, que en el desprecio nos sintamos apoyados y que en la muerte podamos aferranos al ancla firme de la esperanza de vida eterna.
¡Esa vida espiritual abundante que Jesús nos ofrece por amor, sí podemos afirmar que es bella de verdad!

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14, 6

La promesa de vida eterna es el insuperable mensaje que puede cambiar tu vida para siempre

Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3, 16

En el Nuevo Testamento hay por lo menos 32 versículos que se refieren al mensaje de vida eterna que trajo Jesucristo al mundo. La promesa de salvación y de vida eterna de Jesús para la Humanidad es tan gloriosa y excelsa, que los mismos discípulos le pusieron el nombre: la buena nueva del Reino de Dios o Evangelio en griego.
El gran predicador inglés Charles H. Spurgeon refiriéndose a la importancia y al enorme valor de que en la Biblia se mencione la condición de lo eterno, escribió lo siguiente: “La palabra eterno es la médula del Evangelio. Si se quitara esa palabra, se le robaría al oráculo sagrado su parte más divina.”

Los individuos de la Antigüedad que recibieron el mensaje de Jesús, seguramente no entendieron la palabra eternidad, pero sí comprendieron lo que significaba esa promesa para ellos: una nueva vida espiritual para siempre, después de la muerte.

Recordemos las difíciles condiciones y hasta peligrosas circunstancias en que se encontraban las primeras comunidades de cristianos en los primeros años de la propagación del cristianismo en Asia Menor, después de la crucifixión y resurrección  de Jesús. En esos tiempos, los primeros cristianos eran perseguidos tanto por los judíos como por los romanos, quienes ocupaban esos territorios. En el antiguo Reino de Israel, los seguidores de Jesucristo  estaban incluso amenazados de muerte, puesto que los sacerdotes y las autoridades judías los consideraban herejes y blasfemos.

No obstante y a pesar de todos esos obstáculos y circunstancias adversas, el mensaje sobre el Reino de Dios y la vida eterna se propagó rápidamente, y se formaron muchas nuevas comunidades de cristianos en diversos países, incluyendo en Roma la sede del gran imperio romano, el poder imperial más grande y más duradero de la historia universal.

Y uno se pregunta:¿cómo fue entonces posible, que Jesús habiendo predicado su mensaje públicamente tan corto tiempo y en un territorio tan pequeño como Israel, haya logrado cambiar la creencia religiosa anterior que tenían sus oyentes judíos y paganos, y sobre todo transformar la vida para siempre de millones y más millones de personas en tantas naciones del mundo?
La promesa de vida eterna inspiró en los cristianos primitivos, un nuevo sentido y propósito para su dura y penosa vida terrenal repleta de dolores, sufrimientos, enfermedades, muertes de seres queridos, etc;  al ser llenados sus corazones con la esperanza de una nueva vida en el Reino de Dios.

Hoy en día, así como en la Antigüedad, nuestra vida terrenal sigue siendo dura, corta y penosa. Está llena también de sufrimientos, enfermedades, muertes de seres queridos, decepciones, engaños, amarguras, etc, que terminan envolviendo nuestra existencia con desesperanza, pesimismo, desorientación, angustias y  falta de sentido.

El alma humana con sus anhelos y necesidades no ha cambiado, sigue siendo la misma en el pasado, hoy y siempre.
El amor y la Palabra de Dios son eternos, por lo tanto están siempre vigentes y son actuales.
La obra redentora del Señor Jesucristo y su promesa de vida eterna en el Reino de Dios fue hecha para toda la humanidad y para todos lo tiempos.

Hemos nacido para vivir una nueva vida eterna, después de la muerte. Sin la esperanza firme en esa otra vida, nuestra existencia breve, cruel e injusta en este mundo, sería una vida vegetativa similar a la de los animales.

Si sientes el anhelo de vivir eternamente en el Reino de los Cielos, y quieres tener una existencia plena de sentido aquí en este mundo, apodérate con fe, amor y esperanza de la promesa amorosa de nuestro Señor Jesucristo, y fija los ojos de tu alma en ella. Lo demás, ponlo al resguardo del Espiritu Santo, que él se encargará de guiarte y acompañarte.

Recuerda siempre estas bellas y cariñosas palabras de Jesús:
« Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera » Mateo 11, 28-30

¡Le han secuestrado el Niño Jesús a la Navidad!

Panaderia Greggs en InglaterraAlmanaque de la panadería Greggs en Inglaterra

Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9, 6

La celebración de la Navidad y su significado para los creyentes cristianos han sido sustituidos por la vanidad, el consumo y el comercio.
La vanidad de depositar nuestra confianza exclusivamente en las cosas materiales (regalos) y de aferrarnos a éllas, mientras olvidamos meditar en Dios y en lo breve y transitoria que es nuestra vida en este mundo.

En la Navidad no se celebra una FECHA, la del 25 de diciembre, sino un gran ACONTECIMIENTO, que fue el nacimiento del Señor Jesucristo, el Mesías Salvador enviado al mundo por Dios, para anunciar a toda la Humanidad la Buena Nueva de que después de la muerte, nos espera una vida eterna en el Reino de Dios.
No debería ser tampoco la fiesta de cumpleaños a la inversa en que se ha convertido la Navidad hoy en día, en la cual solamente los invitados son los que reciben los regalos, y al Niño Jesús el homenajeado, no se le da ningún obsequio y ni siquiera lo mencionan.

Uno se pone a reflexionar sobre el sentido de la vida en nuestra sociedad de consumo y a veces se pregunta: ¿He nacido yo para vivir comprando y consumiendo día y noche en supermercados, restaurantes y centros comerciales?
Yo considero que no. No somos animales de engorde, pero me temo que debido a nuestro estilo de vida como consumidores empedernidos, nos estamos pareciendo cada vez más a ellos.

El comercio y los comerciantes son los mayores responsables de la progresiva adulteración de la celebración de la Navidad. Ellos por su desmedido afán por alcanzar mayores ventas y mayores ganancias de dinero, han desvirtuado deliberadamente el significado religioso de la Navidad.
Hasta hace unos 60 años, todavía se respetaba el valor de las tradiciones cristianas y los comerciantes de aquella época, actuaban con moderación y consideración en sus campañas de publicidad y ventas en la época navideña. El respeto y la consideración de los comerciantes por la tradición, se les acabó desde hace ya mucho tiempo.

La foto que acompaña esta reflexión muestra hasta donde llega el atrevimiento y la insolencia de los comerciantes por su ambición de ganar más dinero en tiempos de Navidad: la empresa inglesa de panaderías Greggs publicó el mes pasado, un almanaque navideño con una escena del pesebre en la que los reyes magos se arrodillan a adorar un pan con una salchicha, en lugar del Niño Jesús. ¿No es eso el colmo de la falta de respeto de los empresarios?

La ambición y la rapacidad de los comerciantes y mercaderes no conocen límite alguno, y esos defectos los conducen no sólo a corromper y sobornar personas sino también a profanar sitios y tradiciones sagradas.

Con mucha razón e indignación Jesús expulsó a los mercaderes del Templo en Jerusalén:
Llegaron a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los que cambiaban el dinero y los asientos de los que vendían las palomas, y no permitía que nadie transportara objeto alguno a través del templo. Marcos 11, 15-16