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¿Cómo podemos conocer a Dios, si no nos conocemos interiormente?

« El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. » Juan 6, 63

Puede ser que algunos todavía se pregunten: ¿Pero que es lo que tenemos que conocer en el interior de nuestro cuerpo, si ya sabemos que está lleno de órganos, músculos, sangre y huesos? La respuesta hay que repetirla una y otra vez: el alma inmortal o espíritu humano.
Este tema es tan esencial para la vida humana, que no debemos nunca dejar de insistir y machacar, porque se trata de nuestra propia existencia y de lo que somos todos los hombres y mujeres, independientemente de si creemos en Dios o no.

Es en el alma donde está nuestra vida interior espiritual, donde habita nuestra realidad de todos los días que consiste en lo que pensamos, sentimos, sufrimos, lo que nos entristece y nos alegra, lo que conversamos con los demás, con nuestra conciencia y con Dios cuando rezamos; es decir, el alma es todo lo que somos como seres humanos, lo que nos da vida y lo que nos diferencia de los animales.

En el libro de Génesis, que se refiere a la creación del mundo por Dios, dice lo siguiente en el capítulo 2 versículo 7: Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente.

El alma es la única dimensión del ser humano que proviene de Dios, porque fue creada de su propio soplo, mientras que nuestro cuerpo de carne y huesos fue creado a partir del polvo de la tierra.
Es por esa razón, que la frase de la Biblia en Génesis 1,26 en la que se menciona que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, se refiere solamente al alma divina y no al cuerpo de carne, debido a que Dios es espíritu.

Para cualquier creyente cristiano es de máxima importancia, tener bien clara la diferencia entre nuestra dimensión espiritual y la dimensión corporal, pero sobre todo creer en la existencia del alma, la cual por ser espiritual es invisible y por lo tanto, no la podemos ver ni tocar.

Nuestra alma inmortal es lo que nos hace pensar y creer en la existencia de Dios, nos hace sentir el profundo anhelo de buscarle cuando sufrimos, cuando sentimos desamparo, falta de sentido de la vida y soledad a pesar de estar entre la gente, y particularmente, cuando sentimos el deseo de vivir eternamente una vida mejor, más feliz y abundante.
Es por el alma que sentimos la necesidad de acercarnos a Dios, para pedirle perdón, consuelo, ayuda y orientación por medio de la oración.

El supremo propósito de nuestra alma y su razón de ser es conducirnos a Dios en esta vida terrenal, y después de la muerte al Reino de los Cielos, según la gloriosa promesa de nuestro Señor Jesucristo.

El importante y maravilloso secreto de la mirada

Pusiste nuestras culpas delante de tus ojos, y nuestros secretos a la luz de tu mirada.” Salmo 90, 8

Muchos de nosotros no estamos concientes de la diferencia que existe entre ver y mirar, y por lo general, tampoco nos damos cuenta de los claros mensajes que expresamos y transmitimos con nuestras miradas a las personas cuando las estamos mirando.
La gran diferencia entre mirar y ver es la siguiente: vemos con los ojos y miramos con el alma.
La mirada alberga un gran contenido espiritual, y en consecuencia, refleja la verdad de lo que estamos sintiendo en el alma en ese preciso momento. Por esa sencilla razón, con nuestras miradas revelamos, de vez en cuando, algunos secretos nuestros y sentimientos que tratamos de ocultar.
Por ejemplo, los niños recien nacidos y los infantes que aún no saben hablar, le expresan a sus madres por medio de sus miradas, lo que sienten en su alma y que no pueden manifestarles con palabras. Eso es lo que se conoce como lenguaje visual. Y de esa necesidad del contacto visual entre madre e hijo desde tan temprana edad, es que la mirada recíproca a los ojos se ha hecho parte esencial de la comunicación cara a cara entre dos personas.

Dependiendo de los estados de ánimo y de los pensamientos que la persona que miramos cause o desencadene en nosotros, al mirarla y gracias a la intuición, percibimos diferentes valores y cualidades espirituales de élla, según las emociones y sentimientos que efectivamente estemos sintiendo en ese instante.
Es por eso que en los tiempos de la Edad Media, se tenía la creencia de que en el preciso momento del enamoramiento entre un hombre y una mujer, sus espíritus se intercambiaban a través de la mirada amorosa.

En nuestras relaciones personales hacemos uso de un amplio espectro de miradas, que se corresponden directamente con la diversidad de las pasiones humanas, que sentimos hacia la persona con la que estamos hablando en ese momento y de las circunstancias previas que rodean el encuentro.
Entre los diferentes tipos de miradas están: la amorosa, despreciativa, agradecida, orgullosa, compasiva, altiva, luminosa, fija, inquieta, desdeñosa, dominante, furiosa, envidiosa, de odio, de reproche, afirmativa, sensual, comprensiva, anhelante, temerosa, etc.

Una mirada amorosa puede ser tan expresiva, que el poeta Gustavo Adolfo Becquer en uno de sus poemas escribe: “El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”
Y el gran escritor William Shakespeare por su parte, escribió sobre la mirada: “Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”.

Recordemos pues, que el contacto visual es indispensable para relaciones personales y para una efectiva comunicación interpersonal.

Ahora bien, si los ojos humanos son el espejo del alma, al mirar nosotros una pantalla de computador o una pantalla de un teléfono inteligente, por el simple hecho de no poder mirar directamente a los ojos de nuestro interlocutor, estamos renunciando voluntariamente a lo más hermoso, más enternecedor y más importante que posee la conversación cara a cara entre seres queridos, que son las miradas y los maravillosos mensajes espirituales que contienen.

El uso excesivo de los teléfonos inteligentes impide y dificulta el contacto visual mutuo entre personas durante la comunicación, y en consecuencia, impide y dificulta también el acercamiento espiritual y el intercambio de emocional con nuestros seres queridos.
No existe una experiencia humana más plena de sentimientos, emociones y vivencias espirituales, que el encuentro cuerpo a cuerpo entre dos personas para conversar, entenderse, manifestarse cariño y comunicarse. Las demás formas de comunicación son simplemente accesorios artificiales.

Por lo tanto, debemos tener siempre presente que la comunicación que hacemos por medio de pantallas es fácil y rápida, pero es incompleta, artificial y truncada, debido a que le falta el aspecto espiritual y sentimental, lo cual es lo que colma la comunicación de cariño, vida, cordialidad y sentido, es decir, de calidez humana, real y efectiva.

No nos conformemos con ver solamente pantallas, recuerda que tanto tú como yo y nuestros seres queridos, todos necesitamos mirar y ser mirados para poder vivir plenamente.

La vida es la escuela de la aflicción en la que aprendemos a soportar y olvidar el sufrimiento. ¡Gracias a Dios!

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16, 33

La iglesia universal del Reino de Dios es una comunidad cristiana evangélica que fue fundada en Brasil en la década de los setenta y es conocida también como iglesia Pare de sufrir, frase ésta que fue utilizada como lema publicitario en sus cultos y por una serie de escándalos públicos. Esa iglesia es uno de los ejemplos más conocidos, de cómo personas inmorales y deshonestas se hacen pasar como « pastores » y « obispos » de Jesucristo, para aprovecharse indebidamente de la fe y del sufrimiento físico de mucha gente creyente, con el propósito de meterse en sus propios bolsillos la mayor cantidad posible de dinero de las ofrendas de sus feligreses.

Este caso y muchos otros más en las comunidades cristianas a través de la historia, ponen en evidencia que las personas que más daño le hacen a la iglesia son las que están dentro de sus paredes.

Me refiero a este bochornoso ejemplo de cómo unos pocos individuos impostores engañan a creyentes cristianos y perjudican la obra mundial de predicación del verdadero Evangelio de Jesús, al deformar y falsear el propósito real de los milagros de sanación que hizo Jesucristo cuando vivió entre nosotros.

El Señor Jesucristo realizó los pocos milagros de curación y de la resurrección de Lázaro, para demostrar con pruebas irrefutables a los que fueron testigos presenciales y a las futuras generaciones de creyentes en todo el mundo, que Él era verdadera y efectivamente el Hijo de Dios. Sin esos milagros y sin demostrar su poder divino, no lo hubieran creído.
De manera que ese fue su principal objetivo, y NO el de sanar y aliviar a esas personas de sus sufrimientos, sus dolores y de sus impedimentos físicos, que es como muchas altas autoridades de las iglesias lo han interpretado de forma equivocada, desafortunadamente.

En la Palabra de Dios NO aparece como frase dirigida al hombre: no sufrirás dolores ni enfermedades en el mundo, pero en cambio, sí aparece infinidad de veces la afirmación de que el sufrimiento y los dolores forman parte de la vida humana.
En el Evangelio de Juan, el Señor Jesucristo, siempre con la verdad absoluta en sus labios, nos habla claro y nos advierte: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido el mundo.

Desde el mismo inicio de este mundo, los seres humanos fuimos creados por Dios con un cuerpo mortal y con espíritu inmortal. Nuestro cuerpo por ser de naturaleza biológica es sumamente frágil, susceptible a enfermedades y al sufrimiento, sujeto a las influencias del ambiente natural (frío, calor, humedad, microbios) y que con la edad se va deteriorando  sin detenerse hasta que ocurre la muerte.

En cambio, alma humana hecha a imagen y semejanza de Dios, es nuestra fuente de vida inmortal, la cual nos permitirá vivir una vida nueva y eterna en el Reino de los Cielos después de la muerte del cuerpo, así como Jesús y sus Apóstoles lo anunciaron una y otra vez en el Evangelio.
De manera que los dolores, enfermedades, aflicciones, adversidades, tormentos, penas, etc.; son un componente natural y normal de la vida en este mundo y así será mientras nuestra alma inmortal siga habitando en el cuerpo.

El sufrimiento humano es un misterio divino indescifrable para el ser humano, por esa razón nadie en absoluto lo podrá jamás comprender ni explicar. Dios ha creado la vida en este mundo terrenal así y simplemente tenemos que aceptar esa realidad.

En vista de que el sufrimiento humano es una condición natural e inevitable, como cristianos debemos estar muy atentos a aquellos que predican el Evangelio de Jesús falseado y deformado, como está sucediendo hoy en día en las iglesias, y debemos también cuidarnos de no dejarnos persuadir por pastores y sacerdotes con esas falsas afirmaciones como: Dios no quiere que tú sufras, que te enfermes ni que tengas aflicciones; puesto que son manipulaciones de la Biblia que las hacen con intenciones indignas y sospechosas.
Por tanto, puesto que Cristo ha padecido en la carne, armaos también vosotros con el mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado, para vivir el tiempo que le queda en la carne, no ya para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios.
1 Carta de Pedro, 1-2

¿Qué has logrado en tu vida que no hayas recibido como don o regalo de Dios?

Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido? 1 Corintios 4, 7

El ser humano se olvida de Dios con facilidad, sobre todo cuando tiene bienestar económico, comodidades materiales, buena salud y prosperidad.
En esas condiciones favorables de desarrollo social y económico se vive desde hace varias décadas en muchos países del mundo. Además, ese estado de bienestar tan prolongado, ha contribuido a inflar la vanidad y el orgullo humano en tal grado, que el hombre y la mujer modernos creen que todo lo que han logrado en su vida, ha sido hecho única y exclusivamente por ellos mismos. De esta manera se han estado apropiando de méritos ajenos, los cuales en realidad le corresponden a Dios, porque todos somos el resultado de su grandiosa obra de la Creación, de su Gracia y su Misericordia.
Veamos en primer lugar las propias cualidades, características y talentos de nuestro cuerpo y mente, con las que hemos nacido y hemos recibido como regalo de Dios:

Belleza corporal
Mujeres y hombres presumen de su belleza corporal y se jactan de ella, como si éllos mismos hubiesen hecho su cuerpo así. La belleza del cuerpo no puede considerarse como un mérito personal, porque no hemos hecho nada para adquirirla.

Talentos naturales o innatos
Son todas aquellas capacidades, fortalezas y habilidades que nos destacan de los demás. Algunas surgen solas y se hacen evidentes, otras quedan algún tiempo ocultas hasta que las logramos identificar y poner en práctica. Entre los talentos más conocidos están: inteligencia, liderazgo, organización, auto-disciplina, iniciativa, cálculo matemático, oratoria, prudencia, inspiración artística, creatividad, destreza manual, espiritualidad, capacidad de análisis y lógica, etc. Todos esos talentos también los hemos recibido de Dios gratuítamente.

Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; Deuteronomio 8, 11-14

No sea que digas en tu corazón: « Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza. » Pero acuérdate del Señor tu Dios, porque El es el que te da poder para hacer riquezas, a fin de confirmar Su pacto, el cual juró a tus padres como en este día. Deuteronomio 8, 17-18

En relación a nuestro nacimiento, condición social, desarrollo personal y prosperidad, es decir nuestro destino, la influencia de Dios sobre la vida de cada uno de nosotros es innegable.
No pudímos decidir nuestro nacimiento, familia y el país. En cambio, Dios sí lo ha hecho: Antes de haberte formado yo en el vientre materno, te conocía. Jeremías, 1, 5
Las oportunidades para prosperar, las amistades y las relaciones personales que hemos tenido en la vida, ni las creamos de la nada, ni las buscamos nosotros. Simplemente nos han sido dadas por un destino predeterminado por Dios.

Los creyentes cristianos debemos tener siempre presente, que el orgullo y la vanidad son después del pecado, los mayores enemigos de nuestra relación personal con Dios, porque sin darnos cuenta, nos hacen olvidarlo y alejarnos de Él.
Si un angel de Dios alguna vez nos preguntara: ¿qué tienes tú que no hayas recibido de Dios?
Tendríamos que responder si somos sinceros: mis pecados, mi poquita fe, mi falta de obediencia a tus mandamientos, mis equivocaciones, mi orgullo y mi vanidad inflados. Eso sí que es parte de nuestras propias obras y lo hemos hecho nosotros mismos.

Jesucristo en su vida en este mundo nos enseñó y nos demostró con sus acciones la virtud de la humildad para poder relacionarnos con Dios Padre y para ser capaces de servirnos mutuamente unos a otros. Es por eso que todo aquello que fomente el orgullo y la vanidad en tu vida, no concuerda con la verdadera doctrina del Evangelio de Jesús.

Amiga cristiana y amigo cristiano, si deseas sentirte aún más cerca de Dios, necesitas aumentar tu confianza, amor y humildad, para aprender a depender de Él asi como dependías de tu madre cuando eras un niño y necesitabas sus consejos y orientaciones.

La envidia es enemiga fatal del amor y de la felicidad.

Malo es el ojo envidioso, que vuelve su rostro y desprecia a los demás. Eclesiástico 14, 8
“El corazón apacible es vida de la carne; pero la envidia es carcoma de los huesos.” Proverbios 14:30

La envidia es una pasión espiritual natural del ser humano, que se puede manifestar ya en la infancia y nos acompaña toda la vida. Así como la mala hierba, la envidia brota de manera espontánea y crece en el corazón rápidamente.
Si la persona envidiosa no reconoce que padece de envidia y no hace nada para contrarrestarla, puede llegar a ser muy dañina, puesto que genera mucho odio, mala intención y agresividad hacia la persona envidiada, llegando incluso a cometer asesinatos.
En el periodismo policial se reportan con cierta frecuencia casos trágicos de asesinatos, cuyo motivo principal ha sido un fuerte sentimiento de envidia. Así de maléfica y peligrosa es la envidia, y por lo tanto, no debe ser nunca subestimada.

San Agustín de Hipona consideraba la envidia como el pecado diabólico por excelencia y Santo Tomás de Aquino la llamaba: la tristeza del bien ajeno, es decir, el malestar interior por el bien de los demás.
Para el gran filósofo Descartes, quien escribió un tratado sobre las pasiones del alma, decía que: no hay vicio que más dañe a la felicidad de los hombres como la envidia.

La envidia es usualmente manifestada en el envidioso, a través de la mirada malvada y de palabras dañinas pero con apariencia inofensiva y hasta disfrazadas en halagos. El odio que se desarrolla en el envidioso le ofusca el alma, la mente y la vista, es fuente de perturbación, inquietud y angustia en su corazón. La envidia le impide ver la realidad de manera equilibrada y objetiva.

Sin duda alguna, el más perjudicado por la envidia es el envidioso porque su propio odio le hace sufrir mucho más, puesto que la persona odiada o envidiada si apenas percibe algo, serán algunos gestos de indiferencia y una actitud de rechazo. Y a pesar de que la envidia y el odio hacen sentir al envidioso más miserable, éste se acostumbra a su miseria espiritual y lo considera « normal ».

La palabra envidia viene del latin in-videre que significa « mirar al interior o poner la mirada dentro de alguien». Justamente de la envidia es que ha surgido lo que en todos los pueblos y desde tiempos inmemoriables, se conoce como « Mal de ojo ».

La envidia acaba con la capacidad de amar y con la facultad de disfrutar de la vida del envidioso y eso lo hace descontento e infeliz.
Ya hemos mencionado que el sentimiento de envidia es natural y puede surgir en cualquier momento de la vida, pero también la envidia puede ser despertada y alentada en el ser humano actual por medio de la publicidad, la televisión y el cine, al mostrar en las películas y videos publicitarios solamente el estilo de vida, los automóviles y las mansiones de la gente rica, como modelo u objetivo a alcanzar para la gente menos adinerada.
No debemos nunca olvidar que las agencias publicitarias explotan nuestras debilidades e inclinaciones más bajas como el egoísmo, el exceso en la comida o la bebida, el adulterio, la ambición desenfrenada y la envidia; mientras que muchos valores edificantes son ignorados. Por eso, debemos estar siempre alertas y no dejarnos influenciar por los mensajes comerciales, que sólo buscan aumentar las ventas de los productos que promocionan.

Los mejores y más poderosos antídotos contra la envidia, para aquellas personas que padecen de esa pasión, son el amor y la oración. El amor al prójimo como facultad espiritual puede ser convertida en una actitud por una decisión personal y consciente en la vida. La ayuda de Dios es indispensable, puesto que la envidia y el odio son pasiones espirituales del alma, dimensión por excelencia donde obra directamente el Espíritu Santo en nosotros. Es por eso, que el envidoso que desea vencer su problema, debe orar diariamente con un corazón arrepentido y quebrantado por ayuda y fortaleza divina.
Del sentimiento del amor verdadero nacen el respeto y la admiración hacia la persona amada, cualidades estas que complementan la obra del cariño.

No me canso de insistir y machacar en la enorme importancia que tiene el amor verdadero y auténtico en nuestas vidas, porque el amor es la fuente espiritual más importante de la felicidad, de la belleza interior y de la salvación eterna del ser humano.

El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; 1 Corintios 13:4

El amor duradero en una pareja surge, cuando sus almas se unen en un sólo ser.

Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha. 1. Corintios 13, 2-3

Esta reflexión está dedicada especialmente a mis queridas y admiradas mujeres, que están buscando una relación de pareja para toda una vida y que desean recibir algunos consejos, que les puedan servir de orientación en este asunto, que antes era algo simple y natural de la vida, pero que hoy en día se ha convertido en una tarea muy compleja y confusa, porque la publicidad y los medios de comunicación les ha llenado sus mentes con un montón de nuevos conceptos torcidos y mensajes comerciales sobre ese tema, mientras que el componente más importante para una lograr relación duradera, que son las almas de la pareja y sus vidas interiores espirituales, ha sido excluido e ignorado totalmente.

Debido a que en nuestra sociedad de consumo, TODO gira alrededor del dinero, el amor y la relación amorosa, por ser una necesidad espiritual muy importante, ha sido aprovechada comercialmente por la industria y muchos otros negocios, y de esa manera el bello amor espiritual ha sido por desgracia reducido y degradado a una simple mercancía.
Es por eso, que las empresas dirigen todos sus esfuerzos y actividades a embellecer a la mujer y hacer más atractivo su cuerpo exclusivamente, por medio de la venta de innumerables productos y servicios: cosméticos, vestidos, zapatos, cremas para arrugas y manchas de la piel, cirugía estética de senos y glúteos, novelas románticas, películas eróticas, pornografía, etc, etc ; con el único propósito de ganar dinero.

¿Y cómo no van a estar confundidas las mujeres?, si se les ha hecho creer: que tener relaciones sexuales es « hacer el amor », que si usan tal perfume o tal sombra para los ojos, van a seducir y a hechizar a los hombres, que si se operan los senos, los hombres las van incluso a perseguir, y cuentos y más cuentos.
El cuidado de la belleza y del aspecto en una mujer para verse más atractiva es indudablemente muy importante, pero no es lo ÚNICO, porque el atractivo sólamente sirve para eso, para atraer la atención de los hombres y despertar su interés. Lo que cuenta de verdad es lo que viene después, es decir, que la relación de amor cuaje y dure lo más posible!

Todos los seres humanos nacemos con nuestro propio atractivo natural que se manifiesta a los demás en nuestra forma particular de ser, en nuestra personalidad única, la cual muestra lo que somos y lo que nos distingue de las otras personas.
Nuestro carácter y nuestra manera de ser son determinados por el alma, puesto que surgen directamente de ella. Eso se puede observar ya en los niños recien nacidos y en los infantes, quienes tienen un atractivo natural muy poderoso y es como una energía que trasmiten a los demás. Esa energía o vivacidad la genera su alma pura, llena de amor y ternura.
Ese atractivo espiritual natural lo he llamado brillo de amor y cada ser humano adulto lo sigue llevando en su alma de niño, porque todos fuimos niños una vez. Es importante pues recordar, que ese brillo de amor permanece en la persona.

Uno no se debería de enamorar de un cuerpo atractivo, por la sencilla razón, de que el cuerpo envejece rápidamente y se va deteriorando, en cambio el alma humana no envejece ni se deteriora, porque es inmortal.

Recuerden que el cuerpo humano por sus instintos naturales, busca satisfacer únicamente sus necesidades biológicas: beber, comer y tener sexo. Mientras que el alma humana posee tres grandes necesidades ESPIRITUALES: amar y ser amado, la fe en Dios y la esperanza de vida eterna.

Mi consejo de todo corazón para tí: busca a alquien que ame más a tu alma que a tu cuerpo.

Concluyo con una frase de San Agustín de Hipona, la cual transmite uno de los mensajes más sabios y verdaderos que he leído en mi vida:

« LA BELLEZA CRECE EN TÍ EN LA MISMA PROPORCIÓN EN QUE CRECE TU AMOR, PUESTO QUE EL AMOR MISMO ES LA BELLEZA DEL ALMA »

Desechada la esperanza de la vida eterna, el sufrimiento se muestra al incrédulo como algo inútil, sin sentido y absurdo.

Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. 2 Corintios 1, 5

El que no ha sufrido en la vida, no ha vivido en este mundo, ya que vivir es también tener que sufrir.
Y con la palabra sufrir no me refiero solamente cuando se sienten fuertes dolores, molestias e incomodidades en el cuerpo debido a enfermedades o accidentes, sino que lo más frecuente son la infinidad de esos sufrimientos que padecemos en secreto por contrariedades y problemas, como por ejemplo: disgustos y decepciones en el trabajo, fracasos personales, divorcios, rencillas y conflictos familiares, etc; y además hasta lo que sufrimos junto con nuestros seres queridos cuando a alguno de ellos no le va bien, tiene problemas serios o muere.

En vista de que el sufrimiento forma parte esencial de la vida humana, tenemos que sencillamente aceptarlo y asumirlo como una condición natural de nuestra existencia. Indudablemente, la vida en este mundo posee infinidad de encantos, atractivos y bellezas que compensan sus aspectos negativos como el sufrimiento.

Adicional a todo lo que la Creación ha puesto a disposición de la humanidad en este mundo material, Dios ha creado por amor al ser humano con un alma de naturaleza espiritual a imagen y semejanza suya, para poder relacionarnos directamente con Él mientras estemos en este mundo, y para vivir eternamente después de nuestra muerte.

El amor, la fe y la esperanza son las facultades espirituales más poderosas que Dios nos ha dado, para ser capaces de superar y vencer TODOS los sufrimientos, problemas, obstáculos y contrariedades que el destino nos pueda deparar en nuestra vida terrenal.
El amor, la fe y la esperanza son las tres virtudes espirituales primordiales que conforman lo que yo llamo el « chaleco salvavidas » espiritual con el que Dios nos ha equipado para sobreponernos a cualquiera mala situación, siniestro, tragedia o calamidad que podamos experimentar en la vida.

La vida es un don que Dios nos ha concedido a cada ser humano con un determinado propósito, que por lo general desconocemos y que quizás nunca llegamos a averiguar. Ese es un misterio más de la vida que Dios se reserva para sí mismo.
La vida humana se considera sagrada porque Dios nos la otorgado, y por lo tanto merece la pena vivirla hasta que llegue el momento de la muerte inevitable, sea cual fuere las condiciones, malas o buenas, en que se nazca y el destino que se tenga.

Si alguien no tiene fe en Dios, no siente amor y no tiene esperanza en una nueva vida eterna, para esa persona aún viviendo en las mejores condiciones materiales, puede llegar a perder el sentido y propósito de su vida, y de manera manera particular, el sufrimiento para ese individuo se convierte en algo absurdo e inútil.
En Europa, el continente más desarrollado y con el mayor nivel de riqueza del mundo, ya para 1920 fue fundada en Alemania la primera asociación que defendía la libertad de suicidarse. En Suiza está legalmente permitido el suicidio asistido por un médico desde hace 25 años. El número de los suicidios asistidos está aumentando fuertemente. Para el año 2000 fueron 200 personas y para el año 2015 ya eran 1000 personas.
Lo que más llama la atención de este nuevo fenómeno social y moral en el resto de las sociedades europeas, es que cada vez son más las personas jóvenes y sanas que exigen la legalización de una muerte digna por suicidio, que las personas viejas y enfermas.

El bienestar económico, las comodidades tecnológicas y la abundancia de bienes y servicios en las sociedades de consumo, no le proporcionan a la vida humana más propósito o sentido de vivir, ni tampoco consuelan el sufrimiento padecido.
El desarrollo industrial y tecnológico nos ha hecho creer, a traves de los medios de comunicación, que ganar dinero trabajando y consumir de todo para poder vivir cómodamente, es el « nuevo » sentido de la vida.
Pues, no sigamos creyendo esa falsa ilusión, porque los europeos que están hartos de consumir y de vivir con comodidades desde hace décadas, se están matando voluntariamente.

Porque en ti está la fuente de la vida; en tu luz vemos la luz. Salmo 36, 9

El bien supremo de un creyente cristiano es Dios y la meta suprema es la vida eterna.

En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Romanos 8, 5-7.

Para comprender exactamente lo que deseo tratar en esta reflexión, voy a repasar el significado del adjetivo supremo. Supremo quiere decir: el máximo grado en una jerarquía de algo, o lo que está encima de todo. Por lo tanto, Dios como el bien supremo es la riqueza máxima, la cual está por encima de todas las demás. Lo mismo vale para la vida eterna.

Partiendo de esta aclaratoria, me voy a referir al orden previo que es necesario establecer, para poder evaluar los asuntos y cosas más valiosas o importantes, es decir, que consideremos algo superior o inferior, mejor o peor, mayor o menor, etc. En los aspectos más relevantes de la vida es necesario que tengamos bien claro ese orden de la superioridad de una cosa respecto de otra. Debido a que es sencillamente imposible poseer y hacer todo en la vida, tenemos que determinar nuestras propias prioridades o preferencias.
Como creyentes cristianos tambien debemos tener claro el orden de superioridad en el aspecto de nuestra naturaleza como seres humanos, puesto que estamos formados de un cuerpo de carne y un alma espiritual. En la Iglesia cristiana desde sus inicios, ese orden ha estado muy claro durante miles de años, pero desafortunadamente es un tema sobre el que se enseña y se habla muy poco.

San Pablo en su carta a los Romanos capítulos 7 y 8, le dedica varios versículos a la lucha interior entre su espíritu y su carne en el que describe lo siguiente: Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y después dice: !Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?

Para San Agustín, uno de las grandes Padres de la iglesia cristiana, el alma es superior al cuerpo y está hecha para regirlo. El alma habita en nuestro cuerpo teniendo con él una relación acccidental, de modo que el ser humano es su alma pero no su cuerpo.

Agustín escribió también:
Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro: es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente eterno e inmortal.
Sólo Dios es mejor que el alma, y por esto sólo Él debe ser adorado, quien es su único autor.

Los cristianos sabemos que Dios en la Creación, tomó un poco de tierra para formar el cuerpo humano de carne y huesos, después le insufló el espíritu o alma a su imagen y semejanza, y le dió la vida. En consecuencia, somos los humanos un ser compuesto de un cuerpo y un espíritu de naturalezas diferentes: una material y una espiritual. Y son tan diferentes esas dos dimensiones, que el cuerpo es mortal y visible, y el alma es inmortal e invisible.
Por mi parte, estoy de acuerdo totalmente con San Agustín en darle la prioridad a mi alma inmortal por ser superior al cuerpo, e igualmente considero a Dios como mi suprema riqueza. Desde que establecí ese orden en mi propia vida hace unos pocos años, identifico mi existencia más con mi alma inmortal que con mi cuerpo mortal. He aprendido a reconocer y aceptar que mi alma soy yo, y por lo tanto le doy más importancia que a mi cuerpo.

Estoy muy feliz y muy agradecido a Dios, por haber obrado en mí ese cambio radical de perspectiva de la vida, el cual me ha permitido comprender mucho mejor la Palabra de Dios, y sobre todo poder fundamentar mi existencia en mi alma eterna y no más en mi cuerpo mortal, que era lo que yo hacía antes, cuando creía que mi cuerpo era lo único que yo soy como persona.
Otro beneficio maravilloso que he recibido desde que me identifico con mi alma, es que me he librado de ese terrible temor a la muerte del cuerpo, que tanto nos angustia.

¿Estás decepcionado de la vida y te sientes como un extraño en este mundo lleno de sufrimientos, falsedades e injusticias?

Así pues, siempre llenos de ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos por la fe y no por la visión. Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. 2. Corintios 5, 6-8

No te preocupes, que eso mismo nos pasa todos en algún momento de nuestra existencia, puesto que es una reacción natural y justificada de todo ser humano ante esta dura vida terrenal.
Absolutamente nadie que sea sincero consigo mismo y que haya nacido en este mundo, puede negar que la vida humana está colmada de adversidades, preocupaciones, penas, mentiras, cansancio, miseria, sufrimientos, conflictos, luchas, etc; y que además, se vive bajo la permanente inseguridad y el temor que causa esa horrible amenaza y plaga de los seres humanos, que es la muerte inevitable.
La realidad de la vida terrenal fue, es y seguirá siendo siempre dura, injusta e implacable.

Dios el Creador del Universo, en su inconmensurable sabiduría y soberanía sobre todas las criaturas, hizo el mundo así como es, por razones que aún desconocemos totalmente. Ese es el gran misterio de la vida.
Sin embargo, Dios por su eterno amor y su gran misericordia hacia la humanidad, nos ha creado en realidad para vivir DOS vidas: la primera vida corporal: dura, corta y temporal en este mundo cruel y finito; y la segunda vida espiritual: gozosa, abundante y eterna en el Reino de los Cielos. Esta ha sido la Buena Nueva y la grandiosa promesa que el Señor Jesucristo le trajo a todos los hombres y las mujeres hace ya más de 2000 años.

Después de la propagación en el mundo de las iglesias cristianas y de la promesa de una nueva vida después de la muerte, los nuevos creyentes cristianos demostraron claramente a los incrédulos, el enorme significado que esa promesa tenía para la vida antes de la muerte.

El resplandor de la promesa de vida eterna y de la resurreción de Jesús, hizo brillar la luz en el corazón del Apostol Pablo y lo llenó de esperanza en la otra vida con tal fuerza, que se dedicó como ningún otro apostol a predicar el Evangelio y a transmitir la Gloria de Dios a los gentiles. Por eso Pablo, apoyado en su fe y su esperanza en Jesús, afirma lo siguiente:
Porque sabemos que si esta tienda (el cuerpo), que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios; una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. 2. Corintios 5, 1

Dios y su Reino en los Cielos son espirituales, y por esa razón solamente los podemos percibir por medio de la fe. Creer o no creer, de eso depende todo en la vida. Los seres humanos por poseer un espíritu o alma, somos los únicos seres vivos que podemos creer en Dios y establecer una relación directa y personal con Él.

Pablo, lo único que hizo de extraordinario, fue creer en Jesús como cree un niño pequeño en su madre, con toda su alma y con toda su mente, es decir, ciegamente.
La profunda fe generó inmediatemente en su corazón, el amor hacia Dios y la gran esperanza en la vida eterna, que hicieron de Pablo un hombre nuevo y un creyente cristiano exepcional y apasionado. El apostol al creer que Jesús le había perdonado sus graves pecados contra Dios, por haber sido perseguidor de cristianos, dejó de temer la muerte inevitable y el castigo eterno de su alma en el infierno, quedando así liberado de esas pesadas cadenas de angustia y remordimiento, las cuales lo agobiaron durante su vida como fariseo de la Ley judía, antes de su conversión al Cristianismo.

La fe en Dios y en la grandiosa Obra redentora de las almas y de perdón de los pecados hecha por Jesucristo en el Calvario, es la maravillosa fuente de la esperanza cristiana. Esa esperanza suprema es capaz de llenar nuestros corazones de tanto consuelo y alegría, que con regocijo y gusto olvidamos todas nuestras penas y dolores que hemos tenido que padecer en esta pobre vida terrenal, y nos llena también de buen ánimo y fuerzas para soportar y seguir adelante, hasta el momento en que Dios Padre nos llame a su Trono celestial.

La esperanza cristiana de vida eterna ha sido creída y esperada con fe y alegría por infinidad de cristianos desde hace más de 2000 años, tal como lo hizo San Pablo en su oportunidad y lo han hecho miles de millones de cristianos en todo el mundo hasta el día de hoy, a pesar de haber sufrido persecuciones, exclavitud, deportaciones, ejecuciones públicas y muerte en las hogueras de la Inquisición.

Desafortunadamente, los que no han querido creer el Evangelio de Jesús y no abrigan esa esperanza en su alma, son aquellas personas que tratan de disfrutar al máximo esta vida terrenal siguiendo el lema: comamos y bebamos que mañana moriremos. Esos son los individuos aferrados a este mundo material quienes viven fingiendo una vida pública feliz de diversiones y placeres, mientras en sus corazones padecen en silencio por el temor a la muerte, las preocupaciones, la impaciencia, las enfermedades, el cansancio y el descontento, padecimientos estos que les hace su vida interior aún más tormentosa, pesada y absurda.

Refiriéndose ese tipo de individuos, San pablo dijo lo siguiente:
Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! 1. Corintios 15, 19

No esperemos justicia en este mundo injusto y arbitrario, confiemos en Dios justo y misericordioso.

« Los jueces de la tierra juzgan y condenan a los acusados, es decir, hombres pecadores juzgan y condenan a hombres pecadores.» San Agustín

En este mundo no puede haber justicia verdadera e imparcial, porque los seres humanos debido a nuestra misma naturaleza, poseemos demasiados defectos y siempre adquirimos vicios o hábitos de obrar mal en el transcurso de la vida.
San Agustín lo explica bien en su comentario sobre los jueces en el mundo, quienes siendo también hombres pecadores, juzgan y condenan a otros hombres igual de pecadores como éllos. El argumento de Agustín es claro y simple: Si los jueces no están libres de pecados, no son dignos tampoco de recibir la autoridad moral para juzgar a otros pecadores.
Existen además innumerables factores humanos, sociales y políticos, que combinados hacen realidad la mala aplicación de la justicia y la arbitrariedad de los jueces, que reinan en el mundo desde que existe la humanidad y de las que somos víctimas todos nosotros en esta vida terrenal.
¿Quién no ha sufrido una injusticia o arbitrariedad en carne propia por parte de alguna autoridad, o ha escuchado sobre: jueces corruptos, jueces racistas y discriminadores, jueces politizados, jueces sin escrúpulos, jueces misógenos, etc; es decir, todos jueces parciales y oportunistas?

Mientras vivamos en este mundo, tenemos necesariamente que acostumbrarnos a las injusticias y las arbitrariedades de los hombres, por lo tanto no debemos confiar en la justicia terrenal. Si la mayor injusticia y la más arbitraria jamás cometida en toda la historia, ha sido el juicio y la crucifixión de Jesucristo, siendo Hijo de Dios, justo y libre de pecado; ¿qué podemos esperar nosotros?

El escritor español Francisco de Quevedo (1580-1645) en un escrito que redactó sobre los argumentos de la inmortalidad del alma, se refirió de la siguiente manera a la imposibilidad de que los tribunales de este mundo puedan castigar o tener acceso alguno al espíritu humano:
« En el mundo no hay verdugos, ni tormentos para los pecados sino para los pecadores. Quién peca es la voluntad, y esta es potencia espiritual del alma: está fuera de la jurisdicción del cuchillo, de la soga y del fuego. Si no hay otra vida, alma inmortal y Dios, el pecado se queda sin pena y sin juez. Los tribunales de la tierra ajustician al homicida, al ladrón y al adúltero, para conseguir los efectos del escarmiento.»

Como creyentes cristianos confiemos plenamente en Dios y pongamos toda nuestra esperanza en la vida eterna prometida por nuestro Señor Jesucristo, de quienes sí podemos esperar Gracia, Justicia y Misericordia en el día del Juicio Final.

Recordemos las palabras de San Pablo: Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: « Mía es la venganza, yo pagaré » dice el Señor. Romanos 12, 19

Concluyo con un par de muy buenas frases sobre la injusticia:
« Si sufres injusticias consuélate, porque la verdadera desgracia es cometerlas. » Pitágoras, filósofo y matemático griego.

“La justicia es un perro rabioso que sólo muerde a la gente de pocos recursos”
Álvaro Salóm Becerra, escritor colombiano.