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El cuerpo humano es sólo una apariencia. Él esconde nuestra verdadera realidad. Nuestro verdadero ser es el alma.

Erwing Goffman, sociólogo y escritor canadiense escribió en 1959 el libro “Todos actuamos en un teatro”,  sobre el comportamiento social del ser humano durante sus relaciones y contactos personales en los ámbitos de su familia, trabajo y en la sociedad, en el cual compara nuestra vida pública con una obra teatral. 

La idea central del concepto de Goffman es que en la vida social, el individuo tratará de controlar las impresiones que su persona causa en los demás, exhibiendo un ritual de comportamiento adecuado a cada una de las situaciones que se les presenten, lo que implica tener que actuar como se hace en una obra de teatro.

Es muy cierto que todos nosotros en la vida pública tratamos siempre de dar la mejor impresión a los demás, y que hemos aprendido a interpretar diferentes roles según la ciscunstancias de la situación y del escenario en que nos encontramos.

Esa es una característica tan propia del ser humano, que el término persona era como se le decía a la máscara, que como tal caraterizaba en el teatro antiguo griego, a los diferentes personajes en una obra teatral. Por esa razón, el teatro es un excelente modelo que nos permite entender mejor nuestro comportamiento en la vida pública en la sociedad.

El señor Goffman dice en su libro:„Probablemente no sea un mero accidente histórico que el significado original de la palabra «persona» sea máscara. Es más bien un reconocimiento del hecho de que, más o menos conscientemente, siempre y por doquier, cada uno de nosotros desempeña un papel. Es en estos roles donde nos conocemos mutuamente; es en estos roles donde nos conocemos a nosotros mismos.

Sabemos muy bien que las apariencias engañan y que en la vida pública como gran escenario que es, todos desempeñamos papeles diversos aparentando unas veces más y otras veces menos, para poder quedar bien y convivir armoniosamente con los demás.
Sin embargo, existen muchos individuos que aprovechándose de que su verdadera personalidad interior no la perciben los ojos humanos, tienden a fingir lo que en realidad no son, actuando con mucha naturalidad, tal como lo hacen los mejores actores profesionales.

En la Biblia Jesucristo refiriéndose a los fariseos, nos advierte en varios versículos de la falsedad en el hombre y en la mujer.

“Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Ustedes los reconocerán por sus frutos.” Mateo 7, 15-16

“Qué bien salvan las apariencias! Con justa razón profetizó Isaías de ustedes cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” Mateo 15, 7-8

¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes son como sepulcros bien pintados, que se ven maravillosos, pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre.” Mateo 23, 27

Un hipócrita es una persona que sufre en dos sentidos: luchando por lograr el triunfo y al mismo tiempo soportando angustias. Afanarse por engañar a la gente aparentando y por negar su propio modo de ser, debe ser un trabajo muy difícil. Fingir es ocultarse tras la coraza de las apariencias, que el cuerpo permite mostrar.

Únicamente el Espíritu de Dios es capaz de ver en nuestra interioridad, en nuestra alma; y  por consiguiente, conoce muy bien nuestros verdaderos pensamientos, deseos e intenciones.

Debido a que en nuestro interior tenemos el alma, con la cual Dios nos ha dado la vida espiritual, disponemos igualmente de la capacidad de percibir, conocer y unirnos espiritualmente a otras personas por medio de la intuición y del amor al prójimo. Henri Bergson, filósofo francés conocido como el filósofo de la intuición, define la intuición instintiva en el ser humano, como una “especie de simpatía intelectual mediante la que nos transportamos al interior de un individuo para coincidir en lo que tiene de único y, en consecuencia, de inexpresable”.

Todos somos por naturaleza seres espirituales, pero como desde hace ya muchos años nadie habla de eso, porque no es un tema de interés actual, o por temor a que la gente lo malinterprete y lo confunda con espiristismo y ocultismo, esa realidad de que somos seres espirituales se ha convertido en una temática extraña y muchas veces hasta incómoda para muchos, la cual se prefiere omitir e ignorar.

Además de los instintos biológicos tenemos el instinto espiritual o intuición, que nos permite percibir y conocer aquello que no pueden captar nuestros sentidos corporales, siempre y cuando pongamos la atención a lo que nos dice nuestra voz interior, nuestra conciencia. 

Quién no conoce por ejemplo, la novela El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y la famosa frase en su texto que dice:  «He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.»

Nuestros sentidos nos engañan, afirmaba el gran filósofo frances René Descartes en su teoría de la duda metódica, en la que dice textualmente: «hemos descubierto que los sentidos a veces yerran y es propio de la prudencia no confiar en aquellos que ya nos han engañado una vez. Nuestros sentidos muchas veces nos engañan, por lo tanto las cosas materiales resultan dudosas, y no podemos saber si los sentidos nos engañan en todos los casos, por lo menos no es seguro que no nos engañen.

Los niños pequeños son los seres más espirituales y auténticos que existen, por eso éllos aman con facilidad y sin límites, creen y confían en lo que intuyen por medio de su alma de los padres y hermanos, están siempre contentos, satisfechos y a gusto consigo mismo. Sin duda alguna, los niños ven más con el corazón que con sus ojitos.

Mientras los niños se apoyan y hacen un buen uso de su alma vigorosa y su corazón, muchos adultos terminan por menguarla al olvidarse de élla.

Es por eso que el dramaturgo británico Keith Johnstone, creador del teatro de improvisación, refiriéndose a la inhibición paralizante de los adultos para expresar de manera espontánea sus emociones, expresó muy acertadamente: “Muchos profesores piensan que los niños son adultos inmaduros. Quizás podríamos lograr una enseñanza mejor y más respetuosa, si pensáramos que los adultos son niños atrofiados.”

Recordemos entonces, que llevamos detrás de nuestra máscara de carne un maravilloso tesoro invisible, divino e inmortal: el alma!

La universalidad del amor eterno y de la justicia de Dios

Hay una pregunta existencial muy común entre los creyentes cristianos, que nos hacemos con cierta frecuencia: ¿Si Dios es bondadoso, justo y nos ama, por qué permite el mal, el sufrimiento y el dolor en esta vida terrenal?
Para tratar de responder a esa pregunta, el filósofo alemán Gottfried Leibniz creó el término en griego “Teodicea” en 1710, que significa la justificación de Dios, con el propósito de mostrar que el Mal en el mundo no está en contradicciõn con la bondad de Dios. Sin embargo, el intento de Leibniz no tuvo éxito, porque trató de responderla con argumentos racionales y filosóficos, sin fundamentarse en la fe cristiana y en la Palabra de Dios.

Sin fe y sin confiar firmemente en Dios no es posible comprender y captar el sentido adecuado y el significado correcto de las Sagradas Escrituras. La palabras en la Biblia poseen un sentido espiritual y un sentido literal, porque aunque fueron escritas por seres humanos, esos personajes bíblicos fueron inspirados directamente por Dios.

Un ejemplo destacado en la Biblia es la palabra “vida”, la cual se menciona allí infinidad de veces, pero tambiém tiene diferentes significados y sentidos en los idiomas originales en que fue traducida la Biblia. En el idioma griego antiguo que fue escrita originalmente la Biblia, fueron utlizados 3 diferentes términos griegos para la describir la palabra vida: Bíos, Psyque y Zoé.

Bíos, se refiere a la vida natural corporal de los seres vivos y mortales; Psyque, se refiere al alma o espíritu inmortal, insuflado por Dios en el ser humano durante la creación; Zoé, se refiere a la futura vida espiritual y eterna.

La vida verdadera, feliz, abundante, sin llanto, sin dolores y sufrimientos, sobre la que Jesús predicó durante su venida a este mundo, solamente puede ser la vida eterna en el Reino de los Cielos, prometida por Cristo a TODA la humanidad que crea en Él.

En el Evangelio de Juan, capítulo 10 y versículo 10, Jesús dice: yo he venido para que tengan vida (Zoé), y para que la tengan en abundancia. En esta frase Jesús no se refiere a mejorar y a enriquecer nuestra vida corporal y mortal (Bíos) en este mundo, sino a la vida eterna.

Para ser capaces de comprender adecuadamente la Biblia, es necesario en primer lugar, creer que el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios, y en segundo lugar, creer en los dos más grandiosos mensajes que la humanidad haya recibido en toda su historia: el perdón de nuestros pecados por la obra de Redención de Cristo Jesús y su promesa de Vida Eterna en el Reino de los Cielos.

El sol que sale para todos, que irradia su luz y calor en el mundo entero, así como el aire de la atmósfera que nos suministra el oxígeno indispensable para poder vivir, son dos factores que ilustran muy bien, lo que efectivamente tiene carácter y vigencia universal para la existencia humana, en todos los tiempos de la Historia y en todos los lugares.  A eso es lo que me refiero cuando uso el término de universalidad.

La universalidad aplicándola específicamente a la humanidad, abarca entonces a todos los seres humanos sin distinción alguna en lo concerniente a sexo, raza, edad, época, educación, estrato social, estado de salud, etc.

La Gracia y el amor de Dios con respecto a la humanidad son universales. El alma humana como espíritu que es, y que fue hecha a imagen y semejanza de Dios es tambien universal. Todos los seres humanos tenemos un espíritu de origen divino. En consecuencia, la espiritualidad humana junto la fe, el amor, la esperanza, y todas sus virtudes, cualidades y pasiones espirituales son igualmente universales.

Dios como creador y Todopoderoso que es, debe necesariamente pensar de un modo muy diferente al nuestro, Dios debe pensar en todo en absoluto y comprender todo de manera global. Nosotros como sus criaturas predilectas, lógicamente no disponemos de esa misma capacidad de entendimiento, sino una muy limitada y con infinidad de restricciones.

Una de las restricciones es nuestra naturaleza altamente individualista. Tendemos a pensar y actuar según el criterio propio y no de acuerdo a la colectividad. Es por eso, que el concepto de universalidad para el ser humano es algo extraño, y además le cuesta imaginarse algo de condición universal, por no estar acostumbrado a pensar con esa amplitud de criterio.

Otra limitación muy importante son nuestros sentidos corporales, en particular la vista, a la cual le hemos otorgado demasiado poder de influencia en nuestras decisiones y criterios, al seguir ese principio simplista y muy equivocado: si no lo vemos, no existe y lo ignoramos.

Pensemos en las siguientes paradojas y contradicciones en la vida humana que existen y que siempre se han dado en este mundo:

•        el pobre hambriento y el rico opulento,

•        el individuo libre y el inocente condenado por un error a prisión perpetua, 

•        la persona sana sin ningún impedimento y el discapacitado permanente.

Cualquier ser humano de corazón sensible pensaría: ¿que ínjusticia la de Dios con respecto al pobre, al prisionero inocente y al discapacitado? ¿Cómo Dios permite que algo asi suceda en el mundo?

A nosotros como criaturas mortales y limitadas, Dios nos permite llegar a conocer sólamente una porción de la realidad del mundo, es decir, la realidad aparente que percibimos y conocemos bien. La otra realidad espiritual e invisible de la que nuestra alma forma parte, es del dominio absoluto de Dios. Por alguna divina razón, a nosotros no nos corresponde tener acceso a élla.

Fíjense a continuación, de que manera tan simple y al mismo tiempo tan instructiva le explica Dios al profeta Isaías, la imposibilidad de los hombres de comprender los misterios de la realidad del mundo, diciéndolo en los términos en que lo haría un padre amoroso a su pequeño hijo:

« Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos», dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. »  Isaias 55, 8-9

Aunque nunca lograremos comprender la realidad que nos rodea, qué maravillosos han sido el amor y la Justicia de Dios, ya que por su Gracia nos ha concedido la capacidad de poder creer y confiar plenamente en Él y en su Hijo Jesucristo, y creer que todo el universo y nuestras vidas están en sus manos.  Y así mismo, tener la certeza de que la Justicia de Dios es universal y que su amor hacia toda la humanidad es eterno y para todos sin excepción alguna.

Procuremos entonces no cometer el imprudente atrevimiento, de dudar del amor, de la Misericordia y la Justicia de Dios para cada uno de sus hijos, ni mucho menos de faltarle el respeto por llegar a pensar, que Dios pueda ser menos misericordioso y justo que nosotros, puesto que somos todos en realidad, unos pobres ignorantes mortales, quienes estamos tan necesitados siempre de su Amor, Gracia y Misericordia.

La incredulidad y la idolatría en la sociedad moderna, no alteran la fidelidad eterna de Dios.

Si fuéremos infieles, el permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.
2 Timoteo 2, 13

Las iglesias cristianas tradicionales como la católica y diferentes denominaciones protestantes del mundo occidental, se encuentran en una grave crisis de fe y de existencia desde hace ya mucho años. Han perdido millones de feligreses, lo cual ha causado en todos los países europeos, que muchos templos cristianos en desuso se estén utilizando como: museos, salones de conferencias, restaurantes, alojamientos para refugiados extranjeros, etc. Tambien el personal eclesiástico de sacerdotes y pastores se ha reducido en consecuencia, por falta de vocación y de interés de la juventud en esa profesión.   

LA SECULARIZACIÓN EN LAS IGLESIAS CRISTIANAS Y DE SUS SACERDOTES O PASTORES

Así como lo afirmó el filósofo griego Heráclito de Efesos en la antigüedad con la frase: “la única constante es el cambio”; sabemos que las épocas cambian, la gente cambia, las costumbres cambian y las instituciones humanas cambian con el tiempo. El término secularización proviene de la palabra en latín Saeculum o siglo, y consiste en la adaptación de la iglesia a la época moderna y profana en que estamos viviendo, caracterizada por una sociedad de personas autónomas y orgullosas, quienes han dejado atrás la tutela de la iglesia y de la religión, y que se imaginan que son dueñas de su propio destino y no les incomoda ser indiferentes hacia los asuntos sagrados y divinos.

Aunque la religión se refiere a la relación personal con Dios y a nuestras cualidades y necesidades espirituales, debído a ese proceso de adaptación que se ha dado dentro de las iglesias, sus representantes y teólogos desde hace ya 200 años, se han estado dedicando a predicar y hablar principalmente sobre temas sociales, económicos, políticos, culturales y de la salud en la sociedad actual, con mucho tacto y delicadeza, evitando mencionar palabras “desfavorables» como: pecado, moral cristiana, muerte, condenación, vida eterna, hombre espiritual, Hijo de Dios, Espíritu Santo, Reino de los Cielos, infierno, el maligno, etc; para no incomodar y ahuyentar a los pocos asistentes al servicio religioso.

Precísamente este proceso de secularización ha acentuado y acelerado la crisis y la decadencia que atraviezan las iglesias tradicionales, y todo eso, por no haber permanecido fiel a Dios y a su Palabra y por haberse apartado de sus enseñazas y consejos.

En la larga historia de las religiones tradicionales estos cambios siempre han sucedido y por lo tanto es algo normal, ahora bien lo más importante es saber y mantener siempre presente en nuestra conciencia, es que independientemente de que suceda lo que suceda entre los seres humanos, el Dios Eterno permanece fiel con su pueblo, así como lo confirma acertadamente el apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo: Si fuéremos infieles, el permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.
¡Qué maravillosa verdad y poderoso consuelo nos da Pablo a los creyentes cristianos con esas palabras! Este versículo es un efectivo bálsamo para nuestra alma inquieta y asombrada, por ser nosotros testigos presenciales de estos negativos cambios y corrupciones que están sucediendo en las iglesias y en la sociedad moderna.

Si los sacerdotes, pastores y teólogos no creen en el Evangelio de Jesucristo, y si además la así llamada opinión pública lo rechaza, con todo, el Evangelio sigue siendo la misma verdad eterna. La opinión pública no es la comprobación ni la medición de la verdad, pues ha cambiado continuamente y seguirá cambiando. La suma total del pensamiento de hombres que fallan, es menos que nada cuando se contrasta con la mente de Dios, que es infalible, revelada a nosotros por medio del Espíritu Santo en las palabras verdaderas de las Escrituras. Pero algunos opinan que el “anticuado” Evangelio no puede estar en lo correcto, porque, vean, todos dicen que no está actualizado y que está equivocado. Esa es una razón para estar más seguros de que está en lo correcto, pues el mundo entero está bajo el maligno y su juicio está bajo su influencia. ¿Qué son las multitudes cuando todas ellas están bajo la influencia del padre de las mentiras? La mayoría más grande en el mundo es una minoría de un solo individuo, cuando el creyente está del lado de Dios.

Aunque el mundo entero no crea, el Evangelio de Dios no debe ser alterado para que se adapte a los caprichos y a las fantasías del hombre, sino que ha de ser proclamado aún en toda su verdad y singularidad, en toda su autoridad divina, sin eliminar nada, sin adaptaciones u omisiones.

Si los más selectos maestros, los predicadores, y los escritores no creen, Él permanece fiel. Una de las pruebas más duras para los jóvenes cristianos es la caída de un eminente maestro. He conocido a algunos que han estado casi a punto de renunciar a su fe, cuando alguien que parecía muy sincero y fiel ha renegado sorpresivamente de la religión. Recordamos que tales cosas han ocurrido, para nuestro intenso dolor; por tanto, quiero expresarlo muy, muy claramente. Si llegara a suceder que cualquiera a quien tú le rindes reverencia porque ha sido de bendición para tu alma—a quien amas porque has recibido de él la palabra de vida—si esa persona sobre quien, tal vez, te has apoyado demasiado, resultara en el futuro no ser veraz y fiel, y no creyera, no sigas su incredulidad.

A continuación voy incluir un extracto del texto de un magnífico sermón del predicador inglés Charles H. Spurgeon sobre este mismo tema:

Pedro niega a su Maestro: no sigas a Pedro cuando esté haciendo eso, pues tendrá que regresar llorando y le oirás predicando a su Maestro de nuevo. Peor aún, Judas vende a su Maestro: no sigas a Judas, pues Judas morirá de una muerte terrible, y su destrucción será una advertencia para otros para que se aferren más estrechamente a la fe. Pudieran ver que el hombre que estuvo como un cedro del Líbano cae por un golpe del hacha del diablo, pero no por eso piensen que los árboles del Señor, que están llenos de savia, caerán también. Él guardará a los Suyos, pues conoce a los que son Suyos.

No prendan su fe con agujas a la manga de ningún hombre. Su confianza no ha de apoyarse en ningún brazo de carne, ni deben decir: “Yo creo gracias al testimonio de tal y tal, y retengo la forma de las sanas palabras porque mi ministro la ha retenido,” pues todas esos apoyos pueden desaparecer y pueden fallarte de pronto. Permítanme expresar esto muy, muy claramente: si nosotros no creemos o si quienes parecieran ser los más distinguidos maestros de la época, si quienes han sido los más exitosos evangelistas del período, si quienes ocupan un alto lugar en la estima del pueblo de Dios, en una mala hora, abandonaran las verdades eternas y comenzaran a predicarles algún otro evangelio que no sea el Evangelio de Jesucristo, yo les suplico que no nos sigan sin importar quiénes pudiéramos ser, o qué pudiéramos ser. No permitan que ningún maestro, por grande que pudiera ser, los conduzca a la duda, pues Dios permanece fiel. Apéguense a la voluntad y a la mente reveladas por Dios, pues “Él no puede negarse a sí mismo.

El divino manantial de donde se nutre la vida espiritual humana: la Gracia de Dios.

« doble falta ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua. » Jeremías 2, 13

En el Libro de Jeremías, Dios se denomina a sí mismo un manantial de aguas vivas, y con esa descripción nos ha dado al mismo tiempo, una representación simbólica de algo muy conocido y universal como es el agua, que es la fuente perceptible de vida en nuestro mundo natural y que fluye por todas partes, tanto sobre la superficie de la tierra como por debajo de manera subterránea y oculta.

La vida espiritual interior del ser humano, la podría uno imaginar como un arroyo que fluye silencioso e invisible detrás de la vida pública y aparente, que la persona muestra a los demás. El caudal espiritual de nuestra vida estaría formado por los innumerables pensamientos, juicios, recuerdos, deseos, intenciones, anhelos, esperanzas, congojas, tristezas, emociones, pasiones, odios, amores, ambiciones, virtudes, remordimientos, pesares, tormentos, etc. que contínuamente generamos, sentimos, padecemos y que muchas veces hasta nos asaltan de improviso.

Todo ese caudal de experiencias y vivencias íntimas están contenidas y almacenadas en nuestra memoria y en nuestra conciencia. Por eso es que cuando recordamos alguna experiencia vivida en el pasado, nos fluyen las imágenes de nuevo y las evocamos o percibimos nuevamente en nuestra mente, como si fuera el rodaje de una película cinematográfica que ya hemos visto.
Nuestra vida interior es como un río espiritual que corre secretamente sin darnos cuenta en absoluto.

Así como el agua es la fuente de vida de todos los organismos vivos, en el caso exclusivo de los seres humanos por estar compuestos de un cuerpo físico y un alma espiritual, es necesario adicionalmente un manantial espiritual del que pueda brotar el divino torrente que alimente el espíritu humano, es decir, la fuente del ánimo, de la voluntad, de la fe, del amor, del consuelo, de la esperanza, del entusiasmo, de la paz interior, de la inspiración y de tantas otras facultades espirituales que poseemos.

La expresión aguas vivas que se menciona tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, según mi interpretación, sirve como símbolo de las fuerzas espirituales y eternas que Dios derrama y hace fluir entre nosotros para darle vida a las almas. De modo que únicamente los seres humanos necesitamos dos fuentes de vida: el agua natural para el cuerpo y el agua viva para el alma.

Otro símbolo mencionado en la Biblia, que tiene mucha relación con la figura del manantial, y que por simple analogía, el entendimiento humano lo puede comprender fácilmente, es el árbol o la vid:

« Porque él será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raices, y no verá cuando viniere el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de hacer fruto. » Jeremías 17, 8

En el Evangelio, Jesús por su parte se llama a sí mismo la vid cuando dice:

« Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer. » Juan 15, 5

Con la ayuda de éstos dos importantes símbolos y de nuestra fantasía, podríamos figurarnos que existe también en éste mundo un portentoso torrente espiritual proveniente de Dios, que fluye por todas partes con el propósito de alimentar los espíritus humanos durante el tiempo que transcurra su vida aquí en la tierra.

A principios de la Edad Media la mística alemana Hildegarda de Bingen (1098-1179), inspirada redactó un revelador concepto al que le dió el nombre de Viriditas, en el que a esa fuerza vital que poseen las plantas y que se manifiesta en su prodigiosa capacidad de reverdecer al llegar la primavera o de retoñar vigorosamente al caer las primeras lluvias, Hildegarda la relaciona con la fuerza espiritual de las virtudes espirituales en los seres humanos. Viriditas es la palabra en latín con que ella denomina esa fuerza incontenible de vigor, y resulta de la combinación de la palabra viridis (verde) con la palabra virtus que significa virtud.

La mística Hildegarda con este concepto logra deducir que entre nosotros en éste mundo, existen igualmente fuerzas espirituales divinas capaces de nutrir el alma humana, entre las cuales se encuentran las conocidas virtudes, que son repartidas y otorgadas a los hombres y mujeres por Obra y Gracia del Espíritu Santo. Ella se refiere aquí concretamente a la fuerza de acción vivificadora de Dios que actúa sobre la humanidad. La virtudes humanas son fuerzas interiores espirituales que nos inspiran a actuar en un modo determinado.

Hildegarda para describir lo que sucede cuando un creyente deja enfriar su fe y se aleja por completo de Dios, lo explica de la siguiente manera: « Si la persona abandona la fuerza vital (viriditas) de las virtudes y se dedica a la sequía de la indiferencia, al quedarse en consecuencia sin la savia y la vitalidad de las buenas obras, las fuerzas de su alma languidecen y se marchitan.»

Los creyentes creemos firmemente que Dios interviene y obra en nuestras vidas a través del Espíritu Santo. El preciso instante de la actuación del Espíritu Santo sobre los seres humanos es absolutamente imperceptible. Lo único que tan sólo logramos notar o sentir es el efecto y el cambio que se ha dado en nuestra vida, después de su actuación.
El ejemplo más universal y más común de la intervención divina en la vida humana es el enamoramiento.

En esta reflexión me referiré a la Gracia de Dios, basándome en el criterio de San Agustín, el cual me parece muy instructivo y a la vez sencillo.
La Gracia es el favor divino o la ayuda que Dios nos concede sin ser dignos de recibirla como premio, y sin tomar en cuenta el hecho de que nuestras obras hayan sido buenas o malas. Agustín considera la Gracia de Dios como una ayuda duradera, indispensable y gratuita para el ser humano. Es una ayuda duradera porque es de naturaleza espiritual y actúa en nuestra alma directamente.
No solamente el buen ejemplo y la doctrina del Evangelio animan a ser rectos y a vivir bien. Dios también corrige la naturaleza humana y obra efectivamente en su interioridad por medio del Espíritu Santo, quien inspira la inteligencia y enciende la voluntad con su amor.

Es una ayuda indispensable, porque sencillamente el hombre por sí mismo, no puede salvar su propia alma. No le bastan las fuerzas de su naturaleza para reparar el daño que ha hecho el pecado. Por eso, necesitamos siempre la ayuda de Dios. Sólo Dios puede sanar y salvar nuestra alma.

« Porque Dios es el que produce en ustedes el querer y el hacer, conforme a su designio de amor*.  Filipenses 2, 13

Refiriéndose a esta afirmación de San Pablo, dice Agustín:“Este santo pensamiento guarda a los hijos de los hombres, que esperan protección bajo las alas de Dios, ser embriagados por la abundancia de su casa y del torrente de sus delicias.”

Tratando de ilustrar el efecto de la Gracia de Dios en el ser humano, Agustín explica así las consecuencias de la presencia, o por el contrario, de la ausencia de Dios en nuestras vidas:
“El alma vive de Dios cuando vive bien; no puede vivir bien sino obra Dios en ella el bien. Vive, en cambio, el cuerpo por el alma cuando el alma vive en él, viva ella de Dios o no. Te abandona Dios algún tanto por el flanco de tu soberbia para que sepas que no eres un ser independiente de Él, sino que estás en sus manos, y aprendas a reprimir los movimientos del orgullo.
Todo pecado, si no me engaño, es un desprecio de Dios; y todo desprecio de Dios es soberbia. ¿Qué cosa tan soberbia como despreciar a Dios? Luego todo pecado es soberbia, aun según el oráculo de la divina Escritura, que dice: Principio de todo pecado es la soberbia. Y también: El principio de la soberbia es apartarse de Dios. Eclesiastes 10, 14-15
Por eso, para que el bien sea amado, la caridad divina es derramada en nuestros corazones no por el libre albedrío, que radica en nosotros, sino por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.”

La paz interior que solamente Dios nos puede dar, significa tener paz con Dios y consigo mismo.

Hace unos 10 años, experimenté dentro de mí un acontecimiento maravilloso, cuando algo así como un resplandor interior o una visión, despertó de repente en mi conciencia unas realidades espirituales que yo desconocía completamente: el amor de Dios hacia todos nosotros, la existencia de mi propia alma y de la eternidad. Ese excepcional episodio en mi vida ha generado en mí una nueva y vigorosa energía espiritual, que ha fortalecido enormemente mi fe en Dios, el celo por Jesucristo y mi esperanza en el Reino de los Cielos. Justamente después que se dió ese avivamiento espiritual en mi vida, fue cuando comenzé a escribir mis reflexiones sobre nuestra propia espiritualidad y demás temas asociados a élla, algo que por cierto nunca antes había hecho.

Ahora bien, lo más maravilloso han sido los cambios que he experimentado dentro de mi después de ese momento, pero aún más exquisito es el excelente fruto de esos cambios en mi existencia. Ese magnífico fruto es la nueva paz interior que siento y disfruto como núnca antes. Esa paz espiritual que sólo Dios puede dar, cuando uno cree en Jesucristo y se apodera de sus promesas del perdón de los pecados y de la vida eterna en el Reino de los Cielos. La paz interior es esa santa calma que siente aquel individuo en el alma, que después de lograr vencer su orgullo, vanidad y avaricia,  deposita su fe en Dios, en su Palabra y en la Obra Redentora de su Hijo Jesús el Cristo; y además, cree y acepta la santas escrituras contenidas en la Biblia, como la verdad absoluta revelada por Dios.

Estoy convencido de que la única y verdadera paz que puede alcanzar el ser humano en ésta vida terrenal, es esa paz interior en su corazón y en su conciencia, que implica necesariamente la paz con Dios y consigo mismo. La paz espiritual de la que Jesús hablaba y predicaba durante su vida terrenal, fue confundida a menudo con la paz entre las personas y los pueblos por la gran mayoría de la gente en aquellos tiempos, y la siguen confundiendo hoy en día.

Antes de su partida de éste mundo, Jesús se lo dijo a los discípulos muy claramente: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27)

La paz interior es el estado del alma, que en primer lugar tiene que arribar y asentarse en el corazón humano, para que de él, como sustrato o tierra fértil espiritual, puedan después germinar y crecer el gozo duradero y la alegría abundante.

El filósofo y escritor británico Bertrand Russel (1872-1970) afirma en una de sus citas, cuán indispensable es obtener la paz en nuestro corazón, para despúes poder sentir ese gozo duradero que todos anhelamos: Una vida feliz debe ser en gran parte una vida tranquila, pues sólo en una atmósfera calma puede existir el verdadero placer.

Si creemos firmemente la maravillosa revelación de Dios, de que nuestra propia existencia, es decir nuestra alma, es un espíritu divino e inmortal, y si estamos conformes con San Pablo, en considerarlo en consecuencia como nuestro gran tesoro espiritual, ¿cómo esa convicción que hemos asumido y aceptado como una realidad en nuestra vida, no va a generar en nuestra interioridad esa paz y esa calma que sobrepasa todo entendimiento?
Y además, ¿que puede haber más provechoso en la vida, que al reconocer y aceptar nuestra alma como un tesoro divino y eterno, decidamos apoyar nuestra existencia aquí y ahora en ese valiosísimo fundamento, y nuestra esperanza ponerla en la promesa de vida eterna de Jesucristo, para cuando nos llegue el momento crucial de morir?

Fíjense a continuación cómo describe San Pablo de manera genial y reconfortante la obra portentosa de la paz espiritual en nuestra alma: « Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. » Filipenses 4, 7

Esa es la paz espiritual de Dios, que Jesucristo nos dejó y nos la da de pura Gracia, por amor a su criatura.

Del predicador inglés Charles H. Spurgeon he escogido de su sermón titulado “La paz espiritual” algunas partes del texto, que logran expresar de modo formidable el fruto de la paz espiritual en el alma humana: Cuando un hombre tiene fe en la sangre de Cristo, no es sorprendente que tenga paz, pues ciertamente tiene garantía de gozar de la más profunda calma que un corazón mortal pueda conocer. La consecuencia necesaria de eso es que él posee paz mental.

¿Cómo, pregunto yo, puede temblar quien crea que ha sido perdonado? Ciertamente sería muy extraño que su fe no le infundiera una santa calma en su pecho. Además, el hijo de Dios recibe su paz de otro conducto de oro, pues un sentido de perdón ha sido derramado en abundancia en su alma. No solamente cree en su perdón por el testimonio de Dios, sino que siente el perdón. Es algo más que una creencia en Cristo; es la crema de la fe, el fruto maduro en plenitud de la fe, es un privilegio muy encumbrado y especial que Dios otorga después de la fe. Si todos los testigos falsos que hay en la tierra se pusieran de pie y le dijeran a ese hombre, en ese momento, que Dios no está reconciliado con él, y que sus pecados permanecen sin perdón, él se reiría hasta la burla; pues dice: «el Espíritu Santo ha derramado abundantemente en mi corazón el amor de Dios.»

Él siente que está reconciliado con Dios. Ha subido desde la fe hasta el gozo, y cada uno de los poderes de su alma siente el rocío divino conforme es destilado desde el cielo. El entendimiento lo siente, ha sido iluminado; la voluntad lo siente, ha sido encendida con santo amor; la esperanza lo siente, pues espera el día cuando el hombre completo será hecho semejante a la Cabeza de su pacto, Jesucristo.
¿Cómo puede sorprender, entonces, que el hombre tenga paz con Dios cuando el Espíritu Santo se convierte en un huésped real del corazón, con toda su gloriosa caravana de bendiciones?

Tal vez ustedes dirán, bien, ¡pero el cristiano tiene problemas como otros hombres: pérdidas en los negocios, muertes en su familia, y enfermedades en su cuerpo! Sí, pero él tiene otro fundamento para su paz: una seguridad de la fidelidad y de la veracidad del pacto de su Dios y Padre. Él cree que Dios es un Dios fiel; que Dios no echará fuera a quienes ha amado. Para él todas las providencias oscuras no son sino bendiciones encubiertas. Cuando su copa es amarga, él cree que fue preparada por amor, y todo terminará bien, pues Dios garantiza el resultado final. Por tanto, ya sea que haya mal tiempo o buen tiempo, cualesquiera que sean las condiciones, su alma se abriga bajo las alas gemelas de la fidelidad y del poder de su Dios del Pacto.

La paz del mundo, la que viene del dinero y del poder, de la vanidad y soberbia no es nunca jamás la misma que da el Espíritu Santo. El hombre no sabe quién es, y por tanto piensa que es algo, cuando no es nada. Dice: «yo soy rico y próspero en bienes,» cuando está desnudo, y es pobre y es miserable.
Entonces nuestra paz es hija de Dios, y su carácter es semejante a Dios. Su Espíritu es su progenitor, y es como su Padre. ¡Es «mi paz,» dice Cristo! No es la paz de un hombre; sino la paz serena, calma y profunda del Eterno Hijo de Dios. Oh, si sólo tuviera esta única cosa dentro de su pecho, esta paz divina, el cristiano sería ciertamente algo glorioso; y aun los reyes y los hombres poderosos de este mundo son como nada cuando se les compara con el cristiano; pues lleva una joya en su pecho que ni todo el mundo podría comprar, una joya elaborada desde la vieja eternidad y ordenada por la gracia soberana para que sea la gran bendición, la herencia real justa de los hijos elegidos de Dios.

Entonces esta paz es divina en su origen; y también es divina en su alimento. Es una paz que el mundo no puede dar; y no puede contribuir a su sustento.
Entonces es una paz nacida y alimentada divinamente. Y déjenme señalar de nuevo que es una paz que vive por encima de las circunstancias. El mundo ha tratado con empeño de poner un fin a la paz del cristiano, pero nunca ha sido capaz de lograrlo.

Yo recuerdo, en mi niñez, haber oído a un anciano cuando oraba, y escuché algo que se grabó en mí: «Oh Señor, da a tus siervos esa paz que el mundo no puede ni dar ni quitar.» ¡Ah! Todo el poder de nuestros enemigos no puede quitárnosla. La pobreza no la puede destruir; el cristiano en ropas harapientas puede tener paz con Dios. La enfermedad no la puede estropear; acostado en su cama, el santo está gozoso en medio de los fuegos. La persecución no la puede arruinar, pues la persecución no puede separar al creyente de Cristo, y mientras él sea uno con Cristo su alma está llena de paz.

El olvido de nuestra propia espiritualidad y la actual crisis de fe en las iglesias cristianas

El conocido psiquiatra austríaco Viktor Frankl en su libro “el vacío existencial” escribe:  “Cada época tiene su neurosis y cada tiempo necesita su psicoterapia. Hoy en día no nos enfrentamos con una frustación sexual como en los tiempos de Freud, sino con una frustración existencial. El paciente típico de nuestros dias no sufre tanto bajo un complejo de inferioridad, sino bajo un abismal complejo de falta de sentido, acompañado de un sentimiento de vació, razón por la que me inclino a hablar de un vacío existencial.”

Para Frankl el sentido de la vida, es aquello que le confiere propósito a la vida, un significado,  una misión a realizar, que a su vez le proporciona tambien un soporte interno a la existencia. Por lo tanto, la búsqueda de sentido en la vida sería una necesidad específica del ser humano, la cual está presente en mayor o menor grado en todas las personas.

Según Frankl y otros psicoterapeutas está demostrado que esa frustración de no encontrar el sentido a la propia vida y la carencia de propósito,  es una fuente de desajuste emocional que conduce con el tiempo a un vacío existencial. Es éste sentimiento de vacío lo que impulsa a las personas afectadas, a tratar de compensarlo de alguna forma, surgiendo de allí las más diversas alteraciones emocionales que causan las adicciones a drogas, las depresiones, las neurosis y el consumo excesivo (obesidad), que atormentan hoy en dia a las sociedades de consumo.

Basándome en la comprobación científica por parte de la medicina psiquiátrica, acerca de la magnitud la crisis existencial por la que está atravezando una buena parte de la sociedad moderna, se me ha ocurrido relacionar ese sentimiento de vacío que asedia a tanta gente, con la crisis espiritual y la carencia de fe en Dios que se percibe en los países más industrializados, donde debido entre otros factores a la abundancia de bienestar material,  de tecnología, de entretenimiento y de consumismo, se han estado olvidando de si mismos, de su propia dimensión espiritual y de Dios, su Creador.

Para ilustrar en forma figurada y de manera sencilla la relación causa-efecto que existe entre la crisis existencial y la crisis espiritual, he seleccionado un objeto muy común y de uso cotidiano como son los recipientes. Si bien los recipientes son algo ordinario, como símbolo para explicar mi argumentación que viene a continuación, tiene una enorme fuerza de evidencia.

Empecemos entonces por refrescar la definición y la función del recipiente:
El recipiente es un objeto para conservar o contener algo. Cómo su propósito y finalidad son la de conservar un contenido, es el contenido en consecuencia lo de mayor valor y es además, mucho más necesario que el recipiente.
Un recipiente sirve para lo que fue fabricado y cumple su propósito, única y exclusivamente cuando contiene algo. Esa es la razón de su existencia. Si éstá vacío, no sirve de nada  y se desecha. El contenido es lo valioso, lo útil y lo importante.

Antes indagar sobre el sentido de nuestra propia vida y de nuestro destino último, tenemos primero que remontarnos al tema de nuestro origen como seres humanos, y preguntarnos quiénes somos, porqué existimos y qué nos sucede después de la muerte?; lo cual es como un deseo primario del hombre o una curiosidad existencial, que aflora en el transcurso de nuestra vida de vez en cuando, sobre todo en las ocasiones que estamos muy afligidos o sufriendo.

En vista de que el hombre no está en capacidad de responder de manera absoluta y convincente esa incógnita vital, la explicación de nuestro origen la ha recibido por medio de una revelación de Dios, que en el caso de la civilización occidental, la encontramos en el Libro del Génesis en la Biblia.

Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida. Génesis. 2,7

La Sagrada Escritura nos relata que en el momento de la creación del mundo y todas las criaturas que conocemos, los seres humanos recibimos de Dios el espíritu inmortal como constituyente de nuestra existencia, el cual se manifiesta en esa fuerza substancial y el propósito natural de vivir que todos poseemos, a la que los antiguos sabios llamaron en latín animus o alma.

Una de las verdades divinas más trascendentales relevada por Dios, es la existencia del espíritu en el ser humano. La realidad indiscutible de que el hombre es una dualidad de cuerpo y alma, que es nuestra dualidad original, que somos un cuerpo con un espíritu, que somos la unión perfecta de una naturaleza material visible y una naturaleza espiritual invisible en el mismo ser. El término dualidad quiere decir:  la reunión dos fenómenos opuestos en una misma persona o cosa.

Es oportuno mencionar aquí un aspecto importante relacionado con mi interpretación del mensaje contenido en el Evangelio, la cual está basada en la creencia de que el cuerpo y el alma son dos substancias esencialmente distintas e independientes. Nuestro ser está formado entonces de dos dimensiones: el cuerpo y la mente (dimensión física) y el alma (dimensión espiritual).
Ésta realidad concreta que somos, se deja representar maravillosamente con el símbolo del recipiente: el ser humano es un recipiente porque contiene el espíritu de Dios.

Es el apostol San Pablo el que hace la magistral alegoría del creyente con un recipiente en la  Sagrada Escritura: Pero nosotros llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. 2. Cor 4, 7

En su primera carta a los Corintios Pablo afirma una vez más que somos recipientes (templo) del Espíritu de Dios y que habita en nosotros, cuando encara a sus oyentes diciendo:
¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?
1 Corintios 3, 16

Hablando en forma figurada, el ser humano es más bien un espíritu que vive encerrado en un cuerpo físico, ya que todas las cualidades de la persona o ser inteligente que nos caracteriza como individuos, son facultades espirituales como por ejemplo: el entendimiento, la voluntad, la conciencia, los pensamientos, la memoria, la fe, el amor, la esperanza, las pasiones, la justicia, el perdón, el consuelo, la paz interior, la prudencia,  la fortaleza, la templanza, la bondad , la malicia, etc. De allí que hasta podríamos también afirmar con propiedad, que somos seres espirituales que existimos en un cuerpo.

Es muy conveniente que éste conocimiento de sí mismo y la conciencia de nuestra propia dimension espiritual los tengamos siempre presente, y que con la ayuda de la imaginación, tratemos de visualizar ese espíritu que llevamos dentro y que sentimos cuando se manifiesta por medio de nuestro estado emocional y el comportamiento a través de las expresiones visibles y audibles conocidas: las palabras, la risa, el llanto, las caricias, el buen ánimo, el enamoramiento, la tristeza, la alegría, el mal humor, los afectos, los deseos, etc.

¿Qué significa ésta verdad bíblica para nosotros, de que el espíritu habita en nuestro cuerpo, y cuáles son las implicaciones de ser amados por Dios y de ser los recipientes de tan divino tesoro?
El significado es realmente grandioso!

Si creen en la Palabra de Dios, traten ustedes por favor de imagínarse esa metáfora de que son unos recipientes o ámforas que contienen el espíritu de Dios, que son los tesoreros de un espíritu divino, que lo llevan dentro de su cuerpo, y que es precísamente por esa razón, que en la Biblia dice que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Eso es lo que tú y yo somos: recipientes y tesoreros del espíritu de Dios, y no descendientes de los monos, como lo enseñan con arrogante ligereza en la escuela.

Si Dios Padre permite la enfermedad, es porque debe ser necesaria para la salud del alma.

La enfermedad como proceso natural de nuestro frágil y mortal cuerpo, forma parte integrante de la vida. Durante su ciclo normal de vida el cuerpo envejece sin pausa, se deteriora progresivamente, se enferma y muere. Y si la enfermedad es una condición natural en la que el ser humano en ciertas ocasiones se encuentra, debe tener ese estado patológico un propósito determinado para el enfermo y para los que le rodean. En el orden del universo, todo lo que sucede tiene un propósito.

El hecho de que los seres humanos ignoremos los propósitos ocultos, que Dios en su soberanía le haya otorgado a los acontecimientos que ocurren en su creación, no significa que no existan. Albert Einstein, refiriéndose en una oportunidad al perfecto orden universal, dijo:  „Dios no juega a los dados“
Es conveniente también recordar, que todo suceso natural tiene siempre efectos positivos y negativos, como el momento del parto, en que el dolor y la alegría de la madre son siempre inseparables. Por consiguiente, la enfermedad no puede ser considerada como un accidente adverso de la naturaleza, ni tampoco un castigo de Dios, como lo creían los antiguos israelitas.

Así como no se reflexiona, ni se habla en absoluto sobre el sublime propósito del dolor de parto para la madre, tampoco nadie se pone a pensar sobre el propósito último que puede tener el sufrimiento de la enfermedad en la vida interior y en la conciencia del enfermo, debido seguramente a que ambas experiencias son aflictivas y desagradables.

Dependiendo desde cuál perspectiva se mire a la enfermedad, se le describirá de diferentes formas y se le atribuirán diversos efectos según sea el caso:

  • La persona enferma dirá que es: un problema, una desgracia, pérdida de tiempo, pérdida de independencia personal, un gasto innecesario, un aburrimiento, etc.
  • El médico tratante dirá que es: un caso interesante, una oportunidad de ganar dinero, un aprendizaje, una experiencia médica más, un cliente más, etc.
  • Los familiares del enfermo dirán que es: mala suerte, una preocupación más, más trabajo por la atención y curación, un trastorno entorpecedor de la tranquilidad familiar, etc.
  • El patrón dirá que es: un inconveniente para la empresa, más trabajo, menos ganancias, una excusa del empleado para no trabajar, etc.
  • El hospital dirá que es: más cantidad de dinero que ingresa, un caso más para experimentar, un medio más para amortizar equipos médicos, una fuente de trabajo, etc.

En esta oportunidad voy a introducir una perspectiva adicional: el enfoque espiritual que tanto se ignora y se olvida cuando en nuestra vida todo va bien, cuando estamos sanos y fuertes, y cuando nos atrapa la ilusión de que somos casi indestructibles y dueños absolutos de nuestro destino.

Con el paso de los años se afianza en mi cada vez más la creencia, de que por pura Gracia y Misericordia, Dios en su majestuoso plan para la salvación individual de las almas, le habría asignado a la enfermedad, la prodigiosa capacidad de hacer aflorar al alma de las profundidades del cuerpo, y de ponerla en primer plano del interés y de la atención de la persona que está enferma.

Ésta hipótesis la sostengo con una experiencia personal vivida en mi familia, la incurable enfermedad de mi padre:
Mi padre quién fue médico cirujano, a la edad de 52 años y en pleno auge de su carrera profesional se enfermó de un cáncer muy agresivo, cuyo padecimiento soportó con coraje y paciencia durante más de 2 años. Así como sucede muy frecuentemente entre médicos y científicos, mi padre era un escéptico de la religión y no creía en Dios. Cuando su enfermedad estaba ya bastante avanzada, un dichoso día le pidió a mi madre que llamara a un sacerdote amigo de la familia. Ya casi sin poder hablar y con la ayuda de un estetoscopio, se confesó y el sacerdote le pudo proporcionar la asistencia espiritual requerida.

El padecimiento de la enfermedad desempeña und doble papel en nuestra vida espiritual: el de tutor implacable, que nos obliga a tomar conciencia de sí mismos, y el de riguroso domador del orgullo y la vanidad. Por experiencia sabemos muy bien, que una grave enfermedad logra convertir al individuo más valiente, fuerte y presumido en un pequeño niño indefenso y sumiso. Esta transformación que se da en la conciencia del paciente sufrido, me hace asociarla con lo que una vez dijo Jesús : « De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos ». Mateo 18, 3

¿No será que el sufrimiento generado por la enfermedad, pueda ser utlizado por Dios como un mecanismo divino que nos ayuda hacernos como niños, recuperando asi la requerida sencillez de corazón y la actidud natural de fe, para poder acercanos a Dios con confianza y humildad?  Valdría la pena que meditáramos sobre ésto. La Gracia y la misericordia de Dios para con la humanidad son infinitas.

Eso además, es una clara manifestación más de la universalidad del amor y de la justicia de Dios, ya que la enfermedad y el sufrimiento que causa, son de carácter universal. Todos los seres humanos sin excepción y sin distinción alguna, son suceptibles de padecer enfermedades durante su vida.
«Nacer aquí y en cuerpo mortal es ya comenzar a padecer algun mal», dijo San Agustín.

«Señor, he aquí el que amas está enfermo.» Juan 11: 3
Con éste respetuoso y revelador ruego, María la hermana de Lázaro, le mandó a decir a Jesús que Lázaro, su querido amigo, estaba gravemente enfermo y le pidió que hiciera algo por él. A pesar de que Jesúcristo quería mucho a Lázaro, el joven murió a los pocos dias después y cuando Jesús finalmente llegó a la casa de Lázaro, ya tenía varias horas de haber muerto.

El relato de la enfermedad y muerte de Lázaro en la Biblia nos revela claramente, que el propósito divino del sufrimiento no tiene nada que ver con enemistad o mala voluntad por parte de Dios, lo cual refuta la idea de castigo y penitencia por haber pecado, que los antiguos israelitas le atribuyeron a la enfermedad. La aflicción que causa la enfermedad es una prueba y también una llamada al testimonio, tanto para el que la padece como para las personas que acompañan al enfermo y se hacen partícipes del sufrimiento ajeno.

Cuando un enfermo reconoce su nuevo estado de salud, diciendo: „siento que algo esta mal en mi cuerpo que me causa dolores “ eso pone en evidencia el hecho de que en la persona enferma tiene que haber otro alguien que no esta enfermo, un alguien que le permite reconocer, estar consciente de su enfermedad y afirmar que es suya. El cuerpo y la mente es la dimensión del individuo que se enferma y no el alma. Ese alguien es el alma o la conciencia, quién le asigna al enfermo su condición de doliente o sujeto del padecimiento.

Cada persona es el gran protagonista de su propia vida. Nuestra existencia individual es el drama más importante del mundo.

Según sean la situación en que nos encontremos y la función que debemos desempeñar en ciertas ocasiones, cada uno de nosotros tiene también innumerables oportunidades de ser el protagonista o de hacer el papel principal.

En el transcurso de nuestra vida son muchísimos los diferentes papeles o roles que desempeñamos. La mayoría de esos papeles son tan comunes y los hacemos durante tantos años, que los hemos interiorizados y forman ya parte de nuestra existencia, y por consiguiente, cuando estamos en plena acción desempeñando esos roles, no estamos realmente conscientes de la importancia del papel que hacemos como protagonistas.

No es tan prominente o excelso el individuo que actúa, sino más bien la obra que hace y el papel que desempeña, según sea el entorno o escenario en que la persona se encuentre. En el gran escenario de nuestra propia vida, somos siempre el protagonista o el personaje estelar de los acontecimientos que se dan en nuestra vida espiritual, en nuestra conciencia y en nuestro corazón.

Cada quién es protagonista y único responsable de sus decisiones, de sus actos, de lo que dice o escribe, de sus relaciones con los demás, en resumen, de lograr o de malograr su proyecto de vida. Cada quien es responsable de conocerse bien a sí mismo, de estar de acuerdo con su propia conciencia, de conocer sus talentos naturales, de conocer los anhelos de su corazón y de encontrarle el sentido a su vida. ¿Existe acaso para el individuo, una obra más valiosa y más importante que ésa?

¿De que nos sirve interesarnos por los otros y estar pendientes de lo que piensen o digan los demás, sino sabemos bien quiénes somos, ni sabemos lo que queremos hacer de nuestra vida y no escuchamos la voz de nuestra conciencia?

Por éstas y muchas razones más, no deberíamos sentir envidia de aquellas personas que los medios de comunicación y la sociedad antojadiza han seleccionado como los prominentes y las estrellas del escenario público mundial, ya que muchos de esos personajes han sido promovidos más por intereses comerciales y por negocios, que por haber hecho obras realmente admirables. Nuestra vida personal es el escenario o el entorno más importante y más trascendente, de todos los escenarios en que podamos participar y desempeñar un papel durante el transcurso de nuestra existencia terrenal.

Así lo afirma Jesucristo con otras palabras cuando dice en el evangelio de San Mateo:
«Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?  Mateo 16, 26

Como evidencia de esa afirmación, nada más tenemos que fijarnos en la vida privada de muchos personajes ilustres, artistas famosos y prominentes a lo largo de la historia, para constatar la enorme disparidad entre su vidas públicas y sus vidas íntimas y familiares. La gran mayoría de ellos malograron su propia vida.

Hagamos lo que hagamos durante nuestra vida productiva, bien sean obras sobresalientes o bien obras comunes y sencillas, en el ocaso de nuestra vida, cuando cada uno de nosotros esté agonizando y moribundo, cuando ya nada ni nadie de este mundo nos pueda asistir, y nos encontremos a solas y en secreto frente a la muerte, habrán únicamente dos grandes protagonistas que figurarán al final de nuestro drama existencial: nuestra alma y Dios.

En los tiempos de Jesús, los fariseos y los escribas eran las figuras más prominentes de la sociedad hebrea,  ellos conformaban la élite de la comunidad judía de Jerusalen, y además, eran los maestros de la ley judaíca. A pesar de pertenecer a la casta más alta e instruida y de poseer todo ese bagaje de conocimientos sobre las sagradas escrituras, los fariseos por falta de fe y de humildad, fracasaron al no reconocer a Jesús como su Mesías, a quien por cierto, esperaban desde muchos siglos antes. Ellos fallaron en su papel histórico, no realizaron la obra máxima que les correspondía hacer como sacerdotes que eran. Los sacerdotes judíos eran los más idóneos y los que tenían la gran responsabilidad de hacer bien el papel de reconocer a su Mesías, pero se ofuscaron y se equivocaron.

Este es un buen ejemplo histórico, de tantos que han ocurrido en el mundo, en el cual los personajes ilustres y mejor educados de una nación, no supieron cumplir bien con su papel en el momento cumbre de su trayectoria.

Fueron los sencillos pastores y pescadores de la plebe, los escogidos por Dios en su plan divino para conocer a Jesús, reconocerlo como el Mesías y darlo a conocer en el mundo antiguo.

En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas á los sabios y entendidos, y las has revelado á los pequeños: así, Padre, porque así te agradó. Lucas 10, 21

El Espíritu Santo es quien nos concede los dones y los talentos para actuar y nos guía en nuestras tareas y actividades.

Pero no debemos nunca olvidar, que Dios todo lo sabe y que no estamos solos en esas luchas que se dan en nuestra alma una y otra vez, en ese combate espiritual interior donde somos el protagonista principal. Si acudimos a Dios para pedirle ayuda y fortaleza, él nos las dará.

Me adhiero con gusto a una recomendación que el cardenal inglés John Newman, le dió a su congregación sobre la gran contribución que hacen los más sencillos feligreses a la parroquia, en uno de sus famosos sermones: «debemos sentirnos conformes con la suerte más humilde y más oscura, ya que en ella podemos ser los instrumentos de un bien muy grande, ….los grandes benefactores de la humanidad son frecuentemente ignorados.»

LA UNIÓN POR AMOR DE UNA PAREJA PARA TODA LA VIDA, SOLO PUEDE SER OBRA DE DIOS.

Aunque muchos no lo crean, existen acontecimientos sobrenaturales inexplicables que la ciencia moderna no ha podido descifrar ni la causas que los originan, ni mucho menos predecir el instante de su manifestación y de su desvanecimiento.
El acontecimiento sobrenatural más conocido por la gente en el mundo entero es: el enamoramiento.

Todos los que se han enamorado hablan de su enamoramiento, especialmente cuando este se manifiesta por primera vez. El acontecimiento es comentado, por lo general, con inmenso alborozo y efusivo júbilo, y nadie en absoluto, en medio de su excitación amorosa, se detiene un sólo segundo para pensar y preguntarse sobre el causante de la prodigiosa chispa, que ha encendido ese milagroso fuego del amor verdadero e incontenible, ya que el nuevo enamorado está que no cabe en sí mismo y además, se siente como si estuviera en el séptimo cielo en esos momentos.
De nuestro enamoramiento nos damos cuenta, apenas cuando ya ha sucedido y está en pleno desarrollo. El mero instante en que acontece, es absolutamente imperceptible.

Sobre el amor se ha dicho y escrito muchísimo, sin embargo, son muy pocos los autores que han reconocido que el verdadero origen y la fuente del amor entre parejas es un misterio, puesto que no se sabe por qué el amor aparece y desaparece de repente, y además, por ser algo completamente inesperado. El amor humano es un misterio porque es una facultad del alma, y por lo tanto, es espiritual. Pero como la ciencia no quiere reconocer la existencia del alma ni de Dios, los científicos intentan explicar el origen del amor con unas teorías neuroquímicas cada vez más absurdas, que lindan ya con el ridículo.

Yo por mi parte estoy convencido de que el origen y la fuente del amor es Dios, no solamente porque así lo afirman las Sagradas Escrituras, sino también por mi propia experiencia y porque es una realidad espiritual tan evidente y misteriosa en la vida, que resulta una necedad negarlo.

El enamoramiento es la manifestación espiritual por excelencia en la vida, y es igualmente la más notoria que pueda sentir un ser humano, sobre todo por su condición de ser enigmática y hasta mágica. Tal como sucede con todo lo que es de la dimensión espiritual que forma parte de nuestro cuerpo, cada individuo lo percibe a su manera y por medio de las usuales vivencias, sentimientos, pensamientos, imaginaciónes, ideas, pasiones y emociones que se viven o se padecen en esos bellos instantes.

Asi como sucede en el fenómeno espiritual llamado la ofuscación del entendimiento, en que nuestra mente se enturbia o se nubla, y por consiguiente, no somos capaces de percibir todo lo que esta presente en la realidad. En el caso del enamoramiento sucede todo lo contrario, nuestra mente se aclara o se ilumina, y entonces de repente, percibimos nuevos detalles y aspectos en la persona amada, de los cuales anteriormente no nos habíamos percatado. La persona amada tiene ahora algo que nos atrae mucho, posee un brillo que emite y centellea como lo hace un faro desde la costa a los barcos que navegan de noche en el mar oscuro, de ese mismo modo, la amada con su brillo resplandeciente señala y orienta al enamorado, quien a partir de ese momento sólo tiene ojos para mirarla a élla.

A continuación, se despierta en el enamorado su conciencia amorosa, la cual le susurra suavemente, que esa persona tan atrayente es muy digna de ser amada. Así sucede entonces, como por arte de magia, que todo aquello que forma parte de la persona amada como su aspecto físico, su personalidad, sus gestos y hasta sus defectos, le gustan al enamorado.

En la experiencia del enamoramiento, lo que hace tan maravilloso al amor verdadero, es que el enamorado logra más adelante considerar a su amada como parte integrante de su propio ser, culminándose así la milagrosa obra de que ya no son dos seres opuestos y ajenos, sino que se han fusionado espiritualmente en un sólo ser.

Así como Dios lo prometió y está escrito en el siguiente versículo del Génesis: « Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y serán una sola carne. » Génesis 2, 24

Aquellas parejas que después de haber vivido el enamoramiento y que hayan sido fundidas en un solo ser, por la divina llama ardiente del amor verdadero e incondicional, deberían de estar concientes de que han sido grandemente bendecidas por Dios, quien al derramar su amor sobre ellos, los ha hecho protagonistas de un milagro de amor.

La necesidad de estar a solas consigo mismo y con Dios

LA SOLEDAD: LA NUEVA Y OCULTA PLAGA SOCIAL EN LOS PAÍSES DESARROLLADOS
El famoso conferencista y filósofo hindú Jiddu Krishnamurti (1895-1986) en un artículo que escribió sobre la soledad, explicaba que existen dos tipos diferentes de soledad:

  1. la soledad dolorosa. Es la de una persona que se siente sola, apartada o abandonada y que por sentirse  interiomente incómoda, siente la necesidad de escapar de si misma y el deseo compulsivo de estar con otros, de entretenerse y de distraerse con algo.
  2. la soledad madura o inteligente. Es la de un ser humano que, en su interior, no depende de nadie ni de nada para ser o sentirse a gusto, y que por lo tanto, no necesita escapes de ninguna clase.

Si observamos con atención a las personas que están a nuestro alrededor en una sala de espera, en un autobus o un tren; notaremos cuán difícil es para la mayoría de la gente, poder estar a solas consigo mismo unos minutos sin hacer nada y ocuparse de si mismo, quedándose en sus pensamientos, sus propios anhelos, sus planes y su conciencia. No soportamos la soledad ni siquiera el breve tiempo de una pausa.

Es realmente impresionante constatar la gran necesidad que tenemos de distraernos, de entretenernos con cualquier cosa al alcanze de las manos y de relacionarnos con todo lo que existe fuera de nosotros. En resumen: de vivir fuera de nosotros.

Durante décadas, los medios de comunicación y la publicidad nos han hecho excesivamente dependientes de los estímulos visuales externos, que atraen siempre nuestra mirada y nuestra atención. Esa es la realidad de la sociedad de consumo en la que vivimos y eso no va a cambiar.

Por esa razón, deberíamos concebir estrategias que nos ayuden a reducir esa dependencia de los estímulos externos y a fortalecer nuestra vida interior, con el claro propósito de ser los protagonistas de nuestra propia existencia y no simplemente unos espectadores encadenados, quienes por no gobernar su existencia y por no saber lo que de verdad en el fondo de su corazón creen, quieren o no quieren, se dejan influenciar fácilmente por los medios y las modas.

Esa soledad, que Krishnamurti denomina acertadamente como dolorosa, es una clara señal de que nuestra vida interior ha estado perdiendo la antigua vitalidad y esplendor que tenía cuando éramos niños, porque la hemos dejado de atender y de cultivar apropiadamente, y en consecuencia, ha corrido la misma suerte que corre un jardín bello y bien atendido cuando es abandonado: se deteriora, se cubre de malas hierbas y arbustos y termina convirtiéndose en un lugar escabroso y extraño. Morada interior y extraña esa, en la que ya no nos sentimos a gusto.

La infinidad de objetos, estímulos y acontecimientos que se dan en nuestro entorno han despertado en nosotros un apetito tan voraz de las cosas y actividades que hay en él, que nos hace estar demasiado tiempo atentos de lo que pasa afuera  y cada vez tenemos menos tiempo de recogernos dentro de nosotros para atender nuestros propios planes o necesidades interiores, y también para ponernos de acuerdo con nosotros mismos y centranos de nuevo.

De ésta manera es como se debilita nuestra vida interior y por consiguiente, la soledad se nos va haciendo más dolorosa e incómoda, impulsándonos a escapar de nosostros mismos. Con el pasar de los años nos hemos olvidado de nuestro propio yo, de nuestra alma, de nuestra conciencia. Nos hemos convertido en unos extraños para nosotros mismos.

Se hace absolutamente necesario, recuperar la facultad natural que poseemos de liberarnos de la tiranía de las cosas y asuntos del mundo exterior moderno. Tenemos que aprender de nuevo a retirarnos mentalmente del entorno que nos rodea y a desatender transitoriamente sus cosas y estímulos, para poder ensimismarnos y dedicar entonces la atención y cuidados que nuestra vida interior necesita, ocuparnos de nuestra alma y conversar en secreto con nuestra conciencia.

Debemos ser capacez de estar a solas con nosotros mismos y de no depender tanto de la gente y de las cosas para sentirnos bien y a gusto en nuestro propio cuerpo. Debemos alcanzar el estado de soledad madura e inteligente, sin depender de nadie ni de nada y mucho menos sin necesidad de tener que escapar.

Es muy importante tener siempre presente, que en realidad núnca estamos solos. Nuestra conciencia y nuestra alma nos acompañan constantemente como fieles e inseparables testigos. También el Espíritu de Dios está con nosotros todos los dias.

Jesús lo dijo:

« Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia » Mateo 28,20

¿Cómo fortalecer y cultivar nuestra vida interior? ¿Cómo aprender de nuevo a sumergirnos dentro de nosotros mismos? ¿Cómo morar dentro de nuestra interioridad ?

UN PRÁCTICO PLAN DE ACCIÓN
Junto a nosotros, conviven infinidad de personas que poseen una vigorosa vida interior, quienes nos pueden servir de excelentes modelos y ejemplos a imitar.

Apenas un simple movimiento de abrir y cerrar los ojos nos permite cambiar y pasar de la percepción de los asuntos de nuestra vida pública, a la de los asuntos íntimos de nuestra vida interior. Así de sencillo es.

Cuando en algúna oportunidad deseamos retirarnos virtualmente del mundo exterior por unos instantes, lo que hacemos comúnmente es cerrar los ojos, como cuando vamos por ejemplo a rezar, a besar apasionadamente, a meditar, a recordar, y a concentrarnos en algo.

Sin embargo, para tener las condiciones ideales para poder meditar sin ningún tipo de distracciones e interferencias,  lo más recomendable es seguir el magnífico consejo de nuestro Señor Jesucristo:

« Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. », Mateo 6, 6

LOS MODELOS Y EJEMPLOS A IMITAR
Los niños son los mejores y más abundantes modelos que tenemos a nuestro alcance, para imitar en el arte de estar a solas consigo mismo.

Ellos poseen una vigorosa vida interior, un mundo interior fecundo y sin límites, un mundo virtual repleto de ideas, vivencias, imaginaciones, representaciones e ilusiones. Un mundo poblado por numerosos personajes inmaginarios o reales y por todos los animales, jardines, casas, campos, agua, luz y plantas que han conocido.

El otro grupo de personas modelos que llevan y mantienen una robusta vida interior, son todos aquellos individuos que tienen alguna dificultad de percibir y de relacionarse con las demás personas y con el entorno exterior, debido a un impedimento físico o psíquico en su cuerpo. Los mal llamados « inválidos » e « incapacitados ».

Las personas ciegas son uno de los grupos que más se destacan como ejemplos de una vida interior llena de energía vital y de enormes capacidades intuitivas o extrasensoriales, que han desarrollado interiormente para compensar la falta de visión. Las personas con limitaciones corporales han tenido necesariamente que desarrollar y atender intensamente su vida espiritual interior, debido a que sus relaciones y comunicaciones con el mundo exterior son mucho más restringidas que las de los demás.

Deseo enfatizar aquí una vez más, que la vida interior y secreta que esconde nuestro cuerpo de carne y huesos, es la realidad humana, es decir, la verdadera existencia que vivimos como seres humanos y como hijos de Dios.

En ese maravilloso misterio divino, que es la vida interior humana, se manifiesta una vez más, la universalidad del amor y de la justicia de Dios para con todos los seres humanos en todos los tiempos. Dios no ha sido ni cruel ni injusto, al permitir que en la naturaleza humana puedan nacer personas con defectos congénitos, impedimentos y discapacidades. Claro que no!

Somos nosotros los seres humanos, los que siempre cometemos el error y la ligereza, de dejarnos guiar exclusivamente por las apariencias y las fachadas de lo que percibimos con los ojos, y contínuamente nos olvidamos que eso que vemos, nos es más que la simple máscara de carne o recipiente de la realidad espiritual que existe dentro de nosotros.

La vida aparente que vemos y percibimos todos los días con nuestros sentidos corporales, no es la única que existe y que vale para Dios.

Existe también la vida espiritual interior, la cual es secreta e invisible, pero en virtud de que además es inmortal, es la que más cuenta para Dios.

Esto no lo afirmo yo solamente, ésto lo escribió y lo enseñó hace más de 1’600 años, uno de los más grandes patriarcas y doctores de la iglesia cristiana que ha existido: San Agustín de Hipona (354 – 430)

San Agustín, hablando sobre el concepto del alma, escribió las  siguientes frases:

  • « En tu alma está la imagen de Dios.»
  • « Dos son las vidas del hombre: la vida del cuerpo y la vida del alma. La vida del cuerpo es el alma; la vida del alma es Dios.“
  • « Un medio tengo para subir a Dios: el alma… por ella subiré, »
  • « Elevarse a Dios es más fácil que obtener el oro que tanto codician algunos.»