Los conocimientos inflan nuestro orgullo, mientras que el amor nos edifica y nos deleita.

Pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica. Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Mas si uno ama a Dios, ese es conocido por él. 1 Corintios 8, 1

¿Quién no ha vivido la experiencia con alguna persona conocida, quién cuando joven había sido una persona sencilla y humilde, y que después de hacer una carrera universitaria o un Doctorado, se transformó en una persona altiva y soberbia?
Innumerables seres humanos, tan pronto como adquieren mayores conocimientos y títulos, o bien adquieren más riqueza y propiedades, se creen superiores y se creen estar por encima de los demás, llegando algunos incluso a despreciar y a humillar a los que no tienen su nueva posición social privilegiada.

Así sigue sucediendo hoy en día, tal como San Pablo les advirtió a los Corintios hace miles años, que la ciencia o los conocimientos hinchan el orgullo y la vanidad con tal fuerza e intensidad, que pueden convertir en engreídos y vanidosos a muchos individuos.
Ahora bien, cualquiera de ustedes como lectores podría argumentar, pero si ese proceso de engreimiento es normal y no es perjudicial para nadie, ¿dónde está entonces la dificultad y que tiene eso de negativo?
Ser orgulloso en nuestras relaciones con las demás personas, no tiene mayor consecuencia que poderle « caer » algo pesado y antipático a la gente. Sin embargo, es en nuestra relación personal con Dios donde tendremos la gran dificultad.
Ese es el verdadero problema, del cual muchos cristianos no están muy conscientes, en esta época en la que la formación profesional y la adquisición de conocimientos, ha alcanzado una importancia de primer orden en el desarrollo económico de las naciones.

El orgullo y la vanidad inflados es uno de los mayores obstáculos para poder establecer una relación cercana y profunda con Dios.

Sobre los soberbios, la Biblia dice lo siguiente:

  • Yaveh abomina al de corazón altivo, de cierto no quedará impune. Proverbios 16, 5
  • Al que infama a su prójimo en secreto, a ése le aniquilo; ojo altanero y corazón hinchado nos los soporto. Salmo 101, 5
  • Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Santiago 4, 6
  • Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso. Mateo 11, 29

En cambio, si procuramos sinceramente cultivar más la humildad y el amor en nuestras relaciones personales, esa actitud humilde y amorosa nos ayudará con el tiempo, a acudir a Dios por amor y con humildad, y así acercarnos más a Él y conocerlo mejor por medio de la lectura de su Palabra.

El amor edifica y embellece el alma, en tanto que el orgullo y la vanidad la llenan de fatuidad y presunción.

El amor ha sido, es y seguirá siendo la virtud espiritual humana más sublime y de mayor excelencia de todos los tiempos, y por lo tanto, debemos usarla en cada ocasión que se nos presente en el trato con las personas, y aún con mucho más reverencia y respeto en nuestra relación con el Señor Jesucristo.
Si Jesús por su eterno amor a la humanidad, se hizo hombre, enseñó el Evangelio con su ejemplo y sus palabras, y finalmente se humilló y se sacrificó por el perdón de nuestros pecados y por la salvación eterna de nuestras almas. ¿No consideras tú que Jesús se merece una retribución de amor de nuestra parte, y que lo mínimo que podemos hacer, es pagar esa deuda de amor divino, amando a los que nos rodean y siendo un poco más humildes?

Concluyo con unas frases de tres grandes héroes de la fe en Jesucristo, que confirman la enorme importancia de la humildad, para acercarnos y ampararnos en el Amor y la Misericordia de Dios y de Jesús nuestro Salvador:

« La humildad es la raíz de la salvación y de las virtudes, así como la soberbia lo es de los vicios » Orígenes de Alejandría, antiguo Padre de la Iglesia

« La humildad es la raíz permanente de toda vida espiritual, como la raíz del árbol que no deja de profundizar a medida que éste crece. »
Santa Teresa de Jesús

« el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; »
San Pablo a los Corintios

Para comprender mejor el Evangelio de Jesús, debemos leerlo con los ojos del alma y no con los ojos corporales

Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley. Peregrino soy en la tierra, no escondas de mí tus mandamientos. Quebrantada está mi alma anhelando tus ordenanzas en todo tiempo.
Salmo 119, 17-20

Muchos de ustedes al leer el título de esta reflexión se preguntarán:¿pero qué es eso de leer con los ojos del alma?
Voy a tratar de ilustrar mi explicación con la ayuda de unas de las palabras de Jesús más conocidas por los cristianos:
« No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón ». Mateo 6, 19-21
Imagínense a dos personas cristianas que leen esos versículos.
Un cristiano no cree firmemente ni en la promesa de vida eterna en el Reino de los Cielos, ni tampoco cree que Dios ha creado al ser humano con un espíritu o alma inmortal. Mientras que el otro creyente tiene una fe profunda en Jesús, y por lo tanto, ese sí cree en la vida eterna y en la existencia de su propia alma.
El primero al leer la Biblia, esos versículos desfilan ante sus ojos y las frases se deslizan por su mente, pero como el interés de su mente corporal está en asuntos materiales, el cuerpo mortal reconoce que ese mensaje celestial no es para él, y en consecuencia el mensaje espiritual de Jesús pasa desapercibido.
El segundo al leer la Biblia,  pone su alma en la lectura de los versículos, y por el gran interés que le despierta, su alma se posa sobre la verdad de las palabras de Jesús y así las va leyendo con los ojos del alma. Es entonces el alma inmortal, la que reconoce que ese mensaje celestial sobre el tesoro, sí es para ella. De esta manera, el mensaje será comprendido y asimilado por el alma como alimento espiritual.

Es muy importante recordar, que los mensajes y las enseñanzas de la Palabra de Dios, aún cuando están dirigidas a todos nosotros como seres humanos, sus promesas edificantes, su gracia y sus dones espirituales tienen como beneficiaria principal, a nuestra alma inmortal.
Jesús en este caso concreto, le está hablando directamente a nuestra alma, porque al mencionar los tesoros en el cielo, se está refiriendo al futuro de nuestras vidas, es decir, se refiere al tiempo posterior a la muerte de nuestro cuerpo, que es cuando se iniciará la vida eterna de nuestra alma en su Reino.

Desde el momento de nuestro nacimiento, nos hemos acostumbrado a identificar nuestra propia vida solamente con nuestro cuerpo visible de carne y huesos, y por lo tanto, estamos convencidos de que el cuerpo es lo único que existe de nosotros.
En consecuencia, hemos hecho del cuerpo el centro único de nuestra existencia, alrededor del cual gira toda nuestra vida y sus actividades.
Como cristianos hemos aprendido y escuchado desde niños, que además del cuerpo de carne, poseemos también un espíritu o alma inmortal. Pero como nuestro espíritu es invisible y está escondido dentro del cuerpo, lo hemos olvidado y hasta ignorado totalmente.

Para ser capaces de captar y entender bien el mensaje espiritual contenido en las Santas Escrituras, debe darse un cambio radical de perspectiva en nuestra vida, es decir, ir dejando paulatinamente que nuestro cuerpo siga siendo el único centro de nuestra vida y hacer del alma el nuevo centro o eje de nuestra existencia.

Ese cambio al que yo me refiero, tiene una excelente referencia en la historia de la de la ciencia mundial y en la historia del Cristianismo.
En la Antigüedad durante miles de años, se creía que la tierra era el centro del universo y que el sol y los demás planetas giraban alrededor de la tierra. Hasta que en el año 1543 un astrónomo y monje polaco llamado Nicolás Copernico demostró científicamente que esa creencia era equivocada, puesto que en realidad es el sol el centro del sistema solar y que la tierra junto con los otros planetas  giran alrededor del sol. Ese cambio radical o giro de perspectiva se conoce en la literatura mundial como giro copernicano.

Ahora bien, lograr ese cambio radical de verte a tí mismo y a tu vida desde una perspectiva totalmente diferente y nueva, no es nada fácil, ni tampoco se da en poco tiempo, y además se necesita la ayuda indispensable del Espíritu Santo, quién siempre está actuando sobre los creyentes.

Para generar ese cambio interior en nosotros, Dios se sirve también de los períodos y ocasiones en que padecemos enfermedades y pasamos por sufrimientos y aflicciones en la vida. Por ejemplo: la fase de la vejez, el deterioro natural de las funciones vitales del cuerpo y la misma cercanía a la muerte van generando en el ser humano un mayor nivel de perspectiva espiritual.

Es una gran bendición, que Dios por su eterno amor y su inconmesurable misericordia hacia nosotros sus criaturas, nos conceda la Gracia de generar ese cambio de perspectiva en nuestras vidas, y que se convierta nuestra dimensión espiritual el nuevo centro de la existencia.

Roguémosle entonces a Dios en nuestras oraciones diarias, que nos conceda el don maravilloso de hacer de nuestra alma eterna el centro de nuestra vida, mientras vivamos en este mundo temporal, antes de pasar a vivir eternamente en el Reino de los Cielos.

Nuestra personalidad está compuesta por dos partes: el adaptado por fuera y el original por dentro.

« Todo el mundo nace como un original, pero la mayoría muere como una copia »
Max Stirner , filósofo alemán

Todos los adultos vivimos a diario una doble vida: a) la vida pública que interpretamos con la ayuda del cuerpo y nuestros gestos corporales, que es la que los otros pueden ver y conocen; y b) nuestra vida interior secreta, la cual es nuestra vida genuina y verdadera, porque es la vida espiritual original del alma que Dios nos insufló en el cuerpo.

Del alma surgen nuestros sentimientos, pensamientos, orgullo, vanidad, emociones, fe, amor, esperanza, anhelos, humildad, sufrimientos, tristezas, penas, tormentos, etc, es decir, todas las cualidades y facultades originales que constituyen nuestra existencia y lo que somos de verdad.

La frase al inicio del filósofo Stirner, resume muy bien las consecuencias que trae consigo el largo proceso de crianza, educación y adaptación que recibimos los seres humanos desde la cuna hasta la tumba, primero por nuestros padres, después en las escuelas y finalmente en la sociedad. Durante nuestro desarrollo personal vamos siendo moldeados por la crianza familiar, la educación escolar, las normas sociales y los medios de comunicación, a lo cual terminamos adaptados por obligación.
Venimos a la vida como cera y nos vacían en moldes prefabricados! Por eso es que parecemos ser copias unos de otros, porque nos vestimos igual, nos gusta y comemos lo mismo, vamos a los mismos sitios, nos comportamos igual, tenemos los mismos nombres y las mismas profesiones. Es verdad, sí parecemos copias, PERO solamente en lo exterior y en nuestra vida pública que mostramos a los demás; mientras que en lo interior NO somos copias, allí en nuestra vida espiritual seguimos siendo originales y únicos!
Esto es lo que explica, por qué somos seres adaptados por fuera y originales por dentro.

El alma humana que llevamos dentro y la vida espiritual secreta que vivimos cada día, constituyen la vida verdadera, y precísamente por eso, esa es la vida que más cuenta para Dios y también para nuestra relación personal con Èl.
Es desde lo profundo del alma o espíritu humano, que podemos establecer una relación espiritual íntima con Dios y con Jesucristo su Hijo, quién dijo en su conversación con la mujer samaritana: « Dios es espíritu, los que le adoran, deben adorar en espíritu y en verdad » Juan 4, 24

Recordemos pues de nuevo, que lo que vemos de la gente todos los días, son solamente sus vidas públicas, sus actuaciones y sus apariencias.
Dios sí observa las vidas espirituales de los seres humanos, porque Él es el único que las puede ver. Por esa razón, es que ante Dios no vale ningún fingimiento, ni sirve ninguna actuación corporal nuestra.
Pero el SEÑOR dijo a Samuel: « No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón. »
1 Samuel 16, 7

La existencia del mundo espiritual fue revelada por la Palabra de Dios, que está escrita en la Biblia.

Las religiones antiguas más conocidas, tuvieron desde sus inicios divinidades y dioses del mundo natural y del firmamento, como por ejemplo: el sol, los planetas conocidos, los volcanes, el mar, los relámpagos, truenos, dragones imaginarios y hasta la naturaleza y sus animales.
En la gran mayoría de esas religiones también se cree en la existencia de fuerzas sobrenaturales del bien y del mal, que actúan sobre los seres humanos, pero en todos esos cultos, esas fuerzas son atribuidas a seres vivos y elementos de la naturaleza.

Por el contrario, en el Viejo Testamento del antiguo pueblo de Israel, es donde se menciona por primera vez la palabra en hebreo « ruah » que en latín se expresa con la palabra « espíritu » y que significa soplo, es decir, algo invisible e imperceptible como el aire que respiramos. Pero lo más importante es el hecho, de que el origen de ese soplo o espíritu siempre se le atribuye a Dios, Creador del universo: el espíritu de Dios.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Génesis 1, 2

Entonces dijo Yahveh: « No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean ciento veinte años. Génesis 6, 3

Estos dos versículos al inicio de la Biblia, son excelentes evidencias que revelan a Dios o Yahveh(en hebreo), como la fuente originaria y creadora del mundo espiritual y del espíritu humano o alma. Y Dios afirma allí, que es el alma lo que le da vida a nuestro cuerpo de carne y huesos; y que la duración máxima de la vida terrenal será de 120 años, por causa de la muerte, momento en que el alma se separa y abandona el cuerpo.

Para los seres humanos, el mundo espiritual ha sido y será siempre una dimensión desconocida o un gran misterio, por ser de naturaleza inmaterial, invisible e imperceptible. Nosotros no tendremos acceso al mundo espiritual de Dios, mientras nuestro espíritu permanezca en el cuerpo, es decir, mientras vivamos en este mundo terrenal.

Con la venida al mundo del Mesías como Hijo de Dios, ya anunciada desde siglos al pueblo israelita, Cristo Jesús le revela a la Humanidad en el Nuevo Testamento por primera vez en la historia, lo siguiente: 1) la existencia del Reino espiritual de Dios en los Cielos; 2) la promesa de vida eterna para el alma humana después de su separación del cuerpo, de todos aquellos que crean en Él; y 3) el perdón de los pecados por la Gracia y la Misericordia de Dios Padre.

En su recorrido por Galilea el Señor Jesucristo proclamó en el monte:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Mateo 5, 3

Alegraos y regocijaos, que vuestra recompensa será grande en los cielos;
Mateo 5, 13

Después, principalmente los discípulos San Juan y San Pedro y sobre todo el apostol San Pablo fueron los que se dedicaron a propagar y explicar más en detalles todo lo referente al mundo espiritual de Dios, con diversas enseñazas y mensajes como los siguientes:

San Juan
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Juan 4, 24

San Pedro
A éstos (los profetas) se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles. 1. Pedro 1,13

San Pablo
Efectívamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu son vida y paz. Romanos 8, 5-6

Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece. Romanos 8, 9

Espero haberles mostrado con este breve resumen, la forma reiterada en que la existencia del mundo espiritual de Dios está presente en toda la Biblia, y que al leer la Palabra de Dios, como hilo conductor y tema central nos conduce a la grandiosa Buena Nueva de Jesús para todos: la vida eterna en el Reino de los Cielos.

El amor auténtico es el camino hacia la excelencia personal de cada individuo.

Aspiren pues, a los mejores dones; mas aun yo les muestro el camino más excelente. 1. Corintios 12, 31

En el capítulo 12 de su primera Carta a los Corintios, Pablo trata el tema de los dones espirituales. En primer lugar, se refiere esas facultades excepcionales otorgadas por la Gracia de Dios a muy pocas personas como el don de profecía, el don de hacer curaciones milagrosas y el don de la sabiduría.
En segundo lugar, habla sobre los dones espirituales individuales con los que nacemos cada uno de nosotros, como son por ejemplo las diversas vocaciones o aptitudes: músico, constructor, compositor, modista, maestro, escritor, administrador, médico, comadrona, comerciante, etc.

El Apostol nos enseña en esta Epístola, que todas las facultades y capacidades que poseemos son en realidad dones espirituales distribuídos por Dios a cada uno en particular según su voluntad, para provecho común de todos en una comunidad. Y también nos hace saber que toda esta diversidad de dones son obra del Espíritu de Dios.

Estos dones y talentos que hemos recibido de parte de Dios, tan pronto como los descubrimos y los ponemos en práctica, nos hacen sentir muy orgullosos y satisfechos de nosotros mismos por todo lo que somos capaces de hacer. Y después de alcanzar el reconocimiento y la admiración de los demás por nuestras actividades, podemos llegar a creer entonces, que con esos dones hemos logrado ya a la cúspide de nuestro desarrollo como personas. Según Pablo, eso no es todavía la excelencia personal.

San Pablo además nos recomienda, que busquemos el amor en nuestras vidas, que sea el amor lo que interiormente nos impulse a utilizar los dones recibidos; y nos asegura por experiencia propia, que el amor es el camino más excelente para desempeñar nuestras capacidades al servicio de nuestros seres queridos y de la comunidad.

Fíjense por favor a continuación, cómo expresa Pablo la excelencia y la riqueza del amor en su bello poema sobre el amor auténtico del capítulo 13 de esa Carta:

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese el don de profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se goza en la injusticia, mas se goza en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 1 Corintios 13, 1-7

El amor es la única corona universal de excelencia que está al alcance de todos los seres humanos, y que es capaz de enriquecerles su vida espiritual, independientemente del talento, la capacidad, el ingreso económico, la educación, la posición en la sociedad, el oficio, etc. que tengan.

Jesús es amor, y por eso se puede decir, que el amor es también el pan de la vida espiritual humana.

Cuando alguien está cansado de vivir y de sufrir, la muerte natural le llega como una bendición.

Entonces oí una voz del cielo que decía: «Escribe: ‘Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor.’ «Sí,» dice el Espíritu, «para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos.» Apocalipsis 14, 13

La mujer más longeva de la época actual ha sido la francesa Jeanne Calment, quién contaba con 122 años de edad, cuando murió el 4 de agosto de 1997. En la celebración de su 120. cumpleaños, al preguntarle un periodista ¿cuál era la causa de su larga vida?. Ella le contestó riéndose: creo que Dios se ha olvidado de mí.
La señora Calment respondió, quizás sin saberlo, con una respuesta muy correcta y precisa, puesto que Dios en su soberanía, es en realidad quién nos da la vida y nos la quita cuando lo considera conveniente, porque Él es el director del papel que cada uno de nosotros hacemos en la obra existencial de este mundo. En el libro Deuteronomio 32, 39 dice: Yo soy el único Dios; no hay otros dioses fuera de mí. Yo doy la vida, y la quito; yo causo la herida, y la curo. ¡No hay quien se libre de mi poder!

Para una persona creyente que parte de este mundo, el momento de su muerte puede muy bien ser una bendición y no una tragedia o una desgracia, como siempre suele ser para los que sobrevivimos al difunto y que seguimos viviendo aquí un poco más de tiempo. Pensemos por ejemplo: a) en las personas ancianas débiles y postradas que no le encuentran ya más sentido a su vida, b) en los enfermos crónicos que tanto sufren, c) en los individuos que por alguna frustración muy profunda en su vida están cansados de vivir y d) en los adictos a las drogas.

Por alguna muy buena razón está escrito en el Libro de Apocalipsis, cuya palabra quiere decir Revelaciones en griego, lo siguiente: Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Morir en el Señor Jesucristo, significa haber vivido y haber muerto creyendo firmemente en Jesús como nuestro Redentor y en la esperanza de vida eterna en el Reino de los Cielos. Significa haberse arrepentido de sus pecados y haber encomendado su espíritu a Dios antes de morir, para luego dejar este mundo en paz consigo mismo y con Dios.
Según mi opinión, la frase que mejor describe lo que es morir en Jesús, la dijo Santa Teresa del Niño Jesús poco antes de morir: “Yo no muero, entro en la vida”.

Cuando comparamos las tradiciones y los rituales funerales cristianos de algunos países de Europa del norte con las de los países hispanoamericanos, destaca de forma impresionante el siguiente aspecto, el cual me llamó mucho la atención cuando lo presencié por primera vez en Suiza:
Inmediatamente después del entierro, se invita a los asistentes para una comida o un aperitivo fúnebre en la que se comparten los gratos momentos y anécdotas vividas con el difunto, y sobre todo, sirve para el reencuentro de familiares y parientes que no se han visto en mucho tiempo. Todo esto en un ambiente afectuoso de solidaridad  y compañerismo, lo cual refleja de una manera más apropiada la actitud de fe y de esperanza que los creyentes cristianos deberíamos de tener ante la muerte, como una experiencia natural y necesaria de la vida humana, que trae consigo para el que muere el inicio de una nueva y mejor vida eterna, lo cual es el mayor consuelo para todos los que lo conocieron y lo estimaban.

Por el contrario, el ritual fúnebre cristiano en nuestros países latinoamericanos, se celebra como si la muerte fuera algo totalmente antinatural e incongruente con la vida humana, como si la muerte fuera un terrible castigo de Dios tanto para el difunto como para los familiares, lo cual son creencias falsas y absurdas.
Debido a estas falsas creencias transmitidas por la iglesia católica durante mucho tiempo, es que nuestros funerales y velorios se realizan en un ambiente exageradamente triste y desconsolado, como si hubiera ocurrido una tragedia inesperada, incluso cuando fallece un anciano de 95 años por muerte natural.

El mismo Papa Benedicto XV hizo el siguiente comentario, reconociendo que la iglesia no supo transmitir el verdadero significado cristiano de la muerte:
« La catequesis no puede seguir siendo una enumeración de opiniones, sino que debe volver a ser una certeza sobre la fe cristiana con sus propios contenidos, que sobrepasan con mucho a la opinión reinante. Por el contrario, en tantas catequesis modernas la idea de vida eterna apenas se trasluce, la cuestión de la muerte apenas se toca, y la mayoría de las veces sólo para ver cómo retardar su llegada o para hacer menos penosas sus condiciones. »

El momento de la muerte es el más crucial en la vida de un ser humano, porque después de atravesarla, es que se inicia la tan anhelada vida eterna. Por eso es que un cristiano conciente de su fe y de su esperanza, no debería de ver en la muerte a un enemigo desconocido, anormal y monstruoso como se lo imaginan equivocadamente innumerables personas incrédulas en estos tiempos.

El rencor le hace daño sólo al que lo siente, y así se castiga a sí mismo.

No te dejes llevar del enojo, pues el enojo reside en el pecho de los necios.
Eclesiastés 7, 9

El odio provoca discusiones, el amor cubre todas las faltas. Proverbios 10, 12

Los sentimientos, pasiones y emociones que sentimos, siempre ejercen efectos directos sobre el cuerpo, que pueden afectar la salud de modo positivo o negativo. El rencor, el resentimiento y el odio se encuentran entre los más perjudiciales, especialmente para el estado anímico y emocional de la persona.
Y lo que la mayoría de la gente aún no sabe sobre el rencor y el odio, consiste en que los que más sufren y más daño se hacen, son las personas que guardan rencor en su corazón y no los individuos a quienes va dirigido el desprecio.

Imaginémos el rencor como si fuera un puñal muy cortante de doble filo, pero la persona que se enoja o se cabrea, en vez de agarrar el puñal por la empañadura o mango, lo tiene necesariamente que agarrar por la hoja bien afilada, y de esta manera, el rencoroso creyendo poder herir al otro con su rencor, se hiere y se hace daño a sí mismo.

Siempre he pensado que Dios ha creado los sentimientos de rencor y de odio deliberadamente así de contraproducentes, para motivarnos más bien a amar, a perdonar y a tolerar al prójimo. En consecuencia, sentir rencor y odio es pura pérdida y mortificación. Es por eso que deberíamos huír del sentimiento de odio, tal como huiríamos de una serpiente venenosa, si se aparece de repente en nuestro camino.

Dios Padre sabe mucho mejor que nosotros, lo que más nos conviene en la vida.
Es por esa razón, que el persistente consejo de Jesús para tí y para mí siempre ha sido: amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo.
Pero nosotros como sabiondos e inteligentes que nos creemos, y además creyendo que sabemos mejor que Dios lo que nos beneficia más, preferimos entonces sentir más frecuentemente rencor y enojo en nuestro pecho, que sentir amor y cariño.

Por un lado, las características y efectos perjudiciales del rencor sobre nuestra salud, y por el otro, la insistencia en el Evangelio sobre la gran importancia del amor verdadero para la existencia humana, representan una demostración práctica adicional de la verdad divina contenida en la Biblia y de la enorme utilidad de la Palabra de Dios para la vida espiritual de los creyentes cristianos, siempre y cuando obedezcamos sus consejos.

Los niños pequeños igualmente nos demuestran a diario, tanto con su manera de ser y la gran capacidad de amar que poseen, así como con la de perdonar y olvidar los malos tratos que a veces reciben, que ellos sí son capaces de vivir una vida feliz a pesar de todo, porque NO guardan rencor ni odian como sí lo hacemos los adultos habitualmente.

De las exhortaciones de la Biblia mencionadas, y en particular, de nuestras experiencias negativas sentidas en carne propia, podemos sacar como conclusión lo siguiente: Sentir rencor y odio no solamente nos hacen daño, sino que sobre todo nos hacen infelices.

Los niños pequeños tienen su alma a flor de piel y por eso se les nota a simple vista.

Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. Marcos 10, 14

Los infantes se muestran a sus familiares tal cual como son ellos. Lo que son y lo que sienten en su alma, lo manifiestan con gestos, muecas, sonidos y palabras, cuando así lo desean. Los niños son sinceros y espontáneos, por eso son capaces de decir lo que piensan y expresar lo que sienten, cada vez que su alma se conmueve por algo.
En varias de mis reflexiones he mencionado, que nuestro cuerpo esconde nuestra alma, y por esa razón se dice, que el cuerpo hace también la función de máscara del alma humana.
En el antíguo teatro griego, se le decía persona a la máscara que usaban los actores, para que el público no pudieran reconocer al actor que interpretaba un determinado personaje o papel.
Solamente en el caso de los niños pequeños, sus cuerpecitos no hacen todavía esa función de máscara, porque ellos no esconden su vida interior espiritual a los familiares. Mientras que en el caso de los adultos, usamos nuestro cuerpo como máscara, para ocultar nuestra vida espiritual secreta. Y debido justamente a que los pensamientos, sentimientos, intenciones y deseos son invisibles para los demás, somos capaces de simular y fingir actitudes y comportamientos cuando lo deseamos y nos conviene.

Lo más grandioso de la infancia, y únicamente mientras dure ese breve período, es el hecho de que las facultades espirituales del alma humana están a flor de piel en los niños, y es cuando los adultos las pueden ver a simple vista, si así lo desean.
Una de esas facultades espirituales que poseen los niños, es la capacidad de creer de manera absoluta en sus padres. Los niños pequeños creen ciegamente en lo que le dicen su mamá y su papá, y además consideran a sus padres como lo más importante y más grande para sus vidas. La otra gran facultad espiritual de los infantes, es su capacidad de amar con toda el alma a sus padres, hermanos y familiares.

Jesús, en la escena con sus discípulos que relata San Marcos en el capítulo 10, dijo a continuación: De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Con este versículo Jesús nos está diciendo claramente, que los creyentes cristianos debemos creer y esperar la promesa de vida eterna, tal como creen y esperan los infantes una promesa que sus padres les han prometido.
Los niños creen y esperan tantísimo en sus padres y familiares, por el gran amor y la enorme confianza que les tienen.

De los niños podemos aprender nuevamente  el uso de nuestras propias facultades espirituales, y lo primero que debemos aprender es creer y amar como ellos, para ponerlas en práctica en nuestra relación personal con Dios.
Nosotros cuando fuimos niños, también creímos y amamos con esa misma intensidad y fortaleza, de manera que ahora como adultos, aún disponemos esas mismas capacidades en el alma. Lo único que tenemos que hacer es despertar o reactivar esas facultades.

De allí la gran bendición que Dios le concede a la Humanidad, la capacidad no solamente de procrearnos y reproducirnos, sino sobre todo, de convivir un breve tiempo junto con nuestros infantes, y así tener la magnífica oportunidad de fortalecer nuestra fe y el amor a Dios, por medio del ejemplo práctico que nos dan los niños pequeños de la familia.

Sin duda alguna, uno de los más grandes privilegios que Dios le ha otorgado a la mujer es la maternidad. La madre al crear y desarrollar ese profundo y poderoso vínculo amoroso con sus hijos, es capaz de percibir directamente en su alma la intensa fe, confianza y esperanza que sus hijos infantes le profesan a ella.
Es por esto, que la mujeres logran desarrollar una fervorosa relación personal con Dios, más activa y duradera que los hombres.

El cristianismo sin la esperanza de vida eterna sería un culto religioso manco y superficial.

« Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres. » 1 Corintios 15, 19

Les ruego que mediten unos segundos sobre esta afirmación que San Pablo le escribió a los Corintios en su carta, puesto que es uno de los mensajes más importantes del Evangelio, y el que mejor explica el firme fundamento espiritual y divino que posee el Nuevo Testamento de Jesucristo, el cual le otorga la primacía o la superioridad absoluta a la esperanza de Vida Eterna en el Reino de los Cielos, sobre cualquier otra expectativa o esperanza de conseguir algo pasajero en esta vida terrenal.

Dios le concede y pone a disposición de sus hijos o sus criaturas en este mundo, tanto numerosos bienes materiales para su cuerpo, como también muchos bienes espirituales para su alma inmortal. Pero Dios en su Misericordia y Amor infinitos, nos concede principalmente el bien supremo o máximo, al cual podemos aspirar los seres humanos: la vida eterna en el Reino de Dios.

Cada ser humano es libre de definir su preferencias y también de elegir aquellos bienes materiales y espirituales que más le atraen y con los que se conforma.
Algunos se conforman con los bienes terrenales que están a su disposición en este mundo y con las condiciones de vida que les depara el destino. Muchas de esas personas no creen en Dios ni tampoco en una vida nueva y eterna, como por ejemplo, los ateos y los librepensadores.
Mientras que los creyentes cristianos creemos y esperamos en Dios, en Jesucristo y en la vida eterna.
Si no esperamos con fervor la vida eterna y nos conformamos sólo con vivir lo mejor posible en este mundo, entonces estaríamos absteniéndonos voluntariamente de ese bien supremo, por el que Jesucristo murió en el Calvario y resucitó al tercer día. La obra, las enseñanzas y el sacrificio de Jesús habrían sido en vano.

Por medio de su santa Palabra escrita en la Biblia, Dios nos ha dicho la verdad, nos ha enseñado y también nos ha advertido sobre infinidad de asuntos y situaciones de la vida en este mundo.
Jesús en el evangelio de San Juan nos advirtió lo siguiente:
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan 16, 33)

Deseo referirme a la frase: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. El señor Jesucristo con este mensaje, nos está dando a conocer de antemano el sufrimiento y las penas que vamos a padecer en la vida, para que confiemos en Él a pesar de todo lo que nos suceda, y sobre todo, para que aprendamos a soportarlo con paciencia y esperanza.
Recordemos los dichos populares:
– Dios no nos prueba más allá de lo que podemos soportar.
– Dios aprieta, pero no ahoga.

Si confiamos firmemente en Jesús y creemos que él por su gran amor hacia los creyentes, desea lo mejor para nosotros y nuestras familias, no es justo ni correcto que aceptemos sólamente las bendiciones y favores que nos otorga, pero en cambio las pruebas y las experiencias difíciles no las queremos aceptar y las rechazamos.
Dios conoce muy bien nuestras penas y necesidades. Las conoce incluso mejor que nosotros mismos y el Espíritu Santo no nos desampara jamás y está siempre obrando sobre nosotros.

Es una grande y triste equivocación imaginarnos al Dios Creador y Todopoderoso como un simple proveedor o repartidor de favores materiales, o bien como solucionador de problemas, como si la religión fuera una tienda abierta y libre, en la que cada quien y cuando así lo desee, puede tomar lo que necesita para resolver sus problemitas personales. Los creyentes cristianos no debemos permitir que sólo seamos unos suplicantes de peticiones materiales.

Todos los días cuando rezamos el Padre Nuestro, le rogamos que se haga su voluntad soberana en la tierra, pero después, al elevar nuestras oraciones siempre insistimos con nuestras peticiones, en que para nosotros sería mucho mejor, si Dios hiciera NUESTRA voluntad y no la suya.

Los creyentes cristianos igual que el resto de la humanidad, tenemos que aceptar, primero, que la vida humana es un misterio que nunca comprenderemos completamente, y segundo, que todos los seres humanos sin excepción, tenemos que soportar inevitablemente sufrimientos, penas y adversidades, mientras estemos en este mundo.

¿Será el espacio infinito del universo, lo que Jesucristo anunció como el Reino de los Cielos?

Alégrense los cielos y regocíjese la tierra; y digan entre las naciones: El Señor reina. 1 Crónicas 16:31

El Señor ha establecido su trono en los cielos, y su reino domina sobre todo. Salmo 103, 19

Seguramente muchos creyentes cristianos nos hemos preguntado: ¿cómo será el Reino de los Cielos ? y ¿dónde estará?
En mis intentos por imaginarme cómo podría ser ese Reino y dónde podría estar, me he concentrado en lo que la humanidad desde hace miles de años conoce como el cielo o firmamento: la bóveda celeste ubicada arriba de nosotros, en la que se encuentran los astros y las estrellas.
He fijado mi interés en el firmamento por la sencilla y lógica razón, de que así lo indicó Jesús en el Evangelio: de los Cielos.

En la Antigüedad los sabios y astrónomos de las civilizaciones más adelantadas de la época que fueron los egipcios, los babilonios y los griegos, creían y afirmaban que el universo era esférico y finito. Fue apenas alrededor del año 1700, cuando el físico inglés Isaac Newton publica su conocida teoría de la gravitación universal y comprueba junto a varios astrónomos de la época, que el universo no tiene límites ni tampoco es esférico. Para Newton el universo es infinito e inalterable, es decir, eterno.

Hoy en día, algunos astrónomos están trabajando en base a teorías cosmológicas e interpretaciones de la teoría Cuántica, las cuales afirman que además del universo visible y conocido, deben existir varios universos o mundos paralelos, a los cuales los seres humanos no tenemos acceso.
La Palabra de Dios se refiere en innumerables versículos y pasajes a los cielos, como lugar donde Dios tiene su trono y en el que reina soberanamente así como en la tierra.

San Juan declara en el capítulo 4 de su evangelio (Juan 4, 24): Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad.
Si Dios es espíritu, su reino tiene que ser necesariamente espiritual, y al ser de naturaleza espiritual es igualmente invisible y eterno, y en consecuencia debe ser otro universo paralelo, pero real y existente porque así lo afirma la palabra de Dios.

En la oración fundamental de todo cristiano el Padre Nuestro, que el Señor Jesucristo nos enseñó y nos pidió que rezaramos, dice en la tercera frase: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”.
Desde hace más de dos mil años los creyentes cristianos hemos estado rogándole a Dios por medio de la oración Padre Nuestro, que su voluntad sea hecha simultáneamente en dos mundos diferentes y paralelos: en el mundo terrenal, por nosotros los seres mortales que existimos aquí todavía, y en el mundo celestial, por las almas inmortales que existen allá, desde que murieron y pasaron a esa mejor vida eterna.
En el Reino de los Cielos viven las almas de todos aquellos cristianos que han muerto antes de nosotros y que creyeron en espíritu y en verdad en Dios. Esas almas humanas en la eternidad deben hacer también la voluntad de Dios, así como nosotros aquí en la tierra, mientras vivamos en nuestro cuerpo mortal.

Las almas inmortales de todos los seres humanos que han existido y que han muerto, siguen existiendo y viviendo espiritualmente en la eternidad.  Eso lo afirmó claramente  Jesucristo cuando le dijo a los Fariseos: “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, ustedes están muy equivocados.”(Marcos 12, 27). Sería completamente absurdo y no tendría ningún sentido, que hubiese un Dios eterno de seres humanos muertos que no existen en absoluto, que son la nada.
Dios Todopoderoso y eterno posee y reina en un mundo espiritual poblado por almas que ya viven eternamente junto con Él, los ángeles y las huestes celestiales.

Les ruego que no duden de la Palabra de Dios, porque es la verdad eterna que no cambia nunca y es el alimento espiritual para nuestra fe y nuestra esperanza en Jesucristo. Sabemos que para Dios Todopoderoso y Creador del universo, no hay nada imposible.

Imposible para mí como cristiano, es que Dios NO haya creado a los seres humanos con un espíritu inmortal a imagen y semejanza suya, y que después de la muerte, el espíritu humano o alma, NO siga existiendo con una vida eterna y abundante en el Reino de los Cielos.

Si en una noche con el cielo despejado y lleno de estrellas, se les ocurre mirar hacia arriba, les sugiero que piensen y recuerden que en algún lugar de esos cielos infinitos está el trono de Dios, y que allí Jesucristo nos prometió preparar nuestra futura morada eterna.