El Reino Espiritual de Dios

Cuando un creyente cristiano en algún momento de su vida, se toma el tiempo para meditar sobre ese gran misterio divino que es el destino final de su existencia después de morir, es muy razonable, que trate de imaginarse cómo podría ser la vida eterna prometida por Jesucristo en su Evangelio, y que llegue incluso a figurarse su propia visión de la patria celestial.

Ese ejercicio intuitivo de la fantasia, por medio del cual, cada quien se imagina la vida eterna a su manera, lo considero no solo muy positivo,  sino de enorme provecho para toda aquella persona que en su corazón cobije y acaricie esa maravillosa esperanza.

La propia visión de la eternidad no es más que la reafirmación personal de la suprema esperanza del cristiano, porque uno está esperando convencido, de que la promesa de Jesús se cumplirá cuando llegue el tiempo justo.
Asi como cualquier cristiano, tambien yo tengo mi visión muy personal del Reino de los Cielos. Para mí el Reino de Dios debe ser un reino espiritual.

Me lo imagino como una dimensión o un mundo espiritual totalmente distinto a lo que conocemos de nuestro mundo material y visible.
Si Dios es espíritu, como lo afirma San Juan en su Evangelio (Juan 4, 24), entonces el Reino de Dios o Reino de los Cielos que dió a conocer Jesucristo, tiene que ser forzosamente como es Dios: espiritual.

Considerando que Dios como creador del Universo, insufló su espíritu en el hombre y la mujer, y que en consecuencia por ser los recipientes del alma, somos las únicas criaturas hechas a su imagen y semejanza, y que además, por habernos concedido el maravilloso privilegio de llamarnos hijos de Dios por la Obra Redentora y la Gracia de nuestro Señor Jesucristo, se puede deducir concluyendo, que los seres humanos somos de naturaleza espiritual y por lo tanto, somos tambien seres que poseemos un espíritu o bien seres con espiritualidad.

El Espíritu Santo que está contínuamente obrando en todos nosotros como el gran guía y consolador de Dios, a quien Jesucristo envió para hacer el papel de nuestro aliado durante nuestro paso por el mundo terrenal, según mi forma de creer, actúa directamente sobre nuestra dimensión espiritual, concretamente sobre las grandes potencias espirituales del alma humana, que son entre otras: la conciencia, la voluntad, el entendimiento, la memoria, la fe, el amor y la esperanza.

En este orden de ideas, mi concepción del ser humano es claramente dualista, ya que estoy convencido de que nuestra naturaleza está compuesta de dos dimensiones antagónicas que a su vez poseen cualidades y fuentes vitales distintas: el cuerpo material y el alma espiritual.

En una escena relatada en el Evangelio de San Mateo, Jesús se refiere de forma muy clara e instructiva a dos entidades o componentes diferentes del ser humano: el cuerpo y el alma; afirmando de forma irrebatible que el alma está dotada de su propia fuente vital y que al morir el cuerpo, el alma es capaz de seguir existiendo.
“No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno.”
San Mateo 10, 28

Hay otra escena en la que Jesús se refiere por última vez al Reino de Dios y ésta vez no lo hace en forma de parábola sino que hace una afirmación categórica y directa, la cual según mi opinión, no permite en absoluto ningún espacio para interpretaciones de significados diferentes a lo que expresó fiel y exactamente con sus palabras. Esa ocasión es cuando estaba Jesús ante Pilato en el pretorio y éste le pregunta:
¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús respondió: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Juan 18, 36

Poco después estando Jesús ya clavado en la cruz, en la escena que relata el Evangelio de San Lucas sobre la conversación que sostuvieron Jesús y el ladrón arrepentido quién estaba colgado a su lado:
“Y decía: Jesús acuerdate de mí cuando vengas con tu Reino. Jesús le dijo: Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.  Lucas 23, 42-43

Esta maravillosa respuesta de Jesús al ladrón, con quien compartía su terrible agonía, es para mí el más grandioso testimonio para la humanidad de la inconmesurable Gracia y amor de Dios para un pecador arrepentido, y además, es la divina revelación más demostrativa, de que al morir un ser humano y separarse en ese momento el alma del cuerpo, el alma regresa a Dios su Creador y el cuerpo regresa a la tierra a la que pertenece.

Las almas de todos los seres humanos que han existido y que han muerto, siguen existiendo y viviendo espiritualmente en la eternidad.  Eso lo afirmó claramente  Jesucristo cuando le dijo a los Fariseos:
 “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, ustedes están muy equivocados.”(Marcos 12, 27).

Sería completamente absurdo y no tendría ningún sentido, que hubiese un Dios eterno de seres muertos que ya no existen en absoluto, que son la nada.
Jesucristo con su respuesta a los doctores de la ley judaica, trató de quitarles el velo de suprema ignorancia que tenían en su entendimiento de seres mortales limitados, en relación con la vida eterna y la muerte del cuerpo humano.

Un Dios Todopoderoso y eterno no puede ser Dios y no puede poseer y señorear un Reino eterno de seres mortales insignificantes de carne y huesos, que tienen una existencia como la de las moscas, que solamente viven un par de días y después no existen más.

En la oración fundamental y perfecta de todo cristiano el Padre Nuestro, que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó y nos pidió que rezaramos, dice en la tercera frase: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”
Desde hace más de dos mil años los creyentes cristianos hemos estado rogándole a Dios por medio del Padre Nuestro, que su voluntad sea hecha simultáneamente en dos mundos o dos realidades diferentes, en el mundo terrenal y en el mundo celestial, por seres mortales que existen en el primero, y por seres eternos que existen en el segundo.

En el Reino de los Cielos viven los seres espirituales, quienes desde la eternidad también deben hacer la santa y soberana voluntad de Dios, como nosotros aquí en la tierra mientras vivimos en nuestro cuerpo mortal.
Por eso, repito lo que Jesús dijo: «Dios es un Dios de vivos y no un Dios de muertos.«
La muerte consiste en la separación del alma y del cuerpo, asi como también en la separación definitiva entre los seres mortales del mundo material y las almas vivientes que inician su vida eterna en el Reino espiritual de Dios.

Cada individuo es el gran protagonista en el drama más importante del mundo: el de su propia existencia.

En realidad, nosotros no somos ni muy secundarios, ni tan insignificantes como a veces lo pensamos. Según sea la situación en que nos encontremos y la función que debemos desempeñar en ciertas ocasiones, cada uno de nosotros tiene también innumerables oportunidades de ser el protagonista principal.

En el transcurso de nuestra vida son muchos los diferentes papeles o roles que desempeñamos. La mayoría de esos papeles son tan comunes y los hacemos durante tantos años que los hemos interiorizado y forman ya parte de nuestra existencia. Por consiguiente, cuando estamos desempeñando esos roles, no estamos realmente conscientes de la importancia del papel que hacemos como protagonistas, y precísamente por eso, con esta reflexión deseo motivarlos a tomar conciencia sobre este asunto.

Si reflexionáramos sobre el significado de cada uno de esos papeles y si, además, tomáramos conciencia de la gran importancia que tienen para nosotros los familiares y amigos, nos daríamos cuenta más a menudo del valor y de la gran relevancia que tienen nuestros actos y palabras en esos momentos.

Algunos de esos papeles y funciones importantes que hacemos a diario son los siguientes: hijo, padre, hermano, tío, esposo, abuelo, jefe, trabajador, amigo, amante, consejero, confidente, guía, oyente, maestro, protector, compañero, socio, dueño, chofer, tutor, representante, padrino, novio, jugador, acompañante, consolador, etc, etc.

En el escenario de nuestra vida somos siempre el protagonista principal o el personaje estelar de los acontecimientos que se dan en nuestra vida interior espiritual, es decir, en nuestra conciencia y mente.

Cada quien es protagonista y único responsable de sus propias decisiones, de sus actos, de las palabras que dice, de sus relaciones con los demás; en resumen de lograr o de malograr su proyecto de vida.

Cada uno es responsable de conocerse bien a sí mismo, de vivir de acuerdo con lo que le dicta su fe en Dios y su conciencia, de conocer sus talentos naturales, de seguir los anhelos de su corazón y de encontrarle el sentido a su vida. ¿Existe acaso para el individuo, una obra más valiosa y más importante que esa en su vida?

¿De qué nos sirve interesarnos por los otros y estar pendientes de lo que hacen o digan los demás, si no sabemos bien lo que somos, ni sabemos lo que queremos hacer de nuestra vida y no escuchamos la voz de nuestra propia conciencia?

Por estas y muchas razones más, no deberíamos estar tan interesados ni sentir envidia de aquellas personas que los medios de comunicación y la publicidad han seleccionado como los prominentes y las estrellas del escenario mundial, ya que muchos de esos personajes han sido pregonados para hacerlos famosos, y así con ellos, dedicarse a ganar mucho dinero por medio de películas, eventos deportivos, conciertos de música, espectáculos, etc.

Nuestra vida personal es el escenario más importante de todos los escenarios en que podamos participar o desempeñar un papel en el transcurso de nuestra existencia.

Así lo afirma Jesucristo con otras palabras cuando dice en el evangelio de San Mateo:
«Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?». (Mateo16, 26).

Como evidencia de esa afirmación, nada más tenemos que fijarnos en la vida privada de muchos personajes ilustres, famosos y prominentes a lo largo de la historia, para constatar la enorme disparidad entre sus vidas públicas y sus vidas privadas y familiares. La gran mayoría de ellos malograron su propia vida, porque terminaron alejándose de Dios, suicidándose, divorciándose varias veces, arruinados, sometidos a las drogas y al alcohol, etc.

Hagamos lo que hagamos durante nuestra vida, bien sean obras sobresalientes o obras ordinarias y sencillas, cuando cada uno de nosotros esté agonizando y moribundo, cuando ya nada ni nadie de este mundo limitado e insuficiente nos pueda salvar, y nos encontremos solos frente a la muerte, habrá al final únicamente dos grandes protagonistas que formarán parte de nuestro drama existencial: nuestra alma y Dios.

En los tiempos de Jesús, los fariseos eran las figuras más prominentes de la sociedad hebrea. Ellos conformaban la élite de la comunidad judía de Jerusalén y además eran los maestros de la ley judaica. A pesar de poseer los mayores conocimientos sobre las Sagradas Escrituras, los fariseos, por falta de fe y de humildad, fracasaron al no reconocer a Jesús como su Mesías, a quien esperaban desde muchos siglos antes. Ellos fallaron en su papel histórico y no realizaron la obra que les correspondía hacer como sacerdotes que eran.

Este es un ejemplo de tantos que han ocurrido en el mundo, en el cual los personajes ilustres y mejor educados de una nación no supieron cumplir bien con su papel en el momento cumbre de su trayectoria.

Fueron los sencillos pastores y pescadores del pueblo ordinario, los que Dios en su plan divino escogió para encontrarse con Jesús, reconocerlo como el Mesías y darlo a conocer en el mundo antiguo.

«En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo:
―Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños: así, Padre, porque así te agradó». (Lucas 10, 21)

El Espíritu Santo es quien nos concede los dones y los talentos para actuar, y nos guía en nuestras tareas y actividades.
No debemos olvidar nunca que Dios todo lo sabe y que no estamos solos en esas luchas que se dan en nuestra alma una y otra vez, en ese combate espiritual interior en el que somos el protagonista principal. Si acudimos a Dios para pedirle ayuda y fortaleza él nos las dará.

El gran pensamiento de la eternidad y su enorme importancia.

Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Él le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. Lucas 23, 42-43

En la historia de la humanidad, siempre se han dado cambios radicales de perspectivas o puntos de vista en relación con los conocimientos, las maneras de pensar y los valores de la sociedad.
Uno de los cambios radicales más conocidos y que tuvo grandes repercusiones en la ciencia y en la filosofía, fue  la comprobación científica que hizo el astrónomo polaco Nicolás Copérnico en el siglo XVI de su teoría, que era el planeta tierra, el que efectivamente giraba alrededor del sol, y no como se creía y se había aceptado durante siglos en Europa, que eran el sol y los planetas, los que giraban alrededor de la tierra.
Ese cambio radical de perspectiva se conoce hoy en día como el giro copernicano, un cambio de punto de vista totalmente nuevo, aunque para la gente de la época y para la sociedad de hoy, ese nuevo descubrimiento de Copérnico no ha significado nada para sus vidas.  

Sin embargo, el cambio de perspectiva más grandioso para el ser humano, fue el que obró el Señor Jesucristo, cuando le trajo a la humanidad sus divinas revelaciones sobre la promesa de vida eterna en el Reino de Dios, la existencia del alma humana inmortal y el perdón de nuestros pecados.
Esa maravillosa revelación de Dios, de que la existencia humana no termina con la muerte del cuerpo, como se creía y estaba aceptado hasta ese momento, sino que nuestra alma espiritual, continúa viviendo eternamente, generó en los creyentes un cambio radical en su conciencia y los llenó de una nueva e insuperable esperanza, la cual transformó radicalmente sus actitudes ante su propia vida y su muerte.

Así como bien lo dijo nuestro Señor Jesucristo: « No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma » Mateo 10, 28

El alma es divina e inmortal, y nos fue insuflada por Dios para poder vivir eternamente. Lo que muere es nuestro cuerpo, eso lo sabemos muy bien. Por lo tanto, los seres humanos no morimos, sino que pasamos a una mejor vida: la vida eterna espiritual en las moradas, que Jesús prometió prepararnos en el Reino de los Cielos.

El tránsito de la vida terrenal a la existencia espiritual eterna del ser humano, lo explica a su manera el escritor italiano Dante Alighieri, en su famosa obra la Divina comedia con la siguiente metáfora:
«¿No os dais cuenta de que somos gusanos nacidos para formar la angélica mariposa que dirige su vuelo sin impedimento hacia la Justicia de Dios?

El propósito final de nuestras vidas como hijos de Dios es el siguiente:
hemos nacido para la vida eterna.

¡Gracias a Dios y al Señor Jesucristo!

El amor verdadero es demasiado necesario para vivir una vida feliz y plena de sentido, como para menospreciarlo.

El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, apegaos a lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal, en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. Romanos 12, 9-10

El ser humano es el único ser vivo capaz de fingir lo que no siente de verdad, y a través de un comportamiento falso, de engañar a los demás. De allí surgió el término hipócrita para señalar aquella persona, que actúa premeditadamente de manera falsa para obtener un beneficio. Los traidores políticos son muy buenos hipócritas fingiendo fidelidad y lealtad a alguien, para después traicionarlo.

El fingimiento de un amor que no se siente a una persona que si está enamorada y hacerle creer que la ama de verdad, es una hipocresía muy frecuente que se da en las relaciones de parejas.
¡Cuantos desengaños, desilusiones y frustraciones que se han dado en relaciones amorosas, han sido relatados en innumerables canciones, boleros y poemas populares en todo el mundo!

Pero resulta que aquellas personas, quienes tienen esa mala costumbre de fingir un amor que no sienten, no se percatan de que ellas mismas salen doblemente perjudicadas por su hipocresía:
En primer lugar, destruyen su propia facultad para ser felices, puesto que el amor verdadero es la principal fuente de la felicidad, y en consecuencia, permanecen siendo unos infelices, aun cuando lleguen a ser dueños de medio mundo.
Y en segundo lugar, el remordimiento de conciencia que se origina del engaño y la traición a su pareja, los inquieta y atormenta interiormente haciéndoles sentirse aún mucho peor. Recuerden la terrible consecuencia que sufrió Judas Iscariote, debido al beso traicionero que él le dió al Señor Jesucristo, para delatarlo a los fariseos que lo perseguían, antes de su cruxificción en el Calvario. Judas terminó horcándose de un arbol, unos días después.

El amor es la virtud espiritual más excelente , y es también, la más importante para vivir una vida con sentido y propósito. El amor es para nuestra vida interior espiritual, así de esencial como es el sol para la vida de la naturaleza en el planeta.
Así como no estamos conscientes de lo necesario que es el sol para nuestra existencia en la tierra, por ser algo tan ordinario y común, tampoco estamos conscientes de lo importante que es amarnos los unos a los otros para nuestra propia felicidad, y por esa razón, menospreciamos el amor verdadero y no lo consideramos tan importante como: el dinero, la profesión, la belleza, la moda, la fama, las diversiones, etc.

San Pablo describió magistralmente el amor verdadero y su gran relevancia para nuestras vidas en su primera carta a los Corintios en el capítulo 13, 1-7:

Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha.
1. Corintios 13, 1-3

El Reino de Dios en los Cielos lo podríamos imaginar como un glorioso y espléndido amanecer eterno.

Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol los abatirá, ni calor alguno, pues el Cordero en medio del trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.
Apocalipsis 7, 16-17

En la vida cuando estamos pasando penas y dificultades, siempre esperamos que las aflicciones y los problemas que nos aquejan terminarán algún día y que entonces habrá un nuevo comienzo. Asi como lo hemos experimentado en esas desagradables ocasiones, cuando por algún problema serio o una enfermedad que nos agobia, no podemos dormir en la noche y anhelamos con ansia el nuevo amanecer.

Los niños por su natural carácter poseen una gran fe, la cual los capacita de una manera extraordinaria a confiar y esperar siempre lo mejor en el futuro. Ellos están contínuamente llenos de confianza y esperanza en lo que concierne a su porvenir personal, porque saben que cada día trae un nuevo amanecer y con él vienen nuevas experiencias y oportunidades. Dios les ha concedido a los niños esa profunda fe como un exclusivo don y privilegio.

Por cierto, yo no he tenido la lamentable experiencia de conocer a un niño de una familia creyente con una enfermedad mortal, y sin embargo, me puedo imaginar que si sus padres le enseñan a su hijo sobre la promesa del Señor Jesucristo de vida eterna en el Reino de los Cielos, ese niño enfermo antes de morir creerá la promesa y la esperará confiado, porque sus padres así se lo han testificado.

A diferencia de los niños, los adultos poseemos más conciencia y muchos más conocimientos que los niños, pero menos fe y menos esperanza que ellos. Debido a que Dios, le ha otorgado al ser humano adulto la plena libertad de poder elegir entre creer o no creer en Él y en la vida eterna.

Entre la infinidad de realidades que conocemos de la vida se encuentra la de nuestra muerte inevitable y la agonía que la precede y acompaña. Es por eso que nuestro gran dilema existencial ante la muerte será entonces: creer en Dios o no creer.
A la agonía se le puede comparar con una larga y oscura noche que le trae a nuestra existencia tinieblas, frío, soledad y cansancio.
El amanecer, por el contrario, le trae y obsequia luz, calor, vida abundante y energía vital a nuestra vida.

No deberíamos fijarnos tanto en los problemas y miserias del momento presente, sino más bien procurar recordar las misericordias recibidas del Señor en el pasado y dirigir nuestra mirada hacia el futuro, para poder vislumbrar las glorias que están reservadas para nosotros en la vida eterna más allá de los cielos.

Cuando te encuentres en el atardecer de tu vida en la vejez y se vaya aproximando la última y larga noche de la muerte, te ruego que esperes lleno de fe y esperanza el deslumbrante amanecer eterno de la vida nueva y abundante, que nos prometió Cristo Jesús.

Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto. El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Juan 10, 9-10

Los sufrimientos por los que pasamos no significan que vivimos sin Dios, sino lo contrario, pues esas pruebas provienen de Dios.

Pero Él sabe el camino que tomo; cuando me haya probado, saldré como el oro.  Job 23, 10

Sin duda alguna, el origen del sufrimiento humano es el mayor misterio de la vida. Y también, el sufrimiento es una gran realidad natural que forma parte esencial de la vida de todos los seres humanos sin excepción.
Vivir es también sufrir!
Para los creyentes cristianos el sufrimiento inocente, es decir, el sufrimiento de los niños y el sufrimiento del adulto justo y obediente, causan aún más consternación e incomprensión en las personas afectadas.

¿Por qué la vida terrenal es así? Nosotros no lo sabemos, pero Dios Creador de todo el universo, sí lo sabe, y además, el sufrimiento debe tener en consecuencia un propósito divino.

El libro de Job del Antiguo Testamento presenta la vida de sufrimiento del personaje principal Job, quien era un creyente hebreo justo que vivió en la época de los Patriarcas del pueblo de Israel. Job considera su terrible sufrimiento como algo injusto e inmerecido, y sin embargo, lucha por encontrar a Dios que se le oculta y a quien Job le sigue creyendo bueno y justo.
La lección espiritual del libro: el creyente debe persistir en su fe en Dios, incluso cuando está sufriendo.

Durante su dura prueba Job y a pesar de sus aflicciones, hace esta afirmación: « cuando (Dios) me haya probado, saldré como el oro ». Eso significa que Job estaba convencido de que Dios estaba permitiendo esas pruebas, y que indirectamente provenían de Él.
Al final de su drama, Job por mantenerse firme en su fe, logró tener un encuentro o una visión espiritual con Dios y le fue devuelta la familia y los bienes que había perdido.

Al leer en el Nuevo Testamento sobre la vida del Señor Jesucristo, sus enseñanzas, su promesa de vida eterna, y en particular, sobre los sufrimientos y dolores que Jesús tuvo que soportar por nuestra salvación al ser crucificado en el Calvario, deberíamos los cristianos reconocer y aceptar con humilde paciencia y sumisión, que nuestro sufrimiento y el de nuestros seres queridos es la soberana voluntad de Dios, y que por lo tanto, tiene un propósito divino que nos convendrá algún día, aunque no lo podamos comprender ahora.

La fe en Dios alumbra nuestro camino y la esperanza de vida eterna nos da fuerzas y nos sostiene cuando estamos fatigados.

De tus preceptos recibo entendimiento, por tanto aborrezco todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino.
Salmo 119, 104-105

Si un hijo o nieto nos preguntara: ¿qué hacen de diferente la fe en Dios y la esperanza cristiana en la vida de un creyente y qué beneficios concretos le traen? Yo se lo explicaría de forma gráfica con estas frases que hacen de título, pues son muy ciertas y fáciles de comprender.

En los tiempos bíblicos del pueblo de Israel, la vida terrenal fue comparada con el andar o peregrinar por un camino.
En este mundo existen infinidad de rumbos, y cada quien en su vida toma su rumbo o camino, según sus decisiones personales y las situaciones que se le vayan presentando en el transcurso del tiempo.
Nadie conoce con anticipación su camino, ni mucho menos sabe lo que le va a suceder en el futuro. Como dijo el poeta español Antonio machado: «Se hace camino al andar».

Cuando uno está listo para andar y para «hacer» su propio camino, es indispensable en primer lugar, saber el destino final dónde deseamos llegar y en segundo, cómo lo vamos a lograr.

El camino de nuestra vida en este mundo terrenal es desconocido, y además el ámbito social donde nos desenvolvemos, es de muy dificil orientación porque todo se ve semejante. En esas condiciones de inexperiencia e incertidumbre con las que iniciamos nuestro camino al llegar a la edad adulta, lo más sensato e inteligente es buscarse la máxima ayuda y orientación posible, que podemos obtener.

Los creyentes cristianos en el camino de la vida, tenemos en Dios el supremo Guía, y en el Espíritu Santo el supremo acompañante, quienes saben mejor que nosotros, lo que más nos conviene, y además, conocen todo sobre nuestra vida incluyendo el futuro.

El Señor Jesucristo ha revelado y ha prometido a todos los que creen en Él, un destino supremo espiritual y una vida espiritual abundante para nuestra alma inmortal, que consiste en la vida eterna en el Reino de los Cielos, sobre la cual él predicó en sus enseñanzas y parábolas.
En sus predicaciones y enseñanzas, Jesús siempre tuvo presente su visión de la eternidad e hizo referencia a las metas eternas en el futuro, que deberíamos tener para nuestra alma inmortal despúes de morir, tal como están descritas en sus promesas a sus seguidores y discípulos.

Desde que Jesucristo vino a este mundo hace 2 mil años, los creyentes cristianos sabemos que los seres humanos tenemos dos vidas: la vida terrenal y la vida eterna.
– Una vida terrenal dura, corta y llena de luchas, problemas, fatigas, sufrimientos, angustias, enfermedades, vejez y muerte.
– Una vida eterna y abundante posterior a nuestra muerte, en el Reino de los Cielos junto al Señor Jesucristo.

El gran escritor italiano Dante Alighieri (1265 – 1321) en su famosa obra « la divina comedia » refiriéndose a esas dos vidas de los humanos, escribió el siguiente verso en forma de metáfora : « ¿No veis que somos gusanos de la especie humana, que han nacido para formar la mariposa angélica, que subirá hacia la justicia divina? »

El Señor Jesucristo siendo Hijo de Dios, con su divina sabiduría ya conocía muy bien la naturaleza humana con sus dos vidas, sin embargo, para cumplir con el Plan divino que Dios Padre había concebido para la humanidad, Jesús descendió al mundo y se hizo hombre, para perdonar nuestros pecados y revelar la Buena Nueva de la vida eterna y de la existencia del Reino de Dios.
Cristo Jesús, durante su vida terrenal nos dejó sus enseñazas escritas en el Evangelio:

Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Juan 14, 5-6

Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida; y pocos son los que lo hallan. Mateo 7, 14

Acudamos a nuestro Señor Jesucristo con plena confianza y seguridad, al emprender el camino en nuestra vida terrenal, para que al final de la primera seamos capacez de pasar a nuestra segunda vida, la cual será mejor, abundante y eterna.

« Me siento urgido por los dos lados: por una parte siento gran deseo de romper las amarras y estar con Cristo, lo que sería sin duda mucho mejor ». Carta de Pablo a los Filipenses 1, 23 

Esta agobiante vida terrenal es el corto puente que tenemos que cruzar, para alcanzar la vida eterna.

Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!
Filipenses 4. 4

El Señor Jesucristo es la más poderosa razón y también la más efectiva fuente de regocijo del creyente cristiano, por ser el Hijo de Dios y por habernos abierto las puertas del Reino de los Cielos con su Obra Redentora en la Cruz.
Esa portentosa experiencia íntima de regocijo la vivió y la sintió San Pablo innumerables veces en carne propia, y precísamente por haber experimentado ese regocijo una y otra vez, es que Pablo exhorta y aconseja a la comunidad cristiana de la ciudad de Filipo a regocijarse siempre en el Señor.

Pablo predicó sobre el Evangelio y sobre Cristo Jesús, movido siempre por experiencia propia. Recordemos que Pablo, antes de su encuentro con Jesús resucitado en el camino a Damasco y su posterior conversión milagrosa, se llamaba Saulo y era un maestro judío del grupo de los Fariseos, quién persiguió a los primeros cristianos, años después de que Jesús fue crucificado.
Imagínense la radical transformación de su vida interior espiritual que experimentó Pablo, quién pasó de haber sido un enérgico perseguidor de cristianos a ser el gran predicador y defensor del Cristianismo. Ese cambio en Pablo lo realizó Jesús en ese encuentro personal que tuvieron. Allí Pablo nació de nuevo en el espíritu, es decir, tenía el mismo cuerpo y se veía como antes, pero después su conciencia y su manera de pensar fueron totalmente otras.

A partir del momento en que inicia Pablo su nueva tarea de predicar el Evangelio y de convertir a los pueblos paganos al cristianismo, su vida pública y su relación con las comunidades de judíos cambió para bastante peor, pues aquellos judíos fariseos que lo habían conocido, lo andaban buscando ahora para matarlo por traicionar a su raza y a la ley judía. En varias oportunidades intentaron asesinarlo pero él logró escapar, su vida estuvo en peligro siempre pues habían comunidades judías en todos los países de la región. Estuvo preso varias veces y hasta sobrevivió un naufragio en uno de sus viajes navegando en el mar Mediterráneo.

En todas las grandes penas, prisiones, dificultades, peligros de muerte, persecuciones, enemistades, aborrecimientos, etc, por las que San Pablo tuvo que pasar y sufrir hasta el momento de su muerte por decapitación en Roma, Pablo siempre se regocijó en el Señor Jesucristo, al traer a su mente el amor, la misericordia, el perdón y la salvación de su alma que el Señor Jesucristo le concedió de pura Gracia en su encuentro personal años antes, a pesar de haber pecado enormemente al perseguir Pablo indirectamente al mismo Jesús, cuando perseguía a los creyentes cristianos.

Yo creo y estoy convencido, de que San Pablo no solamente desempeñó su admirable misión de predicar el Evangelio y de viajar por tantos países creando las primeras comunidades cristianas, por la acción del Espíritu Santo en su vida, sino también por el gran gozo y la gratitud que sentía, por haber sido rescatado, perdonado y salvado por el Señor.

Sigamos entonces, el magnífico consejo de Pablo de regocijarnos en el Señor siempre, pero de manera en especial cuando estemos atravesando pruebas, enfermedades, conflictos, privaciones, fracasos, rechazos, humillaciones, etc.

Alegrarnos en el Señor siempre, nos dará ánimo, fuerza y esperanza para soportar y padecer con paciencia esta agobiante vida terrenal, siempre y cuando pongamos nuestra fe y nuestra mirada en nuestro Salvador Jesucristo y en el prometido Reino de los Cielos.

Confía en el SEÑOR con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. Proverbios 3, 5

Con este excelente e instructivo proverbio de Salomón, deseo en esta reflexión tratar de definir lo que para mí es la verdadera fe en Dios, lo cual debería ser la suprema meta del proceso de crecimiento espiritual de cada creyente cristiano.
Por su parte, el rey David en su Salmo 118 añade el siguiente aspecto referente también a nuestra fe: que en primer lugar debemos poner toda nuestra confianza en el SEÑOR, y en segundo lugar, en las personas y con ellas nosotros incluidos.
Yahveh está por mí, entre los que me ayudan, y yo desafío a los que me odian. Es mejor refugiarse en el SEÑOR que confiar en hombre.

¿Porqué afirman Salomón y David que es mejor refugiarse y confiar en Dios?
Si partimos, de que Dios en su poder y soberanía como Creador, gobierna y permite todo lo que sucede en este mundo, sea bueno o malo según nuestro criterio; y si recordamos que Dios todo lo sabe y todo lo conoce sobre nuestras vidas tanto en el tiempo presente como en el futuro, es lógico y evidente que ellos, como héroes de la fe que fueron, tienen toda la razón.
Al inicio de nuestra vida religiosa, es muy normal que tengamos más fe en nosotros mismos y en las personas, que en Dios. En la medida que vamos leyendo las divinas enseñazas de la Biblia y viviendo nuestra fe en la vida diaria, la confianza en Dios irá creciendo.

Hay un ejemplo interesante en el desarrollo de la navegación por los mares y océanos, basado en la confianza de los capitanes de las embarcaciones para decidir y tomar una ruta segura al puerto de destino, que nos puede servir de comparación.
Las primeras navegaciones por los mares en la antigüedad se hicieron de día siguiendo o bordeando las costas y se guiaban por puntos visibles en tierrra firme. En esa época ningún marinero se atrevía a navegar a mar abierto, por el riesgo de extraviarse.
Hasta que los navegantes Fenicios al observar con atención el firmamento, notaron que entre las estrellas de la Osa menor, había una (la estrella Polar) que se mantenía en la misma posición. De allí en adelante, los capitanes fenicios empezaron a guiarse por las estrellas de noche y por el sol de día, y así pudieron alejarse de las costas y navegar por todo el mar Mediterráneo y por los grandes océanos.

En el Dios Eterno y Todopoderoso podemos confiar con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón, para que guíe nuestra alma a través de todas las tempestades, mareas y escollos en el imprevisible y cambiante mar de nuestra existencia, hacia la anhelada vida eterna en el Reino de los Cielos.
Nuestro Dios Padre nos ama como hijos, nos conoce muy bien y sabe lo que más nos conviene para nuestra vida y para nuestra alma inmortal, porque es nuestro dador de vida y creador de las estrellas.

Si fuimos hecho dignos y estamos llamados por la Obra Redentora y de Salvación eterna del Señor Jesucristo, para poner toda nuestra fe y confianza en Dios, ¿por qué seguirse conformando con poner una poquita fe en nosotros mismos, en las personas y en las estrellas?

Los seres humanos llevamos en nuestro corazón el anhelo de vida eterna y de inmortalidad.

y que ahora (la Gracia de Dios) ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio, 2. Timoteo 1,10

El anhelo de inmortalidad es una característica innata del ser humano. Toda persona desea en el fondo de su corazón, que su vida dure para siempre. Una vez nacido, cada individuo aspira a no tener que morir algún día, y ese anhelo se mantiene firme, incluso despúes de percatarse y de saber con certeza, que su muerte física es inevitable.

En las antiguas civilizaciones que lograron tallar y esculpir piedras, ese anhelo fue manifestado claramente por medio de las innumerables estatuas de personas prominentes como reyes, emperadores, guerreros y divinidades; esculpidas con el propósito de tratar de inmortalizar a esos individuos en la memoria de futuras generaciones y de dejar un testimonio de su aspecto corporal.
En todos esos pueblos originarios y sus cultos o religiones paganas existió la creencia primititva de una vida después de la muerte, pero la vida en el más allá era algo que apenas algunos sacerdotes y sacerdotizas se lo imaginaban, sin embargo, las poblaciones de esas naciones en el aspecto religioso-espiritual vivían en tinieblas y sin esperanza. Para ellos, la muerte sencillamente acababa con todo.

Varios siglos antes de que Jesús viniera la mundo, Isaías profeta del pueblo judío, hizo la profecía sobre el nacimiento del Señor Jesucristo, la cual inicia con el siguiente versículo:
El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos. Isaías 9, 2

Isaías en el texto de esa profecía, utiliza muchas alegorías o símbolos como « andar en tinieblas » que significa andar a tientas sin poder ver bien el camino por la oscuridad. Es un modo de describir la vida de mucha gente, que viven de día en día sin futuro, sin metas que alcanzar, sin Dios y sin moral y quienes terminan extraviándose en una mala vida.

La venida de Jesús o el Cristo al mundo, trayendo como Hijo de Dios la buena Nueva sobre la vida eterna a aquella humanidad que vivía en tinieblas, ese mensaje de inmortalidad del alma humana y de esperanza eterna fue de tan grande importancia para esos pueblos paganos, que grandes multitudes recibieron y aceptaron el evangelio de Jesús con enorme gratitud, consuelo y alivio, lo cual cambió su vida radicalmente, porque les trajo luz y esperanza a sus vidas. Esos fueron los primeros creyentes cristianos.

Jesús les habló otra vez, diciendo: « Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. » Juan 8, 12

La Buena Nueva de Jesucristo sobre el perdón de los pecados y sobre la esperanza de vida eterna en el Reino de los Cielos, continúa hoy en día iluminando vidas y generando esperanza de vida eterna con el mismo poder de transformación y de renovación, por obra del Espíritu Santo.

Estimado lector, si te sientes vacío interiormente, si no le encuentras sentido a la vida y si sientes que andas en tinieblas, te ruego que acudas directamente en oración a Jesucristo con fe, humildad y arrepentimiento, que Él te recibirá con misericordia y amor eterno en su seno.