El bien supremo de un creyente cristiano es Dios y la meta suprema es la vida eterna.

En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Romanos 8, 5-7.

Para comprender exactamente lo que deseo tratar en esta reflexión, voy a repasar el significado del adjetivo supremo. Supremo quiere decir: el máximo grado en una jerarquía de algo, o lo que está encima de todo. Por lo tanto, Dios como el bien supremo es la riqueza máxima, la cual está por encima de todas las demás. Lo mismo vale para la vida eterna.

Partiendo de esta aclaratoria, me voy a referir al orden previo que es necesario establecer, para poder evaluar los asuntos y cosas más valiosas o importantes, es decir, que consideremos algo superior o inferior, mejor o peor, mayor o menor, etc. En los aspectos más relevantes de la vida es necesario que tengamos bien claro ese orden de la superioridad de una cosa respecto de otra. Debido a que es sencillamente imposible poseer y hacer todo en la vida, tenemos que determinar nuestras propias prioridades o preferencias.
Como creyentes cristianos tambien debemos tener claro el orden de superioridad en el aspecto de nuestra naturaleza como seres humanos, puesto que estamos formados de un cuerpo de carne y un alma espiritual. En la Iglesia cristiana desde sus inicios, ese orden ha estado muy claro durante miles de años, pero desafortunadamente es un tema sobre el que se enseña y se habla muy poco.

San Pablo en su carta a los Romanos capítulos 7 y 8, le dedica varios versículos a la lucha interior entre su espíritu y su carne en el que describe lo siguiente: Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y después dice: !Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?

Para San Agustín, uno de las grandes Padres de la iglesia cristiana, el alma es superior al cuerpo y está hecha para regirlo. El alma habita en nuestro cuerpo teniendo con él una relación acccidental, de modo que el ser humano es su alma pero no su cuerpo.

Agustín escribió también:
Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro: es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente eterno e inmortal.
Sólo Dios es mejor que el alma, y por esto sólo Él debe ser adorado, quien es su único autor.

Los cristianos sabemos que Dios en la Creación, tomó un poco de tierra para formar el cuerpo humano de carne y huesos, después le insufló el espíritu o alma a su imagen y semejanza, y le dió la vida. En consecuencia, somos los humanos un ser compuesto de un cuerpo y un espíritu de naturalezas diferentes: una material y una espiritual. Y son tan diferentes esas dos dimensiones, que el cuerpo es mortal y visible, y el alma es inmortal e invisible.
Por mi parte, estoy de acuerdo totalmente con San Agustín en darle la prioridad a mi alma inmortal por ser superior al cuerpo, e igualmente considero a Dios como mi suprema riqueza. Desde que establecí ese orden en mi propia vida hace unos pocos años, identifico mi existencia más con mi alma inmortal que con mi cuerpo mortal. He aprendido a reconocer y aceptar que mi alma soy yo, y por lo tanto le doy más importancia que a mi cuerpo.

Estoy muy feliz y muy agradecido a Dios, por haber obrado en mí ese cambio radical de perspectiva de la vida, el cual me ha permitido comprender mucho mejor la Palabra de Dios, y sobre todo poder fundamentar mi existencia en mi alma eterna y no más en mi cuerpo mortal, que era lo que yo hacía antes, cuando creía que mi cuerpo era lo único que yo soy como persona.
Otro beneficio maravilloso que he recibido desde que me identifico con mi alma, es que me he librado de ese terrible temor a la muerte del cuerpo, que tanto nos angustia.

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