El alma no puede amarse ni amar a Dios, sin conocerse a sí misma sin constatar su origen divino.

Pero desde allí buscarás al SEÑOR tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. Deuteronomio 4, 29

El título que le puesto a esta reflexión es un maravilloso pensamiento de San Juan de la Cruz (1542-1591), quien junto con Santa Teresa de Ávila representan los místicos de origen español más relevantes y los que, con el uso de testimonios claros e instructivos, han logrado explicar muchos aspectos prácticos de la espiritualidad humana y su vínculo con Dios.

Cuando alguien desea enseñar a otras personas algo nuevo y desconocido, lo lógico y correcto sería comenzar por el principio, es decir, abordar lo primero e iniciar la enseñaza con el fundamento, así como se hace en la construcción de una casa.

En el caso de la enseñanza formal de la religión, que es un tema abstracto e inmaterial, casi nunca se comienza por aclarar bien los dos primeros elementos fundamentales de una relación religiosa: Dios y el alma humana. Estas son las dos primeras piedras fundacionales o piedras angulares para poder edificar una relación personal con Dios. En el inicio de la Biblia, en el libro de Génesis está escrito: « Formó, pues, El SEÑOR Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente. » (Génesis 2, 7)

Si Dios no hubiera creado al ser humano a su imagen y semejanza, y no hubiera insuflado en nosotros el espíritu o alma que poseemos, no podríamos jamás pensar en Dios ni mucho menos establecer una relación personal con Él, no existiría ningún culto a Dios, y nosotros los humanos seríamos simplemente una especie más de monos en las selvas, pero lampiños.

Yo que estudié en colegios religiosos donde recibí cada semana clases de catecismo, y que incluso, fuí preparado como catequista para enseñar religión a niños de otras escuelas, no recuerdo haber aprendido nada sobre mi propia dimensión espiritual, sobre mi alma como la huella que dejó Dios de sí mismo en mí cuerpo, ni sobre mis facultades espirituales.

Esta carencia de un conocimiento detallado de nuestra dimensión espiritual, es una de las causas de la ignorancia espiritual que se percibe en la mayoría de los creyentes laicos sobre su propia naturaleza espiritual y sobre los atributos del alma humana.

De allí la enorme importancia y la gran vigencia que tiene esta recomendación del místico San Juan de la Cruz para todos los creyentes cristianos en el tiempo presente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *