Conoce lo que la prodigiosa esperanza cristiana logra hacer en la vida del creyente

Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15, 13

Deseo comenzar con la descripción de dos términos fundamentales para comprender bien esta reflexión, que son: la fe y la esperanza.
San Pablo hace la siguiente descripción de la fe: Ahora bien, la fe es la certeza de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve. Hebreos 11, 1.
La esperanza se puede describir como el estado en que el alma por medio de la fe, espera confiadamente en que alguien cumpla un compromiso o que algo se haga realidad en el futuro.
Tener esperanza es creer hoy, que lo deseado se va a cumplir efectívamente en el futuro, tal y como uno lo anhela.

San Pablo aclara en su carta a los Romanos, que en vista de que la promesa de vida eterna hecha por Jesucristo se cumplirá en un tiempo futuro que no podemos ver ahora, al creer firmemente hoy en esa promesa, surge de ella la maravillosa esperanza que nos mantendrá esperando pacientemente  hasta que la promesa se cumpla: Porque en esperanza hemos sido salvos, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Romanos 8, 24-25

Después de creer con toda el alma y con toda la mente en Jesucristo y en su promesa de vida eterna, se dan diversos cambios imperceptibles en la vida interior espiritual del creyente:
1.- Reconocimiento de la existencia de nuestra propia alma
Cuando pensamos en nuestro ser, consideramos sólo el cuerpo, nos identificamos con él y todo lo que hacemos (salud, cuidados, belleza) gira a su alrrededor. Eso es lo natural, y es así en cualquier persona adulta que no cree en una vida espiritual después de la muerte.
Tan pronto como uno cree con profunda fe en la promesa de vida eterna, tomamos conciencia de nuestra propia alma inmortal. A partir de ese momento, el interés y el cariño hacia nuestra alma se van haciendo cada vez más intensos, hasta el punto en que nos identificamos más con el alma que con el cuerpo. Este sorprendente cambio se va dando por la lógica razón, de que el cuerpo algún día muere y el alma inmortal seguirá viviendo eternamente. El futuro del alma es ahora lo que más cuenta para nosotros, porque el futuro del cuerpo ya lo conocemos: al pasar los años envejece, se deteriora y muere.

2.- Una inmensa paz interior y un gran gozo llena nuestra alma
Al identificar nuestra propia existencia con el alma que no muere, el temor a la muerte corporal deja de causarnos esa desagradable angustia existencial, que nos causa la inevitable realidad de tener que morir. Al desaparecer la angustia y al recordar siempre que nuestra vida está en las manos de Dios Padre, una gran paz interior y un gozo indescriptible van creciendo en nuestra vida como creyentes. La esperanza de una vida nueva y eterna transforma completamente la vida del creyente llenándola de sentido, paz, amor y alegría en el Señor Jesucristo.

3.- La angustia por la certeza de la muerte desaparece de nuestra vida
Cualquier persona que crea en Jesucristo y en su promesa de vida eterna, con la enorme fe con que un niño pequeño confía en su madre, deja necesariamente de temer su muerte, porque sabe muy bien que es imposible que Dios Padre y Jesucristo le mientan, y en consecuencia, espera con paciencia el cumplimiento de la promesa cuando le llegue su momento de morir.
El ser humano no puede vivir sin albergar esperanzas en su corazón, tanto es así que alguien escribió: «el hombre es un animal que espera algo siempre», es decir, que es un ser esperanzado.
No existe una esperanza más grandiosa y más importante para un ser humano, que la esperanza de vida eterna después de la muerte.
El único remedio contra la angustia que nos genera el miedo a la muerte, es confiar en Dios y en su promesa de vida eterna con todo tu corazón y con toda tu mente.

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