La vida espiritual cristiana inspirada por el Espíritu Santo, es una vida dirigida por la fe, el amor, la esperanza, la paz interior y la humildad.

Y abriendo su boca los enseñaba con estas palabras: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Mateo 5, 2-3

Muchos creyentes cristianos seguramente se preguntarán: ¿cuál es el verdadero significado de la expresión: pobres en espíritu?
El patriarca de la iglesia cristiana San Agustín de Hipona, en su sermón sobre las Bienaventuranzas de Cristo afirma: Los pobres en espíritu no son los pobres en recursos, mas son los pobres en deseos (ambición). En efecto, el que es pobre en deseos, es una persona humilde, y Dios escucha los gemidos de los humildes y no desecha sus súplicas.

Agustín continúa con el siguiente comentario sobre lo que escribe el apóstol Pablo en su primera carta a Timoteo en relación a la gente rica: A los ricos de este siglo manda que no sean orgullosos (1. Timoteo 6,17): puesto que no existe algo en este mundo, que genere más orgullo en el ser humano que las riquezas, es por esa razón, que la persona rica orgullosa no posee, sino que es poseída por las riquezas.

Las grandes mayorías de los habitantes en todos los países del mundo, viven una vida simple y humilde, quienes según su cultura, sus tradiciones, sus posibilidades y sus ingresos, han aprendido conformarse con lo necesario, al habitar una vivienda simple y disponer de un empleo o una actividad productiva, que les permita comprar sólo lo necesario para alimentarse, vestirse y educarse.
Este es el estilo de vida más generalizado y mayoritario en el mundo, el cual es conocido como de subsistencia en los países en desarrollo.

En los países industrializados de muy alto consumo, han aparecido en la actualidad dos nuevos estilos de vida en clara oposición al consumo extremo, y como reacción al cambio climático y al deterioro del medio ambiente global: el frugalismo y el minimalismo, que consisten en reducir compras innecesarias y así reducir la contaminación ambiental. Estos nuevos movimientos sociales son el resultado de una nueva conciencia ecológica en la sociedad, debido a que las graves consecuencias del cambio climático se han hecho cada vez más evidentes y catastróficas.

El filósofo y teólogo holandés Erasmo de Rotterdam (1466-1536) en su obra “El elogio de la locura” en la que hace una interpretación de un segmento de la 1. Carta a los Corintios del apóstol Pablo, referido al grado de instrucción de la población y diferenciando entre sabios e incultos, dice lo siguiente: Dios escoge precisamente lo que el mundo tiene por ignorante y se gloría de haber ocultado a los sabios el misterio de la salvación y haberlo revelado a los incultos y a los pobres de espíritu. A esto corresponde el que en todo el Evangelio, Cristo critica a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley, en tanto que protege a la multitud de analfabetos. Y se le ve deleitarse con los niños, mujeres y pescadores, del mismo modo que entre todos los animales, agradan más a Cristo, los que más se apartan de la astucia de la zorra. Por eso quiso cabalgar en asno, cuando, si hubiera querido, habría podido hacerlo sin peligro en el lomo de un león; por eso descendió el Espíritu Santo tomando forma de paloma, y no de águila; por eso las Sagradas Escrituras hablan constantemente de ciervos y corderos, y además, Jesús llama ovejas a aquellos destinados a la vida eterna, pues ningún otro animal hay más simple que éste.

Como ejemplo muy vergonzoso y lamentable de un creyente cristiano, quien se dejó poseer por las riquezas, la ambición, los honores y el poder; y quien tuvo una vida llena de lujos, grandeza y esplendor. Ese personaje a quien me refiero, fue nada más y nada menos que el Papa Julio II (1503-1510), conocido como el Papa Guerrero o Terrible.

Este señor que desempeñó el papel de Papa (o sustituto de Cristo en la tierra), en lugar de esforzarse por imitar la vida y el ejemplo del Señor Jesucristo, su amor puro, su paz, su doctrina y su humildad; para dedicarse en cuerpo y alma a los asuntos de la fe y la esperanza de vida eterna en la Iglesia cristiana, emprendió por lo contrario una guerra frontal contra Francia y guió personalmente varias batallas contra las ciudades de Bolonia y Venecia en el territorio italiano. Además, en lo personal era de mal carácter y un astuto manipulador, que no vacilaba en valerse de intrigas y traiciones dentro del vaticano, para lograr sus ambiciosos planes.
Estas son las bien conocidas consecuencias de los deseos de ambición y de poder, cuando un ser humano en su vida interior espiritual, no logra dominarlos por medio del ejercicio de la fe y la oración.

Algunos de ustedes posiblemente habrán leido y escuchado sobre las comunidades Amish (cristianos anabaptistas)  en el continente Americano, cuyos fundadores emigraron en el siglo 18 desde Europa, huyendo de la persecución furiosa de las iglesias tradicionales: la reformada y la cátolica; porque los consideraban una nueva secta cristiana rebelde. La primera comunidad de anabautistas Amish fue establecidad en los USA en el año 1740 en el estado de Pennsylvania.

La comunidad Amish fue fundada por el anabaptista de origen suizo llamado Jacobo Ammann, quien inspirado por varios versículos de la Biblia, en particular el siguiente versículo de la carta de Pablo a los Romanos: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12, 2; tomó la decisión de que lo mejor para poder vivir una vida cristiana humilde, sería separarse del mundo de la época y adoptar un estilo de vida simple y rústico, como es la vida agraria.

Debido a su definitiva decisión de no dejarse influenciar por la vida urbana mundana, incluyendo el progreso industrial y la tecnología desde principios del 1800, su estilo de vida, sus costumbres, sus vestimentas y su apariencia personal, se asemejan a la usanza y a la moda que existían hace más de 260 años, que es precísamente lo que impresiona tanto y llama la atención cuando uno visita sus comunidades y lo observa.
Las características generales de su estilo de vida son las siguientes: el uso de caballos y carruajes para el transporte local, el rechazo al uso de la electricidad de las líneas de servicios públicos, la prohibición de televisores y computadoras, el uso de algún tipo de vestimenta distintiva, el uso de barbas en los hombres, la educación formal finaliza en el octavo grado, se reunen en hogares para el culto cada dos domingos, sus líderes religiosos son laicos y viven en áreas rurales.

Sobre esta cultura Amish tan peculiar se podría decir, que ese ha sido el método y la manera de vivir escogidos voluntariamente por ellos, para ser capaces de vivir una vida cristiana simple, humilde y sin ambición; pero no aislados del mundo y detrás de altos muros como los monjes y las monjas, sino conviviendo y participando comercialmente con la sociedad moderna norteamericana.

Cualquiera podría pensar de manera justificada, que una comunidad que vive en esas condiciones, en el país más desarrollado y de mayor aplicación de tecnología y consumo en el mundo, no puede tener un futuro prometedor ni tampoco probalidades de que su población pueda crecer. Pues no es así, sorprendentemente la población total de todas las comunidades Amish en USA es de 378.000 personas en el 2023, y su población se ha estado duplicando desde el siglo pasado cada 20 años!

Poco después de haber leído por primera vez sobre la comunidad Amish, decidí en 2012 hacer un viaje expresamente a USA para visitar y verificar personalmente si todo lo que se decía sobre los Amish era verdad. Fuimos mi esposa y yo por varios días y nos hospedamos en una posada administrada por miembros de la comunidad, y pude comprobar que efectivamente, los Amish viven y trabajan como se acostumbraba a vivir hace 200 años.

Antes de finalizar estas referencias sobre los anabaptistas Amish, es más que merecido y justo reconocerles a todas las comunidades Amish en el continente Americano, que su decisión de apartarse del progreso económico y de la vida mundana, ha sido por un lado, seguramente positiva y favorable para poder vivir una vida espiritual cristiana con mucho menos tentaciones, ambiciones  y seducciones, que nosotros los que vivimos en las sociedades de consumo, y por el otro lado,  que su estilo de vida simple y ecológico, es indudablemente un modelo ejemplar que muestra y enseña al mundo, de que sí es posible vivir una vida plena y feliz, con mucho menos consumo y uso de tecnología en el siglo 21.

La majestuosidad del firmamento y sus estrellas confirman la Gloria de Dios

Así se expresa Yavé: ¡El cielo es mi trono y la tierra la tarima para mis pies! ¿Qué casa podrían ustedes edificarme, o en qué parte fijarían mi lugar de reposo? Isaías 66,1

¡Qué pocas veces dirigimos hoy en día nuestra mirada hacia el cielo!, o como le llamaban en el pasado los antiguos poetas la bóveda celeste, para contemplar su belleza, su majestuosidad y sobre todo su firmeza. La palabra firmamento que se utiliza como equivalente del cielo, se derivó de la expresión “ser algo firme” en la lengua bíblica hace miles de años, el cual fue representado por un inmenso toldo inmóvil, donde fueron fijadas las estrellas por Dios, el gran creador del universo.

Por ser el firmamento inalcanzable para el ser humano y por la contraposición evidente que existe entre el cielo y la tierra,  los pueblos antiguos supieron interpretar bastante bien, las diferentes impresiones que percibieron de forma intuitiva del cielo como son: la divinidad, la trascendencia, la firmeza, la magnificiencia y la perennidad.

Por ejemplo, los sumerios en mesopotamia hace más de 5000 años creían que las estrellas estaban fijas a la esfera situada más allá de Saturno, de ahí que las llamasen “estrellas fijas” a las estrellas y “estrellas errantes” a los planetas. Fueron los primeros en definir las 12 constelaciones del zodíaco, que transitaban en 12 períodos que sumados conformaban un año solar. De ahí que el año fuera dividido en 12 meses y en cuatro estaciones de tres meses cada una. Y también dedujeron, que en las estrellas residían los dioses del Sol y la Luna.

Las civilizaciones prehispánicas del Nuevo Mundo también fueron atraídas por la majestuosidad del cielo. Los mayas basaron su cosmología en la repetición de configuraciones entre las estrellas y los planetas. Para ellos, Venus representaba al dios de la lluvia. Para los aztecas, Venus representaba al dios Quetzalcóatl, una serpiente alada. 
Al igual que otros pueblos, los mayas creían en la existencia de siete cielos, planos y superpuestos, y de otros tantos niveles subterráneos, donde residían dioses y demonios, respectivamente.

La simple contemplación del firmamento rebosante de estrellas durante las noches claras, hizo surgir seguramente en aquellos individuos de las sociedades primitivas, el pensamiento de su insignificancia como frágiles criaturas que eran y de su limitada vida terrenal, así como también, el anhelo natural por una vida eterna. Es por esa razón, que es difícil encontrar una cultura originaria en el mundo, donde no haya existido alguna forma de divinización del cielo y de los astros.

De todo lo que hemos mencionado hasta aquí, destaca y brilla como el sol claro del mediodía, la conclusión de que los millones de seres humanos que existieron en la antigüedad, pudiéndose guiar sólo por su sentido común y su intuición natural, lograron vislumbrar con mucho acierto que Dios está en el cielo. Conocimiento trascendental ese, que la humanidad siglos después, lo recibió por medio de la revelación divina en las Sagradas Escrituras.

Los antiguos pobladores de nuestro planeta adoraban en su corazón y con su espíritu al único Dios sin conocerlo. Los planetas representaban dioses, pero sin duda alguna, éllos intuyeron la existencia real de Dios y eso fue lo trascendental durante su vida terrenal, por la sencilla razón de que creyeron con un alma humilde e ingenua en la existencia de un ser divino superior y todopoderoso, que regía soberanamente sobre los acontecimientos naturales y sobrenaturales que afectaban su vida cotidiana. Supieron igualmente reconocer sus debilidades, limitaciones y su breve vida ante un Dios grande y poderoso, y además, aceptaron la dependencia y la necesidad que tenían de dejarse guiar en sus vidas por un ser sobrenatural. Así paulatinamente se fue desarrollando la fe religiosa en aquellos individuos de una forma natural, para pasar después al establecimiento de los diversos rituales y formas de veneración primitivas.

Hoy en día, cuando disponemos tantos conocimientos sobre Dios y sobre las sagradas escrituras, que se nos enseña en las clases de religión la existencia de Dios y que está en los cielos,  y cuando hemos aprendido infinidad de conocimientos sobre ciencias naturales y humanidades, se le hace cada vez mucho más difícil, al hombre moderno creer en Dios y en su Palabra con humildad y confianza, que al ser humano primitivo de la antigüedad.

En las sociedades de los países industrializados se adoran innumerables ídolos, entre los cuales están, en primer lugar, el hombre mismo quien por su inteligencia, orgullo, vanidad y vanagloria se cree un superhombre que puede vivir bien sin Dios y sin espiritualidad,  y en segundo lugar, todos los objetos y bienes creados por sus manos: el dinero, las máquinas, las edificaciones, la tecnología, los bienes de consumo, la medicina moderna, etc.
Al creer mucho más en nosotros mismos y en lo que somos capaces de hacer, que creer en Dios, estamos demostrando claramente que no nos conocemos suficientemente bien, ya que las cualidades más dominantes del ser humano son: la inconstancia, la vanidad y la necedad.

El filósofo francés Michel de Montaigne en su ensayo “De la inconstancia de nuestras acciones”, describe muy bien la variable naturaleza humana en los siguientes párrafos:

Nuestra ordinaria manera de vivir consiste en ir tras las inclinaciones de nuestros instintos; a derecha e izquierda, arriba y abajo, conforme las ocasiones que se nos presentan. No pensamos lo que queremos, sino en el instante en que lo queremos, y experimentamos los mismos cambios que el animal que toma el color del lugar en que se le coloca. Lo que en este momento nos proponemos, lo olvidamos en seguida; luego volvemos sobre nuestros pasos, y todo se reduce a movimiento e inconstancia.
Nosotros no vamos, somos llevados, como las cosas que flotan, ya dulcemente, ya con violencia, según que el agua se encuentre iracunda o en calma, cada día capricho nuevo; nuestras pasiones se mueven al compás de los cambios atmosféricos.

Por esa inconstancia innata, no nos debe sorprender el hecho de que estemos por lo general buscando algo, sin saber realmente lo que deseamos, y que también estemos cambiando con frecuencia lo que hacemos o el lugar donde estamos, como si así nos pudiéramos librar de algo que nos agobia.

Otro ejemplo de las incongruencias en nuestra manera de vivir y hacer las cosas, es esa actitud de entregarnos a los placeres de la vida, como si nos fuéramos a morir al día siguiente, y por el otro lado, acumular riquezas y comprar propiedades como si nuestra vida terrenal fuera durar para siempre.

En la primera entrevista que le hicieron al náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga, quien entre los años 2012 y 2013 estuvo a la deriva en el océano pacífico durante 14 meses, dijo que habia sido su fe en Dios lo que le salvó la vida y le dió la fuerza de voluntad para soportar solo y abandonado 10 meses en el mar, después que su compañero de pesca murió de hambre a los 4 meses de estar perdidos en la inmensidad del océano. También dijo que: « pasaba horas sentado, viendo el firmamento, viendo las nubes ».
Haz una pequeña pausa en la lectura y trata de imaginarte por unos instantes, la cruel experiencia que vivió el señor Alvarenga: 10 meses sólo y perdido en medio del océano pacifico, en un pequeño bote sin techo!

Si comparamos nuestro paso por la vida con un viaje, lo primero que tenemos que saber es adónde queremos llegar, y después, cómo nos vamos a orientar para alcanzar nuestro destino, cuando las adversidades, malos tiempos y dificultades se presenten en la travesía. Y para no desviarnos o no apartarnos de la ruta escogida, en esos momentos de tinieblas, tormentas, neblinas, sufrimiento, desesperación o tristeza por los que pasamos en la vida, necesitamos guiarnos por algo firme y constante que nos sostenga el ánimo y nos mantenga en el camino correcto.

Solamente en Dios podemos encontrar la luz y la orientación necesarias, cuando todo lo demás que tenemos a nuestro alcance falla o se tambalea.

Santa Teresa de Jesús escribió un bello poema para esas ocasiones, cuando duras pruebas y aflicciones estén agobiando nuestra existencia. Su texto comienza así: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: Sólo Dios basta. Eleva el pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe.

Y cuando uno se entera por la prensa de una historia de naufragio como esa, se podría preguntar :¿Cuántas veces el señor Alvarenga habrá elevado su pensamiento y su mirada al cielo para fortalecer su fe durante su terrible odisea en el mar? 
¿Cuántas veces habrá rezado el Padre Nuestro y habrá clamado con vehemencia y con ardor en su corazón?, al susurrar las frases:

Padre nuestro, que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre, venga tu Reino
Hágase tu voluntad en el cielo asi como en la tierra.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Mateo 6, 9-11

Seguramente Alvarenga rezó el Padre Nuestro muchas veces y miró al cielo, y Dios lo salvó. De este señor se puede afirmar con propiedad, que durante su naufragio fue un verdadero héroe de la fe y de la perseverancia.

Sin embargo, en las horas de naufragio y de oscuridad que sobrevienen en nuestra vida, es bueno, que elevemos el pensamiento y la mirada al cielo, para recordar que el firmamento es el trono eterno de Dios Todopoderoso, y que de Él viene nuestra salvación.

El reino de los cielos y nosotros

SERMÓN DE CHARLES H. SPURGEON (1834-1892), PREDICADOR BAPTISTA DE ORIGEN INGLÉS

Y el que nos ha hecho para lo mismo es Dios, el cual también nos ha dado las arras del Espíritu.
2 Corintios 5, 5

Nuestro texto nos presenta una gran obra de Dios con un objeto distinto: el hecho de que seamos «revestidos de nuestra casa celestial»; y mirando las palabras minuciosamente, vemos que el único designio se lleva a cabo mediante tres grandes procesos. El Señor ha obrado en nosotros deseos de gloria celestial. «El que nos ha hecho hacer lo mismo, es Dios.» El apóstol había hablado dos veces de gemir tras la casa celestial, y entendemos que aquí afirma que este gemido fue obrado en él por Dios. En segundo lugar, el Señor ha obrado en nosotros una aptitud para el mundo eterno, porque así puede entenderse el texto. El que nos ha preparado para la herencia celestial de la cual el Espíritu es la prenda. Luego, en tercer lugar, Dios ha dado a los creyentes, además de los deseos y la aptitud para ello, una prenda de la gloria que ha de ser revelada, la cual es la prenda del Espíritu Santo. Hablemos de estas tres cosas como el Espíritu Santo nos instruya.

La obra de Dios se ve en nuestras almas al causarnos deseos excitantes y vehementes después de haber sido «revestidos de nuestra casa que es del cielo».

Este ferviente deseo, del cual el apóstol ha estado hablando en los versículos anteriores, se compone de dos cosas: un gemido doloroso y la sensación de estar agobiados mientras estamos en esta vida presente, y un anhelo supremo por nuestra porción prometida en el mundo venidero. La insatisfacción con la idea misma de encontrar una ciudad continua aquí, que equivale incluso a gemir, es la condición de la mente del cristiano. «No miramos las cosas que se ven», no merecen una mirada; Son temporales y, por lo tanto, no son aptas para ser el gozo de un espíritu inmortal. El cristiano es el hombre más contento del mundo, pero es el menos contento con el mundo. Es como un viajero en una posada, perfectamente satisfecho con la posada y su alojamiento, considerándola como una posada, pero dejando fuera de toda consideración la idea de convertirla en su hogar. De paso, se alimenta y está agradecido, pero sus deseos lo llevan siempre hacia ese país mejor donde se preparan las muchas mansiones. El creyente es como un hombre en un barco de vela, muy contento con el buen barco por lo que es, y con la esperanza de que pueda llevarlo a salvo a través del mar, dispuesto a soportar todos sus inconvenientes sin quejarse; Pero si le preguntáis si preferiría vivir a bordo en ese estrecho camarote, os dirá que añora el tiempo en que el puerto esté a la vista, y los verdes campos, y las felices granjas de su tierra natal. Nosotros, hermanos míos, damos gracias a Dios por todos los nombramientos de la providencia; ya sea que nuestra porción sea grande o escasa, estamos contentos porque Dios la ha establecido: sin embargo, nuestra porción no está aquí, ni la tendríamos aquí si pudiéramos.

Ningún pensamiento sería más terrible para nosotros que la idea de tener nuestra porción en esta vida, en este mundo oscuro que rechazó el amor de Jesús y lo echó de su viña. Tenemos deseos que el mundo entero no podría satisfacer, tenemos anhelos insaciables que mil imperios no podrían satisfacer. El Creador nos ha hecho jadear y anhelar tras sí mismo, y todas las criaturas juntas no podrían deleitar nuestras almas sin su presencia.

Además de esta insatisfacción, reina en el corazón regenerado un anhelo supremo por el estado celestial. Cuando los creyentes están en su sano juicio, sus aspiraciones al cielo son tan fuertes que desprecian la muerte misma.

Sea lo que fuere lo que la separación del alma del cuerpo pueda implicar dolor o misterio, el creyente siente que podría atreverse a todo, a entrar de inmediato en los gozos inmarcesibles de la tierra de la gloria. A veces el heredero del cielo se impacienta por su esclavitud, y como un cautivo que, mirando por la estrecha ventana de su prisión, contempla los verdes campos de la tierra sin trabas, y observa las olas relampagueantes del océano, siempre libre, y oye los cantos de los inquilinos del aire no enjaulados, llora al ver su estrecha celda, y oye el tintineo de sus cadenas. Hay ocasiones en que los más pacientes de los desterrados del Señor sienten que la nostalgia del hogar se apodera de ellos. Como esas bestias que hemos visto a veces en los zoológicos, que se pasean de un lado a otro en sus madrigueras, y se rozan contra los barrotes, inquietas, infelices, prorrumpiendo de vez en cuando en feroces rugidos, como si anhelaran el bosque o la selva; Aun así, nosotros también nos irritamos y nos inquietamos en esta nuestra prisión, anhelando ser libres.

¿Qué es lo que hace que el cristiano anhele el cielo? ¿Qué es lo que hay en él que le hace inquieto hasta que llega a una tierra mejor? Es, en primer lugar, un deseo de lo invisible. La mente carnal está satisfecha con lo que los ojos pueden ver, las manos pueden tocar y el gusto disfrutar, pero el cristiano tiene un espíritu dentro de él que tiene pasiones y apetitos que los sentidos no pueden satisfacer. Este espíritu ha sido creado, desarrollado, iluminado e instruido por el Espíritu Santo, y vive en un mundo de realidades invisibles, de las cuales los hombres no regenerados no tienen conocimiento. Mientras está en este mundo pecaminoso y cuerpo terrenal, el espíritu se siente como un ciudadano exiliado de su tierra natal.

Estorbado por este cuerpo de barro, el espíritu, que es semejante a los ángeles, clama por la libertad; anhela ver al Gran Padre de los Espíritus, comulgar con las huestes de los espíritus puros que rodean para siempre el trono de Dios, tanto a los ángeles como a los hombres glorificados; anhela, de hecho, habitar en su verdadero elemento. Una criatura espiritual, engendrada desde lo alto, nunca puede descansar hasta que esté presente con el Señor.

Además, el espíritu cristiano anhela la santidad. El que nace de nuevo de simiente incorruptible, encuentra que su peor problema es el pecado. Mientras estaba en su estado natural, amó el pecado y buscó placer en él, pero ahora, habiendo nacido de Dios y hecho semejante a Dios, odia el pecado, la mención de él irrita sus oídos, el verlo en otros le causa una profunda tristeza, pero la presencia de él en su propio corazón es su plaga y su carga diarias.

En el espíritu del cristiano hay también un suspiro por el descanso: «Hay un descanso para el pueblo de Dios», como si Dios hubiera puesto en nosotros el anhelo de lo que ha preparado; Trabajamos diariamente para entrar en ese reposo. Hermanos, anhelamos el descanso, pero no podemos encontrarlo aquí. «Este no es nuestro descanso». No podemos encontrar descanso ni siquiera dentro de nosotros mismos. Las guerras y las luchas son continuas dentro del espíritu regenerado; la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu guerrea contra la carne. Mientras estemos aquí, debe ser así. Estamos en el campo de la guerra, no en la cámara de la comodidad.

Este deseo divino se compone de otro elemento, a saber, la sed de comunión con Dios. Aquí, en el mejor de los casos, nuestro estado es descrito como «ausente del Señor». Disfrutamos de la comunión con Dios, porque «verdaderamente nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo», pero es remota y oscura. «Vemos a través de un cristal oscuro», y todavía no cara a cara. Tenemos el olor de sus vestidos desde lejos, y están perfumados con mirra, áloe y casia, pero el rey todavía está en sus palacios de marfil, y la puerta de perla está entre nosotros y él. ¡Oh, si pudiéramos llegar a él! ¡Oh, que incluso ahora nos abrazara y nos besara con los besos de su boca! Cuanto más ama el corazón a Cristo, más anhela la mayor cercanía posible a Él. La separación es muy dolorosa para una novia cuyo corazón arde por la presencia del novio; y tales anhelamos oír la dulcísima voz de nuestro Esposo y ver el semblante que es como el Líbano, excelente como los cedros. Que un alma salva anhele estar donde está su Salvador, no es un deseo antinatural. Estar con él es mucho mejor que lo mejor de la tierra, y sería extraño que no lo anheláramos. Dios, pues, ha obrado en nosotros esto en todas sus formas, nos ha hecho temer la idea de tener nuestra porción en esta vida, ha creado en nosotros un anhelo supremo por nuestro hogar celestial, nos ha enseñado a valorar las cosas invisibles y eternas, a suspirar por la santidad, a suspirar por el descanso sin pecado, y anhelar una comunión más estrecha con Dios en Cristo Jesús.

Hermanos míos, si habéis sentido un deseo como el que he descrito, dad la gloria de ello a Dios; bendecid y amad al Espíritu Santo que ha obrado esto mismo en vosotros, y pedidle que haga que los deseos sean aún más vehementes, porque son para su gloria.

Puedes estar muy seguro de que tienes la naturaleza de Dios en ti si estás suspirando por Dios; Y si tus anhelos son de tipo espiritual, ten por seguro que eres una persona espiritual. No está en el animal suspirar por los goces espirituales, ni tampoco está en el mero hombre carnal suspirar por las cosas celestiales. Lo que son tus deseos, eso es tu alma. Si realmente están insaciablemente hambrientos de santidad y de Dios, hay dentro de ustedes lo que es semejante a Dios, lo que es esencialmente santo, ciertamente hay una obra del Espíritu Santo dentro de sus corazones.

Este deseo de una porción en el mundo invisible es infundido primero en nosotros por la regeneración. La regeneración engendra en nosotros una naturaleza espiritual, y la naturaleza espiritual trae consigo sus propios anhelos y deseos; estos anhelos y deseos son en pos de la perfección y de Dios.

Estos deseos son ayudados además por la instrucción. Cuanto más nos enseña el Espíritu Santo sobre el mundo venidero, más lo anhelamos. Si un niño hubiera vivido en una mina, podría contentarse con el resplandor de la luz de las velas; pero si oyera hablar del sol, de los verdes campos y de las estrellas, puedes estar seguro de que el niño no sería feliz hasta que pudiera subir a la salida y contemplar por sí mismo el resplandor del que había oído hablar; y a medida que el Espíritu Santo nos revela el mundo venidero, sentimos anhelos dentro de nosotros, misteriosos pero poderosos, y suspiramos y clamamos por estar lejos de donde está Jesús.

Estos deseos se incrementan aún más por las aflicciones santificadas. Las espinas en nuestro nido nos hacen usar nuestras alas; La amargura de esta copa nos hace desear fervientemente beber del vino nuevo del reino. Los deseos celestiales se inflaman aún más por la comunión con Cristo. Tanto las experiencias dulces como las amargas pueden ser hechas para aumentar nuestros anhelos por el mundo venidero. Cuando un hombre ha conocido una vez lo que es la comunión con Jesús, entonces suspira por disfrutarla para siempre.

«Desde que probé las uvas, muchas veces anhelo ir
a donde mi amado Señor cuida de la viña,
y crecen todos los racimos». Amén.

El trío maravilloso de requisitos para la fe en Dios: la confianza, el amor y la humildad de un niño

La beata Teresa de Lisieux (1873-1897) escribió lo siguiente sobre la interioridad infantil:

„Ved al niño: está lleno de defectos, es ignorante, no sabe nada, todo lo rompe, cae a cada momento en las mismas faltas, y, no obstante, este niño es muy cándido, vive en paz, se divierte y duerme tranquilo. ¿Sabéis por qué? Tiene la simplicidad interior, se conoce tal cual es, acepta en paz la humillación de su estado, confiesa su ignorancia, su inexperiencia, sus defectos; a todo responde: «es verdad», y, cuando ha hecho esta confesión, en lugar de avergonzarse. de llorar, o de enfadarse por ello, se va a jugar. habla de otras cosas como de ordinario. He aquí el secreto de la paz interior: la simplicidad de la infancia. ¡Ah! creedme. poned vuestra paz interior en esta sencillez de niño, y será inalterable. Si queréis ponerla en vuestra enmienda, en vuestros progresos en la perfección, no la tendréis nunca. He aquí una razón profunda: es que, cuanto más nos acercamos a Dios, más descubrimos nuestra miseria y nuestra nada y he aquí por qué cuanto más santa es el alma, es también más humilde..”

Hacernos pequeños como un niño supone dar un golpe mortal al orgullo y a la vanidad que nos impiden abandonarnos y descansar en Dios, lo que en consecuencia también nos incapacita para vivir una vida más espiritual. Las obras que se hacen para causar la admiración de la gente no son las que tienen valor, sino el amor por el cual se hacen y con el que están vivificadas. Dios no necesita nuestras obras deslumbrantes, ni nuestro afán de destacarnos sobre los demás. Lo que Dios busca es nuestro amor hacia al prójimo y a Él. El amor puede vivificarlo todo: desde la obtención de un premio nobel hasta el trabajo tan trivial de pelar papas en una cocina.

LO MARAVILLOSO DE TENER ALMA DE NIÑO

Lo que le da alegría y color a ésta vida que vivimos y sufrimos debajo del sol, son esos bellos estados del alma, que surgen de la bóveda que guarda el tesoro de nuestra infancia y que como los genios bonachones de las fábulas, salen de su claustro en el precíso instante en que los necesitamos, para endulsar y sosegar los inevitables sinsabores, problemas y dificultades de la existencia humana.

Sin el condimento del buen ánimo, la alegría de vivir, la diversión, la ternura, la inocencia, el deleite en las cosas sencillas y el encanto de la credulidad, atributos todos del alma de niño, la vida humana no sería digna de ser llamada vida.

El alma de niño tiene además en nosotros los adultos otra función importantísima de socorro y protección, ya que es también el chaleco salvavidas espiritual con el que hemos sido dotados por Dios, para poder mantenernos a flote en esos mares de penas y aflicciones, que con frecuencia tenemos que atravesar en el transcurso de nuestra vida. Las cualidades como la alegría, credulidad, inocencia, sencillez, humildad, sinceridad y paz interior, son virtudes que caracterizan la forma de ser de los niños.

Por experiencia propia, sabemos que esas son sólo algunas de las grandes cualidades, que el ser humano posee en su caudal natural de facultades espirituales, pero que durante el avance de su desarrollo hacia su condición de adulto, van siendo gradualmente arrinconadas y sustituidas por otros estados del alma más insensibles, y debido también a las duras experiencias, prejuicios o suspicacias aprendidas, terminan siendo aplacadas.

Sin embargo, lo importante es recordar que esas nobles virtudes son innatas, que aún forman parte integrante de nuestro ser y que están, aunque algo adormecidas, siempre presentes en nosotros.

Para ilustrar ésta tematica algo abstracta, voy a recurrir al Análisis Transaccional, el cual es una teoría de la personalidad y de las relaciones humanas creada por  el Dr. Eric Berne (1910-1970), médico psiquiatra norteamericano, que ha logrado explicar de una forma genial y muy práctica el funcionamiento de la personalidad humana, ya que se basa en el análisis de los estados del yo, las relaciones sociales y los guiones de vida.

Berne afirma que todos los seres humanos manifestamos tres estados del Yo: Padre, Adulto y Niño; definidos como sistemas coherentes de pensamiento y sentimiento exteriorizados por los correspondientes patrones de conducta. Es importante saber que éstos tres estados del Yo no son simples papeles que se desempeñan sino realidades psicológicas de la persona.

El estado del Yo es producido por la reproducción de datos registrados de acontecimientos vividos en el pasado, y que se refieren a personas reales, tiempos reales, lugares reales, decisiones reales y sentimientos también reales. Las personas normalmente interactuan entre sí desde estas tres posiciones psicológicas distintas o estados del Yo. Se considera que la mayoría de las personas tienen la tendencia inconsciente de funcionar más desde una de estas  tres posiciones y mantienen códigos de lenguaje específicos en cada caso.

En este escrito me voy a referir exclusivamente al estado del yo Niño (alma de niño), que Berne definió como“una serie de sentimientos, actitudes y pautas de conducta que son reliquias de la propia infancia del individuo”. 

Como sabemos, cada uno de nosotros lleva dentro un niño. Ese niño que una vez fuimos. Y cómo todos hemos sido niños, es por lo tanto muy normal que algunas veces sintamos, pensemos, hablemos o actuemos como cuando éramos niños, tanto a solas como en nuestras relaciones con los otros.

La conducta del estado del Yo Niño está regida por nuestros sentimientos, deseos y nuestras necesidades biológicas y psicológicas básicas. Es muy importante que conozcamos nuestro estado del yo Niño, no sólo porque nos acompaña toda la vida, sino porque es la parte más valiosa de la personalidad, ya que allí se encuentran nuestros deseos y anhelos más profundos de amar y de ser amado, de sabernos seguros y comprendidos, nuestras motivaciones, la ilusión de vivir, la capacidad de disfrutar, el amor propio, etc.

El Niño natural es también la parte más genuina de nosotros mismos, la que ríe o llora cuando lo siente, que se pone triste o contento en consonancia con los acontecimientos, que dice las cosas tal como las siente, sin restricciones y tabúes, sin prejuicios, la que se asombra con cualquier cosa, que se rebela en las injusticias, que sueña, que cree e intuye todo lo invisible y lo incomprensible. Es además la fuente originaria de la energía vital que como motor vigoriza y moviliza a los estados del Yo Adulto y Yo Padre.

En su aspecto positivo, este estado del yo Niño se manifiesta de forma natural y espontánea, siente y vive las emociones auténticas de manera plena, gusta de disfrutar la alegría de vivir compartiendo con otras personas. Allí reside igualmente el potencial para la creatividad, bien sea artística o científica y para la originalidad. Y contiene además aspectos como la curiosidad, el deseo de aprender, la intuición y la sensibilidad.

En vista de que la gran mayoría de nosotros por simple vanidad, no está consciente ni de la importancia ni del potencial tan admirable que tiene nuestro Niño para la vida, y de que muchos sin darnos cuenta tendemos incluso a menospreciarlo o ignorarlo, es mi deseo revelarles de seguidas, algunas de las magníficas joyas que guarda el portentoso cofre de nuestra infancia en nuestra alma de niño. Y cuando hablo de joya, me refiero indudablemente a algo muy precioso que se usa como adorno.

Por eso, supongo que ustedes estarán de acuerdo conmigo en que el cariño, la ternura, la inocencia, la alegría de vivir, la paz interior, la dulzura, la humildad, la confianza, la espontaneidad y la sinceridad son sin lugar a dudas las joyas inmateriales que adornan a los niños.

AMOR FILIAL, CONFIANZA, Y HUMILDAD

Éste trio de cualidades son joyas excelentes, porque el tener fe en Dios no es más que un acto de confianza, de amor filial y de humildad de parte del ser humano hacia su Creador, quien al reconocer su dependencia y fragilidad natural, se siente objeto del amor misericordioso e incondicional de su Padre celestial.

Un corazón humilde y confiado nos hace volver a ser como niños, haciéndonos capaces de dar ese paso firme hacia delante en la fe y creer en Dios Todopoderoso, tal como una vez creímos y confiamos en nuestros padres cuando éramos pequeños. El amor de hijos o amor filial, es la disposición que lleva al alma a ponerse en las manos de Dios, asi como un niño se echa en el regazo de su madre, buscando seguridad y apoyo.

El orgullo y la vanidad humana que con el pasar de los años florecen y prosperan en el alma adulta, en primer lugar, nos hacen olvidar que una vez fuimos también niños cariñosos y alegres, y en segundo lugar, nos colocan sobre los ojos un velo, que no nos permite reconocer y apreciar esas cualidades del alma en los niños, que por momentos nos rodean o con quienes compartimos, como cualidades que podrían ser muy valiosas para nuestra propia vida y que por lo tanto merecerían ser imitadas.

Pero así, como es con los demás asuntos verdaderamente importantes de la vida del ser humano, ha sido justamente a través de una revelación divina, que Dios nos ha instruido por medio de Jesucristo y su santa Palabra, para que podamos librarnos del ofuscamiento de nuestra mente y quitarnos el velo que turba nuestra vista.

En la Biblia encontramos en el capítulo 18 del Evangelio de Mateo, el relato de la siguiente escena:

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?» Jesús llamó a un niñito, lo colocó en medio de los discípulos y declaró: «En verdad les digo: si no cambian y no llegan a ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos.” Mateo 18, 1-5

En su respuesta Jesucristo dijo claramente lo que tenemos que hacer y dónde tenemos que buscar.
Somos nosotros mismos los que tenemos que cambiar y no lo demás que está fuera de nosotros. Por lo tanto la búsqueda debe ser en el alma, en nuestra propia interioridad para poder llegar a ser como los niños.
El gran tesoro está dentro de nosotros.

El sufrimiento es la disciplina divina que Dios permite por amor, para la salvación eterna de nuestra alma.

Las desgracias, el sufrimiento y la aflicción tienen en la vida humana un lugar privilegiado, eso ha sido siempre una realidad constante en la historia de la humanidad,  y sigue siendo así, incluso hoy en día en nuestra época moderna, a pesar de todo el avance de la ciencia y de las innumerables comodidades que nos ofrecen los nuevos inventos tecnológicos y los bienes de consumo, con los que se trata de hacer la existencia menos penosa que en el pasado.

Para el místico alemán Maestro Eckhart (1260 – 1328), el deseo y la necesidad de Dios que siente el ser humano, caracterizan la condición de ser la única criatura, a la que Dios le donó su espíritu: nuestra alma.

LA PERSONA QUE SUFRE ES UNA PERSONA NECESITADA.
El sufrimiento nos convierte de forma instantánea en personas necesitadas. Y a mayor sufrimiento, mayor será la necesidad que nos apremie.

Es sumamente interesante como Eckhart explica la transformación que tiene lugar en el individuo cuando sufre. El sufrimiento genera en nosotros una serie de deseos insatisfechos que nos hacen conscientes de que nos falta algo, o dicho de otra manera, nos hace sentir la ausencia de Dios, que es lo que hace surgir en la persona el recuerdo de Dios. Según Eckhart, la condición natural del hombre es ser hijo de Dios, y cuando la persona se siente hijo de Dios, es cuando vive efectivamente conforme a su naturaleza. El convertirse en hijo de Dios es ante todo un proceso de transformación diario, para el cual Eckhart encuentra una representación metafórica muy hermosa. Él compara este proceso de transformación con la quema de la madera: «Cuando el fuego hace su efecto y enciende la madera y se prende, el fuego hace a la madera muy fina y delicada … y hace que la madera en sí, se asemeje más y más al fuego.”  

Cuando estamos sanos, cuando todo marcha adecuadamente y vivimos en un ámbito estable y próspero, esas son las condiciones que conocemos como: la normalidad. Parte de esa normalidad en el ser humano, la constituyen las pasiones innatas entre las que destacan principalmente: la vanidad y el orgullo.

El libro de Eclesiastés en el Viejo Testamento se inicia con estas palabras : « Vanidad de vanidades ! –dijo el Predicador-, vanidad de vanidades, todo es vanidad. » Más adelante en el texto, dice en versículo 14: « Miré todas las obras que se hacen debajo el sol y he visto que todo es vanidad y aflicción de espíritu. « 

La vanidad humana se podría comparar con un objeto vacío que contiene sólo aire, y que como un globo, se infla y se desinfla muy fácilmente. Se dice que la vanidad tiene alas doradas, por la facilidad con que se infla, sube a la cabeza y se apodera de nuestra mente. La vanidad y el orgullo poseen la particular capacidad de aturdir la conciencia, el intelecto y a la memoria de tal manera, que los embriaga reduciendo su claridad de percibir la realidad. El individuo no está ya consciente de su extrema fragilidad natural y se olvida de su gran vulnerabilidad a las desgracias, al dolor y al sufrimiento.

El individuo dominado por la vanidad y el orgullo cuando actúa, sabe muy bien lo que hace y lo que siente, pero no está muy consciente ni de las causas que lo motivan, ni tampoco de las consecuencias de sus acciones.

La vanidad tiene tanto poder de influencia en nuestra mente, que si se lo permitimos, nos puede hacer creer que somos indestructibles, que somos capaces de todo y por esfuerzo propio, que somos dueños de nuestra vida y de nuestro destino, y sobre todo, que somos libres e independientes y que no necesitamos a Dios.

Poseemos la fabulosa facultad de negar la frágil realidad que somos y la de crear en su lugar, por obra de nuestra mente, una realidad de indestructibilidad imaginaria que nos agrade más, siendo capaces de percibir esa ilusión, como si fuera la realidad en la que actuamos. Nos encanta soñar con los ojos abiertos, mientras las circunstancias de la vida sean favorables y nos sintamos a gusto. Sin embargo, sólo hasta que la siguiente tormenta del destino nos golpee y nos despierte.

Cuando caemos en desgracia por una contrariedad inesperada: un peligroso accidente, una grave enfermedad, una desilusión amorosa, un fracaso estrepitoso, la desocupación, la ruina, etc; nuestra vanidad cae también en picada y nos desinflamos. El sufrimiento y la aflicción que entran entonces en escena en nuestra vida, se encargan con esmero de que toquemos fondo más temprano que tarde, de que nos percatemos nuevamente de lo frágil que somos, y de que reingresemos a nuestra realidad verdadera.

Poco tiempo después, nos damos cuenta de que ante Dios no somos nada, y de cómo, en última instancia, dependemos de Dios para estar vivos y sanos. De cómo dependemos de Dios, para que nuestro corazón siga palpitando, o para que nuestro metabolismo bioquímico genere la inmensidad de procesos, hormonas y enzimas indispensables para poder estar sanos y funcionar bien.

Aún cuando en la sociedad moderna, en las universidades y en el mundo laboral más bien se fomenta el orgullo, la vanidad y una actitud de vida sin tomar en cuenta a Dios,  Él por su parte, en su misericordia y amor hacia su criatura, continuará haciéndonos sentir su divina disciplina cada vez que la necesitemos, para mantener a la vanidad en su mínimo y recordarnos nuestra condición de dependencia como hijos suyos que somos en Cristo, nuestro Redentor.

Los salmos son un maravilloso ejemplo de la manifestación de la clara conciencia que el rey David tuvo de sí mismo, de sus virtudes y defectos personales, de su condición de ser criatura de Dios y en consecuencia,  de estar muy consciente de su dependencia filial hacia Dios, así como un niño pequeño depende de su madre y de su padre.

En su estrecha relación personal con Dios, es David también un modelo universal de fe, humildad y sencillez, ya que a pesar de haber sido coronado Rey de Judá, demostró poseer caracter y dominio de sí, al no permitir que la vanidad y el orgullo le enfriaran su ardiente celo y el temor de Dios, cuando durante su reinado dispuso de poderes, lujos y riquezas.

En esta vida todo ser humano padece sufrimientos y penas que no se pueden evitar. Ese es uno de los misterios inescrutables de la vida humana.

Debido a que el sufrimiento forma parte integrante de la vida, es en consecuencia universal e inevitable.

El gran desafío para nosotros consiste entonces, en la forma de asumir el sufrimiento y de padecerlo, para que con la ayuda y el consuelo de Dios logremos transformarnos en la aflicción  y aprendamos a coexistir con élla.

A continuación transcribo una pequeña porción de una de las obras más conocidas del Maestro Eckhart titulada “El libro del consuelo divino”:

Según la verdad natural, Dios es la fuente única y el manatial único de todo bien, de la verdad esencial y del consuelo, mientras que todo lo que no es Dios, no es en si mismo más que natural amargura, desconsuelo y sufrimiento, y nada añade a la bondad que es de Dios, sino que menoscaba, tapa y oculta la dulzura, el deleite y el consuelo que da Dios.

Si lo que me hace sufrir es un perjuicio por cosas materiales, eso es un signo inequívoco de que de verdad me gustan las cosas materiales y que de verdad me gusta el sufrimiento y el desconsuelo y los busco. ¿Que tiene entonces de extraño que sufra y esté triste?  En realidad, a Dios y al mundo entero les resulta del todo imposible hacer que el hombre encuentre el consuelo verdadero en las personas. Pero, si lo que uno ama en la persona es sólo Dios y ama a la persona sólo en Dios, por todas partes encontrará consuelo verdadero, justo y equitativo.

El apostol Pablo en su segunda carta a los Corintios dice sobre el consuelo de Dios lo siguiente:

« Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. » 2. Corintios 3-5

«Dejar la tierra de los moribundos, para despertar en el reino de los vivos eternos.» El destino eterno del alma humana.

Ésta es una de las diversas expresiones que el predicador inglés Charles H. Spurgeon utilizó para describir lo que la muerte significaba para él como cristiano creyente.

Me imagino que cada persona a su manera y en algún momento de su vida ha pensado en la muerte y que se ha hecho su propia concepción de la muerte. Como también debe haber gente, que el pensamiento acerca de la muerte nunca les ha pasado por la mente, o ven la muerte como algo tan lejano como si jamás hubiese de llegar.

Todos sabemos muy bien que vamos a morir algun dia, pero supongo que es por nuestro instinto natural de supervivencia, que suprimimos los pensamientos acerca de nuestra muerte.

Sin embargo, creo que con la edad entramos en una etapa de nuestras vidas en el que uno reflexiona más a menudo sobre su propia existencia, y afloran entonces los temas de la muerte y de nuestro destino más allá. Éste es el momento preciso e indicado, para traer a nuestra memoria la maravillosa esperanza de la vida eterna, a la cual estamos llamados todos aquellos que creen en el señor Jesucristo, y que esa realidad de la vida eterna la podemos comenzar a vivir desde ahora, en la medida en que tengamos puesta la mirada en esa meta eterna.  

Como yo me encuentro en esa fase de la vida, quisiera compartir algunas reflexiones y pensamientos muy inspiradores, esperando que les puedan servir de inspiración igualmente a ustedes.

Desde el mismo instante de nuestra concepción, los seres humanos recibimos de Dios el alma inmortal como constituyente de nuestra existencia, que se manifiesta en esa fuerza substancial y el propósito natural de vivir que todos poseemos, a la que los antiguos sabios llamaron el ánimo o aliento de vida.

Nuestro ser está formado entonces de dos dimensiones: el cuerpo (dimensión física) y el alma (dimensión espiritual).

Pero no debemos olvidar que desde el momento en que nacemos, por estar sujetos a la muerte física, empezamos tambien a morir, al activarse algo así como la cuenta regresiva de nuestro tiempo de vida en este mundo.

En su obra “Sueño del infierno” el escritor español Francisco de Quevedo (1580-1645) escribe “ …ningún hombre muere de repente, y de descuidado y de divertido sí. Cómo puede morir de repente, quien desde que nace ve que va corriendo por la vida y lleva consigo la muerte? ….. No os habeis de llamar, no, gente que murió de repente, sino gente que murió incrédula, de que podía morir así.”

Puesto que nuestro cuerpo dentro de poco tiempo va a ser incorporado en el suelo, para servir, en el mejor de los casos, de abono orgánico, y que tenemos un alma inmortal, lo mejor que podemos hacer es pensar bien dónde va a pasar la eternidad esa alma nuestra.

El tiempo es corto y la eternidad larga, es razonable que vivamos esta breve vida a la luz de la eternidad.

Nuestra alma vive en un cuerpo muy frágil y susceptible a enfermedades o accidentes, que pueden en cualquier momento perjudicar sus funciones vitales, pudiéndonos convertir en un instante en enfermos, o dicho de otra manera: en moribundos curables. Después de transcurrido los años y de haber consumido nuestro tiempo de vida, ya una vez viejos, nos convertiremos en moribundos incurables, para algún día, por causa de muerte, tener que dejar ésta tierra para despertarnos en el reino de los vivos.

Sí, esa es la buena nueva (el evangelio) que Jesucristo, nos trajo y predicó para toda la humanidad. Una nueva tan buena que nada lo puede igualar, la bendita nueva de que Dios descendió al hombre para que el hombre al morir pueda ascender al reino de Dios.

Por eso es que el cristiano que cree firmemente en su Redentor Jesucristo quien resucitó y vive para siempre, concibe la muerte como un amanecer, como el momento en que empieza a cumplirse esa gloriosa esperanza viva, basada en las promesas de vida eterna que fueron pronunciadas por el mismo Hijo de Dios:

Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados.”  Marcos 12,27

«En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. » Juan 14, 2-3

Por lo tanto, para los cristianos creyentes la muerte no es el ocaso, ni mucho menos el final, sino el comienzo de la verdadera vida, la vida eterna.

San Agustín llamaba gran pensamiento al pensamiento de la eternidad. A la luz de este gran pensamiento, los santos miraban los tesoros y grandezas de la tierra como si fueran paja, fango, humo, basura.

Este pensamiento ha comunicado valor indomable y fortaleza a innumerables mártires para soportar con gran firmeza los sacrificios a que fueron expuestos.

En su escrito “Idea de la muerte” el filósofo tomista Manuel García Morente (1886-1942) dice: el hombre que en la muerte vea el comienzo de la vida eterna, de la verdadera vida, tendrá que considerar esta vida humana terrestre -la vida biológica que la muerte suprime- como un mero tránsito o paso o preparación efímera para la otra vida decisiva y eterna.

Dichosa el alma que vive siempre con la mira puesta en la Eternidad, dice San Pablo, vive de la fe, de esa fe que conserva a los justos en la gracia y amistad de Dios; de esa fe que infunde la vida en las almas, desprendiéndolas de los afectos terrenos y poniéndoles siempre a la vista los bienes eternos que Dios tiene preparados para los que le aman.

El tránsito de la vida terrenal a la existencia eterna del ser humano, lo explica Dante Alighieri en uno de los versos de Canto del purgatorio en su obra “la divina comedia” con la siguiente alegoría: ¿No os dais cuenta de que somos gusanos nacidos para formar la angélica mariposa que dirige su vuelo sin impedimento hacia la Justicia de Dios?   

Deseo terminar con una preciosa reflexión de Charles H. Spurgeon, autor de la frase que hace de título de ésta reflexión, quien tenía un talento extraordinario para imaginar y describir escenas muy ilustrativas de lo que podría ser la vida celestial, las cuales nos pueden ayudar a figurarnos la vida eterna que nos espera después de morir.

«Las cosas que no se ven..» 2. Corintios 4:18

Es bueno que la mayor parte del tiempo de nuestra peregrinación, estemos mirando hacia adelante. Más allá está la corona, más allá, la gloria. El futuro debe ser, al fin y al cabo, el gran objeto de la fe, pues él nos trae esperanza, nos comunica gozo, nos consuela e inspira nuestro amor. Al mirar hacia el futuro, vemos eliminado el mal, vemos deshecho el cuerpo del pecado y de la muerte y al alma gozando de perfección y puesta en condiciones de participar de la herencia de los santos en luz. Mirando aún más allá, el iluminado ojo del creyente puede ver cruzado el río de la muerte, vadeado el sombrío arroyo, y alcanzadas las montañas de luz donde está la ciudad celestial. El creyente se ve a sí mismo entrando por las puertas de perla, aclamado como más que vencedor, coronado por las manos de Cristo, abrazado por Jesús y sentado con Él en su trono, así como Él ha vencido y se ha sentado con su Padre en su trono. La meditación en este futuro puede disipar la noche del pasado y la niebla del presente. Las alegrías del cielo compensarán las tristezas de la tierra. ¡Afuera mis temores! La vida en este mundo es corta; pronto la acabaré. ¡Afuera mis dudas! La muerte es sólo un pequeño arroyo; pronto lo cruzaré. ¡Cuán corto es el tiempo! ¡Cuán larga la eternidad! ¡Cuán breve es la muerte, cuán infinita es la inmortalidad! Me parece estar ahora mismo comiendo de los racimos de Escol y bebiendo del manantial que está del otro lado de la puerta. ¡El viaje es tan corto…! ¡Pronto estaré allí!

INTRODUCCIÓN A LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA PARA NIÑOS

Guía concebida para las madres y las maestras de escuela dominical para niños, con el fin de enseñar los conceptos básicos de la espiritualidad cristiana, con un lenguaje simple y comprensible.

DIOS ESTÁ EN TODAS PARTES, PERO CONTIGO ESTÁ SIEMPRE

1.- ¿Quién es Dios?

Dios es un ser espiritual e invisible, Todopoderoso y creador de nosotros, de la tierra donde vivimos y del universo.

DIOS SE PERCIBE Y SE NOTA EN TODO LO QUE VEMOS EN LA NATURALEZA

Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Salmo 100, 3

Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y Divinidad, son claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas; así que no tienen excusa. Romanos 1, 20

Dios es el Creador de todo lo que hay y vemos aquí en la tierra donde vivimos, y también del universo que está arriba, más allá de las nubes, donde se encuentran las estrellas, el sol, los planetas y cuerpos celestes.
Él hizo a los seres humanos, los animales, los árboles y las plantas, el aire que respiras, el agua que bebemos y el agua de los mares y rios, los vegetales, las frutas y la flores, las aves y pájaros que vuelan, los peces, es decir:TODO lo que hay en este mundo!

En la naturaleza es todo perfecto, no falta nada ni sobra nada, todas las creaturas (los animales y los árboles) y todos los elementos naturales (la luz del sol, el agua, los vientos, las lluvias, el día y la noche) están en equilibrio perfecto.

Dios es invisible porque él es espiritual, y por esa razón, puede estar en todas partes al mismo tiempo. Dios gobierna y dirige, como un director de orquesta, todo lo que sucede en el mundo y en el universo.

EL VIENTO COMO IMAGEN DE DIOS (El soplo divino, como imagen para representar a Dios a los niños)

El aire es invisible, pero se hace visible y se siente cuando sopla el viento en el cuerpo o cuando hace mover las hojas y las ramas de los árboles. El viento también causa y hace mover las olas del mar.

El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Juan 3, 8

Ciertamente espíritu hay en el hombre, Y el soplo del Omnipotente le hace que entienda. Job 32, 8

EL ALIENTO DE VIDA O VIGOR DEL ÁNIMO COMO IMAGEN DEL ESPÍRITU O ALMA HUMANA

Formó, pues, El SEÑOR Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente. Génesis 2, 7

Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Juan 20, 22

Dios observa TODO lo que hacemos y en especial lo que pensamos y sentimos en nuestra alma invisible, que está escondida dentro de nuestro cuerpo.

2.- El alma o espíritu humano que está dentro de nuestro cuerpo

EL HOMBRE EXTERIOR COMO IMAGEN DEL CUERPO VISIBLE Y EL HOMBRE INTERIOR COMO IMAGEN DEL ALMA INVISIBLE

Por tanto, no desmayamos: antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se renueva de día en día. 2. Corintios 4, 16

Los humanos somos seres compuestos, que estamos hechos de un cuerpo de carne que podemos ver y tocar, y un alma espiritual que no podemos ver, pero sí podemos sentir.

El alma espiritual es inmortal y fue creada por Dios para vivir eternamente.

El alma gobierna y dirige, por medio de los pensamientos, la voluntad y sentimientos, las acciones del cuerpo.

¿DE QUÉ ESTAMOS COMPUESTOS LOS SERES HUMANOS?

  • Los humanos estamos compuestos de un cuerpo de carne y de un alma o espíritu
  • El cuerpo es como el de los animales y posee varios instintos naturales 
  • El alma que nos fue dada por Dios es de naturaleza espiritual, y por lo tanto, es completamente diferente a la naturaleza del cuerpo.
  • En el alma están nuestras facultades espirituales, como: el intelecto, la conciencia, la voluntad, el amor, la fe, la esperanza, el perdón, la bondad, la misericordia, arrepentimiento, orgullo, vanidad, benignidad, templanza, reconciliación, etc.
  • El alma le da vida al cuerpo, gobierna y dirige todo lo que hace nuestro cuerpo de carne, así como la flauta de madera que suena, únicamente cuando soplamos aire dentro de ella.

Los humanos por estar constituidos de un cuerpo y un alma espiritual, tenemos dos tipos diferentes de necesidades:

  • El cuerpo de carne por sus instintos naturales, busca satisfacer sus necesidades biológicas: respirar, beber, comer, dormir, reproducirse (hacer el sexo), caminar, abrigo, seguridad, techo, trabajo, salud,  etc.
  • Las necesidades espirituales del alma son: amar a las personas y ser amado, amar a Dios, confiar en Él y esperar la vida eterna en el Reino de los Cielos, dónde viviremos después de la muerte junto con el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, quien vino al mundo y se hizo hombre, para traernos la BUENA NUEVA  El Evangelio, de su promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos y traernos el perdón de nuestros pecados y la expiación de nuestras culpas mediante su sacrificio en la Cruz del Calvario.

LA VOZ DEL ALMA

El alma que vive dentro de nuestro cuerpo, nos habla y nos da consejos muy importantes para la vida. A esa parte del alma se le llama: la conciencia.
La conciencia nos guía siempre y nos enseña lo que está bien y está mal. Cuando hacemos o decimos algo que no está bien, nos hace sentir culpa y arrepentidos, para que no lo volvamos hacer.

Nuestra alma es nuestro mejor amigo y siempre nos acompaña de día y de noche.
Por eso podemos conversar en silencio con ella, en cualquier momento que lo deseemos.

DIOS ES AMOR

Dios es el autor y creador del amor

El amor es la capacidad espiritual más importante y excelente de las personas, porque te llena de auténtica felicidad y le da sentido y propósito a tu vida.

Si haces todo por amor, serás una persona feliz y satisfecha de la vida.

“Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”. San Agustín de Hipona

EL AMOR VERDADERO ES ESPIRITUAL

El amor verdadero es de naturaleza espiritual por ser un don divino que proviene de Dios. El alma es la maravillosa fuente de donde surge el amor espiritual entre los seres humanos, el cual expresamos con el cuerpo por medio de actos y de palabras.

El amor es el don espiritual más importante y maravilloso con que Dios ha dotado al ser humano, por ser la facultad por excelencia que como energía adhesiva universal permite en toda la humanidad, que hombres, mujeres y niños seamos capaces de convivir en comunidades y de establecer relaciones personales permanentes en armonía.

El amor es una virtud espiritual del alma, que nos inspira, nos eleva, nos llena de bellos pensamientos y sentimientos, nos hace capaces de amar y unirnos con potentes lazos invisibles. Como fuerza espiritual que es, el amor nos impulsa a expresarlo exteriormente con ciertos gestos y comportamientos en nuestras relaciones amorosas.

Por ser el amor una fuerza mayor que está fuera del control de la persona, ha estado rodeado de un indescifrable misterio a lo largo de la historia de la humanidad, permaneciendo así hasta la actualidad, como un fenómeno incomprensible para la razón humana y la ciencia.

Nadie ha visto al amor ni nadie lo podrá ver jamás, porque el amor es invisible como los espíritus.

De nuestras cualidades espirituales, el amor es la más excelente y la más importante para poder vivir una vida plena y feliz. De allí deriva la gran relevancia que posee el amor para todo ser humano, desde su nacimiento hasta su muerte física y más allá.

LOS LAZOS ESPIRITUALES DE AMOR VERDADERO SON INVISIBLES Y ETERNOS.

Los lazos invisibles de cariño y amistad que nos unen y nos mantienen ligados a nuestros seres queridos, los sentimos claramente en el alma, pero no los podemos ver. Esa capacidad del alma humana se conoce como intuición. Intuir es percibir íntimamente una verdad espiritual, como si se la estuviera viendo. Y eso es exactamente, lo que sucede con los lazos de amor.

Para nosotros como creyentes cristianos, es de suma importancia creer que el Dios eterno nos ha creado con un alma inmortal, con la clara intención de seguir amándonos después de la muerte inevitable de nuestro cuerpo. El Dios eterno y todopoderoso no es un Dios de cuerpos muertos, sino un Dios de almas vivas y eternas en el Reino de los Cielos.

El Señor se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto te soporté con misericordia.” Jeremías 31, 3

Al ser eterno Dios, su amor hacia nosotros es igualmente eterno, porque Él nos creó con un alma inmortal, la cual después de la muerte, seguirá viviendo eternamente. Si no tuviéramos dentro del cuerpo un alma inmortal, creada y destinada por Dios a vivir eternamente, no seríamos capaces de sentir el anhelo por un amor eterno, por un amor que dure para siempre. Es en el fondo de nuestra alma inmortal, donde nace ese amor eterno que podemos llegar a sentir por alguien y que deseamos que no termine nunca.

3.- El Espíritu Santo y su obra sobre las personas.

Nosotros podemos hablar directamente con Dios, cuando oramos en espíritu y en verdad. No hace falta en realidad ningún intermediario humano entre Jesucristo y nosotros, ya que para esa función y muchas más, Jesús envió al Espíritu Santo o “El Consolador” a este mundo terrenal, como una especie de compensación por Su ausencia física, para realizar las funciones que Él hubiera hecho, si hubiera permanecido entre nosotros.

El Espíritu de Dios entra en nuestra alma sin darnos cuenta, para guiarnos  y enseñarnos lo que más necesitamos y más nos conviene en nuestra vida diaria.

Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Juan 16, 13-14

Entre esas funciones está la de revelar la verdad de Dios. La presencia del Espíritu dentro de nosotros, nos permite comprender mejor la Palabra de Dios. Él es el guía fundamental, que va al lado de nosotros, mostrando el camino, abriendo el entendimiento y conduciendo nuestra vida espiritual. Él nos revela las realidades espirituales más importantes: la existencia de Dios, de nuestra alma y del Reino de los Cielos. Sin tal guía, estaríamos expuestos a dejarnos extraviar del camino que nos señaló el Senor Jesucristo. Una parte decisiva de la Verdad que Él revela, es lo que el mismo Jesús afirmo ser: Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mi.(Juan 14, 6)

De todos los dones dados por Dios a la humanidad, no hay uno más grande que la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu tiene muchas funciones y actividades. Primero, Él obra en el alma de todos nosotros, de manera directa e imperceptible. Jesús le dijo a Sus discípulos que Él enviaría al Espíritu de Dios al mundo para “convencer al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio” (Juan 16, 8).

Otra función importante del Espiritu Santo es la de conceder los dones espirituales, que describe el apóstol Pablo en 1. Corintios 12, otorgados a los creyentes, para que podamos funcionar como el cuerpo de Cristo en el mundo.

El Espíritu Santo al obrar sobre los creyentes también produce frutos espirituales en nuestras vidas, como son: amor verdadero, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estas no son las obras de la carne, la cual es incapaz de producir tales frutos espirituales, sino que es el producto de la presencia del Espíritu de Dios en nuestras almas.

El conocimiento de que el Espíritu Santo obra en nuestras vidas, de que Él ejerce todas estas funciones divinas, de que Él mora con nosotros para siempre y que nunca nos desamparará, es causa de gran gozo y consuelo para cualquier creyente cristiano.

4.- ¿Qué es espiritualidad?

Según el diccionario de la Lengua española, espiritualidad es naturaleza y condición de ser espiritual. Los seres humanos por poseer un espíritu o alma insuflado por Dios en la creación, somos en consecuencia de naturaleza espiritual. Pero como nuestra alma no se puede ver, porque se encuentra escondida dentro del cuerpo, no se habla ni se ha escrito mucho sobre ella. Por esa razón se puede afirmar con propiedad, que el alma ha permanecido entre la gran mayoría de la gente como la Ilustre Desconocida.

Para lograr vivir una vida con plenitud y en conformidad con nuestra condición de seres espirituales, tenemos primero que creer que nuestra alma existe, y luego, conocerla bien y constatar su origen divino.

¿QUÉ ES ESPIRITUALIDAD CRISTIANA?

La espiritualidad cristiana es el resultado de la Obra del Espíritu Santo sobre el creyente, como fuerza impulsora de su vida para seguir las enseñanzas de Cristo Jesús. San Pablo en su primera carta a los Corintios menciona el fundamento de la espiritualidad cristiana:

» Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios no ha dado. Nosotros no hablamos de estas cosas con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino con el lenguaje que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, expresándo en términos espirituales las realidades del Espíritu
1. Cor. 2, 12-13

Resumiendo, espiritualidad cristiana consiste en vivir bajo la acción y conducción del Espíritu Santo.

El supremo propósito de nuestra alma y su razón de ser es conducirnos a Dios en esta vida terrenal, y después de la muerte al Reino de los Cielos, según la gloriosa promesa de nuestro Señor Jesucristo.

Es increíble pero cierto: vivimos de espaldas a nuestra propia alma. El amor con que uno se ama a sí mismo es el amor de Dios.

Si no quieres que me muera, ¡Ay, ámame!” Así dice la estrofa de una canción romántica del compositor cubano Miguel Matamoros, donde le ruega con hambre de amor, el enamorado a su amada. Sin embargo, dándole rienda suelta a la imaginación y pensando en las tristezas de nuestra propia interioridad, podría también ser el ruego silencioso de un alma sedienta de amor, atención y reconocimento, que le hace al ser humano que la lleva dentro sí, quién por estar tan ocupado con los estímulos del mundo exterior, se haya estando olvidando de ella.

Aunque parece increíble que seamos capaces de olvidarnos de nosotros mismos, los estudiosos del alma y la mente humana han comprobado esa falta de conciencia de si mismo y de amor propio en los países occidentales. Y tambien lo confirmo yo por mi propia experiencia, puesto que durante mis primeros 60 años de vida, estuve dándole la espalda a mi alma, por la sencilla razón, que mis padres no me dijeron que poseemos un alma inmortal creada por Dios, así como tampoco me lo enseñaron en los colegios religiosos, donde recibí lecciones de catecismo. Si ese fue mi caso personal, qué se puede esperar de todas las personas que tuvieron una educación laica en escuelas públicas?

Debido a esa incomprensible omisión, he comenzado ha redactar una introducción a la espiritualidad cristiana para niños, para darles a conocer ese imprescindible fundamento de la fe cristiana.

Estamos tan pendientes de lo que sucede fuera de nosotros, y ponemos tanta atención a las cosas o personas que nos rodean, que descuidamos nuestro propio yo.

Vivir de espaldas a su propio ser y a su propia conciencia, es tan frecuente en el ser humano, que ya San Agustín, uno de los sabios más lúcidos y preclaros que ha existido, escribía hace más de 1500 años sobre el tema de nuestra interioridad lo siguiente:

No hay que tener miedo a entrar en el interior, lo problemático será no entrar porque nos convertimos en huéspedes en la propia casa, viviendo como desterrados en la patria; entrar en el interior es intentar reintegrarse desde dentro, porque es ahí donde se vive y se tienen los grandes ideales: «¿Por qué miras alrededor de ti y no vuelves los ojos adentro de ti? Mírate bien por dentro, no salgas fuera de ti mismo.

Recapacita; sé juez para ti en tu corazón. Procura que en lo secreto de tu aposento, en el fondo más íntimo de tu corazón, donde estás tú solo y Aquel que también ve, te desagrade allí la iniquidad para que agrades a Dios.”

En su obra Confesiones, San Agustín en medio de su fervorosa búsqueda de Dios, le confesaba su situación interior con ésta insólita expresión: “Tú estabas dentro de mí y yo fuera”

Pasamos tan poco tiempo con nosotros mismos en soledad, que algunos hemos aprendido a sentirnos como extraños en nuestro propio interior.

El conocernos a nosotros mismos nos resulta demasiado obvio, a pesar de que no tenemos la más mínima idea de quién somos y no sabemos con seguridad lo que desea nuestro propio corazón.

Nos hemos acostumbrado a responder automáticamente a los golpes del destino, sin preguntarnos sinceramente qué propósito tenemos en la vida, y qué es lo más importante para nosotros, interrogantes estas que nos llevarían necesariamente a sumergirnos en las profundas aguas de nuestro mundo interior, pero como no estamos interesados en ello, preferimos nadar en la superficie del mar de la vida, quedarnos en lo superfluo e intrascendente, donde sus permanentes olas y vaivenes nos hacen perder el rumbo, y nos van dirigiendo, sin darnos cuenta, a donde no queremos.

De allí que nos contentamos con conocer y saber más de lo demás, que de nosotros mismos.

Es necesario estar y vivir en armonía con tu propia conciencia, con tu ser íntimo, es decir, estar centrado en si mismo. Para lograrlo disponemos de la facultad de meditar, como cuando rezamos fervorosamente, para salir mentalmente del mundo que nos rodea y entrar en el fondo de nuestra interioridad, en la cámara secreta de nuestra alma.

San Agustín, el gran erudito del amor, nos aconseja en una forma sencilla y magistral sobre qué deberíamos de preferir, en el momento de elegir lo que para nosotros es digno de amar:

„Es verdad que también en esta vida la virtud no es otra cosa que amar aquello que se debe amar. Elegirlo es prudencia; no separarse de ello a pesar de las molestias es fortaleza; a pesar de los incentivos es templanza; a pesar de la soberbia es justicia. ¿Y qué hemos de elegir para amarlo con predilección, sino lo mejor que hallemos? Eso es Dios. Si en nuestro amor le anteponemos algo o lo igualamos con él, no sabemos amarnos a nosotros mismos, porque tanto mejor nos ha de ir cuanto más nos acerquemos a aquel que es el mejor de todos. Y vamos hacia él no con los pies, sino con el amor.”

Y son los buenos y malos amores los que hacen buenas o malas las costumbres”.

San Agustin comentando el mandamiento Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-40), èl dice:

Así Dios nos dio a entender que el amor con que uno se ama a sí mismo es el amor de Dios. Hay que decir que se odia quien se ama de otra manera, pues se hace inicuo cuando se priva de la luz de la justicia, y se aparta del bien superior y mejor cuando se vuelve hacia los bienes míseros e inferiores, aunque sea hacia sí mismo. Entonces se realiza en él lo que fue escrito con verdad: “Quien ama la iniquidad odia su propia alma”.

Nadie, pues, se ama a sí mismo sino amando a Dios; por eso no era menester, al dar el precepto de amar a Dios, mandar al hombre que se amase a sí mismo, pues con amar a Dios se ama a sí mismo.

Como complemento de lo escrito sobre la obra de San Agustin, deseo agregar algunas frases del místico español Juan de la Cruz:, relacionadas con el alma en su poema Cántico Espiritual:

  • ¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma?
  • El alma, hecha a imagen y semejanza de Dios, es la mejor huella que Dios dejó de sí en la creación.
  • Esta introspección o conocimiento de sí, es lo primero que tiene que hacer el alma para ir al conocimiento de Dios.
  • El alma no puede amarse ni amar a Dios sin conocerse a sí misma, sin constatar su origen divino.

Nuestra mesa está bien puesta y tiene opulencia de deliciosas comidas y abundantes manjares; y sin embargo, nuestras almas están hambrientas y sedientas de amor.

Es bueno y justo, estar atento al llamado de la voz interior del alma.

Entonces vinieron los discípulos, y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra? Dejadlos: son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo. Mateo 15, 12 y 14

Para iniciar esta reflexión, les hago la siguiente pregunta: Tú, que puedes ver, ¿te dejarías guiar por un ciego? Seguro que no, verdad?
En esta escena, por supuesto Jesús habla en sentido figurado, al referirse como ciegos a los fariseos, porque tenían su entendimiento completamente ofuscado, es decir, eran ciegos espirituales. Con esta misma expresión se pueden designar a los ateos de forma adecuada.

El gremio de los científicos es considerado en estos tiempos modernos por los gobiernos y por la sociedad, como la nueva casta de “sacerdotes y consejeros”, que existió en la antigüedad, quienes cumplían la función de asesores y orientadores de los reyes y emperadores. Sin embargo, en esos tiempos eran todos efectivamente sacerdotes y eruditos de la Iglesia católica o de la Iglesia ortodoxa en Europa. Mientras que en la actualidad, la gran mayoría de los científicos son ateos, y por esa razón no aceptan que el universo fue creado por Dios, ni tampoco reconocen la existencia del alma humana.

Los astrofísicos y astrónomos modernos afirman que han resuelto el misterio del origen del universo, por medio de la teoría de la explosión cósmica o como la han llamado los mismos autores: “la teoría del Big Bang”.
En un artículo la revista National Geographic en español del 15/12/2022 lo describen así: “Según la teoría del Big Bang, hace unos 13.800 millones de años, el universo, concentrado en un ínfimo y a su vez infinitamente pequeño punto que albergaba toda la materia, explotó para después enfriarse a medida que se expandía”.

Al leer esta breve explicación de la teoría, cualquier persona que examine en detalle su contenido, puede percatarse de que es absurda y una vana ilusión, eso es simple palabrería que no dice nada. A mí me parece incluso una mediocre explicación infantil de un grupo de científicos, quienes intentan inútilmente revelar un misterio divino, el cual ninguna mente humana será capaz de descubrir jamás.

Para comenzar es conveniente recordar algo muy elemental y lógico: ningún objeto o cosa, vegetal, animal y ni mucho menos un ser humano con su alma, se pueden hacer así mismos, alguien tiene que haberlos creado. TODO en el universo, nuestro maravilloso y único planeta, la humanidad y la naturaleza, han sido creados por Dios. De eso no tengo la más mínima duda, y por eso afirmo, que esa teoría es simplemente una gran mentira y un vergonzoso disparate, consecuencia de algún momento de locura e irracionalidad de un grupo científicos, movidos solamente por su delírio de grandeza.

Esa ambición científica es muy antigua y ninguna de las grandes civilizaciones que existieron, quienes seguramente también intentaron revelar ese misterio, todas fracasaron. En la historia de la humanidad, la vanidad y el delirio de grandeza humanas siempre han conducido a algunos hombres a creerse que son unos semidioses.

Erasmo de Rotterdam, erudito y teólogo holandés que vivió en el siglo 16, escribió el libro titulado “El elogio a la locura”, una obra satírica e ingeniosa, cuyo objetivo fue criticar a la sociedad de la época, sin hacer excepciones en cuanto a clase social y en el que describe la necedad natural de los seres humanos en general, de una manera verdaderamente genial. A continuación leerán un extracto del capítulo 52 dedicado a los filósofos:

Después de estos vienen los filósofos, cuya barba y capa los hace venerables, los cuales se tienen por los únicos sabios y al resto de los mortales consideran sombras errantes. Con qué manso delirio construyen infinitos mundos, se entretienen en medir como a pulgadas y con un hilo al sol, la luna, las estrellas y los planetas; explican las causas del rayo, del viento, de los eclipses y de todos los demás fenómenos inexplicables, sin ninguna vacilación, como si fuesen secretarios del artífice del mundo y hubiesen acabado de llegar del consejo de los dioses. En tanto, la naturaleza se ríe en grande de ellos y de sus conjeturas, pues nada absolutamente saben con certeza, y buena prueba de ello son las disputas inenarrables que sostienen acerca de cada uno de los asuntos. Aunque nada sepan, creen saberlo todo y no se conocen a sí mismos, ni ven el hoyo abierto a sus pies, ni la roca evidente, sea a las veces porque son cegatos y otras porque tienen pájaros en la cabeza.

LAS HUELLAS DE DIOS EN LA CREACIÓN DEL MUNDO

En la carta del apóstol Pablo a los romanos dice lo siguiente:

Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y Divinidad, son claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas; así que no tienen excusa. Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes se envanecieron en sus discursos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios. Romanos 1, 20-22

La naturaleza creada por Dios en este mundo y de la que nosotros formamos parte, además de ser tan maravillosa, todos sus innumerables componentes se mantienen en una armonía tan asombrosa y en un equilibrio tan perfecto, que al observarla y contemplarla con interés, nos muestra claramente las huellas dejadas por Dios para la convicción de su amada Humanidad.

He seleccionado este tema controvertido, pero muy importante, para insistir en que como creyentes cristianos, no nos dejemos influenciar por la persistente propagación de mentiras y falsedades por parte de los medios de comunicación, al ellos sembrar dudas e incertidumbre sobre las Sagradas Escrituras.

La única verdad es la de Dios, creador Todopoderoso del universo, así como también autor y dueño absoluto de la verdad.

Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Lucas 23, 42-43

Estos versículos narran el breve diálogo que tuvo Jesucristo, con el malhechor crucificado que estaba a su lado, antes de morir en la cruz. Este testimonio del Evangelio de San Lucas, es una clara evidencia que nos permite comprender mejor, la divina obra de la Gracia y la Misericordia de Dios en la salvación eterna del alma de un pecador, debido al grandioso mérito que obtuvo Cristo Jesús al sacrificarse voluntariamente por amor a la humanidad, para lograr expiar y  perdonar nuestros pecados.

Expiar significa borrar las culpas por medio de un sacrificio. Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre y llevó nuestros pecados en su propio cuerpo hasta su muerte en la cruz del Calvario. Hemos visto el castigo que se le impuso para que nosotros también podamos ser perdonados, tener paz y estar reconciliados con Él. Debido a que Jesucristo, verdaderamente santo y puro en su vida libre de pecado alguno, se encargó de cumplir la ley divina recibiendo el castigo que merecíamos, y precísamente por su sacrificio es que Dios puede perdonar nuestros pecados. Eso es lo que se conoce en el nuevo Testamento, como las doctrinas de la gracia y de la reconciliación.

En relación con estas doctrinas fundamentales de la fe cristiana, el predicador inglés Charles H. Spurgeon en su autobiografía hace la siguiente afirmación esclarecedora:
Cuando estuve en las manos del Espíritu Santo, convencido de mi pecado, supe cuál era la justicia de Dios. Cualquiera que sea el significado del pecado para otras personas, para mí se convirtió en una carga insoportable. No tanto porque yo temiera al infierno, sino porque temía al pecado. Constantemente sentí una profunda preocupación por la gloria del nombre de Dios y la pureza de Su dominio espiritual. Sentí que buscar el perdón de manera injusta no apaciguaría mi conciencia. Y entonces me vino la pregunta: “¿Cómo puede Dios ser justo y justificarme a mí que soy culpable?”. La pregunta me preocupó. No pude encontrar la respuesta a eso. Y ciertamente nunca podría haber inventado una respuesta que hubiera tranquilizado mi conciencia.

Para mí, la doctrina de la expiación es una de las pruebas más seguras de la inspiración divina de las Sagradas Escrituras. ¿Quién hubiera pensado que el Principe justo muera por el rebelde injusto? Esta no es una doctrina de mitología humana, ni un sueño de imaginación poética. Esta forma de expiación es conocida por los hombres, sólo porque fue un hecho realizado por el Señor Jesucristo; nadie podría haberlo inventado. Dios mismo lo creó.

Así como el malhechor habló personalmente con Jesús, así mismo podemos nosotros hablar directamente con Él, cuando arrepentidos de nuestros pecados, oramos en espíritu y en verdad. No hace falta en realidad ningún intermediario humano entre Jesucristo y nosotros, ya que para esa función y muchas más, Jesús envió al Espíritu Santo o “El Consolador” a este mundo terrenal, como una especie de compensación por Su ausencia física, para realizar las funciones que Él hubiera hecho, si hubiera permanecido entre nosotros.
Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Juan 16, 13-14

Entre esas funciones está la de revelar la verdad de Dios. La presencia del Espíritu dentro de nosotros, nos permite comprender mejor la Palabra de Dios. Él es el guía fundamental, que va al lado de nosotros, mostrando el camino, abriendo el entendimiento y conduciendo nuestra vida espiritual. Él nos revela las realidades espirituales más importantes: la existencia de Dios, de nuestra alma y del Reino de los Cielos. Sin tal guía, estaríamos expuestos a dejarnos extraviar del camino que nos señaló el Senor Jesucristo. Una parte decisiva de la Verdad que Él revela, es lo que el mismo Jesús afirmo ser: Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mi.(Juan 14, 6)

De todos los dones dados por Dios a la humanidad, no hay uno más grande que la presencia del Espíritu Santo. El Espíritu tiene muchas funciones y actividades. Primero, Él obra en el alma de todos nosotros, de manera directa e imperceptible. Jesús le dijo a Sus discípulos que Él enviaría al Espíritu de Dios al mundo para “convencer al mundo de pecado, y de justicia, y de juicio” (Juan 16, 8).

Otra función importante del Espiritu Santo es la de conceder los dones espirituales, que describe el apóstol Pablo en 1. Corintios 12, otorgados a los creyentes, para que podamos funcionar como el cuerpo de Cristo en el mundo.

El Espíritu Santo al obrar sobre los creyentes también produce frutos espirituales en nuestras vidas, como son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estas no son las obras de la carne, la cual es incapaz de producir tales frutos espirituales, sino que es el producto de la presencia del Espíritu de Dios en nuestras almas.

El conocimiento de que el Espíritu Santo obra en nuestras vidas, de que Él ejerce todas estas funciones divinas, de que Él mora con nosotros para siempre y que nunca nos desamparará, es causa de gran gozo y consuelo para cualquier creyente cristiano.

Conocer y creer la obra del Espíritu Santo, es de suprema importancia precisamente en estos tiempos modernos, cuando las iglesias tradicionales están atravesando una grave crisis de fe y de espiritualidad, por no cumplir estrictamente las enseñanzas del Evangelio de Jesús y por dejarse influenciar del materialismo y del escepticismo religioso, que reinan en la sociedad de consumo occidental.