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Si sientes soledad porque crees que te han dejado de querer, recuerda que Dios y tu propia alma te aman con amor eterno.

Yahveh es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? Yahveh es la fortaleza de mi vida, ¿de quién tendré temor?
Si mi padre y mi madre me abandonan, Yahveh me acogerá.
Salmo 27, 1 y 10

Aún cuando no tengamos a alguien a nuestro lado y estemos sin compañía en un lugar solitario, NUNCA estamos solos, por la sencilla razón de que la conciencia, que es nuestra propia alma, la llevamos siempre adentro en nuestro interior.
Es por eso que insisto en repetir, que los humanos somos seres compuestos de cuerpo y alma, somos un sólo ser, pero consituido por una dimensión espiritual y una dimensión corporal.

San Pablo en algunas de sus cartas, ya explicaba la concepción antropológica cristiana, cuando hablaba del hombre interior (el alma) y del hombre exterior (el cuerpo):
« Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. »
Romanos 7, 22-23
« Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. » 2. Corintios 4, 16

Según Pablo, considerado como el apóstol de Jesucristo, que más se dedicó a interpretar y aclarar el significado de las Sagradas Escrituras a los nuevos creyentes cristianos, que todos los seres humanos poseemos un ser interior o alma, el cual por medio de la conciencia se comunica con nuestro hombre exterior o cuerpo, es decir, cuando escuchamos una voz dentro de nosotros, esa es la voz de nuestra conciencia, o bien cuando hablamos en secreto con nosotros mismos.
Saber esto es de suma importancia para comprendernos interiormente mejor y para comprender también, que nuestra conciencia es el santuario del alma humana donde el Espíritu de Dios se comunica y obra sobre nosotros, cuando rezamos fervorosamente, o bien cuando el Espíritu Santo derrama el amor, el consuelo y la paz interior sobre nosotros.

Comunicarse o hablar en secreto con nuestra conciencia es muy normal y necesario. La gran mayoría de las veces ni siquiera nos damos cuenta de esa comunicación, por ser impercebtible.
El remordimiento de conciencia es el ejemplo más común del diálogo secreto entre nuestro hombre interior y el exterior, es decir, entre la conciencia y el cuerpo.
El remordimiento es el resultado de cometer una falta o pecado, a pesar de saber que era un acto incorrecto y que no se debía hacer. De allí la gran importancia que tiene para un creyente, procurar estar en paz consigo mismo y con Dios, para así poder evitar esa situación tan desagradable que es el remordimiento.

El amor a sí mismo es natural y necesario, puesto que nos hace capaces de amar a otros y de ser amados. El amor propio es el amor que el alma se tiene a sí misma. Amar es una facultad espiritual del alma humana, que crece y se va desarrollando en la medida en que amemos a Dios y al prójimo, así como a nosotros mismos.
Así como nos lo enseñó nuestro Señor Jesucristo.

Si aprendemos a establecer una relación personal y directa con Dios, expresándole una fe profunda, amor y humildad, para rogarle que sea luz, salvación y fortaleza para nuestras vidas, Él amorosamente también nos acogerá en su seno.

Hay mucha gente que miran a su alrededor buscando a alguien, y al no ver a nadie, se quedan en la compañía de la soledad, porque se han olvidado de su hombre interior, es decir, de su propia alma.
Mientras que los creyentes cristianos en esa situación, miramos hacia cielo y hacia nuestro interior, y nos dejamos acompañar de nuestra alma y de nuestro Dios.

Bendice, alma mía, al SEÑOR, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es el que perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus enfermedades; el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de amor y compasión; el que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila. Salmo 103, 1-5

Conoce lo que la prodigiosa esperanza cristiana logra hacer en la vida del creyente

Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15, 13

Deseo comenzar con la descripción de dos términos fundamentales para comprender bien esta reflexión, que son: la fe y la esperanza.
San Pablo hace la siguiente descripción de la fe: Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve. Hebreos 11, 1.
La esperanza se puede describir como el estado en que el alma por medio de la fe, espera confiadamente en que alguien cumpla un compromiso o que algo se haga realidad en el futuro.
Tener esperanza es creer hoy, que lo deseado se va a cumplir efectívamente en el futuro, tal y como uno lo anhela.

San Pablo aclara en su carta a los Romanos, que en vista de que la promesa de vida eterna hecha por Jesucristo se cumplirá en un tiempo futuro que no podemos ver ahora, al creer firmemente hoy en esa promesa, surge de ella la maravillosa esperanza que nos mantendrá esperando pacientemente  hasta que la promesa se cumpla: Porque en esperanza hemos sido salvos, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Romanos 8, 24-25

Después de creer con toda el alma y con toda la mente en Jesucristo y en su promesa de vida eterna, se dan diversos cambios imperceptibles en la vida interior espiritual del creyente:
1.- Reconocimiento de la existencia de nuestra propia alma
Cuando pensamos en nuestro ser, consideramos sólo el cuerpo, nos identificamos con él y todo lo que hacemos (salud, cuidados, belleza) gira a su alrrededor. Eso es lo natural, y es así en cualquier persona adulta que no cree en una vida espiritual después de la muerte.
Tan pronto como uno cree con profunda fe en la promesa de vida eterna, tomamos conciencia de nuestra propia alma inmortal. A partir de ese momento, el interés y el cariño hacia nuestra alma se van haciendo cada vez más intensos, hasta el punto en que nos identificamos más con el alma que con el cuerpo. Este sorprendente cambio se va dando por la lógica razón, de que el cuerpo algún día muere y el alma inmortal seguirá viviendo eternamente. El futuro del alma es ahora lo que más cuenta para nosotros, porque el futuro del cuerpo ya lo conocemos: al pasar los años envejece, se deteriora y muere.

2.- Una inmensa paz interior y un gran gozo llena nuestra alma
Al identificar nuestra propia existencia con el alma que no muere, el temor a la muerte corporal deja de causarnos esa desagradable angustia existencial, que nos causa la inevitable realidad de tener que morir. Al desaparecer la angustia y al recordar siempre que nuestra vida está en las manos de Dios Padre, una gran paz interior y un gozo indescriptible van creciendo en nuestra vida como creyentes. La esperanza de una vida nueva y eterna transforma completamente la vida del creyente llenándola de sentido, paz, amor y alegría en el Señor Jesucristo.

3.- La angustia por la certeza de la muerte desaparece de nuestra vida
Cualquier persona que crea en Jesucristo y en su promesa de vida eterna, con la enorme fe con que un niño pequeño confía en su madre, deja necesariamente de temer su muerte, porque sabe muy bien que es imposible que Dios Padre y Jesucristo le mientan, y en consecuencia, espera con paciencia el cumplimiento de la promesa cuando le llegue su momento de morir.
El ser humano no puede vivir sin albergar esperanzas en su corazón, tanto es así que alguien escribió: «el hombre es un animal que espera algo siempre», es decir, que es un ser esperanzado.
No existe una esperanza más grandiosa y más importante para un ser humano, que la esperanza de vida eterna después de la muerte.
El único remedio contra la angustia que nos genera el miedo a la muerte, es confiar en Dios y en su promesa de vida eterna con todo tu corazón y con toda tu mente.

Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos los más dignos de lástima de todos los hombres.

La afirmación que hace de título en esta reflexión, la escribió San Pablo en su primera carta a los Corintios (1 Corintios 15, 19), con el propósito de aclararle a los miembros de las nuevas comunidades cristianas de la ciudad de Corintio, que la gran esperanza de vida eterna en Cristo Jesús, fundamentada en su insuperable promesa de la Buena Nueva que es anunciada a la humanidad por el Nuevo Testamento, no es para esta vida terrenal sino para la nueva vida en el Reino de los cielos, que viviremos después de la muerte corporal.

Con profunda fe, perseverancia y humildad podemos esperar del Señor Jesucristo en esta vida, sus innumerables favores y dones espirituales entre los que se encuentran: el perdón de nuestros pecados, la Gracia, el inagotable amor y la Misericordia, la compañía, el consuelo, la guía, protección y ayuda espiritual del Espíritu Santo, la Providencia o cuidado divino y mucho más.
Dios está acompañándonos y actuando sobre la humanidad todos los días por medio del Espíritu Santo, para atrernos hacia Él a través de cuerdas de amor y misericordia.

En su célebre discurso de las Bienaventuranzas, dijo Jesús al final (Mateo 5, 11-12): « Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros. »
Jesús siempre habló y predicó sobre la vida eterna en el Reino de los Cielos, porque ese es el verdadero Reino de Dios, el cual ha sido creado y reservado para reinar Él junto a su Hijo Jesucristo, el Espíritu Santo, los ángeles y todo su pueblo de almas elegidas. Nuestra recompensa como creyentes y seguidores de Jesús será en el Reino de los Cielos, y será grande.

Antes de ser crucificado y estando frente a Poncio Pilato en su Palacio, cuando éste le preguntó, si él era el rey de los judíos, Jesús le contestó:
« Mi reino no es de este mundo. Mi reino no es de aquí. »
Como nos dicen las Sagradas Escrituras: Jesús nació de la Virgen María en Belén, fue criado junto con sus hermanos por ella y por su marido José; creció y trabajó en la carpintería de su padre, para después dedicarse a su misión divina de anunciar el evangelio y predicar sus enseñazas. Al final de su vida, murió crucificado en un madero por el perdón y la salvación de los pecadores, para después subir al cielo, y desde entonces está reinando junto a Dios Padre en su Reino eterno.

Dios en su soberanía, ha creado este mundo natural así y con estas condiciones de vida. Pero lo más importante y más maravilloso para los creyentes, es que Dios también ha creado su propio Reino espiritual eterno en la inmensidad infinita del Universo, el cual su Hijo Jesucristo reveló y anunció a toda la humanidad, cuando vino a este mundo hace 2000 años:
el Reino de los Cielos.

Jesús al encarnarse y hacerse hombre, también tuvo necesariamente que vivir la vida natural en este mundo, igual que cada uno de nosotros.
Esta vida dura, sufrida, injusta y temporal es comparada en la Biblia con un exilio o un destierro transitorio, por el que nuestra alma inmortal debe pasar, antes de regresar a Dios, nuestro padre Celestial, para vivir eternamente en ese Reino de los Cielos.
«Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final.»
Juan 6, 40
Las personas que han sido desterradas y se han ido a vivir lejos de su propio país o lugar de origen, siempre extrañan su tierra y anhelan profundamente regresar allá algún día, a su entrañable hogar paternal.
Así mismo, el alma humana creada a imagen y semejanza de Dios, anhela las moradas prometidas por el Señor Jesucristo, tal como está expresado en el salmo 83:
« Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.»

Cristiano, a pesar de todo lo que has tenido que soportar en esta vida, te ruego que confíes siempre y continúes esperando en Cristo Jesús, para que puedas recibir tú tambien la herencia prometida de vida eterna en el Reino de los Cielos.
« El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él . » Romanos 8, 16-17

Para Dios nuestros fingimientos no sirven de nada, porque a Dios es imposible engañarlo.

Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Juan 4, 24

A Dios no le podemos ocultar ningún pensamiento ni ninguna intención secreta, porque nuestra vida interior espiritual, la cual está constituida por nuestros pensamientos, sentimientos, pasiones e intenciones, es para Dios como un libro abierto.
Dios todo lo sabe y todo lo conoce de nuestra vida. Y a pesar de que eso es así, siempre cometemos el error de olvidar esa realidad, y tratamos de fingir acciones y comportamientos a otras personas, creyendo inutilmente, que asi como engañamos a la gente con nuestra falsa actuación, pensamos que Dios tampoco se entera de lo que hacemos de manera fingida. !Qué equivocados!

Una característica natural de los seres humanos es que somos capaces de fingir comportamientos y gestos que no sentimos de verdad, es decir, que podemos fácilmente interpretar una conducta falsa ante los demás y hacerles creer que es un comportamiento verdadero.

No actúan solamente los actores profesionales en la televisión o en el cine, sino que todos sabemos actuar también ante los demás en la vida cotidiana.
La personalidad humana está constituída por una dualidad natural, que consiste en una personalidad externa y una personalidad interna. La externa es la personalidad corporal y pública que mostramos a los demás con nuestros gestos , y la interna es la personalidad interior que ocultamos por lo general y que sólo mostramos cuando así lo deseamos. Esta realidad es la que se conoce como el ser adaptado por fuera  y el ser original por dentro de las personas.

Por eso, en el gran escenario de la vida real diaria todos fingimos en ciertas situaciones y cuando nos conviene, unos más y otros menos.
Ahora bien, si eres un cristiano creyente quiero recordarte en esta oportunidad, que en tu relación íntima y secreta con Dios, procura ante Él ser siempre sincero y auténtico en todo lo que concierne a tu vida interior espiritual. Fingir ante Dios es lo peor que puedes hacer en tu vida como creyente, y además, es engañarte a tí mismo.

No os engañéis, Dios no puede ser burlado; porque todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Gálatas 6, 7

Mientras que en la Biblia Dios nos revela la verdad de la vida, los medios de comunicación nos mienten y ocultan la verdad.

Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra? Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo. Mateo 15, 12-14

Deben ser muy pocas las personas adultas que no se han dado cuenta todavía, de que vivimos en un mundo lleno de mentiras, apariencias, fingimientos e hipocresía. La sinceridad y la honestidad, que una vez fueron virtudes en la sociedad de tiempos pasados, han desaparecido de los escenarios públicos. Lo que está de moda en la actualidad es: crear nuevas mentiras y contarlas de una forma tan refinada y con detalles imaginados, para que el público crea que son verdades. Tal como hacen los escritores de novelas de ficción y las agencias de publicidad comercial.

Hoy en día con el avance de las técnicas de computación digital, ya es posible falsificar y manipular fotografías, videos y grabaciones de audio, por lo que tampoco se puede confiar ni creer en la autenticidad de esos medios audiovisuales tradicionales. Por lo tanto, eso significa que: ¡No podemos confiar en lo que ven nuestros ojos y escuchan nuestros oídos!

¿Dónde está entonces la verdad? y ¿donde está la luz que nos pueda guiar en esta vida terrenal?
La verdad y la luz siguen estando en la Palabra de Dios. La palabra de Dios ha sido desde siempre y seguirá siendo la gran revelación divina. En la Biblia, Dios mismo se puso de manifiesto a la humanidad por medio de su Hijo Jesucristo, nos afirmó que poseemos un espíritu o alma inmortal dentro de nuestro cuerpo y también nos reveló la existencia del mal.

Jesucristo en el Nuevo Testamento, le revela por primera vez a la Humanidad que Dios NO es un « Ser Superior », ni « el Destino » y ni mucho menos « una fuerza mayor de la naturaleza », sino que es el Dios Padre, es decir, nuestro Padre Celestial.
Dios Padre nos ama como hijos por haber sido creados por Él con un alma hecha a su imagen y semejanza. La obra del Sacrificio en la Cruz y la Redención de los pecados hecha por Jesús, le concedió la Gracia a los creyentes cristianos de podernos considerar también como hijos de Dios.

La Palabra de Dios es verdadera, firme y segura; y es la palabra en la que podemos confiar plenamente. Es tan firme y segura por ser ella una palabra que dura toda una eternidad, puesto que no cambia jamás y siempre ha de cumplirse, como de hecho se ha cumplido desde hace ya miles de años.
La Biblia dice simplemente la cruda verdad sobre el ser humano, sobre lo que hace mal y sobre lo que deja de hacer, cuando lo podría hacer mejor si obedeciera los mandamientos de Dios.
Por decir la verdad sobre el corazón humano, es que muchas personas al leer la Biblia se sienten algo incómodas, debido a que estan acostumbradas a escuchar y leer cosas gratas que se dicen mutuamente las personas en la sociedad aduladora y frívola de hoy en día.

En el mundo moderno se miente tanto y se oculta la verdad principalmente por el anhelo de ganar cada vez más dinero y el deseo de ser alguien importante. El sistema económico capitalista fomenta en el hombre y la mujer el afán de ganar mucho dinero, de poseer abundancia de bienes y de llegar ser una pesona importante en la sociedad. Y para lograr ganar mucho dinero en un tiempo relativamente corto, se hace necesario mentir y ocultar la verdad. Esta condición es una realidad innegable.

Tanto los medios de comunicación como los vendedores por su gran interés en ganar dinero, nos mienten sin clemencia, y además, se sienten hasta orgullosos de decirnos embustes, con tal de que su caja registradora esté llena al final del dia.
Dejarse guiar en la vida por gente embustera, sería lo mismo que un ciego se dejara guiar por otro ciego, es decir, ninguno de los dos llegarían bien a ninguna parte.

Uno podría afirmar entonces, que se acude a la mentira por el interés en el dinero y el poder. Mientras que a la verdad se acude por el amor.
Así lo afirmaba San Agustín cuando hablaba sobre la verdad:
El amor es lo que impulsa a ir en búsqueda de la verdad.
La única forma de decir la verdad es amando

Dios es la fuente original del amor, nos ama como hijos y desea la salvación eterna para nosotros. Por eso nos dice la verdad y quiere ser nuestro guía espiritual en esta vida terrenal y después de nuestra muerte, en la vida eterna en el Reino de los Cielos.

Si estas desilusionado de este mundo mentiroso, o si sientes un vacío en tu interior por no haber encontrado respuestas a tus interrogantes sobre el sentido y el propósito de tu vida en esta sociedad materialista, en la que solamente se piensa en consumir y en divertirse; te ruego que acudas con fe y humildad a Jesucristo y a la Palabra de Dios. Allí encontrarás enseñazas y mensajes maravillosos que si los lees con profunda fe, te llenarán de consuelo y esperanza.

Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas.
Mateo 11, 28-29

Si cuando fuímos niños confiamos tanto en nuestros padres, como adultos igual podemos confiar en Dios, nuestro Padre celestial.

Confía en el SEÑOR con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas. Proverbios 3, 5-6

La vida en este mundo para los seres humanos está repleta de incertidumbres, riesgos, dificultades, peligros, fracasos, sufrimientos, apariencias, falsedad, hipocresía, pleitos entre personas, contrariedades, desgracias imprevisibles, etc.
En resumen, la vida sigue siendo un misterio para todo individuo, en primer lugar, porque nadie es capáz de saber lo que le sucederá en el futuro, y en segundo lugar, porque tampoco es posible conocer con certeza las causas de lo que sucede en nuestras vidas, haya sido bueno o malo.
Existen innumerables factores y circunstancias que intervienen directamente en nuestras vidas que no podemos controlar. Ni siquiera todas nuestras acciones voluntarias las podemos dominar, puesto que a veces hacemos incluso lo contrario de lo que hubieramos deseado hacer.

Cuando fuimos niños pudimos contar con la vigilancia, la protección y los consejos de nuestros padres y abuelos, quienes nos educaron durante la etapa de la niñez y adolecencia. Los padres pueden guiar y aconsejar bien a sus hijos, por la experiencia que tienen sobre la vida, puesto que ya han vivido en carne propia duras y dolorosas pruebas.
En la etapa de adulto, el creyente cristiano tiene el privilegio de acudir a Dios en la búsqueda de la necesaria sabiduría y la guía para dirigir su vida, y así poder sentirse seguro y acostarse a dormir sin miedo, porque Dios Todopoderoso es su tranquilidad. Si nuestro padres estuvieron apenas en algo facultados por sus experiencias, para enseñarnos y guiarnos en nuestro camino como níños, imagínense el maravilloso privilegio de tener a Dios y al Espíritu Santo como nuestros consejeros y consoladores durante toda la vida, tanto en los tiempos de bienestar como en los tiempos de desgracias o enfermedades.

Ahora bien, lo más importante que un cristiano tiene que hacer, es creer en Jesucristo y confiar en Él con todo su corazón y con toda su mente, así exactamente como confiábamos en nuestros padres cuando fuímos niños pequeños. Los infantes confían total y plenamente en sus madres, y además, no dudan ni siquiera un instante de sus palabras y de las promesas que ellas les hacen. Los infantes confían en sus padres y sienten una dependencia total de ellos.
El momento en que logres confiar en Dios y depender de Él de esa misma manera, a partir de ese instante tendrás y sentirás una paz y una tranquilidad interiores indescriptibles, sólo comparables a como te sentías cuando al tener algún problema, acudías a tu mamá por consuelo y protección, mientras ella te amparaba entre su falda.

Abba, es decir Padre, así con esa preciosa palabra nos enseñó Jesús a dirigirnos a Dios Todopoderoso, y aún nos sigue invitando a considerarlo como nuestro Padre Celestial por siempre.
Acércate con fe y humildad a Jesús y ruégale, que te ayude a confiar más en Dios Padre.

El temor de Dios es el principio de la sabiduría, Proverbios 1, 7.

La gran importancia que Dios le da a los hijos y a la función maternal de la mujer

« El que reciba a un niño como este en mi nombre, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió. » Marcos 9, 37

La mujer en su condición de madre recibe muchos dones y beneficios de parte de Dios. La maternidad la convierte en la persona transmisora de vida, al dar a luz a sus hijos, y después de ese milagro de la naturaleza, les transmite y da a los hijos: su amor, alimento, atención, cuidado, consuelo, protección, amparo, asistencia, consejos, sabiduría, confianza, seguridad, enseñanza y muchos buenos valores más.
Todo éste caudal de bienes que la madre le da a sus hijos, son necesidades básicas de los niños, que requieren ser satisfechas para lograr su sano desarrollo intelectual, corporal y espiritual.

Jesús en el Evangelio de Marcos, describe un privilegio más que tienen las madres cuando reciben al nacer a cada uno de sus hijos en nombre de Jesús: el honor de recibirlo también a Él en sus corazones. ¡Cuán grande es esa bendición de Dios!
La dependencia del niño pequeño de su madre es total, y en consecuencia, la necesidad que tiene el niño de estar siempre junto a ella o en su cercanía, también es total.
Es evidente que Dios ha creado a la mujer con la función maternal en su cuerpo, para la reproducción de la especie humana y ha dispuesto para ella la crianza de los hijos.

En contraste con todo esto que he mencionado hasta ahora, deseo referirme a continuación a los cambios de conceptos y de prioridades que se han estado dando en la mujer moderna:
En la actualidad, las jóvenes madres casadas consideran más importante ir a trabajar como empleadas para ganar un dinero adicional, que quedarse en casa con sus hijos para atenderlos como ellos se merecen. Uno se pregunta en estos casos: ¿Quién necesita más de la madre, los hijos o la empresa donde trabaja?
¿Qué es más importante y necesario para el bebé, la atención y el cariño de su madre o la ropita infantil costosa que está de moda?
¿Vale la pena sacrificar por un dinero adicional, las bellas vivencias de amor y satisfacción que tiene la madre con su pequeño hijo, y terminar la jornada de trabajo con sentimientos de culpa por ser mala madre?

Muchas mujeres emancipadas afirman públicamente, que ellas son las dueñas de su cuerpo y que tienen el derecho de hacer lo que les provoque con su propio cuerpo. Pregunto: ¿Cuál es el propósito principal de los senos, dar de mamar leche materna a sus hijos o hacerlos más grandes y atractivos con silicón para los hombres?
Otras mujeres que asumen estar « liberadas del dominio de los hombres», proclaman que ellas no quieren ser reducidas « a ser sólo un simple útero reproductor para tener hijos », sino que ellas más bien desean hacer carreras profesionales en las empresas y alcanzar altos cargos de gerencia y de responsabilidad. Pregunto:
¿Y los hijos que tanto las necesitan y extrañan, dónde y con quién están?
¿No es mayor la responsabilidad que tienen como madres y no es muchísimo más importante la crianza de sus hijos, para que puedan arreglárselas bien cuando sean adultos?

Estos son apenas dos ejemplos de las creencias absurdas que los medios de comunicación han estado imponiendo sobre el nuevo estilo de vida de la mujer moderna y emancipada.
Cuando los seres humanos en el transcurso de la historia de la humanidad, se han atrevido a desafiar y a luchar contra la naturaleza, siempre han sido ellos los primeros en salir malogrados y derrotados en esa lucha. Y cuando han cometido la locura de desafiar y oponerse a la voluntad de Dios, han terminado mucho peor.
Hoy en día en nuestra sociedad se está repitiendo ese grave error una vez más y está sucediendo frente a nuestros ojos.

Querida madre, te ruego que reflexiones y recuerdes que Dios sabe mucho mejor que tú, sobre lo que más te conviene a tí y a tu familia para el tiempo presente y para el futuro. Aférrate a Dios y a su Palabra, pídele que te guíe en todas las decisiones importantes que involucren a tus seres queridos. Escucha a tu propia conciencia y no a lo que dice y hace la gente debido a las nuevas modas en la sociedad.

(La esposa) está revestida de fortaleza y dignidad, y afronta confiada el porvenir. Abre su boca con sabiduría y hay en sus labios una enseñanza fiel. Vigila la marcha de su casa y no come el pan ociosamente. Sus hijos se levantan y la felicitan, y también su marido la elogia. Proverbios 25-28

La verdadera felicidad en esta vida mortal es imposible, la vida será feliz cuando sea eterna.

« El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. » Juan 10, 10

En la conocida parábola del redil, Jesucristo concluye su alegoría al Buen Pastor con esa estupenda frase: « yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.»
¿Cómo se podría imaginar uno, la vida abundante que nos ofrece Jesús?
En mi caso personal, la imagino primero, como una vida espiritual inagotable que no termina nunca, y segundo, con una existencia verdaderamente feliz y un gozo indescriptible. Una vida en estas condiciones, solamente puede ser la vida eterna en el Reino de los Cielos, que Jesús nos promete.

Es bien sabido, que nuestra vida en este mundo es temporal, y que además, no es siempre feliz sino apenas en algunos períodos y momentos contados. En esta vida terrenal no sólo existen los problemas, dificultades y adversidades que causan en nosotros diferentes grados de malestar y sufrimiento, sino que aún en esas ocasiones en que estamos felices, satisfechos y contentos porque tenemos buena salud, prosperidad, a nuestros seres queridos cerca, paz y tranquilidad; y que son precísamente cuando nos deseamos que nuestra vida en esas circunstancias sea interminable, surge entonces de repente, el pensamiento sobre la certeza de que algún día vamos a morir, y ese hecho inevitable y temible estropea nuestra felicidad.
Es por estas razones, que San Agustín en su obra la ciudad de Dios hace esa afirmación que hace de título de esta reflexión, la cual al leerla me impresionó por la inspiración y sabiduría que contiene.

Cuando los seres humanos viven bajo circunstancias adversas y atraviezan numerosas aflicciones, es normal y necesario que dirijan su mirada hacia el porvenir y pongan su esperanza en un futuro mejor, en una vida mejor.
Jesucristo con su divina revelación de la existencia de la vida eterna en el Reino de Dios, le ha manifestado a la Humanidad que ese futuro mejor es una realidad espiritual, que estuvo oculta.
Desde la venida de Jesús al mundo, los creyentes cristianos pudiendo visualizar por medio de la fe la vida eterna, han puesto su firme esperanza en esa vida mejor, en la que tendrán vida en abundancia.

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.» Juan 3, 16

El Señor Jesucristo vino a salvar las almas de los pecadores y no sus cuerpos.

« El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. » Juan 6, 63

En éste versículo, Jesús se refiere claramente al espíritu humano o alma, y con la palabra carne, alude al cuerpo de carne y huesos.
Con esa afirmación Jesús ratifica una vez más, que el alma inmortal es la realidad espiritual que le da vida al ser humano; y que nuestro cuerpo, como simple envoltura o cáscara de carne del alma, para nada aprovecha cuando el moribundo está agonizando, porque en el instante de la muerte, el alma inmortal se separa del cuerpo y regresa a Dios quién la creó, para vivir eternamente; y el cuerpo sin vida, retorna a la tierra a la que pertenece.

En el Evangelio de San Marcos, Jesús refiriendose a Dios Padre, dice la siguiente frase llena de divinidad y sumamente reveladora, la cual transmite una vez más al creyente cristiano, un poderoso mensaje de fe y esperanza en la vida eterna:
« Él no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros muy equivocados estais.» (Marcos 12,27)
Jesús confirma con ésta aclaración que le hace a los sacerdotes Saduceos (quienes creían que el alma muere también al morir el cuerpo), que Dios es Dios de las almas  de personas como Abraham, Isaac y Jacob que viven eternamente y quienes murieron miles de años antes de que se sucediera esa escena con Jesús, que relata Marcos en el Nuevo Testamento.

Estos son dos claros fundamentos más de las enseñanzas del Señor Jesucristo, que deberían motivar a los cristianos a identificarse más con su alma inmortal que con su cuerpo mortal.
El rey David, el ungido de Dios, es un gran ejemplo para todos nosotros, puesto que en los salmos cuando oraba y le clamaba al Señor, siempre se identificaba con su alma con expresiones como: ¿Por qué te abates, oh alma mía?, ¡Bendice a Yahveh, alma mía!, Mi alma tiene sed de ti, Dios de la vida, etc.
Aferrémonos al Señor Jesucristo y a nuestra alma.
Por supuesto, debemos cuidar y atender a nuestro cuerpo. Eso es un asunto obvio y necesario que no necesita discusión.
Pero les ruego que no se olviden de su alma inmortal, porque el alma es nuestro gran tesoro espiritual, oculto en esa vasija de barro que representa nuestro cuerpo mortal.

Los seres humanos amamos en primer lugar los cuerpos que vemos y sentimos, y Dios paternalmente ama en primer lugar nuestra alma que ve y siente como suya.

La paz interior es el terreno fértil donde prosperan la tranquilidad y la felicidad del alma

« La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. »
Juan 14, 17

El Señor Jesucristo en su trato con la gente, siempre acostumbraba a saludar o despedirse deseándole la paz a quién Él se dirigía, y para eso, utilizaba alguna de las siguientes expresiones: « la paz sea contigo », « paz a vosotros », « la paz os doy », « mi paz os dejo ».
En esos tiempos y en la mayoría de los pueblos ubicados en la región del mar mediterráneo, el saludo de la paz es una costumbre muy antigua, la cual se ha mantenido hasta hoy en día, como es el caso de las naciones semíticas: los judíos y los musulmanes.

La paz a la que Jesús que siempre se ha referido, es la paz interior de cada individuo, la cual es la primera que es necesario alcanzar, antes de tener paz entre unos y otros, es decir, la paz del alma o paz consigo mismo. Eso es así por la sencilla razón, de que si uno no tiene paz interior, no es posible que pueda mantener paz con los demás.
Jesús, por ser Hijo de Dios, sabía eso muy bien.

Ustedes se preguntarán ¿pero qué es tener paz interior y cómo puedo yo saber en qué momentos no la tengo?
Para obtener la respuesta a esas preguntas, solamente tenemos que observar a los niños pequeños con detenimiento y fijarnos en su actitud y en sus reacciones ante las circunstancias « desagradables » que les suceden.
A continuación una excelente descripción que hizo Santa Teresa del Niño Jesús, sobre la actitud normal del niño, quién logró ilustrar y demostrar algunos efectos de la paz interior en su conducta, con ejemplos prácticos:

„Ved al niño: está lleno de defectos, es ignorante, no sabe nada, todo lo rompe, cae a cada momento en las mismas faltas, y, no obstante, este niño es muy cándido, vive en paz, se divierte y duerme tranquilo. ¿Sabéis por qué? Tiene la simplicidad interior, se conoce tal cual es, acepta en paz la humillación de su estado, confiesa su ignorancia, su inexperiencia, sus defectos; a todo responde: «es verdad», y cuando ha hecho esta confesión, en lugar de avergonzarse, de llorar, o de enfadarse por ello, se va a jugar, habla de otras cosas como de ordinario. He aquí el secreto de la paz interior: la simplicidad de la infancia. «

Lo primero que resalta de la actitud del niño consigo mismo, es que él se acepta a sí mismo tal como es de imperfecto, y no se avergüenza ni se enfada consigo mismo por eso. El niño no se irrita a sí mismo, haciéndose reproches o críticas a sí mismo. Por su propia protección, el niño de esa manera no permite que se perturbe esa preciosa paz interior que disfruta, y que además, necesita para poderse desarrollar sin traumas ni complejos psicológicos.
Esto desmuestra que el ser humano dispone de la facultad natural, de permitir o impedir que su paz interior sea perturbada. Solamente nosotros somos capacez de alterar nuestra propia paz interior, según sea nuestra reacción a lo que sucede fuera de nosotros en nuestro entorno. Podríamos hacer mucho más esfuerzo para cuidar y conservar la paz interior, adoptando una actitud a la defensiva frente a los demás, como por ejemplo, siguiendo el refrán: a palabras necias, oídos sordos ; tal como hacen los niños.
Como adultos nos dejamos influenciar demasiado por las circunstancias, por lo que nos dicen los demás y por lo que pasa en el mundo, y lo más asombroso, es que lo hacemos voluntariamente, ya que siempre estamos mucho más pendientes de lo que piensa y hace la gente, que de lo que pensamos, creemos y hacemos nosotros.

Por su Gracia y gran misericordia, Dios le concede a diario la paz interior a nuestra alma, pero nosotros por un insignificante gesto, mirada, comentario, chisme, menosprecio o desaire; que ahora como adultos consideramos « desagradables », en vez de ignorarlos y no hacerles caso para no disturbar la calma y serenidad interior que hemos recibido, entonces nos alteramos, nos ofendemos y nos irritamos a sí mismos.
Lo cual en realidad es absurdo.

Tengamos presentes que la paz interior es un precioso tesoro espiritual.
Sin paz en nuestro corazón no alcanzaremos jamás la tranquilidad y la felicidad que deseamos y siempre estamos buscando.