Si deseas comprobar la existencia de tu propia alma dentro del cuerpo, hazlo amando a un hijo, un familiar o un amigo.

Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquél que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. Mateo 10, 28

Una de las experiencias espirituales personales de mayor significado y trascendencia en la vida de cualquier individuo, es el tomar conciencia de la propia conciencia, o dicho de otra manera, reconocer la existencia de nuestra alma como una entidad o sujeto, que habita dentro del cuerpo.
Gracias a la conciencia, los seres humanos tenemos la capacidad de reconocer en nosotros mismos nuestra propia naturaleza, compuesta de dos dimensiones: un cuerpo de carne y un alma espiritual.

Especialmente en estos tiempos modernos en que la ciencia moderna y materialista, rechaza e ignora la dimensión espiritual del ser humano en sus investigaciones y publicaciones, es para los creyentes cristianos de suma importancia, lograr comprobar la existencia del alma de una manera sencilla y práctica.

Para eso les traigo un consejo de San Agustín de Hipona (13/11/354 – 28/08/430), uno de los grandes patriarcas del cristianismo, que encontré hace años cuando me dediqué a leer sus obras y sermones.

San Agustín, en algunos de sus sermones, con el fin de ilustrar mejor la dualidad de la naturaleza humana compuesta de alma y cuerpo, animaba a sus oyentes a comprobar en sí mismos la realidad de la existencia del hombre interior (el alma), que no se ve pero que se siente y el cual habita dentro del hombre exterior (el cuerpo):

«Y lo que no se ve, esto se ama más, pues consta que se ama más al hombre interior que al exterior. ¿Cómo consta esto? Compruébelo cada uno en sí mismo. En efecto, ¿qué se ama en el amigo, donde el amor es totalmente sincero y limpio? ¿Qué se ama en el amigo, el alma o el cuerpo? Si se ama la lealtad se ama al alma; si se ama la benevolencia, sede de la benevolencia es el alma; si en el otro amas que ése mismo te ama también a ti, amas el alma, porque no es la carne, sino el alma, la que ama».

Este consejo me recuerda el famoso diálogo en el cuento El Principito del escritor francés Antoine de Saint‐Exupéry, cuyo mensaje se ha hecho famoso en todo el mundo por su formidable sabiduría:

“Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse—”.

Es muy probable que el escritor de Saint‐Exupéry haya leído también a San Agustín y se haya inspirado en él para escribir su cuento.
Lo importante que deseo destacar aquí, es que lo que ellos afirman es la verdad indiscutible, aunque los científicos no lo quieran creer y aceptar. Allá ellos los incrédulos con sus contradicciones y paradojas.

Por esa razón, es que el alma humana, a pesar de que es nuestra realidad interior, de que es la que define nuestro carácter personal y de que es la que ama de verdad, la gente no habla sobre ella ni de su gran importancia en nuestra vida como individuos y como sociedad. Esta es una actitud incoherente y absurda de la mayoría de los ciudadanos de hoy en día, debido al rechazo que ahora está de moda en las sociedades de consumo occidentales, a todo lo que tiene que ver con la religión cristiana y las iglesias tradicionales.

Los cristianos que mantenemos nuestra fe firme en Dios y apoyada en la Roca que representa al Señor Jesucristo, nos podemos comparar con orgullo con aquellos peces de los ríos que nadan contra la corriente con fuerza y energía, demostrando así, que estamos bien vivos y coleando.   

Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. 2. Corintios 4, 16

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