El alma es el tesoro eterno en el que podemos apoyar nuestra existencia

El alma fue descrita como nuestro tesoro por el gran Apóstol San Pablo cuando les declaró en forma de metáfora a los Corintios: « Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios ». 2. Cor 4, 7

En ese versículo, Pablo describió al alma como un tesoro por ser espiritual e inmortal, y al cuerpo humano, como recipiente de barro por ser muy frágil y mortal.

Si creemos firmemente la maravillosa revelación de Dios, de que nuestra propia existencia, es decir nuestra alma, es un espíritu divino e inmortal, y si estamos conformes con San Pablo, en considerarlo en consecuencia como nuestro gran tesoro espiritual, ¿que puede haber más provechoso en la vida, que al reconocer y aceptar nuestra alma como un tesoro divino y eterno, decidamos apoyar nuestra existencia aquí y ahora en ese valiosísimo fundamento, y nuestra esperanza ponerla en la promesa de vida eterna de Jesucristo, para cuando nos llegue el momento crucial de morir?

La paz interior es esa santa calma que siente aquel individuo en el alma, que después de lograr vencer su orgullo, vanidad y avaricia, deposita su fe en Dios, en su Palabra y en la Obra Redentora de su Hijo Jesús el Cristo; y además, cree y acepta la santas escrituras contenidas en la Biblia, como la verdad absoluta revelada por Dios.

Estoy convencido de que la única y verdadera paz que puede alcanzar el ser humano en ésta vida terrenal, es esa paz interior en su corazón y en su conciencia, que implica necesariamente la paz con Dios y consigo mismo.

La paz espiritual de la que Jesús hablaba y predicaba durante su vida terrenal, fue confundida a menudo con la paz entre las personas y los pueblos por la gran mayoría de la gente en aquellos tiempos, y la siguen confundiendo hoy en día.

Antes de su partida de éste mundo, Jesús se lo dijo a los discípulos muy claramente: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” Juan 14:27

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