La oración es la respiración del alma humana.

« Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar. » Lucas 5, 16

« De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario. Allí se puso a orar. » Marcos 1, 35

Cuando alguién, a quién conocemos y le tenemos cariño y que está lejos de nosotros o bien tenemos mucho tiempo que no lo vemos, solamente requerimos dedicarle unos pensamientos recordándolo, y eso es generalmente suficiente, para sentirnos con la ayuda de nuestra memoria, un poco más cerca de esa persona por unos instantes.

En nuestra relación personal con Dios sucede algo similar, si por algún acontecimiento crucial en nuestra vida o debido a un determinado estado de pesar de nuestra alma, pensamos espontáneamente en Dios, ese pensamiento logra también que nos sintamos cerca a Dios.

Según la Palabra de Dios, los seres humanos somos la fusión perfecta de un cuerpo de carne y un espíritu. El supremo propósito de nuestro espíritu o alma es conducirnos a Dios en esta vida terrenal, y después de la muerte al Reino de los Cielos, según la gloriosa promesa de nuestro Señor Jesucristo.

Si el mismo Jesucristo, siendo el Hijo de Dios, le daba tanta importancia a la oración para comunicarse con Dios Padre, imagínense nosotros siendo apenas unos seres imperfectos, débiles y engañosos, resulta lógico pensar que nuestra necesidad de rezar debe ser todavía mucho mayor. Así como nuestro cuerpo requiere del aire que respiramos para funcionar, igualmente nuestra alma necesita la oración para pedirle a Dios que nos conceda el perdón, la fortaleza y el consuelo que tanto necesitamos en esta vida llena de contrariedades, sufrimientos, enfermedades y luchas.

Además, Jesús por medio de su obra redentora en el Calvario nos ha otorgado el gran privilegio a los creyentes cristianos, de poder dirigirnos a Dios en oración usando también la palabra Padre, tal cual como Jesús la usó por primera vez en toda la historia del Pueblo de Israel y sus profetas, y la cual fue registrada en la Biblia como primicia por el Evangelista Marcos en el capítulo 14, versículo 36:
« Y decía: ! Abbá, Padre!; todo es posible para tí; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú. »

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