La realidad de que somos la fusión de un alma y un cuerpo de carne, es esencial para comprendernos y valorarnos mejor.

« Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. » Romanos 7, 18

« Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis. » Gálatas 5, 17

A estas alturas de la historia y del desarrollo de la ciencia en la humanidad, aunque tú no lo creas, todavía los científicos, expertos y letrados en el campo de la ciencias naturales no se han puesto de acuerdo sobre una definición, que describa lo qué es un ser humano de forma apropiada y certera. Los biólogos afirman que descendemos de los monos y que por ese proceso imaginario y fantasioso que denominan evolución, nos hemos ido transformando durante cientos de miles de años en lo que hoy somos: el Homo sapiens, es decir, el mono que sabe o el animal inteligente.

Algunos teólogos modernos por su parte, dicen ahora que somos una unidad inseparable de cuerpo y espíritu, y los antiguos teólogos de la Iglesia, afirmaban hace siglos que somos una dualidad, es decir, un compuesto de cuerpo y alma, dos sustancias diferentes y separables: la carne mortal y el espíritu inmortal.

Yo como creyente cristiano acepto la versión original de la Biblia, de que los seres humanos fuimos creados por Dios del barro de la tierra y que nos insufló el espíritu humano o alma. Y creo, tal como lo dijo Jesucristo en el Evangelio, que el cuerpo humano muere, pero el espíritu no muere, porque es inmortal y eterno.

Alguién definió al ser humano como un animal religioso, y tuvo mucha razón según mi opinión, porque efectívamente el hombre es el único ser vivo que es capaz de creer y adorar un Dios.

Yo prefiero definir al ser humano como un alma o espíritu que habita en un cuerpo de carne, que a veces se comporta como un animal y en algunas ocasiones hasta peor que un animal. Es evidente que los humanos tenemos un cuerpo de carne, nervios, pelos y huesos parecido al de los animales, y que además, poseemos unos instintos biológicos similares a los animales superiores. ¡Pero NO somos animales!

Somos seres racionales de naturaleza espiritual porque poseemos un espíritu hecho a imagen y semejanza de Dios. El alma es justamente lo que nos hace seres únicos, irrepetibles y conscientes adoradores de Dios, y también nos hace muy diferentes de los animales. Estas son algunas cualidades del espíritu humano: la conciencia, el amor, la fe, la esperanza, el sacrificio por amor, la piedad, el perdón, la compasión, la misericordia, la lástima, la ternura, el consuelo, el arrepentimiento, el respeto, la tolerancia, la humildad, la vanagloria, el orgullo, el odio, el rencor, la envidia, la inspiración, el discernimiento, etc.

Pero como todas esas cualidades espirituales son invisibles, los super inteligentes científicos, biólogos y naturistas que han estudiado al ser humano, simplemente las han ignorado y se han concentrado en estudiar sólo las partes y funciones visibles del cuerpo. Esa ha sido su lamentable equivocación histórica. Mencionamos a continuación algunos de nuestros instintos y funciones animales: el sexo, el hambre, la sed, el sueño, el miedo, la sobrevivencia, evacuar, orinar, la percepción sensorial, etc.

Si observamos con atención nuestro comportamiento en las ocupaciones cotidianas, notaremos que las manifestaciones de nuestras cualidades espirituales superan con creces a las manifestaciones de nuestros instintos animales. Por eso el gran escritor francés Victor Hugo, quién si fue un agudo y genial observador, hizo su famosa y acertada afirmación:
“El cuerpo humano no es más que apariencia y esconde nuestra realidad. La realidad es el alma.”

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